“Con la venia de Bruto y los demás, puesto que Bruto es un hombre
honrado, como honrados son todos los demás, vengo a hablaros en el
funeral de César”.
William Shakespeare escribió a finales del siglo XVI el célebre
discurso funerario que pronuncia Marco Antonio poco después del
asesinato de Julio César en la tragedia histórica del mismo nombre.
Tres
siglos y medio después, en 1953, un cineasta culto, amante del teatro,
enamorado de la fuerza de las palabras y de los guiones perfectamente
trenzados, Joseph L. Mankiewicz, decidió adaptar la obra para el cine.
Hijo de emigrantes judíos, Joseph Leo Mankiewicz nació en 1909 en
Pennsylvania. Estudió Psiquiatría e Historia del Arte pero lo que de
verdad le apasionaba era el teatro
. Fue su hermano Hermann, que estaba
trabajando como guionista en Hollywood, el que le introdujo en la
industria del cine.
Comenzó rotulando películas mudas.
De ahí ascendió a
dialoguista y poco después se convirtió en guionista de grandes
directores como Ernst Lubitsch o George Cukor.
También hizo labores de
productor en clásicos como Historias de Filadelfia o Furia.
Pero Mankiewicz quería más. “Quiero dirigir lo que escribo”, le dijo en
una ocasión a Louis B. Mayer, el jefe de la Metro. Pero, como él mismo
recordaba, “lo último que quería el estudio era que un escritor
dirigiera” y Mankiewicz abandonó la productora.
En la Fox pudo finalmente debutar como director en 1946 con El castillo de Dragonwyck.
Un año después dirigiría la adorable El fantasma y la Sra. Muir pero su consagración definitiva le llegó con Carta a tres esposas
por la que en 1950 ganó los Oscar a la mejor dirección y al mejor
guión.
Al año siguiente Mankiewicz repitió doblete con una obra maestra:
Eva al desnudo.
Colmado de prestigio y consideración profesional, decidió abordar su
gran pasión, el teatro clásico, adaptando para las pantallas Julio César
de William Shakespeare
. Para Mankiewicz era algo natural porque cine y
teatro eran para él prácticamente lo mismo.
Todo formaba parte del
inmortal arte de la representación.
Para el papel del atormentado Bruto, el magnicida que se debate entre
el deber patriótico como ciudadano y el honor, la amistad y el cariño
que sentía por César, Mankiewicz eligió al británico James Mason, con el
que ya había trabajado un año antes en Operación Cicerón.
Casio, otro de los conspiradores, fue interpretado por uno de los mejores actores shakespearianos
de todos los tiempos, el gran John Gielgud, al que Mankiewicz acudió a
ver actuar expresamente en Stratford-on-Avon, la cuna del dramaturgo
inglés.
Allí creyó encontrar también a su Marco Antonio, Paul Scofield,
pero finalmente y después de una prueba, dio el papel a un joven actor
de Omaha, Nebraska, que rondaba la treintena y que había deslumbrado a
los espectadores en títulos como Un tranvía llamado deseo y ¡Viva Zapata!
Su nombre: Marlon Brando.
Brando no poseía la ductilidad ni el genuino acento inglés que los
más puristas exigían para el personaje pero llenó a su Marco Antonio de
fuerza y tensión
. “Es como abrir un horno caliente dentro de una
habitación oscura”, dijo de su actuación John Huston. Puede ser cierto
pero oírle recitar los versos de Shakespeare sesenta años después del
estreno del film sigue poniendo la piel de gallina. “
Vengo aquí a
inhumar a César pero no a glorificarle. El mal que hacen los hombres le
sobrevive, el bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos”.
Marlon Brando consiguió por su interpretación su tercera candidatura
al Oscar como mejor actor.
Fue una de las cinco nominaciones que obtuvo
la película en 1954.
Solo ganó la estatuilla a la mejor dirección
artística para un film en blanco y negro.
Sin premio se quedó, por
ejemplo, Miklós Rózsa, el autor de la banda sonora. Joseph Mankiewicz no
fue, en esa ocasión, ni siquiera considerado para mejor director.
Cinco meses antes de su muerte, el cinco de febrero de 1993, el ya
anciano realizador visitó el Festival de San Sebastián.
Allí dio su
certero diagnóstico sobre el futuro del cine. “Yo me retiré por dos
razones”, dijo. “El cine ya no me quería y yo tampoco le quería. Era
consciente de que nos estábamos aproximando a lo que hoy es este
negocio: películas de Stallone o Schwarzenegger, guerras
intergalácticas, efectos especiales...
Yo no quería ni sabía hacer ese
tipo de películas porque todo en ellas son trucos de cámara”.
Y Mankiewicz solo sabía un truco: escribir un buen guión o poner en
boca de sus actores frases precisas e inmortales.
“El honorable Bruto os
ha dicho que César era ambicioso. Si lo fue, era la suya una falta
grave y gravemente ha pagado su ambición”
Y viendo una vez más Julio Cesar nos preguntamos: ¿realmente hace falta algo más?