Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 jun 2013

Dudar, pensar, tal vez vivir


Un momento del flime 'Hanna Arendt'.

Solo una persona tan segura de sí misma es capaz de dudar como lo hizo Hannah Arendt. La duda lleva al pensamiento y este, a las conclusiones, por muy polémicas que puedan llegar a ser. Adolf Eichmann, en cambio, incapaz de pensar y solo de obrar, un mediocre que nunca dudó, seguramente debido a su inseguridad, llegó a cometer actos terribles. Arendt, filósofa y politóloga judía, y Eichmann, responsable directo de la solución final de los judíos desde su cargo en la logística de los transportes hacia los campos de concentración durante la II Guerra Mundial, quedaron unidos para siempre por el extraordinario ensayo Eichmann en Jerusalén, escrito por la primera durante el juicio en Israel del segundo, en el año 1961. Un periodo al que ahora se acerca la interesantísima Hannah Arendt, película de la veterana Margarethe Von Trotta que aborda todas las esquinas de la polémica.

HANNAH ARENDT

Dirección: Margarethe Von Trotta.
Intérpretes: Barbara Sukowa, Axel Milberg, Janet McTeer, Klaus Pohl, Julia Jentsch.
Género: drama. Alemania, 2012.
Duración: 113 minutos.
“Para los judíos, el papel que desempeñaron sus dirigentes en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en Europa”, escribió Arendt en el ensayo.
 La colaboración con los verdugos, he ahí la bomba que dinamitó el trabajo de Hannah y, como consecuencia, también su vida
. Una existencia ya marcada por su amor juvenil con el hombre que la enseñó a pensar, Martin Heidegger, mito de la filosofía caído del púlpito tras su adhesión al Partido Nazi, relación que también aborda la película a través de flashbacks
. Son las contradicciones del ser humano, de la vida, así de perra, así de cruel. Von Trotta, lejos de la hagiografía, también se hace eco de las acusaciones de ciertos círculos judíos contra la teoría, y coloca reiteradamente a su criatura en una posición que usa como imagen clave de la película, y que incluso le sirve como plano final: Hannah recostada en un sofá, dormitando, cigarro perpetuo entre los dedos, cenicero a un lado. ¿Qué muestra? Alguien que piensa, alguien que duda.
“Donde todos son culpables, nadie lo es.
Las confesiones de una culpa colectiva son la mejor salvaguardia contra el descubrimiento de los culpables”, escribió en Sobre la violencia.
En estos tiempos de cerrazón, de palabras vanas, de corrección política y de reiteración de esquemas faltos de personalidad, experimentar en el cine las vivencias de alguien como ella es un agradecido volcán de sabiduría.
Se podría decir que Hannah Arendt es la película ideal para cualquier estudiante de Filosofía, de Derecho, de Ciencias Políticas, de Sociología, de Periodismo. ¿Solo estudiantes?
 No, también para los profesionales que aún tengan la capacidad de dudar, cada vez menos, de hacerse preguntas
. Pensar, no como Eichmann, para intentar llegar a certezas.

Hanna Arendt

Hannah Arendt, filósofa, pensadora y periodista, judía y exiliada en los Estados Unidos, es enviada a Jerusalén por The New Yorker a cubrir el jucio del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, quien es juzgado y condenado a muerte
. Durante cuatro años, Hannah trabaja, marcada por la controversia, escribiendo un libro titulado “Informe sobre la banalización del mal”, el cual provoca inmediatamente un escándalo internacional.

Hilda Stern, Cohen

La poesía y la prosa recogida de Hilda Stern, Cohen se han publicado en el original alemán
. Una publicación en idioma Inglés se publicará en septiembre de 2008 por Dryad
Pulse debajo de las palabras del título que arda dentro de mí: la fe, valores de supervivencia.
Más información en: www.DryadPress.com
Genagelt ist meine Zunge: poesía y prosa por un superviviente del Holocausto
En 1997, tras la muerte de su esposa de casi 50 años, el Dr. Werner Cohen descubrió una serie de cuadernos destrozados en la parte inferior de un cajón de su casa en Baltimore, Maryland.
  Los cuadernos contenían alrededor de 150 poemas y una serie de textos en prosa en alemán que su esposa, Hilda popa Cohen, nunca había compartido con él. Página a página, se transcriben los cuadernos, el descubrimiento de un escritor de talento y la obtención de nuevos conocimientos sobre la experiencia de su esposa como un niño en Alemania y como una mujer joven en el gueto de Lodz y Auschwitz.
Buscando una manera de traer el trabajo de Hilda popa Cohen a la atención del público, Werner Cohen, él nació en Essen, Alemania , se acercaron al Centro Cultural Goethe-Institut/German en Washington, DC, que rápidamente reconoció la extraordinaria calidad literaria de la obra , así como su importancia histórica. Luego vino un contacto con el Centro de Investigación de Literatura del Holocausto en la Universidad de Giessen , cerca de la pequeña localidad de Nieder-Ohmen, hoy una parte de la población de Mücke en el estado alemán de Hesse , donde Hilda Stern, nació en 1924. Gracias a este conjunto de circunstancias, los textos, que las ventanas abiertas en una lucha de la mujer joven judío alemán de curar las heridas causadas por los nazis, ya han sido publicados.
En 1945, Hilda popa llegó como refugiado en la Alta Austria, donde esperó a emigrar a los Estados Unidos. El 21-años de edad, mujer judía alemana había perdido a sus padres y abuelos, pero sobrevivió el gueto de Lodz y Auschwitz.  
Durante los meses que Hilda esperamos en el Lakeside Resort ciudades de Gmunden y Kammer-Schörfling, Austria por su visa para Estados Unidos, que escribió poemas y pensamientos en lo cuadernos que pudo encontrar: las cosas que había escrito anteriormente, así como los nuevos poemas que expresan sus sentimientos acerca de la vida en el ni-aquí-ni-no de las instalaciones de las personas desplazadas.  
Una vez en los EE.UU., Hilda siguió escribiendo, pero luego dio en gran medida hasta que, junto con su alemán nativo, como parte de su adaptación a una nueva vida.
El título del libro está tomado de un poema en el que Hilda Stern, Cohen se lamenta amargamente de cómo su propio sentido del yo está ligada a una lengua y una cultura que trató de destruirla.  
La publicación trae un autor recién descubierto a la atención del público, enriquece la tradición literaria alemana, y mejora el diálogo judío-alemán.

Katharine Hepburn, la actriz eterna

Cuando se cumplen 10 años del fallecimiento de la actriz, recordamos la carrera cinematográfica de una de las intérpretes más indomables de Hollywood.

Un retrato de la actriz, fumando sobre un sillón orejero. / alfred eisenstaedt (getty)

A Katherine Hepburn (1907, Connecticut) se la conoce porque ganó cuatro Oscar, por su (lóngevo) romance con Spencer Tracy y por ese aspecto de atleta capaz de destacar en cualquier papel, sin importar su ascendencia o su aspecto.
Hepburn no era sólo un camaleón o una intérprete de talento descomunal sino una actriz excepcional, empeñada en vivir contra Hollywood.
Ya desde sus inicios, pateándose las tablas de Broadway, se empeñó en aparecer sin maquillaje, hablar sin filtro y vestir como si el glamour le importara un pito.
 Posiblemente ese aspecto rebelde, potenciado por un cuerpo de rasgos masculinos (herencia de una infancia marcada por la muerte de su hermano) y su alergia por la prensa, fue lo que la llevó a ganarse las enemistades de algunos de los estudios más poderosos de la meca del cine a los que llevaba por el camino de la amargura.
Negando una y otra vez su estatus de estrella se llevó su primer Oscar, Gloria de un día
. Luego (por el mismo atajo impracticable que habría hecho despeñarse a cualquier actriz que lo hubiera intentado) se hizo con tres estatuillas más, apeándose de la fama cuando le daba la gana para volver a Broadway.
Hepburn era la hiperactriz, una criatura con cuerpo de palo, aparentemente frágil, que se merendaba a sus partenaires artísticos sin necesidad de cubiertos.
Más alargada que alta, la Gran Kate (como solían llamarla) protagonizó obras maestras como La fiera de mi niña, Historias de Filadelfia, La costilla de Adán o La reina de África y eclipsó a monstruos como Cary Grant, Humphrey Bogart o Elizabeth Taylor.
 Su reino, como el de aquel otro Mesías, no era de este mundo y su clase, huelga decirlo, tampoco.
Ninguna actriz supo llevar los pantalones como ella, ni lucir la picardía o el sex-appeal con tal indiferencia que al final uno acababa planteándose si aquello formaba parte de una persona distinta, que convivía con aquella actriz para el que los hombres eran poco menos que compañeros de género.
 Esa extraña alquimia que punteaba sus actuaciones la convirtió en un icono a perpetuidad y el referente de docenas de aspirantes al trono hollywoodiense.
De sus años dorados (de 1938 a 1957) se recuerda su voluntad de hacer lo que le apeteciera, sin ceder jamás a otra cosa que no fuera su propio deseo.
 Pocas actrices en la historia del cine pueden presumir de haber cabreado a tantos sin miedo a las consecuencias
. Posiblemente por eso, por esa personalidad sin tapujos, la Hepburn sigue siendo hoy en día una de esas mujeres que son más grandes que su propia leyenda: una actriz que tenía ángulos en lugar de curvas y cuya carrera se construyó a base de pico y pala.
 Una actriz irrepetible.