Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

19 may 2013

Joyce Brothers, pionera de la psicología televisiva Ha Fallecido

Joyce Brothers, psicóloga televisiva.

Joyce Brothers, pionera de los espacios de asesoramiento psicológico en los medios de comunicación, falleció el pasado lunes a los 85 años en su casa de Fort Lee (Nueva Jersey).
Brothers, con más de seis décadas de carrera a sus espaldas, llamó la atención de la audiencia estadounidense por primera vez como concursante del programa “64.000 dólares por pregunta”, en 1955. Ganó el premio más alto con un tema, el boxeo, que en principio podría considerarse ajenoa esta profesional de apacible carácter.
Gracias a esta victoria, la NBC la contrató en 1958 para realizar un programa en el que ejercía como psicóloga y contestaba las preguntas del público sobre relaciones personales y temas emocionales.
 “No doy consejos, solo le digo a la gente: esto es lo que sabemos”, comentó en más de una ocasión.
Pero es difícil tomarse como constataciones científicas algunas de las frases de Brothers:
“El éxito es un estado mental. Si quieres triunfar, empieza a pensar que el éxito está en ti”; “El matrimonio no es solo una unión espiritual y pasional; el matrimonio es compromiso, son tres comidas al día, es compartir las labores del hogar y, por supuesto, hacer turnos para sacar la basura.”
En más de una ocasión, sus consejos no gustaron a sus colegas, incluso, algunos miembros de la Asociación de Psiquiatría Americana llegaron a pedir que fuera expulsada de la asociación, ya que opinaban que su manera de aconsejar no era apropiada para un profesional. A pesar de estas quejas, en 1986 la práctica de la psicología en los medios de comunicación acabó convirtiéndose en especialidad en EE UU.
Nacida el 27 de octubre de 1927 como Joyce Diane Bauer en Brooklyn (Nueva York), Brothers comenzó a practicar la psicología en 1958, cinco años después de obtener el doctorado por la Universidad de Columbia. Cambió su nombre al casarse con Milton Brothers en 1949.
Tras participar en el concurso que le hizo poner un pie en la fama, empezó a intervenir en tertulias y en 1970 consiguió una columna propia en la revista Good Housekeeping. Con el paso del tiempo, su artículo semanal llegó a estar sindicado en más de 300 periódicos.
La popular psicóloga tuvo diversos programas de televisión de difusión nacional como The Dr. Joyce Brothers Show, Ask Dr. Brothers, Consult Dr. y BrothersLiving Easy With Dr. Joyce Brothers.
 Hizo cameos en series de gran éxito, como Los Simpson, Frasier y Vacaciones en el mar, y participó en una docena de películas en las que se interpretaba a sí misma. Además, escribió libros de autoayuda y fue una presencia frecuente en programas de radio.

“Somos lo que dejamos en los otros. Lo que recuerdan de uno”........Entrevista a Angela Mastreta

La escritora mexicana publica en España su último libro 'La emoción de las cosas', en el que narra la historia de sus padres.

 

La escritora Ángeles Mastretta durante la entrevista. / Pep Companys

“Mi papá vivió en Italia 20 años, de lo cuales habló como 20 minutos a lo largo de los 20 años que vivió con nosotros”, cuenta la escritora Ángeles Mastretta. “En cambio, yo de mi mamá sabía todo. 'Pero ¿cuándo te empieza a interesar la historia de tus papás?”, se pregunta Mastretta (Puebla, México, 1949). “Drásticamente, cuando se mueren”, afirma la autora, “cuando mi papá se murió nos preguntamos ¿y este señor quién era?
 Porque nosotros estábamos creciendo, enamorándonos, todo menos pensando quién había sido este señor antes de encontrarse con mi mamá. Entonces dije, quiero hacer una novela imaginando quién era ese muchacho que se fue a los 14 años a Italia”.Que recursi es Mastreta, siempre habla de una forma pija pero que ya no va con sus años, y como todo buen sudaca debe dejar claro  lo ricos que fueron o son.

 Son las reflexiones de la escritora que publica su último libro en España, La emoción de las cosas(Seix Barral), y que dará una charla el 22 de mayo en Casa de América de Madrid.
 Mastretta, autora de obras como Arráncame la vida y Mal de amores, intentó novelar la historia de sus padres
. No pudo. Le fue imposible encontrar la voz para contar desde un lugar que no fuera ella misma sobre las personalidades de los protagonistas —su padre, contagiado de melancolía y muerto antes de cumplir 50 años; su madre, que comenzó el bachillerato pasados los 60 años y que se graduó de la carrera a los 70—. El resultado es un libro sobre esas pequeñas historias de grandeza y esos pasajes ignotos que tiene toda familia cuando mira hacia atrás.
Un texto sobre el pasado ajeno a cualquier nostalgia facilona
. Una colección de relatos que no necesitó ser novela para narrar la vida de muertos, para capturar la profundidad de un atardecer, el sabor del recuerdo de las tareas escolares pero, sobre todo, un libro en el que, según cuenta, ha logrado que mucha gente se sienta “contada y acompañada”.
Pregunta. Hay pasajes que dan ganas de tenerlos a mano, por desgracia, para cuando ocurra un mal momento, la muerte de un amigo, por ejemplo.
Respuesta. No lo hago para volverme la voz de otros, pero pasa, eso es conmovedor.
P. Es una reivindicación de esos pequeños mundos que hacen presentable a la gente.
R. ¡Claro! Entre más chica es la historia, más cerca está de todo el mundo.
 En alguno de los textos digo que todo el mundo tuvo un río en su infancia y unos hermanos que jugaban con un tren, eso es universal. Yo iba a un colegio de niñas, ricas, regulares y no ricas, todas nos vestíamos igual, teníamos los cuadernos iguales, entonces no se notaba. Y sin embargo, cada quien se tenía que ganar su derecho a ser distinto
.Pero lo suyo era mejor, era rica, es rica, y no, sus novelas son pasteles de merengue.
P. ¿Era mejor o peor ahora?
R. No sé si era mejor o peor. Me da terror volverme como esa gente que cree que lo de antes era mejor, me gusta evocar, me divierte, pero de ninguna manera para decir que era mejor. Imagínate, tuve mi primera crisis de epilepsia a los 16 años, y si eso me hubiera ocurrido en esta época, primero no se hubieran afligido mis papás como entonces y la manera como se controla es mejor; por eso, cómo voy a bendecir el pasado si el presente es mucho más noble conmigo.Y la crisis los pobres eso ya es otra cosa.

P. Me temo que los lectores se van a contagiar de la pasión por la melancolía que menciona sobre su padre.
R. En muy poco tiempo este libro me a traído gente que no sé por qué pero se sintió contada y acompañada. De repente dije: 'Dios mío ¿habré escrito un libro de autoayuda?'.Pues si, los escritores sudacas escriben como autoayudarse y andan forrados...
 No sabía si celebrarlo o afligirme, porque sí, es un libro que acompaña, las tristezas sin duda, y bueno en parte porque mi papá era un hombre acompañado por la melancolía.
Somos lo que dejamos en los otros.
 Lo que recuerden mis hijos y mis amigos de mí es lo que va a haber.
 Y lo que hay de mis papás es lo que yo recuerdo y lo que recuerdan mis hermanos y lo que recuerda mi hija que está haciendo una película sobre mi mamá, por eso me parece tan importante recuperarlos.
Me sentía con el deber de contar a estos personajes que habían sido mis papás, o que pasaban por mi infancia, y mis abuelos, pero los tenía que reinventar, los tenía que rehacer y entonces andaba a tientas por el pasado que conocía y desconocía a la vez.
Hasta que lo junté todo y pensé:
 Qué maravilla, ya no tengo que hacer esa novela, voy a ver cuál otra hago'
. Es mi absolución, quedo disculpada de hacer una novela que cuente una historia de la que sé tan poco, porque no me atrevo a imaginármela, a lo mejor un día voy a inventar un muchacho mexicano que se fue a Italia, pero no va a ser mi papá.

A vueltas con lo mismo,

No es que la película no se parezca a la novela, sino que la destroza dolorosamente.

Un fotograma de la película 'El gran Gatsby', adaptada de la novela de Francis Scott Fitzgerald.
Un hombre contempla el anochecer en el borde del embarcadero, sobre la inmensidad oscurecida, tratando de apresar con el juego ambarino de su mano derecha un fuego verde diminuto, parpadeante, al otro lado de las aguas. Ha medido el tamaño de su sueño, ha elegido creer que es posible cambiar el pasado y ser protagonista de lo que nunca ocurrió, pero que podrá ser.
 Ese hombre es Jay Gatsby, que ha vuelto de una biografía secuestrada al derrumbe vital, con esa sombra esquiva asociada a su nombre que es la espuma acuosa de un misterio: me aseguran que es un espía alemán, que ha sacado toda su fortuna del contrabando, dicen que mató a un hombre.
 Y lo hizo, porque se asesinó a conciencia; pero no en la Gran Guerra, sino en la construcción de un personaje que guardara, en el fondo dorado de sus ricos ropajes, lo mejor de sí mismo.
Baz Luhrmann, director de esta adaptación, aduce que la crítica no comprenderá su filme
Jay Gatsby era su autor, el norteamericano Francis Scott Fitzgerald, príncipe radiante, hermoso y fragilísimo, de una Edad del Jazz crepuscular, porque anunció el derrumbe con su exceso encendido.
 Fitzgerald fue el cronista de los años 20, pero también su ángel caído, con conciencia total del personaje que asiste a su propio desmoronamiento y lo puede contar.
 Pero antes, mucho antes de que Charles Scribner rechazaran su primera novela, con su título provisional El ególatra romántico, había sido el joven y guapo teniente Jay Gatsby y había pedido en matrimonio a Zelda Sayre, que le había rechazado por la muy sureña razón de “no tener dinero suficiente para mantener a una esposa”.
 Al igual que Gatsby, Scott, que nunca llegaría a las trincheras, porque el armisticio se declaró cuando estaba a punto de embarcarse para Europa, se fraguó una biografía lo bastante sólida como para poder hacerse digno de su aspiración: se empleó en una agencia de publicidad neoyorquina y trabajó hasta la extenuación en la reescritura de su novela, que pasaría a llamarse A este lado del paraíso y se convertiría, tras su publicación, en el mayor éxito de críticas y ventas del momento, convirtiendo a su autor en portavoz de toda una generación que sentía, leyendo la novela, que sus personajes hablaban no exactamente como ellos, sino como les gustaría hacerlo, con el latido fúlgido del jazz en las pérgolas, la cristalería y el champán en su red de palabras.
Sin embargo, no sería en A este lado del paraíso —ambientada en la vida universitaria en Princeton— donde Scott Fitzgerald narraría ese viaje interior, su empeño íntimo por convertirse en la mejor versión ritual de sí mismo, para poder aspirar al amor y cambiar el pasado, sino en El gran Gatsby, donde el héroe decide imponer su deseo a la realidad, ahogándola en derroche, fastuosidad y misterio, para dejar de ser un oscuro teniente sin porvenir y lograr convertirse, cinco años después, en Gatsby, el magnate que ofrece fiestas desenfrenadas en su lujosa mansión en Long Island, erigida no por casualidad enfrente de la casa de Daisy Buchanan, donde un faro esmeralda atraviesa la marea expectante hasta alcanzar, en su vuelo nocturno, los ojos azules del protagonista.
Baz Luhrmann, director de esta adaptación, aduce que la crítica no comprenderá su película como tampoco en la época entendió la novela, atribuyéndose las mismas dotes de talento, sobriedad, elegancia y sensibilidad de Fitzgerald: una complacencia que ya es significativa de lo que encontrará el espectador. Un director no puede estar más enamorado de sí mismo que de sus personajes.
 No es que no se parezca a la novela —aunque el alucinado cineasta presuma de “adaptación definitiva”—, sino que la destroza, dolorosamente, entre el almíbar estético y la cursilería, la composición de video-clip o el imposible hip-hop, mezcla genialoide que sólo lleva al tedio colosal. Veo la infantil y circense El gran Gatsby y me pregunto por qué los papeles de hombres parecen interpretados por muchachos: con un director tan creativo, lo raro es que Tobey Macguire, que caracteriza a Nick Carraway, el mejor amigo de Gatsby, no se convierta en Peter Parker y comience a trepar por un rascacielos a ritmo de fox-trot.
Francis Scott Fitzgerald seguirá siendo siempre un gran escritor: sobrevivió a su éxito y posterior caída, al crack del 29, al alcoholismo, a su matrimonio desgraciado, y sobrevivirá, también, a esta desgracia perpetrada por Baz Luhrmann.
 Por el precio de la entrada, uno puede comprarse la novela.
 Después de padecer durante 143 interminables minutos, me he ido a mi bar favorito, he pedido un dry martini y he bebido para olvidar.
Joaquín Pérez Azaústre es escritor.

 

La ‘Perfección absoluta’ vale 20 millones

La compañía de diamantes Harry Winston adquiere la valiosa pieza en una subasta exclusiva de Christie's en Ginebra

El diamante llamado Perfección Absoluta, de 101,73 quilates, que ha sido vendido por 20,7 millones de euros en Christie's. / EFE

Un diamante bautizado como Perfección absoluta, de 101,73 quilates, ha sido vendido por 26,7 millones de dólares (20 millones de euros) en la última jornada de las subastas de primavera de la firma Christie's en Ginebra.
Esta se convirtió en la primera gran compra de la compañía de diamantes Harry Winston, desde que fue adquirida por el Grupo suizo Swatch en un operación que alcanzó el millar de dólares.
Minutos después de cerrada la transacción, la firma anunció que este diamante será conocido a partir de ahora como Winston Legacy (Legado de Winston) en honor a su fundador.
Clasificado por el Instituto Americano de Gemología como un diamante del mejor color -'D'-, incomparable transparencia, forma perfectamente simétrica y sin defectos, este diamante incoloro ha sido el más importante por su talla y características de pureza en ser presentado a una subasta.
Esta fue la primera vez que este diamante, de forma de pera, salía al mercado.
Su origen estuvo en Botsuana, donde fue encontrado como una piedra bruta de 236 quilates, tras lo cual fue sometido a un procedimiento de tallado que requirió 21 meses de trabajo.
El valor alcanzado por este diamante superó todos los récords previos de diamantes similares, incluido el conocido como Archiduque Joseph -por quien fuera su primer propietario oficial, el archiduque José Augusto de Austria-, que fue vendido el pasado noviembre por 21,4 millones de dólares también por Christie's en esta misma ciudad.
Otro diamante espectacular incoloro fue el Estrella de la Estación, vendido en 1995 por 16,5 millones de dólares, mientras que por el diamante Chloe se obtuvo 16,1 millones de dólares.
En la misma subasta se vendieron hoy tres joyas pertenecientes a Don Marco Alfonso Torlonia, Príncipe di Civitella Cesi, hijo de la Infanta Beatriz de Borbón y Battenberg y de Alessandro Torlonia, quinto Príncipe Civitella-Cesi.
Un brazalete de diamantes estilo Art Deco de Bulgari, que perteneció a la Infanta Beatriz, quien lo recibió como regalo de parte de su esposo, fue vendido por 143.000 dólares (110.000 euros), un precio que no incluye impuestos ni comisiones.
Un broche de zafiros y diamantes, que data del siglo XIX, y que también perteneció a Beatriz de Borbón fue vendido por 102.200 dólares (79.090 euros).
Don Marco Alfonso Torlonia puso igualmente a la venta unos hermosos pendientes de diamantes que por varios minutos concitaron la atención de la sala y que partieron por 245.000 dólares (189.000 euros).
Una esmeralda excepcional de origen colombiano y 23,28 quilates, engastada en un anillo, partió por 1,58 millones de dólares (1,22 millones de euros), un importe en el que no están considerados los gastos extras que debe afrontar el comprador.
Un collar de raras perlas naturales, esmeraldas y diamantes fue muy peleado por varios interesados, entre quienes finalmente hubo uno dispuesto a pagar prácticamente cinco veces más de su precio estimado: 5,69 millones de dólares (7,3 millones de euros).