Este hombre grandullón, de patillas puntiagudas, un aro en la oreja y
perilla coqueta es el bisnieto de Melchor Rodríguez, el anarquista que
salvó la vida a miles de personas, la mayoría fascistas, durante la
Guerra Civil
. De él ha heredado “el poco pelo, pero que no se cae” y la pasión por el anarquismo.
Rubén Buren, madrileño de 38 años, habla y habla sobre la Guerra Civil —que conoce al dedillo— desde el salón de su casa, un humilde bajo en Marqués de Vadillo (Madrid).
“En mi familia somos muy dignos, pero pobres como ratas”, dice con un guiño Buren, que también ha heredado de su bisabuelo la alegría de vivir.
A pesar de su gesta, la figura de Melchor Rodríguez —al que apodaron para disgusto de este ateo El Ángel Rojo— no es muy conocida y apenas ha sido reivindicada. “Nombrar a Melchor supone hablar de la represión republicana”, dice Buren.
“La izquierda no quiere a Melchor porque le resulta un personaje incómodo. Y la derecha lo utiliza para resaltar la represión republicana, cuando ellos eran auténticos aniquiladores”.
Su bisnieto pone a Miles Davis y prosigue su relato:
“De pequeño, yo sabía que en mi familia teníamos a un héroe que había salvado muchas vidas, pero del que no podíamos hablar en público. A mi abuela, Amapola, a la que su padre llamó así por la flor más bella y silvestre, no le gustaba contar. Y mi bisabuela, Paca, solo quería olvidar la guerra. Años más tarde, siendo adolescente, y a pesar de que mi familia era atea, me apunté a Confirmación porque me gustaban dos chicas.
Un día discutí con el formador y me echó por anarquista. Llegué a casa y se lo conté a mi padre, y me di cuenta de que sí, de que yo era anarquista.
A partir de ahí le decía a mi abuela: ‘Amapola, soy anarquista’. Y ella: ‘¡Eres un burgués!’.
Y yo volvía: ‘Amapola, ¡soy anarquista!’. Y ella: ‘¡Burgués!”.
Melchor Rodríguez nació en Triana (Sevilla) en 1893, hijo de una empleada de una fábrica de tabaco y de un maquinista del puerto.
Cuando tenía 10 años, su padre murió en un accidente laboral, y con dos hermanos pequeños tuvo que ponerse a trabajar.
Fue calderero, ebanista y, por pasión, torero.
“Pero somos muy cabezones, y un día, en Madrid, un toro le enganchó.
Él tiró el capote y se lio a darle bofetones al toro. Bestia contra bestia, tituló un periódico”, dice Buren. “Luego, tras ingresar en la CNT, renegará de los toros, entiende que es un pasatiempo burgués”.
En 1920, durante una huelga del sindicato de la madera y carroceros, del que era secretario, lo detienen y acaba en prisión, cuyos suelos pisaría a partir de entonces en múltiples ocasiones. Huye a Madrid y conoce a una bailaora, Paca Muñoz. “Se casaron como anarquistas. Yo te quiero, ¿tú me quieres? Pues ya estamos casados”, dice Buren.
Cuando estalló la guerra, Melchor era ya un anarquista humanista convencido del grupo de los Libertos. Recoge a decenas de personas mal fusiladas de las cunetas —“a un fascista lo salvó haciéndose una transfusión para entregarle su sangre”—, rescata a detenidos en las checas republicanas y refugia en su vivienda, el ocupado palacio de Viana, a cientos de fascistas, religiosos y también, aunque menos, a comunistas.
Hasta 30 personas llegó a tener alojadas.
Melchor, que conoce bien las cárceles de todos los regímenes, se ofrece para dirigir sin cobrar las madrileñas.
El anarquista García Oliver, ministro de Justicia, se niega, pero más tarde se lo acaba pidiendo. Entre noviembre de 1936 y febrero de 1937 es nombrado delegado especial de Prisiones.
“Restituye a los funcionarios, que habían sido sustituidos por milicianos, y prohíbe que los prisioneros salgan por la noche, terminando con las sacas y los fusilamientos en Paracuellos, una idea soviética aplicada por Carrillo, al que considera el auténtico enemigo, el enemigo interno, que es casi peor que el otro”, dice su bisnieto. “Lleva la moral hasta un punto… ¿Quién discute con un tío así?”, se pregunta.
“Los comunistas y muchos anarquistas lo odian. Pero Melchor cree que el hombre vale más que sus ideas. ‘Al enemigo en el frente, pero en la retaguardia no’, creía.
O más a las claras: ‘Tú eres un hijo de puta y yo no quiero ser como tú, por eso te dejo con vida”.
El 6 de diciembre de 1936, tras un mortífero bombardeo de los fascistas, miles de personas desesperadas acuden a la cárcel de Alcalá con intención de matar a los presos, 1.532 personas, entre ellos el militar Agustín Muñoz Grandes, los falangistas Raimundo Fernández-Cuesta y Rafael Fernández-Cuesta, los cuatro hermanos Luca de Tena, Serrano Súñer (cuñado de Franco), Martín Artajo, el portero Ricardo Zamora o el locutor Bobby Deglané. “Melchor se sube a un camión y se pone a hablar de esa manera tan curtida, con mucho carácter, y logra convencerles de que los dejen vivir”, dice Buren. Según escribe Alfonso Domingo, su biógrafo: “Lo suyo es la palabra, el verbo crudo de explotado, el grito de los parias de la tierra, pero eso sí, florido”.
En el salón hay varios cuadros fantasiosos del propio Buren, que es artista
. “Me encanta la vida, es muy divertida. Intento ser feliz, que es lo más anarquista que hay. La anarquía no es un fin, es un norte a seguir. Y, por supuesto, no voto. Desde Alfonso XII no ha habido casi cambios”.
Ha sido cantautor en el grupo Cantad, Cantad, Malditos; luego pasó al dúo Desakordes y más recientemente ha formado una banda de jazz y coplas.
“Con la crisis dejé de vender cuadros y la empresa con la que organizaba los conciertos quebró, así que me he puesto a escribir”. Redactó la obra de teatro La entrega de Madrid, sobre un momento de la vida de su bisabuelo, y ganó en 2010 la Mención Especial del Premio Lope de Vega.
Tras fallecer Amapola, hace un año, montó la obra con actores jóvenes, que ha estado este mes de abril en cartel (hoy por última tarde) en la madrileña Sala Mirador.
Tras la guerra, Melchor pasó cinco años en el penal de Santa María (Cádiz). “Perdió los dientes, pero al menos logró una cama”, cuenta su bisnieto.
Cuando sale de la cárcel, vuelve a la CNT, ilegalizada.
“Los fascistas le ofrecen montar el sindicato vertical, pero, por supuesto, se niega.
Y va malviviendo vendiendo seguros.
Se dedica sobre todo a salvar a republicanos, muchos de ellos encarcelados y en muy malas condiciones. En el 72 muere de muerte natural, dos años antes de que yo naciera”.
Entonces había rehecho su vida con la viuda de un compañero de sus años de torero, porque tras la guerra Paca lo dejó, “no pudo aguantar su dedicación a la política.
Lo enterraron envuelto en la bandera anarquista, el único en toda la guerra.
Y en su entierro cantaron A las barricadas y se rezó un Padrenuestro”.
La obra de teatro de su bisnieto termina con uno de los momentos más amargos y en cierto modo heroicos de su bisabuelo. En 1939 es el último regidor de Madrid y entrega la ciudad a los ganadores, al reportero fascista Caballero Audaz. Pone todo su amor a la vida en su discurso de perdedor:
“Pueblo de Madrid: honesto y sufrido, leal y valeroso, se acercan momentos muy difíciles que pondrán a prueba nuestra entereza y nuestro corazón, hecho ya a los sinsabores y vaivenes de una guerra que dura ya demasiado tiempo y que está a punto de acabar. (…) En unos minutos voy a hacer entrega de esta heroica ciudad a los que han sido nuestros enemigos.
Ya se ha sufrido mucho en esta ciudad mártir, que pasará a la historia habiendo dado una muestra inaudita de sacrificio. Madrileños, ¡hagamos frente a la adversidad con juicio! ¡Vivamos y recuperémonos de la guerra!… Vivamos, vivamos…”.
. De él ha heredado “el poco pelo, pero que no se cae” y la pasión por el anarquismo.
Rubén Buren, madrileño de 38 años, habla y habla sobre la Guerra Civil —que conoce al dedillo— desde el salón de su casa, un humilde bajo en Marqués de Vadillo (Madrid).
“En mi familia somos muy dignos, pero pobres como ratas”, dice con un guiño Buren, que también ha heredado de su bisabuelo la alegría de vivir.
A pesar de su gesta, la figura de Melchor Rodríguez —al que apodaron para disgusto de este ateo El Ángel Rojo— no es muy conocida y apenas ha sido reivindicada. “Nombrar a Melchor supone hablar de la represión republicana”, dice Buren.
“La izquierda no quiere a Melchor porque le resulta un personaje incómodo. Y la derecha lo utiliza para resaltar la represión republicana, cuando ellos eran auténticos aniquiladores”.
Su bisnieto pone a Miles Davis y prosigue su relato:
“De pequeño, yo sabía que en mi familia teníamos a un héroe que había salvado muchas vidas, pero del que no podíamos hablar en público. A mi abuela, Amapola, a la que su padre llamó así por la flor más bella y silvestre, no le gustaba contar. Y mi bisabuela, Paca, solo quería olvidar la guerra. Años más tarde, siendo adolescente, y a pesar de que mi familia era atea, me apunté a Confirmación porque me gustaban dos chicas.
Un día discutí con el formador y me echó por anarquista. Llegué a casa y se lo conté a mi padre, y me di cuenta de que sí, de que yo era anarquista.
A partir de ahí le decía a mi abuela: ‘Amapola, soy anarquista’. Y ella: ‘¡Eres un burgués!’.
Y yo volvía: ‘Amapola, ¡soy anarquista!’. Y ella: ‘¡Burgués!”.
Melchor Rodríguez nació en Triana (Sevilla) en 1893, hijo de una empleada de una fábrica de tabaco y de un maquinista del puerto.
Cuando tenía 10 años, su padre murió en un accidente laboral, y con dos hermanos pequeños tuvo que ponerse a trabajar.
Fue calderero, ebanista y, por pasión, torero.
“Pero somos muy cabezones, y un día, en Madrid, un toro le enganchó.
Él tiró el capote y se lio a darle bofetones al toro. Bestia contra bestia, tituló un periódico”, dice Buren. “Luego, tras ingresar en la CNT, renegará de los toros, entiende que es un pasatiempo burgués”.
En 1920, durante una huelga del sindicato de la madera y carroceros, del que era secretario, lo detienen y acaba en prisión, cuyos suelos pisaría a partir de entonces en múltiples ocasiones. Huye a Madrid y conoce a una bailaora, Paca Muñoz. “Se casaron como anarquistas. Yo te quiero, ¿tú me quieres? Pues ya estamos casados”, dice Buren.
Cuando estalló la guerra, Melchor era ya un anarquista humanista convencido del grupo de los Libertos. Recoge a decenas de personas mal fusiladas de las cunetas —“a un fascista lo salvó haciéndose una transfusión para entregarle su sangre”—, rescata a detenidos en las checas republicanas y refugia en su vivienda, el ocupado palacio de Viana, a cientos de fascistas, religiosos y también, aunque menos, a comunistas.
Hasta 30 personas llegó a tener alojadas.
Melchor, que conoce bien las cárceles de todos los regímenes, se ofrece para dirigir sin cobrar las madrileñas.
El anarquista García Oliver, ministro de Justicia, se niega, pero más tarde se lo acaba pidiendo. Entre noviembre de 1936 y febrero de 1937 es nombrado delegado especial de Prisiones.
“Restituye a los funcionarios, que habían sido sustituidos por milicianos, y prohíbe que los prisioneros salgan por la noche, terminando con las sacas y los fusilamientos en Paracuellos, una idea soviética aplicada por Carrillo, al que considera el auténtico enemigo, el enemigo interno, que es casi peor que el otro”, dice su bisnieto. “Lleva la moral hasta un punto… ¿Quién discute con un tío así?”, se pregunta.
“Los comunistas y muchos anarquistas lo odian. Pero Melchor cree que el hombre vale más que sus ideas. ‘Al enemigo en el frente, pero en la retaguardia no’, creía.
O más a las claras: ‘Tú eres un hijo de puta y yo no quiero ser como tú, por eso te dejo con vida”.
El 6 de diciembre de 1936, tras un mortífero bombardeo de los fascistas, miles de personas desesperadas acuden a la cárcel de Alcalá con intención de matar a los presos, 1.532 personas, entre ellos el militar Agustín Muñoz Grandes, los falangistas Raimundo Fernández-Cuesta y Rafael Fernández-Cuesta, los cuatro hermanos Luca de Tena, Serrano Súñer (cuñado de Franco), Martín Artajo, el portero Ricardo Zamora o el locutor Bobby Deglané. “Melchor se sube a un camión y se pone a hablar de esa manera tan curtida, con mucho carácter, y logra convencerles de que los dejen vivir”, dice Buren. Según escribe Alfonso Domingo, su biógrafo: “Lo suyo es la palabra, el verbo crudo de explotado, el grito de los parias de la tierra, pero eso sí, florido”.
En el salón hay varios cuadros fantasiosos del propio Buren, que es artista
. “Me encanta la vida, es muy divertida. Intento ser feliz, que es lo más anarquista que hay. La anarquía no es un fin, es un norte a seguir. Y, por supuesto, no voto. Desde Alfonso XII no ha habido casi cambios”.
Ha sido cantautor en el grupo Cantad, Cantad, Malditos; luego pasó al dúo Desakordes y más recientemente ha formado una banda de jazz y coplas.
“Con la crisis dejé de vender cuadros y la empresa con la que organizaba los conciertos quebró, así que me he puesto a escribir”. Redactó la obra de teatro La entrega de Madrid, sobre un momento de la vida de su bisabuelo, y ganó en 2010 la Mención Especial del Premio Lope de Vega.
Tras fallecer Amapola, hace un año, montó la obra con actores jóvenes, que ha estado este mes de abril en cartel (hoy por última tarde) en la madrileña Sala Mirador.
Tras la guerra, Melchor pasó cinco años en el penal de Santa María (Cádiz). “Perdió los dientes, pero al menos logró una cama”, cuenta su bisnieto.
Cuando sale de la cárcel, vuelve a la CNT, ilegalizada.
“Los fascistas le ofrecen montar el sindicato vertical, pero, por supuesto, se niega.
Y va malviviendo vendiendo seguros.
Se dedica sobre todo a salvar a republicanos, muchos de ellos encarcelados y en muy malas condiciones. En el 72 muere de muerte natural, dos años antes de que yo naciera”.
Entonces había rehecho su vida con la viuda de un compañero de sus años de torero, porque tras la guerra Paca lo dejó, “no pudo aguantar su dedicación a la política.
Lo enterraron envuelto en la bandera anarquista, el único en toda la guerra.
Y en su entierro cantaron A las barricadas y se rezó un Padrenuestro”.
La obra de teatro de su bisnieto termina con uno de los momentos más amargos y en cierto modo heroicos de su bisabuelo. En 1939 es el último regidor de Madrid y entrega la ciudad a los ganadores, al reportero fascista Caballero Audaz. Pone todo su amor a la vida en su discurso de perdedor:
“Pueblo de Madrid: honesto y sufrido, leal y valeroso, se acercan momentos muy difíciles que pondrán a prueba nuestra entereza y nuestro corazón, hecho ya a los sinsabores y vaivenes de una guerra que dura ya demasiado tiempo y que está a punto de acabar. (…) En unos minutos voy a hacer entrega de esta heroica ciudad a los que han sido nuestros enemigos.
Ya se ha sufrido mucho en esta ciudad mártir, que pasará a la historia habiendo dado una muestra inaudita de sacrificio. Madrileños, ¡hagamos frente a la adversidad con juicio! ¡Vivamos y recuperémonos de la guerra!… Vivamos, vivamos…”.