'Los idus de marzo' inaugura el próximo domingo, por 2,95 euros, la nueva colección de EL PAÍS.
La democracia la crearon los griegos, pero la política, ah, la
política es de romanos.
Al menos, los pactos, las intrigas, los mensajeros con secretos, los cargos, con sus cónsules, procónsules, emperadores, dictadores, senadores, gobernadores…
Cuando el eco de aquel aparato se diluía en el tiempo, llego Shakespeare, escribió Julio César, avisó sobre los terribles idus de marzo y nada volvió a ser igual.
George Clooney no es solo uno de los grandes actores del siglo XXI y uno de los cineastas más listos de la actualidad, sino que tras su espectacular percha se esconde un hombre comprometido con diversas luchas sociales, como el drama humanitario de Darfur (Sudán).
Lo mamó en casa: su padre, Nick Clooney, empezó como periodista, se convirtió en un conocido presentador de televisión y en 2004 se presentó en las elecciones a congresista por Kentucky. Perdió, por lo que volvió al periodismo y dirigió un documental junto a su hijo en Darfur.
Así que a George un proyecto como Los idus de marzo no le sonaba raro.
En realidad, la obra de teatro parecía destinada a alguien con su visión.
En mejores manos, imposible.
Clooney entendió desde el principio que Los idus de marzo es un thriller, y que por tanto la política es sencillamente el fondo.
Claro que hay mensaje, pero no puede atrancar la trama. Tampoco deja que una estrella como él mismo robe la función. Clooney dirige, coescribe y actúa, pero su personaje, un gobernador con aspiraciones presidenciales, aún siendo motor de la trama no es el protagonista.
Ese es Stephen, un joven idealista que cree aún en ciertos valores, y al que encarna con firmeza Ryan Gosling. La corrupción, el adulterio, las jugadas ajedrecísticas entre rivales, todo ese fructífero —para el cine— enredo queda para un soberbio equipo de secundarios: Evan Rachel Wood, Paul Giamatti, Philip Seymour Hoffman, Marisa Tomei, Jeffrey Wright y Jennifer Ehle, que acudieron corriendo al son de Clooney. Los idus de marzo es un disfrute para el cinéfilo, que sabrá vislumbrar las referencias al cine político de los años setenta, y para el neófito, que cada vez encuentra menos buenas historias en el cine de Hollywood.
En los Oscar, muy injustamente, solo consiguió una candidatura al mejor guion adaptado.
Pero Los idus de marzo, es, con todo merecimiento, el inicio de una colección nueva de cine de EL PAÍS, que empieza con este filme el próximo domingo 5 de mayo y que seguirá en entregas dominicales las semanas siguientes al precio de 2,95 euros.
Ahí el lector podrá encontrar grandes clásicos modernos como El escritor, de Roman Polanski; La cinta blanca, de Michael Haneke, o Enemigos públicos, de Michael Mann. Películas a las que les une una apuesta por el espectador inteligente, por el formato clásico, por las buenas historias y los grandes actores. En definitiva, por el cine del disfrute.
Al menos, los pactos, las intrigas, los mensajeros con secretos, los cargos, con sus cónsules, procónsules, emperadores, dictadores, senadores, gobernadores…
Cuando el eco de aquel aparato se diluía en el tiempo, llego Shakespeare, escribió Julio César, avisó sobre los terribles idus de marzo y nada volvió a ser igual.
George Clooney no es solo uno de los grandes actores del siglo XXI y uno de los cineastas más listos de la actualidad, sino que tras su espectacular percha se esconde un hombre comprometido con diversas luchas sociales, como el drama humanitario de Darfur (Sudán).
Lo mamó en casa: su padre, Nick Clooney, empezó como periodista, se convirtió en un conocido presentador de televisión y en 2004 se presentó en las elecciones a congresista por Kentucky. Perdió, por lo que volvió al periodismo y dirigió un documental junto a su hijo en Darfur.
Así que a George un proyecto como Los idus de marzo no le sonaba raro.
En realidad, la obra de teatro parecía destinada a alguien con su visión.
En mejores manos, imposible.
Clooney entendió desde el principio que Los idus de marzo es un thriller, y que por tanto la política es sencillamente el fondo.
Claro que hay mensaje, pero no puede atrancar la trama. Tampoco deja que una estrella como él mismo robe la función. Clooney dirige, coescribe y actúa, pero su personaje, un gobernador con aspiraciones presidenciales, aún siendo motor de la trama no es el protagonista.
Ese es Stephen, un joven idealista que cree aún en ciertos valores, y al que encarna con firmeza Ryan Gosling. La corrupción, el adulterio, las jugadas ajedrecísticas entre rivales, todo ese fructífero —para el cine— enredo queda para un soberbio equipo de secundarios: Evan Rachel Wood, Paul Giamatti, Philip Seymour Hoffman, Marisa Tomei, Jeffrey Wright y Jennifer Ehle, que acudieron corriendo al son de Clooney. Los idus de marzo es un disfrute para el cinéfilo, que sabrá vislumbrar las referencias al cine político de los años setenta, y para el neófito, que cada vez encuentra menos buenas historias en el cine de Hollywood.
En los Oscar, muy injustamente, solo consiguió una candidatura al mejor guion adaptado.
Pero Los idus de marzo, es, con todo merecimiento, el inicio de una colección nueva de cine de EL PAÍS, que empieza con este filme el próximo domingo 5 de mayo y que seguirá en entregas dominicales las semanas siguientes al precio de 2,95 euros.
Ahí el lector podrá encontrar grandes clásicos modernos como El escritor, de Roman Polanski; La cinta blanca, de Michael Haneke, o Enemigos públicos, de Michael Mann. Películas a las que les une una apuesta por el espectador inteligente, por el formato clásico, por las buenas historias y los grandes actores. En definitiva, por el cine del disfrute.
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