Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 abr 2013

Galaxia Inditex

De un taller creado hace medio siglo a un emporio con 120.00 empleados. Con la marca Zara a la cabeza, la compañía que ha hecho de Amancio Ortega el tercer hombre más rico del mundo, se expande con su fórmula imbatible: dar al cliente lo que quiere.

El equipo de diseño formado por Socorro, Loreto, María y María Jesús, y la modelo Tere (de izquierda a derecha). / CATERINA BARJAU

"Como Hawai, pero tropical”
–“¿Y la flor japonesa?”.
Las cuatro mujeres no hablan de botánica, sino de moda. Sobre la mesa tienen telas, bocetos y un estadillo de ventas.
 Mejor flores grandecitas, pero sin pasarse
. En cinco semanas –dos para fabricar el tejido y tres para confeccionar las prendas–, este algodón con motivos que evocan margaritas dará forma a miles de modelos repartidos en las tiendas de 86 países.
 Esto es Zara, la madre de la moda rápida, el corazón de un gigante llamado Inditex.
El centro de ese corazón, hasta ahora vedado a la prensa, es el departamento de diseño en la localidad coruñesa de Arteixo, donde se asienta el cuartel general del grupo. Una inmensa nave con 300 almas –sobre todo jóvenes, de 30 nacionalidades–, ordenadores, percheros que delimitan las zonas de trabajo, rollos de tela y máquinas para coser prototipos. En el centro, la espina dorsal: la línea de mesas donde se hace el seguimiento diario de las ventas en los cinco continentes; las encargadas de todas las tiendas reportan detalladamente cada jornada. La información es clave para cumplir el mantra de la empresa: lo que se vende es lo que gusta, luego hay que hacer lo que gusta para que se venda… pero sin repetir lo anterior. Esta especie de silogismo rige el imperio del tercer hombre más rico del mundo según Forbes y Bloomberg, Amancio Ortega, el creador de la mayor cadena mundial de moda a partir de un taller de batas nacido hace 50 años. Su fórmula combina modelo certero y rápido, logística impecable y gusto global. La misma chaqueta en Toledo y en Shanghái.
Diseñadores y comerciales de 30 países trabajan juntos para acertar con el gusto del cliente
En una esquina, las cuatro trabajadoras tienen claro el estampado. Tocan los distintos tejidos –seda, viscosa, algodón; unos son más versátiles que otros– y echan un vistazo a la media docena de folios con bocetos a lápiz. Esbozos de chaquetas, pantalones, blusas… Hechuras y tejidos deben casar en armonía. A eso también contribuye Tere, la maniquí, que camina con el prototipo de un conjunto de seda –se cose uno antes de dar el visto bueno–. La duda ahora está en si el pantalón combina mejor con chaqueta o túnica, pero también hay que ver la caída de la prenda. Las patronistas, María José y Socorro, siempre piensan en la comodidad, en una pinza aquí o allá. “Opinamos todas. Somos clientas de nuestro propio negocio. Es importante que te guste la prenda, aunque no siempre te la pondrías tú”, afirma Loreto, diseñadora. Ninguna facilita sus apellidos. Esto es trabajo en equipo y sin egos, el sello de una casa que esgrime discreción y humildad. “Buscamos el consenso”, añade María, la comercial, que está al tanto de las ventas –al día o acumuladas, de cualquier modelo y tienda–. Si no se logra el acuerdo, decide quien maneja los números.
Para acertar con lo que gustará al cliente –sobre todo clienta–, la creación parte de la experiencia: las ventas, las demandas del público que reportan las tiendas, los fracasos cuando los hay. Pero debe ir de la mano de la intuición para lograr algo nuevo, a veces similar. Hay que hacer una apuesta por los colores –¿la gama de los que triunfan en tienda o innovar?–, decidir entre lisos o estampados –¿grandes, pequeños, geométricos?–, elegir las hechuras.
 El objetivo es seguir la tendencia, esa línea a menudo vaporosa y de duración incierta que separa lo que es moda de lo que no lo es. Intervienen el gusto propio y ajeno, los tonos dominantes en una gala televisada, lo que lleva la gente por la calle y, por supuesto, Internet. 
“El mundo está en un ordenador. Haces una ensalada con todo y ves puntos en común”, explica Loreto. Esa confluencia es una especie de eureka: por ahí va la tendencia.
“La moda rápida es la reacción a lo que sucede en la calle, a la gala de los Oscar, al último artículo de Vogue”, explica el profesor José Luis Nueno, autor de una investigación sobre el modelo Zara para la Universidad de Harvard –Inditex es un caso de estudio en muchas escuelas de negocios–. 
Para él, en la base de la ensalada están “los desfiles de las grandes casas de moda, las indumentarias televisivas y la calle”. ¿La inspiración tiene parte de copia? “No se llama copiar, se llama orientación moda y lo hace todo el mundo”, señala este profesor de la escuela de negocios IESE.
Los talleres externos como este de Arteixo deben cumplir un código ético. A veces lo sortean, como se descubrió hace poco en un incendio en Bangladesh. / CATERINA BARJAU
Loreto y María siguen la tendencia, pero también contribuyen a ella. Para el cliente, la moda es en gran medida lo que encuentra de nuevo en las tiendas. En las suyas –6.009 en 86 países–, Inditex ofrece 27.000 diseños al año –18.000 de Zara–. Se reproducen en una cantidad ingente de artículos: el mundo tiene 960 millones de prendas de la galaxia Ortega y algo más de 7.000 millones de habitantes, a tenor de los datos del año pasado. “Cuando algo gusta, triunfa en todas partes”, sentencia María. Si no gusta, hay flexibilidad para paliar el error. La producción se puede modular y el tinte permite afinar con el color. Ventajas del sistema de producción vertical, que controla todos los pasos.
“El cliente quiere hoy lo que vio ayer. Le mueve ir a la última a buen precio. Hay muy poco riesgo en la adquisición, porque el desembolso no es muy elevado”, analiza Nueno
. E Inditex se lo pone en tres semanas en el escaparate gracias a un complejo engranaje. La velocidad también es clave para el comprador: si la prenda agrada, mejor adquirirla sobre la marcha, porque no se repite hasta la saturación. La novedad –llegan modelos distintos dos veces por semana– es el mejor gancho para visitar con frecuencia unas tiendas que se cuidan con mimo y se ensayan con antelación en Arteixo. Aquí nada queda al azar, ni siquiera la música ambiental de los establecimientos. Ya están en pruebas los escaparates del próximo otoño, con negros y dorados.
El enorme ejército de la aguja templa sus armas. El tejido se analiza en laboratorio para comprobar que cumple la normativa. Del diseño a los patrones. En las fábricas –Inditex tiene 10 en este polígono industrial– se cortan las piezas de la moda rápida, la seña de identidad de la compañía. Cuellos, delanteros, espaldas, mangas… 
Un gigantesco puzle etiquetado parte rumbo a una maraña de empresas de confección cercanas. Las ocho marcas de la galaxia Inditex –Pull & Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius, Oysho, Uterqüe, Zara Home y la propia Zara, que incluye Kiddy’s Class y Lefties– funcionan con autonomía y disponen de una red de 1.490 talleres en 60 países. En ellos se dan las puntadas.
Las prendas más actuales se realizan en “proximidad”, que para Inditex significa España –sobre todo Galicia–, Portugal, Marruecos y Turquía. Concentran en torno al 51% de la producción, según la compañía. El resto se confecciona en países más lejanos, sobre todo asiáticos, con mano de obra más barata, como China, Camboya, India y Bangladesh. Los plazos son mayores.
La proximidad es hoy el mismo Arteixo, el concejo de 30.700 habitantes junto a A Coruña cuna del imperio textil. Allí, entre la carretera y un huerto donde campan las gallinas, Matilde Matas, exempleada de Inditex, y Juan Campos, exvendedor de maquinaria, han creado uno del centenar de talleres gallegos que trabajan para el grupo.
 Esta mañana toca hacer camisas a cuadros de Pull & Bear, 3.000 al día en un trabajo en cadena. Taylorismo en estado puro, decenas de mujeres afanadas sobre las máquinas: una da el pespunte exterior; otra cose puños; otra, botones; otra, ojales. “Es la forma de tener productividad”, explica Campos. Aunque la música alivie, la confección “es un trabajo duro”. No le faltan candidatos, ni en España, ni en los países donde se hace la moda más lenta, como las camisetas y buena parte de las prendas básicas del fondo de armario.
El mundo tiene 960 millones de prendas de Inditex y algo más de 7.000 millones de habitantes
Cerca o lejos, todos los talleres que trabajan para Inditex han de cumplir un código de conducta que obliga a ofrecer un trato justo y digno y condiciones de trabajo y salario correctas. Pero a veces dan disgustos. El último, el incendio en una factoría de Bangladesh donde fallecieron siete personas el pasado enero. En Arteixo destacan que un proveedor local había subcontratado ese taller sin el preceptivo permiso previo de Inditex. Han roto con los dos.
 “Hemos compensado económicamente a los heridos, a las familias de los fallecidos y a los trabajadores que perdieron el empleo”, explica Félix Poza, directivo de responsabilidad social corporativa (RSC).
Cualquier escándalo puede ser tan global como la moda y muy dañino. La compañía ha reforzado la política de responsabilidad desde 2007. Ha suscrito acuerdos de alcance mundial, con los sindicatos por ejemplo, y aumentado las inspecciones por sorpresa. Cuando se detectan incumplimientos, se ofrece un plazo para corregirlos y se evalúan después. El control es el punto que critican los sindicatos españoles, en general satisfechos con las condiciones en las fábricas propias y algo menos con las de las tiendas –más de 1.900 en España–, sobre todo por el empleo a tiempo parcial que permite flexibilidad a la compañía.
 “Cuando se produce una denuncia, reaccionan bien, pero falla la prevención”, asegura Paula Alves, delegada de UGT. “La empresa no logra impedir que los subcontratistas incumplan el código ético”, añade Carmen Expósito, de la Federación de Industria Textil de CC OO. Más radical se muestra la Confederación Intersindical Galega (CIG). “El código de conducta es un lavado de imagen sin efectos prácticos”, afirma su responsable de textil, Dores Martínez.
“Las empresas se mueven con las denuncias, no con la prevención, pero al menos Inditex es de las que se mueven”, concede el activista Albert Sales. Trabaja en la campaña Ropa Limpia –presente en 14 países, en España a través de las ONG que forman Setem–, que denuncia la precariedad laboral en “la industria global de la confección”, marcada “por la difícil planificación y la necesidad de cumplir plazos”. “Inditex es la empresa líder del mundo. Fuerza a otras a posicionarse sobre la RSC y a tener algunos compromisos, pero el tiempo demuestra que son ineficaces”, sostiene.
 El problema de fondo es “estructural”, consecuencia de un modelo de producción que entraña “presiones muy fuertes sobre los productores”. “En la moda rápida, los riesgos del negocio se transfieren a los trabajadores y se convierten en riesgos sociales para ellos”, zanja Sales. “Ya hemos pasado de reactivos a proactivos”, defienden en el equipo de RSC de Inditex. “Somos exigentes, pero no somos de exprimir. Nos creemos la obligación de ser decentes”, añaden un escalón más arriba. “Los derechos humanos y laborales son indisociables”.
Varios trabajadores eligen las fotos de modelos que se incluirán en la página de la venta por Internet. / CATERINA BARJAU
Las factorías externas son vitales, pero también la tecnología –el primer ordenador se compró en 1976– y la logística. La novedad llega por tierra, aire o mar, y siempre acaba en un camión rumbo a las enormes plataformas logísticas. Todo lo de Zara pasa por la de Arteixo para acabar en las 1.925 zaras del mundo.
Los modelos de mayor prestancia, como las chaquetas, hacen escala previa en la fábrica. Ahora está inundada de americanas fucsia –este verano mandan los colores fuertes–
. Se planchan una a una, en cadena, con máquinas informatizadas: unas operarias, las mangas; otras, los delanteros. Suena Cuerpo triste, de Estopa, pero nadie se queja.
 Una docena de empleadas dejan listas 4.000 chaquetas al día.
 Y alguna, como Isabel Naya, elige de paso su compra. “Antes llamaba a una amiga que trabaja en una tienda para que me avisara cuando llegara, pero con Internet ya no hace falta”, dice sonriente.
La venta online es la nueva joya de la corona del imperio Ortega, aunque la compañía se resiste a dar datos. Despegó con cierto retraso,a partir de 2010, y ya está implantada en 23 países, China incluida. Amén de facilitar una gran información que complementa la de las tiendas –“se puede medir hasta la duda”, dicen–, es otro canal de ventas y realimenta al clásico. El cliente suele recoger el encargo en el establecimiento y siempre puede adquirir algo más.
Para quien va de compras por la pantalla, se mima el escaparate electrónico. En la web se presentan primero los modelos con los que posa, “sin pensar en nada”, la maniquí Amanda Moreno en el estudio. Luego se potencian con las combinaciones que conforman el catálogo.
 El público puede enviar sugerencias. Aquí no se da puntada sin hilo. Por aprovechar, hasta se reutilizan media docena de veces las cajas de cartón antes de reciclarlas. La factura eléctrica se atenúa con las placas solares y el molino eólico del cuartel general. La sostenibilidad ambiental empezó con otro criterio muy en el ADN de la casa: el ahorro.
Las prendas de moda rápida se confeccionan en cadena en España, Portugal, Marruecos y turquía
Las chaquetas fucsia avanzan por raíles hasta la plataforma logística.
 Los ordenadores rigen el sistema, ideado a partir del transporte de maletas, la clasificación postal y los códigos de barras. Así se organizan los envíos a cada Zara dos veces por semana. “Pasa un par de días desde que una tienda en Japón nos hace el pedido hasta que lo recibe”, concreta el portavoz de Inditex, Jesús Echevarría.
Ese comercio nipón será como cualquier otro de la cadena: minimalista y glamuroso, ambiente relajado. La tienda, palabra que se pronuncia con devoción en Arteixo, es el principal escaparate de una firma que apenas gasta en publicidad. Un ahorro importante. “Cada cliente debe tener su propia imagen de Zara, ser su juez sin la influencia de los anuncios”, defiende Echevarría. Y si el cliente es una celebridad que viste la marca –detalle que suele trascender–, ¿qué mejor promoción?
Homogéneas, pero también hay zaras en ubicaciones singulares y, cada vez más, en sitios de lujo, Quinta Avenida incluida. Entre marzo de 2011 y junio de 2012, Inditex ha destinado 960 millones de euros a comprar tres locales emblemáticos –tiendas bandera que posicionan la marca– en otras tantas millas de oro de Nueva York , Milán y Londres. Pero aseguran que no viran hacia el inmobiliario. “No es nuestro negocio. Generalmente alquilamos porque el coste y el riesgo son menores”. Pero tampoco iban a dejar pasar oportunidades de inversión como esas, y había caja bastante. Aquí no se desaprovecha nada.
La tesorería no falta. Inditex ha abierto el ejercicio con 4.097 millones disponibles. Año tras año, bate récords. En el último ejercicio (de febrero de 2012 al 31 de enero pasado) sus ventas se han encaramado un 16%, hasta los 15.946 millones de euros –dos tercios corresponden a Zara–. Equivalen a más del 1,5% del PIB español. El beneficio neto supuso 2.361 millones, un 22% más. Es la empresa española con mayor valor en Bolsa.
En la fábrica se planchan miles de chaquetas. Suena la canción ‘Cuerpo triste’, pero nadie se queja
El negocio nacido de la intuición de Ortega crece ajeno a los agujeros de la crisis: este año prevé abrir al menos 440 tiendas más, especialmente en Asia –“una pieza clave para la expansión”, definen–, América y en países europeos como Rusia. En España no. Ahora no toca: aquí la facturación cayó el año pasado un 5%, la mayor bajada de su historia. La compañía la justifica por el “ligero” descenso de las ventas y la absorción del aumento del IVA. Aunque suministra “el 12% de la ropa que se compra”, según el profesor Nueno, la caída “dramática” del gasto ciudadano se deja notar. Ahí inscribe el experto la remodelación de algunas zaras en el sello Lefties. “No son una estrategia contra la crisis. Los lefties nacieron hace 20 años”, defienden en Inditex. Solo existen en España y Portugal –los países donde los precios de Zara son más bajos–, y han aumentado su papel inicial: dar salida al stock sobrante, el santo grial del textil. Los lefties, unos 80, disponen de colección propia y compiten en la gama baja. La necesidad se ha vuelto a hacer virtud, como el reciclaje de las perchas en alarmas electrónicas.
Con la fórmula de ofrecer al cliente lo que quiere comprar y hacerlo deprisa, la compañía ha crecido hasta ser un emporio. Inditex tiene 120.000 empleados, en torno al 80% mujeres –40.000 en España–. Y eso 38 años después de abrir en un esquinazo de la calle coruñesa de Juan Flórez su primera tienda Zara, que luce como nueva y tiene dos generaciones de clientas. Difícil evocar un pasado de batas cuando ha devenido en un presente de casi mil millones de objetos al año entre ropa de mujer, niño, hombre, adolescentes, hogar, calzado, complementos, perfumes. Una marca también para cada tipo de consumidor. “Inditex avanza como una legión romana en la que los militares están enganchados entre sí y caminan al mismo paso
. Ha poblado los centros de las ciudades de marcas propias competidoras que buscan posesionarse de los consumidores de precio mediano, pero también ofrece productos premium”, analiza Josep Francesc Valls, profesor de dirección de mercadotecnia en la escuela de negocios Esade. “No es lo mismo en todos los países. En algunos es de lujo”, añade este experto, que considera “un pionero del low cost” al empresario de un pueblo de León que empezó a trabajar siendo niño.
Amancio ortega juega un papel muy inspirador y siempre está disponible para una consulta”
Amancio Ortega, de 77 años, que nunca ha dado una entrevista, sigue dejándose ver por Arteixo, aseguran en este cuartel general donde las corbatas son una rareza. No es la única huella de un hombre con fama de humilde y padre de un modelo de producción vertical que controla todos los eslabones del producto. En 2011, el creador de Inditex, propietario del 59,6% del capital –lo que le ha reportado 813 millones de euros por el último ejercicio–, dio un paso atrás. Nombró presidente a Pablo Isla, el capitán que ha virado hacia Asia y pasa casi la mitad del tiempo de viaje en el avión de la compañía. “Ortega juega un papel muy inspirador y siempre está disponible para una consulta”, dicen. 
Su hija pequeña, Marta, de baja por maternidad, trabaja de comercial en Zara. Es heredera, pero propiedad y gestión están deslindadas.
Lo que no conoce lindes es el futuro. “Nos queda un recorrido inmenso. Tenemos un potencial enorme de crecimiento. Nuestra presencia es global, pero en el 90% de los mercados estamos empezando”, aseguran en la empresa. “Inditex tiene un modelo excelente y todavía puede crecer mucho”, afirma el profesor Nueno. Y añade: “Tendría que ocurrir algo terrible para que fracasara, un Armagedón”. 
Pero si el Apocalipsis llega, quizá vista de Zara.

 

Obsesionados por las obsesiones de Stanley Kubrick


Las gemelas de 'El resplandor', en un fotograma de la película.

Todo empezó como comienza todo últimamente: en Internet y las redes sociales.
 El productor Tim Kirk le envió a su amigo y director Rodney Ascher, a través de Facebook, un enlace a un artículo con una “dramática interpretación” de El resplandor, la obra maestra de terror de Stanley Kubrick. “Hablaba del espacio exterior, el Apolo 11, la Guerra Fría… y a partir de ella empecé a buscar más”, explica Ascher sobre su documental, Room 237, en el que él y Kirk comparten algunas de las diferentes y, casi siempre, disparatadas teorías que encontraron por la Red sobre el largometraje de Kubrick.
Recién estrenado en Estados Unidos (después de pasar por Sundance, Cannes, Toronto y Sitges), el título Room 237 hace referencia a la habitación a la que tiene prohibido entrar Danny, cuyo número Kubrick no eligió por casualidad, dice Jay Weidner, uno de los teóricos: era el número del estudio en el que el director rodó la presunta llegada del hombre a la Luna, a la que desde la Tierra hay 237.000 millas.
 Que Kubrick supuestamente se descubriera así como quien engañó al mundo con el aterrizaje del Apolo 11 es quizá la reflexión más loca y divertida de las que Room 237 va desvelando como un thriller en sí mismo a través de las voces en off de sus autores superpuestas a secuencias de El resplandor.
“Es genial que no se vean nuestras caras”, dice Bill Blakemore, corresponsal de la cadena ABC y uno de los entrevistados en el documental, que cree que Kubrick llenó la película de referencias al genocidio de los indios americanos. “Después de la presentación, olvidas quién está hablando, quién dice qué”. Junto a Blakemore, Geoffrey Cocks, profesor de la universidad de Albion (Michigan) y autor de The wolf at the door: Stanley Kubrick, history and the Holocaust, cuenta que Kubrick llenó su película de pistas sobre el Holocausto; Julie Kearns, dramaturga, habla de ventanas imposibles, minotauros… “Ascher nos ha dado a las cinco voces la misma credibilidad y respeto y lo que ha conseguido es invitar a todo el mundo a ver de nuevo El resplandor, y pensar qué puede encontrar en ella”.
El misterio se ha multiplicado gracias a Internet; Kubrick nunca quiso explicar su filme
No se trataba de hacer la tesis definitiva sobre la adaptación de la novela de Stephen King. Ascher no pretendía demostrar esas teorías, ni siquiera le pide al espectador que las acepte.
 Quizá por eso las muestra con ironía, llegando a la carcajada. “Room 237 es una historia sobre qué ocurre cuando una película tan enigmática como El resplandor deja de ser del director y queda en manos de la audiencia.
Cómo cada uno se enfrenta a ella y tiene que unir todas las piezas con las herramientas de que disponga”. Esa es la razón, dice, por la que no buscaron la aprobación ni la opinión de alguien cercano a Stanley Kubrick o al rodaje de El resplandor.
Dejar al espectador pensar era una de las obsesiones de Kubrick.
 Por eso, tras una semana en cartel, cortó la secuencia final en la que Wendy Torrance (Shelley Duvall) decía que el cuerpo de Jack (Jack Nicholson) nunca sería encontrado.
Por eso se negó siempre a explicar más de la cuenta cualquiera de sus películas, pero en especial esta, la más perturbadora, la que hizo para resarcirse de la mala taquilla e incomprensión que recibió Barry Lyndon, y que, curiosamente, obtuvo peores críticas en su estreno en 1980.
El resplandor, como demuestra Room 237, ha resultado al final ser su película más estudiada y la que ha obsesionado a más gente. “En cada pase de nuestro filme, preguntamos cuántas veces han visto la de Kubrick, y siempre hay varios que rozan las 100”, cuenta Rodney Ascher. Tanto él como Tim Kirk reconocen haberla visto entre 15 y 20 veces. “Y cada vez que lo hago, no paro de hablar de ella. No sé qué tiene”.
La obsesión de una película sobre la obsesión hecha por un obseso del detalle. Kubrick estaría más que satisfecho con que el misterio se multiplique por Internet. Probablemente disfrutaría viendo su película hacia delante y hacia atrás simultáneamente, superpuesta, como la proyectó en un cine de Williamsburg John Fell Ryan, otro de los entrevistados del documental.
 “La mayoría de sus fans sentimos esta conexión con su sensibilidad, sus puntos de vista, su sentido del humor”, dice Ascher.
“Y yo la siento también. Tengo la fantasía de que a Kubrick le gustaría Room 237”.

Manual de moribundos............................Rosa Montero

Desde su experiencia y sin florituras literarias, Iona Heath defiende con lucidez la naturalidad de la muerte.

 

Maxine Peters agoniza, en compañía de familiares y amigos, en su casa de Gladesville en Virginia. / Ed Kashi / Corbis

 Es un librito mínimo, apenas 126 páginas de un pequeño volumen de bolsillo con mucho espacio blanco alrededor del texto, y además una veintena de esas páginas son de notas.
Pero he tardado varios días en acabarlo, porque cada pocos párrafos tenía que pararme a digerir.
No es un libro fácil de leer.
Hace falta haber vivido mucho, haber visto mucho (es decir, muchas muertes) para llegar a una sabiduría tan desnuda
Y no lo es no sólo por la densidad del pensamiento, sino también por los ecos reverberantes que suscitan sus líneas, por el miedo y la pena y la maravilla, por los recuerdos y por las verdades esenciales que una siente que roza con la punta de los dedos mientras lee este ensayo.
Es un texto que trata de la muerte.
 Es decir, de la vida. Lo expresa muy bien su autora en uno de esos pensamientos formidables que te hacen cerrar el volumen y rumiarlos un rato:
 “Morir es parte de la vida, no de la muerte; hay que vivir la muerte”. Es una frase que define a la perfección lo que es este libro: esa sencillez, esa sustancialidad, ese peso categórico de unas ideas que parecen estar talladas en piedra.
Hace falta haber vivido mucho, haber visto mucho (es decir, muchas muertes, puesto que ese es el tema de este ensayo) para llegar a una sabiduría tan desnuda.
 El texto de Iona Heath (de la doctora Iona Heath, como se encarga de poner, significativamente, en la portada del libro) carece por completo de florituras literarias.
 Yo diría incluso que carece ferozmente de ellas, como si la autora se hubiera empeñado en limpiar los párrafos de todo adorno superfluo, en dejar sus palabras reducidas al puro hueso, un esqueleto blanco; o como si el afán estético, en un tema como este, tuviera algo de sucio, algo de indigno, y supusiera una traición a sus muertos, o sea, a los pacientes que ella vio agonizar.
Porque Iona, ya está dicho, es, sobre todo, una doctora.
 Es inglesa y en su biografía no viene su fecha de nacimiento, fastidiosa y tópica omisión que me irrita bastante y que parecería demostrar que, pese a su indudable lucidez, a su madurez existencial y su hondura humana,
 Heath padece tontas coqueterías y problemas con el paso del tiempo como todo el mundo
. Sí dicen que empezó a trabajar en la medicina generalista en 1975, así que debe de tener sesenta y pocos años. Este libro, Ayudar a morir, es el compendio de todo lo que ha aprendido en casi cuatro décadas de frecuentar la frontera de la Oscuridad.
 “Escribo para encontrar mi camino”, dice Iona, y con estas palabras empieza su texto. Interesante arranque: su camino a través del enigma de la agonía de los otros, porque morir siempre es difícil y monumental y complejo. Y su camino hacia su propia finitud.
 Porque de lo único de lo que podemos estar seguros en esta vida es de que todos llegaremos antes o después a eso.
Fue Alejandro Gándara, que actualmente está escribiendo un ensayo sobre la muerte que estoy deseando leer, quien me recomendó este libro.
 Se lo agradezco: es una obra que te deja la sensación de haber aprendido algo de verdad necesario. “¿Por qué son tan pocos los pacientes que tienen lo que se calificaría como una buena muerte?”, se pregunta espeluznantemente Iona Heath; y lo de espeluznante viene a cuento porque ella, claro, sabe de qué habla.
 Es una especialista que conoce lo difícil que es ese tránsito final.
 Esa parte de la muerte, que es la agonía, es la que tenemos que vivir; y cada día no sólo pensamos menos en ella, sino que además la negamos y ocultamos.
Y así, la muerte se ha convertido en una suerte de anomalía.
 O como dice Heath: “Hablamos constantemente de muertes evitables, como si la muerte pudiera prevenirse en lugar de posponerse”.
 La gente fallece en los hospitales, rodeados de máquinas y de profesionales sanitarios que no les conocen y que les tratan más como una cosa o un caso (un enfermo terminal) que como la persona que son.
Sin ser en modo alguno un libro religioso, tiene algo que roza lo sagrado, el respeto al misterio de morir, la pureza del dolor
“La negación contemporánea de la muerte impone agobios adicionales tanto a médicos como a pacientes”, dice la autora.
 Y explica que un estudio realizado en un hospital de casos críticos en Estados Unidos, reveló que el 55% de los enfermos con demencia senil murieron con los tubos de alimentación forzada aún puestos.
Heath menciona unas palabras formidables de B. Keizer: “Uno de los encuentros más desafortunados de la medicina moderna es el de un anciano débil e indefenso, que se acerca al final de su vida, con un médico joven y dinámico que comienza su carrera”.
 Y añade otra cita aún más demoledora de C. Ricks: “En Estados Unidos hoy es casi imposible morir con dignidad a menos que se trate de una persona pobre”.
Heath usa muchas citas, pero enhebradas con el propio texto, depuradas, hechas carne, ese tipo de citas recogidas a lo largo de toda una vida que terminan convirtiéndose en puntos cardinales de la existencia. Con sus propias palabras y con las de otros,
 Iona Heath intenta acercarse a lo que puede ser una buena muerte.
 En tu casa, con tus seres queridos.
Construyendo una narración de la propia vida.
 Incluso quizá con algún dolor, aventura Heath, si el paciente sabe que puede controlarlo si lo desea con sólo pedir más analgesia:
“Por lo que parece, todas las cosas contra las que luchamos, el dolor, la enfermedad y el envejecimiento, son, en cierto modo, las cosas que hacen posible la muerte”.
El estilo austero y epitafial de Heath termina adquiriendo cierto aroma litúrgico.
 Sin ser en modo alguno un libro religioso, tiene algo que roza lo sagrado, el respeto al misterio de morir, la pureza del dolor.
 Y el anhelo de la serenidad final y la aceptación
. “A medida que se envejece se van sufriendo más pérdidas, sobre todo de seres queridos, y cuando la gente perdió a muchas personas que le resultaban importantes se le hace más fácil morir.
La muerte de los otros abrió el camino, y en ese sentido los muertos ayudan a los vivos a morir
. Tal vez cuando los muertos superen a los vivos estos puedan acompañar a aquellos, y tal vez sea por eso que a los jóvenes les cuesta tanto morir”.
Un libro seco, revelador y distinto.
Ayudar a morir. Iona Heath. Editorial Katz. Madrid, 2008. Traducción de Joaquín Ibarburu. 126 páginas. 13 euros.

6 abr 2013

Barbara, Alemania 2012

Barbara, Alemania 2012

No mirar hacia la ventana, seguro que estás observando qué hago. Sí, están ahí. Siempre están ahí. 
No llegar ni un segundo antes a trabajar, así tendrán menos tiempo para espiarme.
 No mostrar ni un sentimiento, ni una única sensación, ni una mirada directa, ni un suspiro de desesperación, nada que pueda servirles para conocerme mejor, para saber qué pienso o que les permita adivinar la repugnancia que siento sólo por el hecho de su presencia.
 No mirarles a los ojos, huir de ellos como de una fiera dispuesta a atacar en cualquier momento. Acostumbrarse a mirar atrás, suelen actuar por la espalda
. Sí, están ahí. Siempre están ahí.
Desterrada de Berlín al último rincón de una Alemania del Este en sus peores momentos: un hospital de campaña alejado de todos y de todo. Un lugar fascinante para controlar el más mínimo movimiento de una población, víctima y verdugo al mismo tiempo, en la que para sobrevivir es necesario convertirse en un eslabón más de una cadena de delación sin fin.
 Una nueva filosofía tatuada en carne viva sobre la piel de la sospecha: delato luego existo.
Mi trabajo me gusta porque constituye la única forma de expresión que me han permitido conservar. Buscar un remedio a las enfermedades, luchar contar los cuerpos extraños que se han introducido en las personas y conseguir expulsarlos, representa para mí una forma subliminal de ganarles la batalla. Ellos son un virus que ha contagiado todo el país, yo soy la barrera y la única posibilidad de regenerar los cuerpos que ellos desprecian. Un ser humano enfermo no les resulta útil para espiar.
Y el médico jefe del hospital me intriga. Demasiado amable, demasiado interesado en mí, demasiado servicial. ¿Será uno de ellos o es realmente lo que parece?
 No me puedo fiar, aquí nadie se puede fiar.
 Sí, siguen ahí.
 Siempre están ahí pero yo me voy a escapar. 
Tengo un plan y unos amigos que no me han olvidado. Tengo que salir de aquí lo más rápidamente posible antes de que pierda la razón.
 El problema son ellos, siguen ahí y no se moverán. No puedo faltar ni una hora de mi casa sin que aparezcan y entren en mi vida y en mi cuerpo. Siempre seguirán ahí y yo esta noche tengo que huir.
Una fascinante actriz llamada Nina Hoss, en un sublime film (premio Oso de Plata en Berlín) de Christian Petzold, interpreta mi papel.
 Mi nombre es Barbara, sin acento, porque en esta Alemania del Este evitamos cualquier signo distintivo, y una tilde sólo serviría para llamar la atención. Soy Barbara y para poder escapar tengo que conseguir que me olviden.
Con la Stasi a los talones, en una película de vértigo repleta de sospechas que se interroga sobre quién mató la libertad y una mujer atormentada que no sabía demasiado, extraña en un país culpable, que confiesa entre los muertos que sólo quería escapar. 
En resumen, una película bárbara (con mucho acento).