Barbara, Alemania 2012
No mirar hacia la ventana, seguro que
estás observando qué hago. Sí, están ahí. Siempre están ahí.
No llegar
ni un segundo antes a trabajar, así tendrán menos tiempo para espiarme.
No mostrar ni un sentimiento, ni una única sensación, ni una mirada
directa, ni un suspiro de desesperación, nada que pueda servirles para
conocerme mejor, para saber qué pienso o que les permita adivinar la
repugnancia que siento sólo por el hecho de su presencia.
No mirarles a
los ojos, huir de ellos como de una fiera dispuesta a atacar en
cualquier momento. Acostumbrarse a mirar atrás, suelen actuar por la
espalda
. Sí, están ahí. Siempre están ahí.
Desterrada
de Berlín al último rincón de una Alemania del Este en sus peores
momentos: un hospital de campaña alejado de todos y de todo. Un lugar
fascinante para controlar el más mínimo movimiento de una población,
víctima y verdugo al mismo tiempo, en la que para sobrevivir es
necesario convertirse en un eslabón más de una cadena de delación sin
fin.
Una nueva filosofía tatuada en carne viva sobre la piel de la
sospecha: delato luego existo.
Mi
trabajo me gusta porque constituye la única forma de expresión que me
han permitido conservar. Buscar un remedio a las enfermedades, luchar
contar los cuerpos extraños que se han introducido en las personas y
conseguir expulsarlos, representa para mí una forma subliminal de
ganarles la batalla. Ellos son un virus que ha contagiado todo el país,
yo soy la barrera y la única posibilidad de regenerar los cuerpos que
ellos desprecian. Un ser humano enfermo no les resulta útil para espiar.
Y
el médico jefe del hospital me intriga. Demasiado amable, demasiado
interesado en mí, demasiado servicial. ¿Será uno de ellos o es realmente
lo que parece?
No me puedo fiar, aquí nadie se puede fiar.
Sí, siguen
ahí.
Siempre están ahí pero yo me voy a escapar.
Tengo un plan y unos
amigos que no me han olvidado. Tengo que salir de aquí lo más
rápidamente posible antes de que pierda la razón.
El problema son ellos,
siguen ahí y no se moverán. No puedo faltar ni una hora de mi casa sin
que aparezcan y entren en mi vida y en mi cuerpo. Siempre seguirán ahí y
yo esta noche tengo que huir.
Una
fascinante actriz llamada Nina Hoss, en un sublime film (premio Oso de
Plata en Berlín) de Christian Petzold, interpreta mi papel.
Mi nombre es
Barbara, sin acento, porque en esta Alemania del Este evitamos
cualquier signo distintivo, y una tilde sólo serviría para llamar la
atención. Soy Barbara y para poder escapar tengo que conseguir que me
olviden.
Con
la Stasi a los talones, en una película de vértigo repleta de sospechas
que se interroga sobre quién mató la libertad y una mujer atormentada
que no sabía demasiado, extraña en un país culpable, que confiesa entre
los muertos que sólo quería escapar.
En resumen, una película bárbara
(con mucho acento).
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