Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 abr 2013

Obsesionados por las obsesiones de Stanley Kubrick


Las gemelas de 'El resplandor', en un fotograma de la película.

Todo empezó como comienza todo últimamente: en Internet y las redes sociales.
 El productor Tim Kirk le envió a su amigo y director Rodney Ascher, a través de Facebook, un enlace a un artículo con una “dramática interpretación” de El resplandor, la obra maestra de terror de Stanley Kubrick. “Hablaba del espacio exterior, el Apolo 11, la Guerra Fría… y a partir de ella empecé a buscar más”, explica Ascher sobre su documental, Room 237, en el que él y Kirk comparten algunas de las diferentes y, casi siempre, disparatadas teorías que encontraron por la Red sobre el largometraje de Kubrick.
Recién estrenado en Estados Unidos (después de pasar por Sundance, Cannes, Toronto y Sitges), el título Room 237 hace referencia a la habitación a la que tiene prohibido entrar Danny, cuyo número Kubrick no eligió por casualidad, dice Jay Weidner, uno de los teóricos: era el número del estudio en el que el director rodó la presunta llegada del hombre a la Luna, a la que desde la Tierra hay 237.000 millas.
 Que Kubrick supuestamente se descubriera así como quien engañó al mundo con el aterrizaje del Apolo 11 es quizá la reflexión más loca y divertida de las que Room 237 va desvelando como un thriller en sí mismo a través de las voces en off de sus autores superpuestas a secuencias de El resplandor.
“Es genial que no se vean nuestras caras”, dice Bill Blakemore, corresponsal de la cadena ABC y uno de los entrevistados en el documental, que cree que Kubrick llenó la película de referencias al genocidio de los indios americanos. “Después de la presentación, olvidas quién está hablando, quién dice qué”. Junto a Blakemore, Geoffrey Cocks, profesor de la universidad de Albion (Michigan) y autor de The wolf at the door: Stanley Kubrick, history and the Holocaust, cuenta que Kubrick llenó su película de pistas sobre el Holocausto; Julie Kearns, dramaturga, habla de ventanas imposibles, minotauros… “Ascher nos ha dado a las cinco voces la misma credibilidad y respeto y lo que ha conseguido es invitar a todo el mundo a ver de nuevo El resplandor, y pensar qué puede encontrar en ella”.
El misterio se ha multiplicado gracias a Internet; Kubrick nunca quiso explicar su filme
No se trataba de hacer la tesis definitiva sobre la adaptación de la novela de Stephen King. Ascher no pretendía demostrar esas teorías, ni siquiera le pide al espectador que las acepte.
 Quizá por eso las muestra con ironía, llegando a la carcajada. “Room 237 es una historia sobre qué ocurre cuando una película tan enigmática como El resplandor deja de ser del director y queda en manos de la audiencia.
Cómo cada uno se enfrenta a ella y tiene que unir todas las piezas con las herramientas de que disponga”. Esa es la razón, dice, por la que no buscaron la aprobación ni la opinión de alguien cercano a Stanley Kubrick o al rodaje de El resplandor.
Dejar al espectador pensar era una de las obsesiones de Kubrick.
 Por eso, tras una semana en cartel, cortó la secuencia final en la que Wendy Torrance (Shelley Duvall) decía que el cuerpo de Jack (Jack Nicholson) nunca sería encontrado.
Por eso se negó siempre a explicar más de la cuenta cualquiera de sus películas, pero en especial esta, la más perturbadora, la que hizo para resarcirse de la mala taquilla e incomprensión que recibió Barry Lyndon, y que, curiosamente, obtuvo peores críticas en su estreno en 1980.
El resplandor, como demuestra Room 237, ha resultado al final ser su película más estudiada y la que ha obsesionado a más gente. “En cada pase de nuestro filme, preguntamos cuántas veces han visto la de Kubrick, y siempre hay varios que rozan las 100”, cuenta Rodney Ascher. Tanto él como Tim Kirk reconocen haberla visto entre 15 y 20 veces. “Y cada vez que lo hago, no paro de hablar de ella. No sé qué tiene”.
La obsesión de una película sobre la obsesión hecha por un obseso del detalle. Kubrick estaría más que satisfecho con que el misterio se multiplique por Internet. Probablemente disfrutaría viendo su película hacia delante y hacia atrás simultáneamente, superpuesta, como la proyectó en un cine de Williamsburg John Fell Ryan, otro de los entrevistados del documental.
 “La mayoría de sus fans sentimos esta conexión con su sensibilidad, sus puntos de vista, su sentido del humor”, dice Ascher.
“Y yo la siento también. Tengo la fantasía de que a Kubrick le gustaría Room 237”.

Manual de moribundos............................Rosa Montero

Desde su experiencia y sin florituras literarias, Iona Heath defiende con lucidez la naturalidad de la muerte.

 

Maxine Peters agoniza, en compañía de familiares y amigos, en su casa de Gladesville en Virginia. / Ed Kashi / Corbis

 Es un librito mínimo, apenas 126 páginas de un pequeño volumen de bolsillo con mucho espacio blanco alrededor del texto, y además una veintena de esas páginas son de notas.
Pero he tardado varios días en acabarlo, porque cada pocos párrafos tenía que pararme a digerir.
No es un libro fácil de leer.
Hace falta haber vivido mucho, haber visto mucho (es decir, muchas muertes) para llegar a una sabiduría tan desnuda
Y no lo es no sólo por la densidad del pensamiento, sino también por los ecos reverberantes que suscitan sus líneas, por el miedo y la pena y la maravilla, por los recuerdos y por las verdades esenciales que una siente que roza con la punta de los dedos mientras lee este ensayo.
Es un texto que trata de la muerte.
 Es decir, de la vida. Lo expresa muy bien su autora en uno de esos pensamientos formidables que te hacen cerrar el volumen y rumiarlos un rato:
 “Morir es parte de la vida, no de la muerte; hay que vivir la muerte”. Es una frase que define a la perfección lo que es este libro: esa sencillez, esa sustancialidad, ese peso categórico de unas ideas que parecen estar talladas en piedra.
Hace falta haber vivido mucho, haber visto mucho (es decir, muchas muertes, puesto que ese es el tema de este ensayo) para llegar a una sabiduría tan desnuda.
 El texto de Iona Heath (de la doctora Iona Heath, como se encarga de poner, significativamente, en la portada del libro) carece por completo de florituras literarias.
 Yo diría incluso que carece ferozmente de ellas, como si la autora se hubiera empeñado en limpiar los párrafos de todo adorno superfluo, en dejar sus palabras reducidas al puro hueso, un esqueleto blanco; o como si el afán estético, en un tema como este, tuviera algo de sucio, algo de indigno, y supusiera una traición a sus muertos, o sea, a los pacientes que ella vio agonizar.
Porque Iona, ya está dicho, es, sobre todo, una doctora.
 Es inglesa y en su biografía no viene su fecha de nacimiento, fastidiosa y tópica omisión que me irrita bastante y que parecería demostrar que, pese a su indudable lucidez, a su madurez existencial y su hondura humana,
 Heath padece tontas coqueterías y problemas con el paso del tiempo como todo el mundo
. Sí dicen que empezó a trabajar en la medicina generalista en 1975, así que debe de tener sesenta y pocos años. Este libro, Ayudar a morir, es el compendio de todo lo que ha aprendido en casi cuatro décadas de frecuentar la frontera de la Oscuridad.
 “Escribo para encontrar mi camino”, dice Iona, y con estas palabras empieza su texto. Interesante arranque: su camino a través del enigma de la agonía de los otros, porque morir siempre es difícil y monumental y complejo. Y su camino hacia su propia finitud.
 Porque de lo único de lo que podemos estar seguros en esta vida es de que todos llegaremos antes o después a eso.
Fue Alejandro Gándara, que actualmente está escribiendo un ensayo sobre la muerte que estoy deseando leer, quien me recomendó este libro.
 Se lo agradezco: es una obra que te deja la sensación de haber aprendido algo de verdad necesario. “¿Por qué son tan pocos los pacientes que tienen lo que se calificaría como una buena muerte?”, se pregunta espeluznantemente Iona Heath; y lo de espeluznante viene a cuento porque ella, claro, sabe de qué habla.
 Es una especialista que conoce lo difícil que es ese tránsito final.
 Esa parte de la muerte, que es la agonía, es la que tenemos que vivir; y cada día no sólo pensamos menos en ella, sino que además la negamos y ocultamos.
Y así, la muerte se ha convertido en una suerte de anomalía.
 O como dice Heath: “Hablamos constantemente de muertes evitables, como si la muerte pudiera prevenirse en lugar de posponerse”.
 La gente fallece en los hospitales, rodeados de máquinas y de profesionales sanitarios que no les conocen y que les tratan más como una cosa o un caso (un enfermo terminal) que como la persona que son.
Sin ser en modo alguno un libro religioso, tiene algo que roza lo sagrado, el respeto al misterio de morir, la pureza del dolor
“La negación contemporánea de la muerte impone agobios adicionales tanto a médicos como a pacientes”, dice la autora.
 Y explica que un estudio realizado en un hospital de casos críticos en Estados Unidos, reveló que el 55% de los enfermos con demencia senil murieron con los tubos de alimentación forzada aún puestos.
Heath menciona unas palabras formidables de B. Keizer: “Uno de los encuentros más desafortunados de la medicina moderna es el de un anciano débil e indefenso, que se acerca al final de su vida, con un médico joven y dinámico que comienza su carrera”.
 Y añade otra cita aún más demoledora de C. Ricks: “En Estados Unidos hoy es casi imposible morir con dignidad a menos que se trate de una persona pobre”.
Heath usa muchas citas, pero enhebradas con el propio texto, depuradas, hechas carne, ese tipo de citas recogidas a lo largo de toda una vida que terminan convirtiéndose en puntos cardinales de la existencia. Con sus propias palabras y con las de otros,
 Iona Heath intenta acercarse a lo que puede ser una buena muerte.
 En tu casa, con tus seres queridos.
Construyendo una narración de la propia vida.
 Incluso quizá con algún dolor, aventura Heath, si el paciente sabe que puede controlarlo si lo desea con sólo pedir más analgesia:
“Por lo que parece, todas las cosas contra las que luchamos, el dolor, la enfermedad y el envejecimiento, son, en cierto modo, las cosas que hacen posible la muerte”.
El estilo austero y epitafial de Heath termina adquiriendo cierto aroma litúrgico.
 Sin ser en modo alguno un libro religioso, tiene algo que roza lo sagrado, el respeto al misterio de morir, la pureza del dolor.
 Y el anhelo de la serenidad final y la aceptación
. “A medida que se envejece se van sufriendo más pérdidas, sobre todo de seres queridos, y cuando la gente perdió a muchas personas que le resultaban importantes se le hace más fácil morir.
La muerte de los otros abrió el camino, y en ese sentido los muertos ayudan a los vivos a morir
. Tal vez cuando los muertos superen a los vivos estos puedan acompañar a aquellos, y tal vez sea por eso que a los jóvenes les cuesta tanto morir”.
Un libro seco, revelador y distinto.
Ayudar a morir. Iona Heath. Editorial Katz. Madrid, 2008. Traducción de Joaquín Ibarburu. 126 páginas. 13 euros.

6 abr 2013

Barbara, Alemania 2012

Barbara, Alemania 2012

No mirar hacia la ventana, seguro que estás observando qué hago. Sí, están ahí. Siempre están ahí. 
No llegar ni un segundo antes a trabajar, así tendrán menos tiempo para espiarme.
 No mostrar ni un sentimiento, ni una única sensación, ni una mirada directa, ni un suspiro de desesperación, nada que pueda servirles para conocerme mejor, para saber qué pienso o que les permita adivinar la repugnancia que siento sólo por el hecho de su presencia.
 No mirarles a los ojos, huir de ellos como de una fiera dispuesta a atacar en cualquier momento. Acostumbrarse a mirar atrás, suelen actuar por la espalda
. Sí, están ahí. Siempre están ahí.
Desterrada de Berlín al último rincón de una Alemania del Este en sus peores momentos: un hospital de campaña alejado de todos y de todo. Un lugar fascinante para controlar el más mínimo movimiento de una población, víctima y verdugo al mismo tiempo, en la que para sobrevivir es necesario convertirse en un eslabón más de una cadena de delación sin fin.
 Una nueva filosofía tatuada en carne viva sobre la piel de la sospecha: delato luego existo.
Mi trabajo me gusta porque constituye la única forma de expresión que me han permitido conservar. Buscar un remedio a las enfermedades, luchar contar los cuerpos extraños que se han introducido en las personas y conseguir expulsarlos, representa para mí una forma subliminal de ganarles la batalla. Ellos son un virus que ha contagiado todo el país, yo soy la barrera y la única posibilidad de regenerar los cuerpos que ellos desprecian. Un ser humano enfermo no les resulta útil para espiar.
Y el médico jefe del hospital me intriga. Demasiado amable, demasiado interesado en mí, demasiado servicial. ¿Será uno de ellos o es realmente lo que parece?
 No me puedo fiar, aquí nadie se puede fiar.
 Sí, siguen ahí.
 Siempre están ahí pero yo me voy a escapar. 
Tengo un plan y unos amigos que no me han olvidado. Tengo que salir de aquí lo más rápidamente posible antes de que pierda la razón.
 El problema son ellos, siguen ahí y no se moverán. No puedo faltar ni una hora de mi casa sin que aparezcan y entren en mi vida y en mi cuerpo. Siempre seguirán ahí y yo esta noche tengo que huir.
Una fascinante actriz llamada Nina Hoss, en un sublime film (premio Oso de Plata en Berlín) de Christian Petzold, interpreta mi papel.
 Mi nombre es Barbara, sin acento, porque en esta Alemania del Este evitamos cualquier signo distintivo, y una tilde sólo serviría para llamar la atención. Soy Barbara y para poder escapar tengo que conseguir que me olviden.
Con la Stasi a los talones, en una película de vértigo repleta de sospechas que se interroga sobre quién mató la libertad y una mujer atormentada que no sabía demasiado, extraña en un país culpable, que confiesa entre los muertos que sólo quería escapar. 
En resumen, una película bárbara (con mucho acento).

Bárbara

Bárbara
TÍTULO ORIGINAL Barbara
AÑO 2012
DURACIÓN 100 min.
PAÍS
DIRECTOR Christian Petzold
GUIÓN Christian Petzold
MÚSICA Stefan Will
FOTOGRAFÍA Hans Fromm
REPARTO Nina Hoss, Ronald Zehrfeld, Rainer Bock, Jasna Fritzi Bauer, Christina Hecke, Claudia Geisler, Peter Weiss, Carolin Haupt, Deniz Petzold
PRODUCTORA Schramm Film Koerner & Weber
WEB OFICIAL http://www.the-match-factory.com/films/items/barbara.html
PREMIOS 2012: Festival de Berlín: Oso de Plata - Mejor Director
2012: Premios del Cine Europeo: 3 nomin: Mejor película, actriz (Hoss), premio del público
2012: Seminci de Valladolid: Sección oficial a concurso
GÉNERO Drama | Guerra Fría. Años 70
SINOPSIS Alemania Oriental, verano de 1978. Barbara es una doctora que estuvo presa en Berlín Occidental. Cuando sale en libertad, la mandan al hospital de un pueblo de la RDA. Al principio, su estancia allí es una tortura, pues se ve sometida a constantes inspecciones, pero pronto acaba adaptándose gracias a la ayuda del jefe del hospital. Los casos más urgentes que se le presentan son el de una embarazada procedente de un campo de prisioneros y el de un chico que intentó suicidarse. (FILMAFFINITY)