Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

9 dic 2012

Que bonitas están mis flores

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Una singular recuperación Por: Ángel Gabilondo | 07 de diciembre de 2012 Del Blog El Salto del Angel

Philippe Ramette Hombre ante el mar 1
No darse cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor es una forma de estar despistado pero, incluso en el caso de ser bien consciente, puede uno encontrarse perdido. Semejante expresión tiene no poco de paradójico y en ello reside una de las claves de la situación en la que quizá nos hallarnos. Cierto desplazamiento de las referencias complica aún más la situación. Envueltos en contradicciones, nos vemos en la necesidad de soportarlas o de dirimirlas. Y ambas tareas nos resultan arduas y complejas.
No es que nos falte atención o concentración en los asuntos, aunque desde luego conviene achacarse de vez en cuando algo de lo que nos ocurre. Pero lo más desorientador es que se desplazan los marcos, las señales, los pilotes, los postes en los que fijábamos nuestra posición. Incluso en cierto modo, el horizonte, los horizontes, se agitan tanto como la mar. No nos faltan seres que se debaten con enorme dignidad entre tanta incertidumbre y tanta paradoja. Tampoco nos alivian en exceso quienes parecen no dudar y ya se las saben todas. Al contrario, inquietan aún más.
Ello nos conduce a un cierto aislamiento, pero no el de la indiferencia o el de la distancia. Más bien eso nos hace reclamar una determinada soledad, la de la reflexión, la del análisis, la de la meditación, la de procurarnos espacios a fin de que, si nos encontrarnos perdidos, al menos en tal posición estemos en verdad nosotros.
No pocos, en condiciones difíciles, incluso extremas, cultivan ese quehacer cuyo mayor riesgo es que nos topemos con aquello de lo que permanentemente huimos: vérnoslas con quienes somos. Ni es frecuente, ni es probable lograrlo del todo, ya que ello no se produce al margen de nuestro quehacer y de nuestro proceder, donde no dejamos de vislumbrarnos. En ocasiones, tratamos de eludir encontrarnos, y a veces con aparente éxito.
Philippe-Ramette- hombre en el precipicio 2No es tan fácil escabullirse de sí mismo, ni refugiarse en lo más intestino, porque no hay una suerte de dentro que se opone a nuestro afuera. Incluso lo más interno tiene su exterior. Interiorizar no es peregrinar hacia nuestros adentros. Tiene más que ver con la memoria y con el recuerdo y produce una cierta incorporación. No es por tanto una evasión de cuanto somos, antes bien una recreación.
No es que estemos perdidos por carecer de adentros, sino no pocas veces por falta de arrestos. Es decir, se requiere más una salida que nos impulse que una entrada que nos reconcentre. Y no es que consideremos inadecuada la serena atención, es que no hemos de reducirla a envolvernos a nosotros mismos con nosotros mismos.
Puede acompañarnos considerar lo que para Séneca constituye, no un retiro como retirada, no un apartarse, “hasta el punto de pretender asignarte un escondrijo en medio del olvido”. A lo que añade: “Obra de suerte que tu retiro no resalte, pero sea ostensible”. Alejarse de lo que resulta más brillante aunque sea supuestamente más insatisfactorio exige recogerse en sí mismo cuanto sea posible. Y ello procura más otra comprensión que un desentenderse.
Ya en las Cartas a Lucilio, Séneca nos muestra que se trata de vivir para sí, saber vivir, que es lo primordial. Pero no es cuestión de ignorar a los demás  como si ello ya garantizara que se hace. “Quien, semejante a un animal tímido y perezoso, se ha ocultado por miedo, ese tal no vive para sí sino -actitud ésta muy vergonzosa- para el vientre, para el sueño, para el placer. No vive necesariamente para sí quien no vive para nadie”. En todo caso, tal tipo de retiro es “para realizar acciones nobles y hermosas”. De no ser así, el tedio harto de sí mismo se apoderaría de unas labores por muy agitadas que sean y por atareadas que siempre se presenten. “Van sin rumbo fijo, buscando ocupaciones, y no hacen lo que han decidido sino aquello con lo que han topado. Sus recorridos son impensados e inútiles, como los de las hormigas, que reptan por los troncos, que se dejan llevar hasta lo más alto y de allí hasta lo más bajo sin sentido. Muchos llevan una vida semejante. Con toda razón se podría decir que su apatía es incansable”.
Philippe-Ramette- hombre leyendo bajo el agua 5Desde luego, no siempre parece factible alzarse sobre sí mismo y sobreponerse, pero menos lo es aún cuando estamos pobres de pensamiento, carentes de pensamiento, incluso para lo más próximo,  exentos de compromiso en algo, con algo. Y no es fácil, y menos aún sin proponérnoslo, y hemos de aprender a hacerlo sin dejarnos arrasar por la vorágine de los acontecimientos. Hay quienes no pueden permitírselo, y no faltan quienes no quieren procurárselo. Tal vez hayamos de repetir de nuevo lo que Crisipo propone: querer ser mejores, saber más adecuadamente.
La tendencia de los tiempos confusos y complejos es a arrollar, y no se detiene cuando se encuentra con un desaforado entretenido en tareas de descuido de sí mismo. Más bien parece ser una depredadora maquinaria que siente especial atracción por triturar la buena voluntad. No se trata de ampararse en el refugio ante su llegada, sino de liberarse de la apatía y del temor, mediante la activa y enérgica serenidad de persistir en quien se desea ser. Renunciar a ello es ya perder de antemano. Y eso exige buscarlo, perseguirlo, recrearlo. El cuidado activo, siempre alerta y constante, no confunde el retiro en acción con la holganza.
Hay una profunda relación, bien señalada por Foucault, entre esta serenidad y las formas de transformarse a sí mismo. Son intensidades, modos del ser que se desea llegar a ser. La máxima pérdida consistiría en dejar de desear, esto es, en el triunfo de una apática resignación a lo ya presupuesto, que se presenta prefigurado como destino insoslayable. Dicha resignación, en la que ya uno mismo ni siquiera viviría para sí, no sería compatible con la decisiva tarea a la que también los otros nos conminan. Y esta es ya una forma distinta de rebeldía, a la que Albert Camus nos convoca: “en vez de matar y de morir para producir el ser que no somos, tenemos que vivir y hacer vivir para crear lo que somos”.
Philippe-Ramette- hombre a la orilla del mar 3
(Imágenes: Puestas en escena de Philippe Ramette. En colaboración con el fotógrafo Marc Domage. Alteraciones artesanales sin retoque digital)

El ‘Thriller’ que enamoró al mundo

Cumple 30 años el disco de Michael Jackson que cambió las reglas del videoclip

Se convirtió en el más vendido del siglo XX.

 

Michael Jackson, en el videoclip de 'Thriller'.
Como en todo lo relacionado con la música pop, resulta arduo encontrar cifras fiables sobre Thriller.
 Las estimaciones de venta oscilan entre los 60 y los 100 millones de copias; en todo caso, cantidades suficientes para establecer el sexto álbum en solitario de Michael Jackson como la grabación más vendida del siglo XX.
 Un récord quizá imbatible: con los nuevos hábitos de consumo, resulta difícil que se supere tanta pasión, certificada por esas multitudes que pasaban por caja.
Thriller no estaba predestinado a cifras tan vertiginosas.
 Durante la escucha del resultado final en un estudio de Los Ángeles, el productor, Quincy Jones, hizo un cálculo a la baja: dado que el mercado estadounidense estaba flojo, podía alcanzar unos dos millones.
 El berrinche de Michael fue histórico. Se lo tomó como una traición y amenazó con no editarlo hasta que recibió garantía de que su discográfica, CBS, iba a lanzarlo a toda máquina.
Michael y Quincy habían acertado con el anterior elepé, Off the wall (1979).
 En complicidad, habían desarrollado una cuidadosa estrategia para diferenciar al cantante de su primera etapa, como ídolo teen de la factoría Motown, y alejarle de la disco music, que últimamente había practicado con los Jacksons.
 Buscaron un material que enfatizara su mayoría de edad emocional; se necesitaba además un repertorio ecléctico para atraer al máximo de público.
 Era deseable ampliar su registro vocal, dosificando los falsetes.
Y funcionó: Off the wall comunicaba un deleite en confeccionar música explosiva; poseía la energía perdida por sus antiguos compañeros de Motown, Stevie Wonder o Marvin Gaye.
 Para Thriller, se trabajó sobre 30 canciones hasta centrarse en los nueve cortes elegidos, que incluían baladas, funk, algo de rock y varios llenapistas.
 Se contó con invitados prestigiosos, Paul McCartney y el guitarrista Eddie van Halen. Había incluso ecos de las vivencias del artista: una fan obsesiva inspiró Billie Jean, donde el cantante negaba la paternidad de una criatura.
 El título principal reflejaba la afición de Michael por las películas de miedo, algo mal visto en el seno de los Testigos de Jehová, la fe de la familia Jackson.

Unamuno, el vencido invicto

Jon Juaristi bucea en la vida y en la época de uno de los intelectuales más importantes de España en una obra que recoge con brillantez las contradicciones de un tiempo terrible

Las mismas que rigieron el destino de Unamuno.

 

El filósofo Miguel de Unamuno, en los años veinte. / ARCHIVO MORENO
Entre los muchos que proporciona, uno de los mayores placeres de la literatura es el de convertir en literatura a los autores de la literatura.
 Todos sus lectores hemos imaginado a Garcilaso atacando una fortaleza espada en mano o a Berceo bebiendo un vaso de vino en compañía de otros errabundos con los que coincidía en la posada.
 Es una tentación irresistible.
 Seguramente si los estudios literarios severos, en especial los estructuralistas y analíticos, no han alcanzado la difusión de los viejos tratados filológicos de Auerbach, Menéndez Pidal o Spitzer es por esa amputación de la mitad del placer.
 La obra de arte sin autor, gran fantasía francesa del siglo pasado, es teóricamente irreprochable y debe ser defendida en la Universidad, pero es también inaceptable para un lector educado.
Los autores reclaman ser imaginados junto a sus criaturas, es una de las razones por las que escriben. Y un modo agradable de imaginarlos es el de leer sus biografías, algunas más literarias que las obras del biografiado. Pocos leen hoy a Frederick Rolfe (con razón), pero su biografía, The quest for Corvo, de A.J.A. Symons, sigue siendo una de las más perfectas obras literarias del siglo XX. He aquí un escritor que casi puede decirse que sobrevive gracias a su biógrafo.
Hay autores que piden ser alternativamente odiados y amados
Rolfe era un ser odioso, un mal bicho a quien todos detestaban y su biógrafo no pudo evitar la repugnancia. O quizás fuera mejor decir que solo pudo evitarla mediante los recursos del arte narrativo
. Otros escritores, por el contrario, no pueden ser odiados de ninguna manera. Antonio Machado es el caso supremo.
 Si usted encuentra a alguien que diga odiar a Machado, apártese de él a toda prisa
. Lávese luego entero en cuanto pueda. Es muy probable que pertenezca a alguna de las sectas satánicas más peligrosas después de la de Charles Manson.
Finalmente hay autores que piden ser alternativamente odiados y amados.
 Y ese es el caso que ahora nos ocupa, el de Unamuno y la biografía, a mi entender soberbia, que ha escrito sobre él Jon Juaristi.
 Soberbia biografía porque Unamuno, sin dejar la escena en ningún momento, a veces es solo un trasunto que le permite a Juaristi hablar sobre las guerras carlistas, la renovación de la panadería en Bilbao, el periodismo caciquil, el puente colgante, la invención del folclore vasco, la mujer de Sabino Arana, en fin sobre todas aquellas cosas que hacen de una biografía una pieza literaria de gran enjundia.
El libro es por encima de todo una pieza literaria de gran enjundia
Y como debe ser, Juaristi a veces ama a Unamuno y a veces le odia.
 El lector agradece esa ducha escocesa, porque le sucede exactamente lo mismo cada vez que se pone a leer a Unamuno, que suele ser a menudo.
 Así, por ejemplo, el lector agradece que Juaristi no disimule la conducta canallesca de Unamuno con Valentín Hernández, el editor de La Lucha de Clases que fue a la cárcel en su lugar.
 O sus grotescos ofrecimientos a los militares sublevados durante el año 1936.
 Unamuno tenía momentos odiosos porque era un hombre dotado de un enorme Ego, un Yo colosal que muchas veces ocupaba demasiado espacio, como decía Ortega cuando esperaba visita del vasco y había alguien en el despacho: “Salga usted ahora mismo, que viene Unamuno con su Yo, y no vamos a caber”.
Don Miguel era un hombre dotado de un enorme Ego, un Yo colosal
El Yo es una entidad peligrosa, entre otras cosas porque no contiene nada y debe ser ocupado de inmediato por alguna identidad (nacional, deportiva, religiosa, sexual, da lo mismo) a la que obedecer.
Quien desee un planteamiento filosófico riguroso del problema, lea a Carlos Piera y su espléndido La moral del testigo (Machado). Unamuno, por tanto, llenaba constantemente su Yo con lo primero que le cayera en gracia identitaria
. A veces era el vasco preterdiluviano, a veces el labriego intrahistórico, o bien el socialismo, aunque también el fascismo, qué le vamos a hacer.
 Por fortuna, la mayor parte de las veces no era la política lo que llenaba su identidad, sino los paisajes, los tipos, el crucificado, la diversidad de la convivencia, el campo, los campesinos, la literatura, don Quijote, la muerte, en fin todo lo inactual. Y entonces no hay más remedio que amarlo.
Sus días finales fueron un ejercicio agónico de despellejamiento
Juaristi, con una de las mejores prosas que se escriben hoy en España, repasa todos los aspectos de Unamuno, los amables y los odiosos, aunque predominan ampliamente, como era de esperar, los amables. Don Miguel ha dejado miles y miles de páginas (aún sin editar seriamente, a pesar de los esfuerzos magníficos de la Biblioteca Castro) que no son solo el mejor retrato de nuestra vida terrestre y anímica, sino que son nuestra exacta definición. He aquí, en este hombre tan poseído por su Yo, cómo se fue haciendo sitio un Yo trascendente que acabó por abarcarnos a todos sus lectores.
Sus terribles días finales, cercado por las hienas de Millán Astray, salvado del linchamiento por gente a la que despreciaba, horrorizado de lo que había dicho sobre los generales y la República, fueron un ejercicio agónico de despellejamiento en el que acabó por perder lo que le quedaba de Yo. Vio abrirse el abismo bajo sus pies y aquel temor y aquel temblor de que había hablado tanto y tan bien en sus ensayos, de repente era ya todo lo que le quedaba, temor y temblor. Es muy posible que entonces se abandonara al sosiego de no ser nadie y acabara sus días en paz.