No darse cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor es una forma de estar despistado pero, incluso en el caso de ser bien consciente, puede uno encontrarse perdido. Semejante expresión tiene no poco de paradójico y en ello reside una de las claves de la situación en la que quizá nos hallarnos. Cierto desplazamiento de las referencias complica aún más la situación. Envueltos en contradicciones, nos vemos en la necesidad de soportarlas o de dirimirlas. Y ambas tareas nos resultan arduas y complejas.
No es que nos falte atención o concentración en los asuntos, aunque desde luego conviene achacarse de vez en cuando algo de lo que nos ocurre. Pero lo más desorientador es que se desplazan los marcos, las señales, los pilotes, los postes en los que fijábamos nuestra posición. Incluso en cierto modo, el horizonte, los horizontes, se agitan tanto como la mar. No nos faltan seres que se debaten con enorme dignidad entre tanta incertidumbre y tanta paradoja. Tampoco nos alivian en exceso quienes parecen no dudar y ya se las saben todas. Al contrario, inquietan aún más.
Ello nos conduce a un cierto aislamiento, pero no el de la indiferencia o el de la distancia. Más bien eso nos hace reclamar una determinada soledad, la de la reflexión, la del análisis, la de la meditación, la de procurarnos espacios a fin de que, si nos encontrarnos perdidos, al menos en tal posición estemos en verdad nosotros.
No pocos, en condiciones difíciles, incluso extremas, cultivan ese quehacer cuyo mayor riesgo es que nos topemos con aquello de lo que permanentemente huimos: vérnoslas con quienes somos. Ni es frecuente, ni es probable lograrlo del todo, ya que ello no se produce al margen de nuestro quehacer y de nuestro proceder, donde no dejamos de vislumbrarnos. En ocasiones, tratamos de eludir encontrarnos, y a veces con aparente éxito.
No
es tan fácil escabullirse de sí mismo, ni refugiarse en lo más intestino, porque
no hay una suerte de dentro que se
opone a nuestro afuera. Incluso lo
más interno tiene su exterior. Interiorizar
no es peregrinar hacia nuestros adentros. Tiene más que ver con la memoria y
con el recuerdo y produce una cierta incorporación. No es por tanto una evasión de cuanto somos, antes bien una recreación.
No
es que estemos perdidos por carecer de adentros,
sino no pocas veces por falta de arrestos.
Es decir, se requiere más una salida que nos impulse que una entrada que nos
reconcentre. Y no es que consideremos inadecuada la serena atención, es que no hemos de reducirla a envolvernos a
nosotros mismos con nosotros mismos. Puede acompañarnos considerar lo que para Séneca constituye, no un retiro como retirada, no un apartarse, “hasta el punto de pretender asignarte un escondrijo en medio del olvido”. A lo que añade: “Obra de suerte que tu retiro no resalte, pero sea ostensible”. Alejarse de lo que resulta más brillante aunque sea supuestamente más insatisfactorio exige recogerse en sí mismo cuanto sea posible. Y ello procura más otra comprensión que un desentenderse.
Ya en las Cartas a Lucilio, Séneca nos muestra que se trata de vivir para sí, saber vivir, que es lo primordial. Pero no es cuestión de ignorar a los demás como si ello ya garantizara que se hace. “Quien, semejante a un animal tímido y perezoso, se ha ocultado por miedo, ese tal no vive para sí sino -actitud ésta muy vergonzosa- para el vientre, para el sueño, para el placer. No vive necesariamente para sí quien no vive para nadie”. En todo caso, tal tipo de retiro es “para realizar acciones nobles y hermosas”. De no ser así, el tedio harto de sí mismo se apoderaría de unas labores por muy agitadas que sean y por atareadas que siempre se presenten. “Van sin rumbo fijo, buscando ocupaciones, y no hacen lo que han decidido sino aquello con lo que han topado. Sus recorridos son impensados e inútiles, como los de las hormigas, que reptan por los troncos, que se dejan llevar hasta lo más alto y de allí hasta lo más bajo sin sentido. Muchos llevan una vida semejante. Con toda razón se podría decir que su apatía es incansable”.
Desde luego, no siempre parece factible alzarse sobre sí mismo y sobreponerse, pero menos lo es aún cuando estamos pobres de pensamiento, carentes de pensamiento, incluso para lo más próximo, exentos de compromiso en algo, con algo. Y no es fácil, y menos aún sin proponérnoslo, y hemos de aprender a hacerlo sin dejarnos arrasar por la vorágine de los acontecimientos. Hay quienes no pueden permitírselo, y no faltan quienes no quieren procurárselo. Tal vez hayamos de repetir de nuevo lo que Crisipo propone: querer ser mejores, saber más adecuadamente.
La tendencia de los tiempos confusos y complejos es a arrollar, y no se detiene cuando se encuentra con un desaforado entretenido en tareas de descuido de sí mismo. Más bien parece ser una depredadora maquinaria que siente especial atracción por triturar la buena voluntad. No se trata de ampararse en el refugio ante su llegada, sino de liberarse de la apatía y del temor, mediante la activa y enérgica serenidad de persistir en quien se desea ser. Renunciar a ello es ya perder de antemano. Y eso exige buscarlo, perseguirlo, recrearlo. El cuidado activo, siempre alerta y constante, no confunde el retiro en acción con la holganza.
Hay una profunda relación, bien señalada por Foucault, entre esta serenidad y las formas de transformarse a sí mismo. Son intensidades, modos del ser que se desea llegar a ser. La máxima pérdida consistiría en dejar de desear, esto es, en el triunfo de una apática resignación a lo ya presupuesto, que se presenta prefigurado como destino insoslayable. Dicha resignación, en la que ya uno mismo ni siquiera viviría para sí, no sería compatible con la decisiva tarea a la que también los otros nos conminan. Y esta es ya una forma distinta de rebeldía, a la que Albert Camus nos convoca: “en vez de matar y de morir para producir el ser que no somos, tenemos que vivir y hacer vivir para crear lo que somos”.
(Imágenes: Puestas en escena de Philippe Ramette. En colaboración con el fotógrafo Marc Domage. Alteraciones artesanales sin retoque digital)
No hay comentarios:
Publicar un comentario