Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 nov 2012

El poder metafórico de la tierra y la Nada


Not Vital, artita suizo fotografiado frente a uno de los montajes que expone en la galería Ivorypress de Madrid / Claudio Alvarez (EL PAÍS)
Los materiales con que trabaja el artista suizo Not Vital son tan importantes y simbólicos como el concepto mismo que hay detrás de sus instalaciones y esculturas: bloques de carbón extraídos de las profundidades de una mina de Mongolia, transformados después en evocaciones de las montañas de los Alpes de su infancia; piezas de mármol de Carrara de cuatro toneladas para modelar Moon, luna que te atrapa como un imán y parece levitar pese a su volumen; o plata purísima, trabajada a martillo en Níger con la ayuda de artesanos y técnicas Tuareg, a modo de homenaje a grandes artistas que trascendieron épocas y fronteras…
 La primera exposición de Not Vital en España, inaugurada el jueves en la galería Ivorypress de Madrid, tiene el nombre de 5 Spaniards&Nothing y puede disfrutarse como un viaje al centro de la tierra pero también al núcleo del corazón humano.
Una de las obras de Not Vital
Los cinco españoles que dan título a la primera obra son Velázquez –“sin duda el mejor pintor de todos los tiempos”, asegura -, Goya, Dalí, Buñuel y Pablo Picasso.
 Sus peculiares “retratos” de estos artistas fueron fabricados como una especie de pedestales forjados en plata y con dimensiones directamente relacionadas con su fecha de nacimiento, explica Vital con un metro en la mano. “Velázquez, 1599, ves…”, dice y mide la altura del rectángulo que lo representa, demostrándose a si mismo que es exacta la cantidad de centímetros. “Goya, 1746”, comenta, y de nuevo repite la operación.
 Las esculturas, que son también pequeños mausoleos, fueron producidas en Níger, donde Vital tuvo entre 2000 y 2010 una de sus residencias y trabajaba durante largas temporadas, ya que para él la colaboración in situ con artesanos y artistas que pertenecen a otras culturas y pueblos, en este caso el Tuareg, es un eje de su obra.
Nothing es una estilizada escultura formada por las letras deconstruidas de dicha palabra sobre una rama forjada en bronce y cubierta por una pátina blanca.
 La alusión a los árboles nevados del paisaje suizo y la Nada de su título esconde una reflexión sobre la tentación que muchas veces invade al público cuando trata de descubrir claves del arte moderno mediante la búsqueda de significados lógicos.
 Para Vital, Nothing es un grito sutil al espectador para que observe la pureza de las formas y se limite a buscar una experiencia estética en su interior.
Alrededor de treinta piezas componen 5 Spaniards&Nothing, pero una de las más espectaculares, ya exhibida en China y Austria, es Let One Hundred Flowers (Que broten cien flores), una impactante instalación que ocupa toda la sala principal de exposiciones de Ivorypress y está compuesta por cien flores de loto de acero inoxidable
. “Cada una de ellas tiene casi cuatro metros de longitud y fue muy complicado hacerlas”, asegura el artista, que desde hace tiempo trabaja varios meses meses al año en China, donde posee un estudio.
Una obra en Ivorypress
“Mao era poeta”, dice, no sin ironía. Let One Hundred Flowers fue el eslogan creado por él para una de sus campañas de propaganda revolucionarias en 1956.
 Sin embargo, la pieza pretende ir más allá de la referencia política y su contexto. Cien flores de loto cerradas, individuales y reunidas en una enorme masa no aluden sólo a una circunstancia histórica y política determinada, su carga metafórica es global e invita a pensar en el mundo actual con todas sus contradicciones.
Las montañas de Engadin, en el estrecho valle del este de Suiza donde nació y vivió Vital hasta los 14 años, son referencia en toda su obra y también una de sus claves para entender el mundo
. El carbón de Mongolia, convertido en cordillera en Piz nair (2012) y el yeso nevado de Piz Sciora di dentro (2012), Piz Palü (2012) y Piz Ajüz (2011), forman parte del imaginario natural y existencial de Not Vital, para quien materia y arte se relacionan de un modo especial; o como escribía el poeta Fernando Pessoa, “No basta abrir la ventana para ver los campos y el río./ No es suficiente no ser ciego para ver los árboles y las flores./ También es necesario no tener ninguna filosofía”.
El lenguaje que nos trasmite sus obras es una linea "pura", un concepto vital, aparentemente sencillo a la vista descubres ese mundo de Cien flores abiéndose, ante unos ojos que esperan que realmente se abran. Materia y Arte.

JAVIER SARDÁ Sobrevivir a la fama por Juan Cruz

Vuelve a la televisión, pero sin pisar el plató. Su experiencia de 'Crónicas marcianas', que le convirtió en líder de audiencia varias temporadas, le ha dejado exhausto y dolido con quienes le adscriben a la telebasura. Habla por primera vez, después de su año sabático, de su vida y sus miedos.
Lo que sorprende de inmediato es el aspecto espartano, casi monacal, del sitio donde está, junto a un ventanal que da al cielo de Barcelona, que hoy es gris. Sobre la mesa grande, cuadrada, de madera, tiene tan sólo un cuaderno en blanco, en el que dibuja, y en las paredes no hay nada. Es un despacho insonorizado en el que sólo destaca un televisor enorme que permanece apagado. Y en medio de aquel silencio, Javier Sardá (Barcelona, 1958), el hombre que revolucionó la radio de entretenimiento (en Radio Nacional y en la Ser), que inventó al Señor Casamajor y se convirtió en absoluto líder de audiencia al frente de Crónicas marcianas (Telecinco), un programa que recibió elogios y denuestos, algunos de los cuales (como el que incluye el término basura para definirlo) le siguen hiriendo.
 Nos recibe sentado, con chaqueta, camisa abierta, dispuesto a dar la primera entrevista desde que dejó el plató e inició un año sabático que le ha servido para reconciliarse con la naturaleza y con su propio tiempo biológico.
 Ahora hace lo que éste le manda: se acuesta a las doce de la noche (una hora antes del que fue comienzo de su famoso programa) y se levanta a las siete de la mañana; dice que es capaz de sentarse durante horas ante la naturaleza, en su casa. Pero su cabeza no debe de parar. No le gusta perder el tiempo, va derecho a los asuntos, tiene una rapidez de rayo salvaje; dedica a las cosas casuales (comer, por ejemplo) el tiempo justo; conversa, pero siempre parece tener la mente en un sitio al que ha llegado años antes que su interlocutor… De él puede decirse lo que un presidente argentino decía de sí mismo: "Yo, hasta cuando vengo, voy".
Una metáfora de su manera de ser viene de su juventud: Sardá al mando de su motocicleta, en medio del viento o de los temporales, soñando que en realidad iba al frente de un avión… Luego se hizo piloto de avión, en efecto, y siempre desprende esa sensación de que, aunque esté a bordo de una moto o de un coche, o caminando, cree de veras que puede desarrollar la velocidad de los aviones… Ahora que ha terminado su año sabático ha anunciado, precisamente, un programa de viajes, cuyo título aún es incierto y que comenzará en enero, en Telecinco, producido por Gestmusic, su casa de siempre, en uno de cuyos silenciosos despachos se desarrolla esta conversación. Ha inventado este programa para volver a la televisión sin pisar los platós; le va a llevar por todo el mundo, y lo va a llenar de gente. Se ha traído a la entrevista un avión de juguete, que describe para la fotógrafa con la paciencia de un coleccionista
. Y nos invita a comer en el propio restaurante de la productora; en las mesas, con él, algunos de los colaboradores que tuvo en Crónicas marcianas y que ahora trabajan en otros proyectos de Gestmusic; él come arroz negro con calamares y lomo, y toma agua sin gas. Se le ve feliz: con la familia, con la vida, y especialmente con la hija de 13 años que le enseña inglés. Es un hombre muy privado. Y se le ve tan feliz contando su infancia, su adolescencia, su vida, su manera de mantener las primeras amistades como amistades duraderas, que cuesta entender cómo dice que su adolescencia fue un tiempo peor.
Ahí, en ese tiempo, inventó a una de sus grandes criaturas, el Señor Casamajor, de quien se disfrazó también en Crónicas marcianas, y vivió muchas de las cosas que le marcaron. Apasionado de Fellini y de Henry Miller, pinta, toca el saxo siempre ("extraordinario, un señor que se llamaba Sax e inventa un instrumento tan sensible; imagínate un sardafón…"), y sólo se está quieto cuando duerme. Tiene pavor a la muerte ("cuando sabes que algo se muere es que ya te estás muriendo tú, y eso es una putada").
¿Cómo va la vida ahora?
Cualquier tiempo pasado fue peor. La adolescencia fue mucho peor. Soy huérfano de madre desde los siete años, y de padre desde que tenía 19, y cuando acabé la mili y tenía la carrera por terminar me encontré que no podía volver a Radio Nacional, que tenía un hermano gravemente enfermo… Con esa sinopsis, ya puede entender que cualquier tiempo pasado lo vea peor. En esta última época, ya he dicho que no aspiro a nada. Yo no tengo aspiraciones, lo cual no quiere decir que no tenga temores. No puedo aspirar a nada: tengo una hija con salud, estoy felizmente casado, no tengo problemas inmediatos a nivel económico… Yo no aspiro a nada, sólo aspiro a que pasen muchos días sin que pase nada negativo…
¿Cuáles son los temores?
Los propios de haber nacido, para lo que nadie pide permiso. No hay finales felices, y nadie sabe cuáles son esos finales. Terrible.
Nunca desaparecen esos temores.
Nunca. Siempre crees que algo malo pasará. Yo tengo un teléfono siempre en silencio, y cuando veo que no hay mensajes suspiro de alivio. Siempre pienso que algo malo está a punto de pasar. Y siempre tengo una cierta aspiración de trascendencia, de que haya cosas buenas. Y esa aspiración de trascendencia me ha llevado a pensar esto, por ejemplo: la pura existencia de la Cope es una constatación científica de que Dios no existe; si existiese, no permitiría lo que dice la Cope. ¡Lo que los poderes eclesiásticos permiten en este país es una provocación en toda regla!
Dice usted que no tiene vocación para todo lo que ha hecho.
Que no tenga vocación, no significa que tuviese claro que quería ser periodista, pero tenía claro que un periodista era el que escribía en los periódicos. Yo era un estudiante irregular, muy bueno en letras, pero muy justo en ciencias. ¡Ganaba todos los concursos de redacción de Coca-Cola, y por redactar bien, en la mili me dieron un mes de permiso! A los 14 años tuve claro que quería ser periodista, pero siempre asociando ese oficio a la escritura. Pero me di cuenta de que había que aprovechar las oportunidades a tope, y se me presentó una: ser oficinista en Radio Nacional; cuando abrieron Radio 4, para Cataluña necesitaban gente que hablase o escribiese razonablemente bien en catalán.
¿Y cómo pasó de oficinista a hombre de la radio?
Me hicieron una prueba para guionista de continuidad. Había locutores de continuidad que rellenaban horas entre los programas; yo iba a la discoteca, sacaba discos y hacía un pequeño guión entre canción y canción. Y así estuve bastante tiempo. Luego me pidieron un programa semanal de resumen de las actividades musicales que había habido en Barcelona. Fue entonces cuando apareció el Señor Casamajor: lo hacía por separado, intervenía en otros programas. Y después vino La bisagra, en Radio Nacional, y en la Ser hice La ventana, y él siguió conmigo.
¿Cómo nació?
Cuando yo era muy niño. En mi casa nos reíamos bastante, a pesar de las desgracias; cuando estábamos en las literas, yo hacía la voz de un anciano prostático que pedía auxilio a una monja. Era él. Yo no soy un imitador, sólo tengo ese personaje. Era casi un registro de voz. Y mire, cuando la gente lo quiere imitar, lo hace mal. Es así [y lo imita].
¿Se cambia usted mismo cuando hace del Señor Casamajor?
Sí, es un personaje imaginario que en cierto modo actuaba por su cuenta. Me acuerdo de que estábamos entrevistando a un ministro, y le pregunté al Señor Casamajor qué le parecía lo que estábamos diciendo. Y él respondió: "Aburrido". El ministro dijo: "Lo comprendo". Yo me enfadé mucho con el Señor Casamajor, y le eché del locutorio. "Si se aburre, váyase". "¿Me echas?", preguntó él. "¡Sí, le echo!". "¿O sea, que salgo?". Los teléfonos hirvieron: "¡Que no le eche, que no eche al Señor Casamajor". Un día entrevisté al Rey, y el Señor Casamajor le saludó: "Hola, Juan Carlos". Y yo le dije: "El trato al Rey es de señor". "¡Ah!, hola señor Juan Carlos".
Era un catalán de pura cepa.
Un tipo que estaba de vuelta de todo, pero también un octogenario que tenía interés en todas las cosas. Yo creo que eso le gustaba a la gente. En España gustaba, a pesar de ser catalán.
Imagínese que el Señor Casamajor está sentado donde está usted y le preguntamos por el Estatut.
Es muy difícil contestar sólo como Casamajor, porque yo soy muy tendencioso y aprovecho para decir lo que me parece a mí. Tienen razón los que dicen que ha sido una cuestión política, que ha ido de arriba abajo, que no estaba en la calle. Pero se ha producido, y ahí está. Los que dramatizan sobre la abstención son los mismos que han querido conseguir votos a costa de… Lo diré así: si yo fuese el padre del señor Rajoy estaría muy enfadado; prefiere ser el presidente del Gobierno con ETA matando, y no serlo, o quizá no serlo, con el fenómeno del terrorismo erradicado de España. Me parece éticamente discutible.
¿Cómo ha ido viendo este país desde que dejó el escenario?
Como en cualquier sitio, creo que tres políticos estratégicamente situados pueden hacer que un país acabe a hostias. Admiro a los políticos que tienen vocación de resolver problemas y detesto a los que tienen vocación de inventarlos. Sobre todo, detesto a los que están dispuestos a cualquier cosa para conseguir el poder. La gente está un poco cansada de la excesiva preponderancia que tiene la política en los informativos. ¡Invéntate cosas, sé creativo, distrae a la gente, pero no rellenes los programas con la política!
Empezó como oficinista y terminó siendo el creador de televisión más importante de este país.
Bueno, yo creo que el programa es irrepetible: en una cadena como Telecinco, con una productora como Gestmusic, con un Sardá con la edad que tenía Sardá en ese momento, con el hecho de que Pepe Navarro se fuera de Telecinco en ese momento… Esa concatenación de elementos, y el conjunto de un equipo que ya había currado conmigo en la radio, hicieron posible un programa que técnicamente era una revista nocturna sensacional. Formalmente éramos buenos.
Le daba usted mucha importancia al ritmo.
Y a los contenidos, que eran muy variados. Hay momentos irrepetibles; hemos dicho cosas que habitualmente no se dicen en la tele, y hemos hecho cosas que no se pueden hacer: en Crónicas hemos convivido con el Partido Popular, con la Iglesia católica, ¡incluso hemos criticado a un sector del accionariado de la propia cadena, utilizando la misma libertad de expresión que usaron contra nosotros periódicos del propio grupo!
¿Qué aprendió durante esos años de 'Crónicas marcianas'?
Aprendí a hacer televisión, hasta el punto de que ya no me interesa hacer televisión. Yo ahora voy a dar la vuelta al mundo, y no quiero ir a un plató a hacer entrevistas porque esto me aburre soberanamente.
Le leo algo que escribió Sergi Pàmies en este periódico: "Cuando era joven, Javier Sardá solía trasnochar viendo programas junto a Juan Ramón Mainat. Despotricaban, se divertían, y, sin saberlo, diseñaban lo que luego sería 'Crónicas marcianas'. Un día, Sardá pasó al otro lado del espejo en calidad de auxiliar de gallifantes, ascendió a oficial de debates maniqueos y se convirtió en el comediante más completo de su generación".
Yo tardé mucho en decir sí a la tele, tardé tres años en aceptar. Cuando trabajaba en la radio y veía un micrófono decía -fíjese qué humilde era-: "Yo serviría para esto". Y eso nunca me pasaba con la televisión. Yo sabía la dificultad que implicaba eso de sonreír a una cámara. Me defiendo con la voz o con las voces, pero me consideraba incapacitado para la televisión. Pero he tenido la suerte de que, en todos los proyectos que he hecho, he estado el tiempo suficiente como para aprender. Al tercer año de Crónicas marcianas, yo seguía diciendo que nos estaban dejando aprender a hacer televisión… Y es difícil que te dejen aprender: al quinto año de un programa diario, si te dejan llegar ahí, ya el espacio será fantástico.
¿Cómo eran esas conversaciones con Mainat [alto ejecutivo de Gestmusic, recientemente fallecido]?
Éramos concuñados; le conocí cuando yo tenía 12 años y él 20. Y para mí hizo de Pigmalión en el periodismo. Empezamos escribiendo en El Correo Catalán, me dejaba hacer algunos artículos, y me siguió en Radio Nacional. Hacíamos un tándem extraordinario: yo era más pasional; él, más racional. Éramos un binomio muy completo, y además éramos grandes amigos. Era el aglutinador de muchos amigos que tengo.
¿Se siente orgulloso de 'Crónicas'?
Y afortunado.
¿Le molestan las críticas que ha recibido?
Cuando te dicen que haces telebasura, ¿qué dices? Es un insulto, es despectivo. Decir que todo un programa, desde que empieza hasta que acaba, es telebasura, es injusto, y contesto: "¡Telebasura, tu puta madre!". Pero, ¡ya está, que cada uno diga lo que quiera sobre el programa! Pero llamarlo telebasura es insuficiente explicación; es de un facilismo mortecino, y además se insulta con ello a una cantidad de público inmensa. Y yo pregunto por qué esa obsesión por Crónicas. Y era porque gustaba a sectores distintos, a públicos distintos; todo el mundo lo hacía un poco suyo, y a todos les molestaba que hiciéramos la sección siguiente. A un señor del PP le gustaba un sketch y una entrevista, pero cuando yo hacía un monólogo sobre política salía corriendo; a los progres no les gustaba cuando hacíamos algo rosa… ¡Pero dejarme en paz, meteros con Ana Rosa o con la Campos! Crónicas era el catalizador de tantas cosas… Me siento no orgulloso, sino afortunado.
 Si al principio de Crónicas me dicen que haría 1.300 programas y lo dejaría cuando quisiera y porque quisiera, no me lo hubiera creído.
¿Cómo describiría la evolución del programa?
Evolucionó a mejor. Puede que no sea objetivo, porque es mi producto…
 Y creo que el último programa fue mejor que cualquier anterior. Reto a cualquiera a que vea una cinta del primero, del segundo o del tercer programa…, siempre fue mejor.
 Se equivocan los que decían: "¡Huy!, Crónicas ya no es lo que era". Era mejor formalmente. Y cada año subíamos la audiencia del año anterior. Era sorprendente: se acumulaba la audiencia.
Lo que se decía mucho era que los contenidos no eran propios de Sardá.
Decían: "Sardá, un tipo tan serio en la radio, cómo hace esto". ¡Que era ventrílocuo, que hacía la voz de un viejito! ¡Que nunca he sido Gabilondo! Y también puedo hacer de periodista, pero no todos los periodistas pueden dirigir el circo. Cuando se produjo el asesinato de Ernest Lluch, claro que levanté el programa, me quité la casaca del maestro del show.
¿Y por qué se cansó?
Había varias cuestiones. Para hacer un programa como Crónicas, en ese horario, alejado de mi biorritmo, había que tener mucha resistencia física. Anoche me acosté a las doce y me he levantado a las siete de la mañana.
 Hubo agotamiento físico. Y también psicológico: cuando leía un libro, lo hacía para ver qué utilidad tendría para mi programa, y lo mismo pasaba cuando veía una película.
Si ahora estuviese hablando con usted pensando que por la noche tenía que hacer un programa, tendría la sensación de que estoy perdiendo un tiempo precioso que requiere mi trabajo.
 Y eso forma parte de la vida ajetreada a la que te lleva lo que llamamos éxito. En ese momento es cuando dices que el éxito es un tirano y te bajas del caballo.
¿Cómo lleva la popularidad?
Hago poca vida social, casi no me entero.
 Piense, además, que yo empiezo a salir en la tele a los 32 años; he tenido la suerte de no ser muy popular tan joven como lo son estos de las teleseries o los futbolistas.
Había mucha adrenalina en ese programa: gente que se tiraba por las mesas o se quedaba en calzoncillos… ¿Había alguien dentro de usted que le incitaba a poner orden?
Lo bueno de Crónicas es que era un producto en el que cada noche podías ceder algo.
Sucedieron muchas veces cosas que no me gustaban, y había otras de las que me sentía orgulloso -hallazgos de Boris, de Juan Carlos Ortega…, ahí había mucha calidad-.
 Pero la grandeza de todo eso era que sucedía en directo. Y el clima que había, dentro y fuera del plató
. Un programa es un clima. Una tertulia es un clima. Un ambiente. El ambiente es lo que hace que el público sienta que asiste a la locura de una gente que, de repente, la noche del atentado del 11-M hace otro programa, y se fija en nosotros, en lo que pasa en nuestro plató vacío, y Telecinco sabe entonces que puede confiar en lo que diga nuestro programa en torno a esa horrible catástrofe
. Cuando uno empieza un programa entra con la timidez del que va a una casa ajena; cuando ya llevas seis, siete u ocho programas es la gente la que entra en tu casa porque se lo pasa bien y le interesa lo que le vayas a contar. Eso ocurrió.
Dice que hay cosas buenas y cosas malas, y cosas de las que se arrepiente…
Bueno, siempre estarían en el terreno más delicado del dominio de la prensa rosa, de los temas del corazón. Bajo mi responsabilidad había momentos de crueldad con relación a ciertas personas, y yo intervenía para decir: "No digamos más barbaridades"…
 Había partes del programa que me gustaban mucho, otras menos y otras nada, pero de todas soy responsable. Y ahora pienso que lo básico era el sentido del humor.
Este país. ¿Qué es lo que le preocupa ahora de lo que pasa?
Me preocupa que los impuestos que pago tengan una contraprestación. Y me preocupan algunas palabras, son como jaulas.
 Cuando empezaron a usar la palabra nación para el Estatut, me dije: Dios, qué pereza; unos dirán esto, unos dirán lo otro.
 Las palabras son un lío.
 De acuerdo, Cataluña es una nación, dirá la gente, pero ¿qué pasa con las mafias rusas, qué pasa con tantas cuestiones que encuentran a los políticos ocupados en sus mundos?
 A la gente le importa llegar a final de mes, las escuelas, la sanidad, la seguridad.
 Es lógico. Ojalá vengan generaciones de políticos mediocres que se dediquen a solucionar los problemas de la comunidad que les designa para esto. Y me cabrea que la gente juegue con una irresponsabilidad manifiesta y utilice a las pobres víctimas del terrorismo con una mala fe incuestionable.
 Como ciudadano me apasiona la política, no me puede resbalar. Porque es una entidad mucho más peligrosa de lo que parece. Y puede hacer mucho daño.

Mundo insólito: El Comidista saca nuevo libro

Desde que se publicó Las recetas de El Comidista, El Comidista como blog ha crecido de manera notable, a veces incluso desbordándome un poco
. Ha alcanzado unas cifras de tráfico de las que estoy muy contento, porque significan que me lee mucha gente y porque garantizan -dentro de lo posible en estos días- mi continuidad en el circo de los medios. A la vez, estos números dan un poco de vértigo, porque a veces lo que escribo se magnifica, alcanza un eco insólito a través de las redes sociales y adquiere una trascendencia que en realidad no tiene.
Ha habido entradas memorables a este respecto, como las dedicadas a las boutiques del pan, al presidente de Mercadona, a la dieta Dukan o a Arguiñano como comentarista político
. En todas ellas, los comentarios de los lectores han acabado superando en interés al propio post: una buena tangana colectiva es siempre más atractiva que la opinión de un solo señor, por muy formada que sea. También ha habido recetas con gresca incluida, especialmente las que aludían a especialidades nacionales o regionales
. Pregunten en Perú por mis cebiches o en Andalucía por mis gazpachos, que seguro que les hablan muy bien de mí.
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Mención aparte merece la sección más exitosa con diferencia de este último año de blog: Aló, Comidista. Este consultorio que abrí inocentemente para que los lectores me enviaran sus dudas se transformó a toda velocidad en un lugar en el que la cocina se mezclaba con los asuntos más disparatados.
 Lo cierto es que yo induje un poco al personal a que sacara los pies del tiesto, puesto que me aburría sobremanera la idea de hacer un consultorio estrictamente culinario.
 Pero nunca pensé que las preguntas fueran a llegar tan lejos en su extravagancia, en su curiosidad, en su inteligencia o en su idiotez.
Este libro recopila los momentos más desternillantes del Aló, y también los más prácticos
. Creo que ese equilibrio entre la utilidad y el despropósito es lo que define mi trabajo, y por eso en La cocina pop de El Comidista uno recetas y artículos tutoriales, como las antiguías o el revuelto de trastos, con historias más disparatadas, como las entrevistas a las comidas viejunas.
 A la vez, la presencia de la cultura pop es más intensa que en el anterior libro: recomiendo películas para cada plato (unas veces porque tienen alguna relación; otras, porque me gustan sin más), incluyo un capítulo de menús para ver series de televisión que me encantan, como Juego de Tronos o Dexter, y abro el recetario a las aportaciones de artistas  que me caen bien y que no tienen nada que ver con el ámbito gastronómico, como Elvira Lindo, Miqui Puig o mi hermano Juanma.
Espero que este gran batiburrillo os guste, y que si no cocináis, al menos paséis un rato agradable con mis bobadas. Este libro no tiene otra pretensión que la de animaros a guisar y divertiros en tiempos revueltos, que para desdichas ya están los informativos. Así que vamos a ello".
'La cocina pop de El Comidista' se presenta el 26 de noviembre en Barcelona (Casa del Llibre Rambla Catalunya) y el 28, en Madrid (Fórum Fnac Callao).

La isla que solo existe en los mapas

Una expedición no halla rastro de una franja de tierra registrada como Sandy en el mar del Coral.

Imagen de la isla Sandy en Google Earth.
Aparece en varios mapas mundiales cartográficos y meteorológicos. Hasta el programa Google Earth, que ofrece imágenes del planeta procedentes de satélites y mapas, registra una isla de considerable tamaño entre Australia y Nueva Caledonia, en pleno mar del Coral, que lleva el nombre de Sandy.
Pero un equipo de investigadores de la Universidad de Sidney acaba de descubrir que esta franja de tierra no existe en realidad, después de viajar a la zona donde la sitúan los mapas y no hallar ni rastro de ella.
¿Cómo es posible que durante más de una década haya pervivido un bulo como este en mapas científicos de todo el mundo? ¿Quién la puso ahí?
 A la segunda pregunta no parece haber respuesta, pero sí hay explicación para la primera cuestión. “Comenzamos a sospechar cuando nuestras cartas de navegación mostraban una profundidad de 1.400 metros en el área donde los mapas mostraban la existencia de esta isla, lo que era contradictorio”, explica la geóloga Maria Seton, directora de la expedición.
 “De alguna manera este error ha sido propagado al mundo a partir de un banco de datos que se utiliza en muchos mapas”, añade.
La isla fantasma aparece mencionada incluso en publicaciones científicas desde el año 2000, pero no hay ni rastro de ella en los documentos del Gobierno francés, que tendría jurisdicción sobre ella, ni tampoco en las cartas de navegación, que se elaboran a partir de mediciones de profundidad, según informa la prensa australiana.