Vuelve a la televisión, pero sin pisar el plató. Su experiencia de
'Crónicas marcianas', que le convirtió en líder de audiencia varias
temporadas, le ha dejado exhausto y dolido con quienes le adscriben a la
telebasura. Habla por primera vez, después de su año sabático, de su
vida y sus miedos.
Lo que sorprende de inmediato es el aspecto espartano, casi monacal,
del sitio donde está, junto a un ventanal que da al cielo de Barcelona,
que hoy es gris. Sobre la mesa grande, cuadrada, de madera, tiene tan
sólo un cuaderno en blanco, en el que dibuja, y en las paredes no hay
nada. Es un despacho insonorizado en el que sólo destaca un televisor
enorme que permanece apagado. Y en medio de aquel silencio, Javier Sardá
(Barcelona, 1958), el hombre que revolucionó la radio de
entretenimiento (en Radio Nacional y en la Ser), que inventó al Señor
Casamajor y se convirtió en absoluto líder de audiencia al frente de
Crónicas marcianas (Telecinco), un programa que recibió elogios y
denuestos, algunos de los cuales (como el que incluye el término basura
para definirlo) le siguen hiriendo.
Nos recibe sentado, con chaqueta,
camisa abierta, dispuesto a dar la primera entrevista desde que dejó el
plató e inició un año sabático que le ha servido para reconciliarse con
la naturaleza y con su propio tiempo biológico.
Ahora hace lo que éste
le manda: se acuesta a las doce de la noche (una hora antes del que fue
comienzo de su famoso programa) y se levanta a las siete de la mañana;
dice que es capaz de sentarse durante horas ante la naturaleza, en su
casa. Pero su cabeza no debe de parar. No le gusta perder el tiempo, va
derecho a los asuntos, tiene una rapidez de rayo salvaje; dedica a las
cosas casuales (comer, por ejemplo) el tiempo justo; conversa, pero
siempre parece tener la mente en un sitio al que ha llegado años antes
que su interlocutor
De él puede decirse lo que un presidente argentino
decía de sí mismo: "Yo, hasta cuando vengo, voy".
Una metáfora de su manera de ser viene de su juventud: Sardá al mando
de su motocicleta, en medio del viento o de los temporales, soñando que
en realidad iba al frente de un avión
Luego se hizo piloto de avión,
en efecto, y siempre desprende esa sensación de que, aunque esté a bordo
de una moto o de un coche, o caminando, cree de veras que puede
desarrollar la velocidad de los aviones
Ahora que ha terminado su año
sabático ha anunciado, precisamente, un programa de viajes, cuyo título
aún es incierto y que comenzará en enero, en Telecinco, producido por
Gestmusic, su casa de siempre, en uno de cuyos silenciosos despachos se
desarrolla esta conversación. Ha inventado este programa para volver a
la televisión sin pisar los platós; le va a llevar por todo el mundo, y
lo va a llenar de gente. Se ha traído a la entrevista un avión de
juguete, que describe para la fotógrafa con la paciencia de un
coleccionista
. Y nos invita a comer en el propio restaurante de la
productora; en las mesas, con él, algunos de los colaboradores que tuvo
en Crónicas marcianas y que ahora trabajan en otros proyectos de
Gestmusic; él come arroz negro con calamares y lomo, y toma agua sin
gas. Se le ve feliz: con la familia, con la vida, y especialmente con la
hija de 13 años que le enseña inglés. Es un hombre muy privado. Y se le
ve tan feliz contando su infancia, su adolescencia, su vida, su manera
de mantener las primeras amistades como amistades duraderas, que cuesta
entender cómo dice que su adolescencia fue un tiempo peor.
Ahí, en ese tiempo, inventó a una de sus grandes criaturas, el Señor
Casamajor, de quien se disfrazó también en Crónicas marcianas, y vivió
muchas de las cosas que le marcaron. Apasionado de Fellini y de Henry
Miller, pinta, toca el saxo siempre ("extraordinario, un señor que se
llamaba Sax e inventa un instrumento tan sensible; imagínate un
sardafón
"), y sólo se está quieto cuando duerme. Tiene pavor a la
muerte ("cuando sabes que algo se muere es que ya te estás muriendo tú, y
eso es una putada").
¿Cómo va la vida ahora?
Cualquier tiempo pasado fue peor. La adolescencia fue mucho peor. Soy
huérfano de madre desde los siete años, y de padre desde que tenía 19, y
cuando acabé la mili y tenía la carrera por terminar me encontré que no
podía volver a Radio Nacional, que tenía un hermano gravemente enfermo
Con esa sinopsis, ya puede entender que cualquier tiempo pasado lo vea
peor. En esta última época, ya he dicho que no aspiro a nada. Yo no
tengo aspiraciones, lo cual no quiere decir que no tenga temores. No
puedo aspirar a nada: tengo una hija con salud, estoy felizmente casado,
no tengo problemas inmediatos a nivel económico
Yo no aspiro a nada,
sólo aspiro a que pasen muchos días sin que pase nada negativo
¿Cuáles son los temores?
Los propios de haber nacido, para lo que nadie pide permiso. No hay
finales felices, y nadie sabe cuáles son esos finales. Terrible.
Nunca desaparecen esos temores.
Nunca. Siempre crees que algo malo pasará. Yo tengo un teléfono
siempre en silencio, y cuando veo que no hay mensajes suspiro de alivio.
Siempre pienso que algo malo está a punto de pasar. Y siempre tengo una
cierta aspiración de trascendencia, de que haya cosas buenas. Y esa
aspiración de trascendencia me ha llevado a pensar esto, por ejemplo: la
pura existencia de la Cope es una constatación científica de que Dios
no existe; si existiese, no permitiría lo que dice la Cope. ¡Lo que los
poderes eclesiásticos permiten en este país es una provocación en toda
regla!
Dice usted que no tiene vocación para todo lo que ha hecho.
Que no tenga vocación, no significa que tuviese claro que quería ser
periodista, pero tenía claro que un periodista era el que escribía en
los periódicos. Yo era un estudiante irregular, muy bueno en letras,
pero muy justo en ciencias. ¡Ganaba todos los concursos de redacción de
Coca-Cola, y por redactar bien, en la mili me dieron un mes de permiso! A
los 14 años tuve claro que quería ser periodista, pero siempre
asociando ese oficio a la escritura. Pero me di cuenta de que había que
aprovechar las oportunidades a tope, y se me presentó una: ser
oficinista en Radio Nacional; cuando abrieron Radio 4, para Cataluña
necesitaban gente que hablase o escribiese razonablemente bien en
catalán.
¿Y cómo pasó de oficinista a hombre de la radio?
Me hicieron una prueba para guionista de continuidad. Había locutores
de continuidad que rellenaban horas entre los programas; yo iba a la
discoteca, sacaba discos y hacía un pequeño guión entre canción y
canción. Y así estuve bastante tiempo. Luego me pidieron un programa
semanal de resumen de las actividades musicales que había habido en
Barcelona. Fue entonces cuando apareció el Señor Casamajor: lo hacía por
separado, intervenía en otros programas. Y después vino La bisagra, en
Radio Nacional, y en la Ser hice La ventana, y él siguió conmigo.
¿Cómo nació?
Cuando yo era muy niño. En mi casa nos reíamos bastante, a pesar de
las desgracias; cuando estábamos en las literas, yo hacía la voz de un
anciano prostático que pedía auxilio a una monja. Era él. Yo no soy un
imitador, sólo tengo ese personaje. Era casi un registro de voz. Y mire,
cuando la gente lo quiere imitar, lo hace mal. Es así [y lo imita].
¿Se cambia usted mismo cuando hace del Señor Casamajor?
Sí, es un personaje imaginario que en cierto modo actuaba por su
cuenta. Me acuerdo de que estábamos entrevistando a un ministro, y le
pregunté al Señor Casamajor qué le parecía lo que estábamos diciendo. Y
él respondió: "Aburrido". El ministro dijo: "Lo comprendo". Yo me enfadé
mucho con el Señor Casamajor, y le eché del locutorio. "Si se aburre,
váyase". "¿Me echas?", preguntó él. "¡Sí, le echo!". "¿O sea, que
salgo?". Los teléfonos hirvieron: "¡Que no le eche, que no eche al Señor
Casamajor". Un día entrevisté al Rey, y el Señor Casamajor le saludó:
"Hola, Juan Carlos". Y yo le dije: "El trato al Rey es de señor". "¡Ah!,
hola señor Juan Carlos".
Era un catalán de pura cepa.
Un tipo que estaba de vuelta de todo, pero también un octogenario que
tenía interés en todas las cosas. Yo creo que eso le gustaba a la
gente. En España gustaba, a pesar de ser catalán.
Imagínese que el Señor Casamajor está sentado donde está usted y le preguntamos por el Estatut.
Es muy difícil contestar sólo como Casamajor, porque yo soy muy
tendencioso y aprovecho para decir lo que me parece a mí. Tienen razón
los que dicen que ha sido una cuestión política, que ha ido de arriba
abajo, que no estaba en la calle. Pero se ha producido, y ahí está. Los
que dramatizan sobre la abstención son los mismos que han querido
conseguir votos a costa de
Lo diré así: si yo fuese el padre del señor
Rajoy estaría muy enfadado; prefiere ser el presidente del Gobierno con
ETA matando, y no serlo, o quizá no serlo, con el fenómeno del
terrorismo erradicado de España. Me parece éticamente discutible.
¿Cómo ha ido viendo este país desde que dejó el escenario?
Como en cualquier sitio, creo que tres políticos estratégicamente
situados pueden hacer que un país acabe a hostias. Admiro a los
políticos que tienen vocación de resolver problemas y detesto a los que
tienen vocación de inventarlos. Sobre todo, detesto a los que están
dispuestos a cualquier cosa para conseguir el poder. La gente está un
poco cansada de la excesiva preponderancia que tiene la política en los
informativos. ¡Invéntate cosas, sé creativo, distrae a la gente, pero no
rellenes los programas con la política!
Empezó como oficinista y terminó siendo el creador de televisión más importante de este país.
Bueno, yo creo que el programa es irrepetible: en una cadena como
Telecinco, con una productora como Gestmusic, con un Sardá con la edad
que tenía Sardá en ese momento, con el hecho de que Pepe Navarro se
fuera de Telecinco en ese momento
Esa concatenación de elementos, y el
conjunto de un equipo que ya había currado conmigo en la radio, hicieron
posible un programa que técnicamente era una revista nocturna
sensacional. Formalmente éramos buenos.
Le daba usted mucha importancia al ritmo.
Y a los contenidos, que eran muy variados. Hay momentos irrepetibles;
hemos dicho cosas que habitualmente no se dicen en la tele, y hemos
hecho cosas que no se pueden hacer: en Crónicas hemos convivido con el
Partido Popular, con la Iglesia católica, ¡incluso hemos criticado a un
sector del accionariado de la propia cadena, utilizando la misma
libertad de expresión que usaron contra nosotros periódicos del propio
grupo!
¿Qué aprendió durante esos años de 'Crónicas marcianas'?
Aprendí a hacer televisión, hasta el punto de que ya no me interesa
hacer televisión. Yo ahora voy a dar la vuelta al mundo, y no quiero ir a
un plató a hacer entrevistas porque esto me aburre soberanamente.
Le leo algo que escribió Sergi Pàmies en este periódico:
"Cuando era joven, Javier Sardá solía trasnochar viendo programas junto a
Juan Ramón Mainat. Despotricaban, se divertían, y, sin saberlo,
diseñaban lo que luego sería 'Crónicas marcianas'. Un día, Sardá pasó al
otro lado del espejo en calidad de auxiliar de gallifantes, ascendió a
oficial de debates maniqueos y se convirtió en el comediante más
completo de su generación".
Yo tardé mucho en decir sí a la tele, tardé tres años en aceptar.
Cuando trabajaba en la radio y veía un micrófono decía -fíjese qué
humilde era-: "Yo serviría para esto". Y eso nunca me pasaba con la
televisión. Yo sabía la dificultad que implicaba eso de sonreír a una
cámara. Me defiendo con la voz o con las voces, pero me consideraba
incapacitado para la televisión. Pero he tenido la suerte de que, en
todos los proyectos que he hecho, he estado el tiempo suficiente como
para aprender. Al tercer año de Crónicas marcianas, yo seguía diciendo
que nos estaban dejando aprender a hacer televisión
Y es difícil que te
dejen aprender: al quinto año de un programa diario, si te dejan llegar
ahí, ya el espacio será fantástico.
¿Cómo eran esas conversaciones con Mainat [alto ejecutivo de Gestmusic, recientemente fallecido]?
Éramos concuñados; le conocí cuando yo tenía 12 años y él 20. Y para
mí hizo de Pigmalión en el periodismo. Empezamos escribiendo en El
Correo Catalán, me dejaba hacer algunos artículos, y me siguió en Radio
Nacional. Hacíamos un tándem extraordinario: yo era más pasional; él,
más racional. Éramos un binomio muy completo, y además éramos grandes
amigos. Era el aglutinador de muchos amigos que tengo.
¿Se siente orgulloso de 'Crónicas'?
Y afortunado.
¿Le molestan las críticas que ha recibido?
Cuando te dicen que haces telebasura, ¿qué dices? Es un insulto, es
despectivo. Decir que todo un programa, desde que empieza hasta que
acaba, es telebasura, es injusto, y contesto: "¡Telebasura, tu puta
madre!". Pero, ¡ya está, que cada uno diga lo que quiera sobre el
programa! Pero llamarlo telebasura es insuficiente explicación; es de un
facilismo mortecino, y además se insulta con ello a una cantidad de
público inmensa. Y yo pregunto por qué esa obsesión por Crónicas. Y era
porque gustaba a sectores distintos, a públicos distintos; todo el mundo
lo hacía un poco suyo, y a todos les molestaba que hiciéramos la
sección siguiente. A un señor del PP le gustaba un sketch y una
entrevista, pero cuando yo hacía un monólogo sobre política salía
corriendo; a los progres no les gustaba cuando hacíamos algo rosa
¡Pero
dejarme en paz, meteros con Ana Rosa o con la Campos! Crónicas era el
catalizador de tantas cosas
Me siento no orgulloso, sino afortunado.
Si
al principio de Crónicas me dicen que haría 1.300 programas y lo
dejaría cuando quisiera y porque quisiera, no me lo hubiera creído.
¿Cómo describiría la evolución del programa?
Evolucionó a mejor. Puede que no sea objetivo, porque es mi producto
Y creo que el último programa fue mejor que cualquier anterior. Reto a
cualquiera a que vea una cinta del primero, del segundo o del tercer
programa
, siempre fue mejor.
Se equivocan los que decían: "¡Huy!,
Crónicas ya no es lo que era". Era mejor formalmente. Y cada año
subíamos la audiencia del año anterior. Era sorprendente: se acumulaba
la audiencia.
Lo que se decía mucho era que los contenidos no eran propios de Sardá.
Decían: "Sardá, un tipo tan serio en la radio, cómo hace esto". ¡Que
era ventrílocuo, que hacía la voz de un viejito! ¡Que nunca he sido
Gabilondo! Y también puedo hacer de periodista, pero no todos los
periodistas pueden dirigir el circo. Cuando se produjo el asesinato de
Ernest Lluch, claro que levanté el programa, me quité la casaca del
maestro del show.
¿Y por qué se cansó?
Había varias cuestiones. Para hacer un programa como Crónicas, en ese
horario, alejado de mi biorritmo, había que tener mucha resistencia
física. Anoche me acosté a las doce y me he levantado a las siete de la
mañana.
Hubo agotamiento físico. Y también psicológico: cuando leía un
libro, lo hacía para ver qué utilidad tendría para mi programa, y lo
mismo pasaba cuando veía una película.
Si ahora estuviese hablando con
usted pensando que por la noche tenía que hacer un programa, tendría la
sensación de que estoy perdiendo un tiempo precioso que requiere mi
trabajo.
Y eso forma parte de la vida ajetreada a la que te lleva lo que
llamamos éxito. En ese momento es cuando dices que el éxito es un
tirano y te bajas del caballo.
¿Cómo lleva la popularidad?
Hago poca vida social, casi no me entero.
Piense, además, que yo
empiezo a salir en la tele a los 32 años; he tenido la suerte de no ser
muy popular tan joven como lo son estos de las teleseries o los
futbolistas.
Había mucha adrenalina en ese programa: gente que se tiraba por las
mesas o se quedaba en calzoncillos
¿Había alguien dentro de usted que
le incitaba a poner orden?
Lo bueno de Crónicas es que era un producto en el que cada noche
podías ceder algo.
Sucedieron muchas veces cosas que no me gustaban, y
había otras de las que me sentía orgulloso -hallazgos de Boris, de Juan
Carlos Ortega
, ahí había mucha calidad-.
Pero la grandeza de todo eso
era que sucedía en directo. Y el clima que había, dentro y fuera del
plató
. Un programa es un clima. Una tertulia es un clima. Un ambiente.
El ambiente es lo que hace que el público sienta que asiste a la locura
de una gente que, de repente, la noche del atentado del 11-M hace otro
programa, y se fija en nosotros, en lo que pasa en nuestro plató vacío, y
Telecinco sabe entonces que puede confiar en lo que diga nuestro
programa en torno a esa horrible catástrofe
. Cuando uno empieza un
programa entra con la timidez del que va a una casa ajena; cuando ya
llevas seis, siete u ocho programas es la gente la que entra en tu casa
porque se lo pasa bien y le interesa lo que le vayas a contar. Eso
ocurrió.
Dice que hay cosas buenas y cosas malas, y cosas de las que se arrepiente
Bueno, siempre estarían en el terreno más delicado del dominio de la
prensa rosa, de los temas del corazón. Bajo mi responsabilidad había
momentos de crueldad con relación a ciertas personas, y yo intervenía
para decir: "No digamos más barbaridades"
Había partes del programa que
me gustaban mucho, otras menos y otras nada, pero de todas soy
responsable. Y ahora pienso que lo básico era el sentido del humor.
Este país. ¿Qué es lo que le preocupa ahora de lo que pasa?
Me preocupa que los impuestos que pago tengan una contraprestación. Y
me preocupan algunas palabras, son como jaulas.
Cuando empezaron a usar
la palabra nación para el Estatut, me dije: Dios, qué pereza; unos
dirán esto, unos dirán lo otro.
Las palabras son un lío.
De acuerdo,
Cataluña es una nación, dirá la gente, pero ¿qué pasa con las mafias
rusas, qué pasa con tantas cuestiones que encuentran a los políticos
ocupados en sus mundos?
A la gente le importa llegar a final de mes, las
escuelas, la sanidad, la seguridad.
Es lógico. Ojalá vengan
generaciones de políticos mediocres que se dediquen a solucionar los
problemas de la comunidad que les designa para esto. Y me cabrea que la
gente juegue con una irresponsabilidad manifiesta y utilice a las pobres
víctimas del terrorismo con una mala fe incuestionable.
Como ciudadano
me apasiona la política, no me puede resbalar. Porque es una entidad
mucho más peligrosa de lo que parece. Y puede hacer mucho daño.
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