Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

11 nov 2012

El Apostol

Rincones del Atlántico



Francisco González Díaz,
el amigo de los árboles


Rubén Naranjo Rodríguez

Para la inmensa mayoría de los canarios, la figura de Francisco González Díaz resulta totalmente desconocida. Para algunos, si acaso, un nombre que rotula una calle. Sin embargo, en el primer tercio del siglo XX, su firma era referencia habitual en la prensa isleña y su presencia en diferentes rincones de las Islas, donde era requerido como orador, despertaba siempre una gran expectación. Pero asumiendo la cita que aporta Manuel de Paz en un artículo sobre otro autor cuya obra permanece también olvidada, en este caso, José Agustín Álvarez Rixo, "el periódico pasa como un ave y se va, es casi flor de un día, y por ello es natural que en la memoria cultural de Canarias apenas queden rastros de la sabiduría derramada en tan frágiles moldes". La anterior frase la toma dicho autor de un reconocido escritor cubano, el Conde Kostia, seudónimo de Aniceto Valdivia, una de las personalidades más relevantes de las letras cubanas. Precisamente el Conde Kostia, escribía en 1915 en las páginas del periódico habanero La Lucha, con motivo de la visita de nuestro paisano a la perla del Caribe: "Desde muy joven se distinguió el señor González Díaz en la prensa y en la tribuna, como escritor conceptuoso y elegante, como orador elocuente e inspirado, como noble paladín de todas las causas justas y elevadas". Para añadir, "laborando en silencio, con fe inquebrantable, con amor intenso al país en que nació, con devoción profunda a todo lo que contribuyera de algún modo al progreso moral e intelectual de las Islas Canarias, logró conquistarse el cariño y la admiración de sus compatriotas y el respeto de cuantos pudieron apreciar de cerca la magnitud de su labor".

Biografía sesgada

Cuando se indaga en la biografía de González Díaz, lo primero que apreciamos es el desconocimiento existente de un referente tan elemental como es el año de su nacimiento. Incluso la lápida de su tumba, en el cementerio de la villa de Teror nos muestra una fecha equivocada. Lo cierto es que según figura en el archivo parroquial de la iglesia de San Francisco de Las Palmas de Gran Canaria, nació un 4 de diciembre de 1866, templo en el que recibiría el bautismo unos días después, el 12 del mismo mes. Hijo de doña Isabel Díaz y Aguilar y don Manuel González Castellano, sus raíces familiares estaban en Arúcas, por parte paterna, de donde procedían también sus dos abuelos; mientras que por parte materna, su abuelo era natural de la capital grancanaria y su abuela de la villa de La Orotava.

Recibe la formación inicial en su ciudad natal, siendo uno de sus maestros don Francisco Cabrera Rodríguez, "una de las personas más buenas que he conocido", según escribiría en un artículo de homenaje tras su fallecimiento. Estudiará como otros jóvenes canarios en el colegio de San Agustín, centro privado que vino a suplir las seculares carencias educativas isleñas. Se distingue por su aprovechamiento a lo largo de los diferentes años, siendo alumno de sobresaliente en casi todas las materias, si bien se le resisten la aritmética y el álgebra, en las que obtiene algún suspenso. Aunque realizó unos pequeños escarceos con el dibujo, el propio autor expresa de esta manera su temprana vocación por las letras: "Yo nací para escritor, y no he servido para otra cosa. Mi primer trabajo literario lo hice en el colegio de San Agustín y lo leí en un acto presidido por López Botas, que me felicitó". Lector empedernido, ya desde aquellos primeros años devoraba cuanto caía en sus manos.

Se traslada a Madrid a cursar estudios de derecho, aunque su estancia en la capital del Estado no estará ligada a la actividad académica hasta la finalización de dicha carrera. Referencias a esta etapa de su vida la encontramos en el capítulo que su amigo Leoncio Rodríguez le dedica en su libro Perfiles, pues el propio González Díaz apenas la menciona. Rodríguez lo señala de esta forma: "En ninguna de las copiosas notas autobiográficas que le publiqué en La Prensa, nada dijo, que yo recuerde, de aquellos tiempos de su estancia en Madrid, ni de sus estudios de la Universidad. No le seducían, por lo visto, ni las leyes ni sus definiciones. En su concepto filosófico del hombre y del mundo, todo eso para él era una entelequia. Prefería vivir la vida de su espíritu. Encerrarse en sus propias filosofías. No quería saber nada del ilícito comercio que se hacía, tantas veces, de los derechos y los principios de la sociedad humana".

Abandonará los estudios de derecho para orientar su vocación al periodismo. En Madrid ingresa en el diario El Nacional, en los convulsos años de finales del siglo XIX, en palabras de Leoncio Rodríguez, "días de desaliento, de amarguras del pueblo español, que sin duda se infiltraron también en el ánimo y la pluma del escritor. Y aquel ambiente, entenebrecido y dramático, siguió influyendo bastante en la tónica de sus futuros escritos, casi todos de acentuado sabor pesimista".

El intento de escapar de este ambiente, sus anhelos juveniles de conocer nuevos horizontes, le llevaron camino de América. Su lugar de destino, Argentina, donde trabajó en los principales diarios de bonaerenses. Fueron años intensos, fundamentales en su formación, en los que se sintió feliz e incluso como afortunado emigrante, logró cierto patrimonio que luego no supo conservar. De vuelta a su tierra comienza una intensa labor periodística en la prensa isleña, salpicada con colaboraciones en distintos medios de diferentes ciudades españolas, así como de Cuba, Argentina y Venezuela. También tendría oportunidad de dedicarse a la política durante un corto espacio de tiempo, el suficiente para aborrecerla y que luego no dejara de insistir en su rechazo a la misma.

De desbordante cabe calificar la producción de González Díaz, pues raro es el periódico isleño, del primer tercio del pasado siglo, donde no aparezca en algún momento su firma, si bien será el Diario de Las Palmas donde se condense el grueso de su producción periodística. A su vez, el santacrucero periódico La Prensa, también acogerá una extensa serie de artículos sobre una amplitud de temas.

Dueño de una sólida formación cultural, los críticos de la época le ponían en relación con otros dos grandes de la literatura canaria contemporáneos suyos y que le prodigaron su amistad: Tomás Morales y Alonso Quesada. Galdós, del que siempre hizo una decidida defensa, constituyó sin duda su referente literario. No compartía sin embargo su anticlericalismo, pues siempre que pudo proclamó por el contrario sus convicciones religiosas, aunque sí sus ideales republicanos, de los que hizo gala cada vez que tuvo ocasión. Caso, por ejemplo, de la proclamación de la Segunda República Española, acontecimiento sobre el que puede leerse en el Libro de Actas del Ayuntamiento de Teror, con fecha 16 de abril de 1931: "A solicitud reiterada del público habló en el acto el insigne orador don Francisco González Díaz, pronunciando un elocuentísimo discurso en el que hizo historia de las vicisitudes por que ha pasado nuestra Patria durantes las anteriores dinastías y régimen funesto que acaba de fenecer y haciendo fervientes votos por que la nueva República labore por el engrandecimiento a que tiene legítimo derecho nuestra querida España".

Se le reconocía a González Díaz su implicación, desde las columnas de la prensa y desde la tribuna, en diferentes campañas de las que formó parte o se constituyó en portavoz. Numerosos son sus artículos en apoyo del turismo, apenas incipiente en aquellos años; pero también en favor de la educación y de los maestros; de la mejora de los transportes y las comunicaciones; en apoyo de una corriente regionalista que superara el enfrentamiento "pleitista"; del infortunio de la emigración, lacra de aquellos años; su preocupación por el maltrato hacia los animales, pero sobre todo, la constante propaganda, durante más de cuarenta años, en pro del fomento y conservación del arbolado.

"El Apóstol del árbol"

Es el propio González Díaz, quien en su libro Árboles1 , donde recopila su inicial producción periodística en este campo, el que señala el artículo del mismo título2, como el primero de la amplia serie dedicada a esta iniciativa. Toma como modelo las repoblaciones llevadas a cabo en torno al Hotel Taoro de la mano de su director, el canario Domingo Aguilar, y que habían cambiado significativamente y de forma positiva el aspecto de dicho espacio del Puerto de la Cruz. Plantea imitar esta iniciativa en los “pelados riscos” que rodeaban la capital grancanaria.

Seguirán de forma continuada los artículos de González Díaz, animando a entrar en el debate a personajes de la vida isleña, para crear un clima de opinión favorable a esta iniciativa. La sensibilidad que poco a poco se iba creando en la sociedad capitalina, determinaría que, aprovechando la confección del programa de actos de las fiestas de San Pedro Mártir, González Díaz planteara la idoneidad de esa fecha para llevar adelante la Fiesta del Árbol: “¿Por qué no se emprende en seguida las primeras plantaciones y se organiza la Fiesta del Árbol para que figure entre los festejos de Abril? Sería lo mejor, lo más interesante, lo más beneficioso de dichos festejos. Con ella ofreceríamos un atractivo más a la colonia extranjera, y no hay duda que la colonia contribuiría a ese importante objeto, como ha contribuido siempre a nuestros empeños patrióticos y humanitarios”3 .

La Asociación de la Prensa, de reciente creación, y presidida por Franchy Roca, es la encargada de llevar adelante la iniciativa de organizar la Fiesta del Árbol, lamentando el propio González Díaz la inacción de las instituciones, pues “ni la Cámara Agrícola, ni la Sociedad Económica, se han dado por enteradas de las alusiones que se les ha dirigido para que se pusieran al frente de la empresa”4. La implicación de la sociedad capitalina sería intensa, con la decidida participación de un colectivo de mujeres – “grupo de damas”- dando como resultado una celebración realmente participativa, que finalmente tuvo lugar el 29 de abril de 1902, en el lugar elegido para ello: la plaza de la Feria, del entonces incipiente barrio de Arenales.

A la primera Fiesta del Árbol celebrada en Las Palmas de Gran Canaria, seguirá apenas unos meses después, la que tuvo lugar en la capital santacrucera. Si bien se preveía su celebración como un acto más de las fiestas del Mayo, la carencia de los árboles necesarios, determinó la necesidad de trasladar dicho evento para hacerlo coincidir con los festejos del primer centenario de la consideración como municipio independiente, el 6 de diciembre del mismo año. La convocatoria fue un gran éxito, con masiva participación de los escolares del municipio y de público. No podía faltar la presencia del inspirador de tan brillante jornada y uno de los cronistas del acto, daba esta impresión de su intervención: “El Sr. González Díaz excusamos decir que a grandes y a chicos, pues para todos tuvo frases y acentos hermosísimos, arrebató con la magia de su palabra. Su elocuentísima improvisación si hubiera podido recogerla un taquígrafo, sería el mejor regalo que pudiera darse a los niños para que comprendieran lo que es un árbol y aprendieran a amarlo. Interrumpido muchas veces por los aplausos de la muchedumbre, al terminar recibió una gran ovación”5.

El “Apóstol del árbol”, haciendo honor a su calificativo, siempre estuvo presente, como promotor y participante, en las celebraciones que tuvieron lugar en la capital grancanaria, así como en Teror, Arúcas, Guía, Gáldar, Moya, Telde, Santa Brígida. Además, en varias localidades tinerfeñas: Santa Cruz, La Laguna, La Orotava, Icod de los Vinos; también en Arrecife de Lanzarote, y siendo recordado siempre en aquellas donde no pudo estarlo, pero se le reconocía su papel de iniciador.

El auge que había adquirido esta celebración a lo largo de todo el Estado español, determinó que en 1915 se publicará el Real decreto número 10, de 5 de enero, “declarando obligatoria la celebración anual de una Fiesta del Árbol en cada término municipal”6. No obstante, siguiendo la secular tradición en materia legislativa española, particularmente en cuestiones de tipo ambiental, la “obligatoriedad” legal, no determinó su efectiva puesta en práctica, pues contadas serían las localidades canarias que cumplirían lo establecido. El pensamiento de González Díaz, era elocuente al respecto: “…harto lo sé, ni las circulares ni los decretos tienen en España fuerza de corregir o de educar”7.

Suya sería la iniciativa de crear una primera Sociedad de Amigos del Árbol en la capital grancanaria, que llegó a tener un órgano de expresión propio: El Apóstol. Revista decenal, dirigida por el propio González Díaz, el primer ejemplar saldría a la calle el 10 de diciembre de 1910, llegando a publicarse 75 números, hasta el 1 de enero de 1913, si bien por error, figuren como 83 el número de los editados. Con la premisa de “ejercer el apostolado de las buenas ideas, luchar por el bien común y defender los intereses generales”, ya en el primer número González Díaz expresaba la línea editorial, alejada de cuestiones partidistas: “Nada de política naturalista. Si acaso, cuando fuere preciso, aquella otra a que antes me referí, idealista-realista, la única que comprendemos y practicamos”8. En la misma, bajo su dirección, se daba cobertura a las actividades de la Asociación, así como a cuantas iniciativas relacionadas con el fomento del arbolado se desarrollaran en las islas. También se denunciaron los diferentes “arboricidios”, consecuencia del vandalismo urbano o de talas incontroladas en carreteras y montes, o la acción destructiva del ganado. Además, acogía diversas colaboraciones y artículos de variado contenido, de autores como Víctor Hugo o Joaquín Costa, cuyos escritos sobre arbolado, fueron con frecuencia publicados en la prensa canaria de la época.

Esta iniciativa editorial, la primera de su tipo en el Archipiélago, tuvo su continuidad unos años más tarde en La Orotava, a partir de 1915, con la publicación mensual titulada El Campo. Iniciativa personal de Antonio Lugo y Massieu, reconocido activista en favor del arbolado, se presentaba como “Periódico propagandista del arbolado y de las Prácticas Agrícolas”, editándose un total de 83 números a lo largo de sus tres dilatadas y espaciadas épocas de existencia. Desde sus primeros ejemplares, también acogió artículos de González Díaz, haciéndose eco de sus actividades dentro y fuera de aquella isla.


Extensa obra periodística y literaria

Muchos de los artículos aparecidos en la prensa isleña, junto con otros textos elaborados expresamente para ello, se incluyen en los diferentes libros publicados por González Díaz. El primero de ellos, A través de Tenerife, en 1903, que conocerá una segunda edición en 1923. Le seguirán, entre otros, el ya citado Árboles (1906), Cultura y Turismo (1910), Especies (1911 y 1912), Niños y árboles (1913), El viaje de la vida (1913), Un canario en Cuba (1916),Teror (1918), Tierras sedientas (1921), En la selva obscura (1926). Su última obra editada, en 1942, será Cervantes, Don Quijote, España, quedando aún otras varias que no llegaron a ver la luz. Se incluyen en su producción los relatos y la poesía, si bien no es precisamente esta última la faceta más destacada de su obra.

Refugiado en su particular cenobio de Teror, “como un cartujo” en propia expresión del autor, siguió siempre escribiendo, con un permanente lamento hacia lo inútil de su obra de concienciación y el escaso reconocimiento hacia su persona. Sin embargo, bien es cierto que gozó del aplauso general y notables intelectuales de la época se ocuparon de su obra, caso de Benavente, Pardo Bazán, Ortega Munilla, Unamuno,… Con este último tendría incluso cierto desencuentro. Y es que en palabras de otro periodista canario, José Suárez Falcón, Jordé, nuestro escritor “nunca fue vulgar, pedestre ni chabacano. Su culto a la forma le hacía cincelar la prosa, preocupándole el ritmo y la armonía de la cláusula y la frase. Se comprende que no fuese de su agrado el estilo seco y duro, aunque de intenso vigor expresivo de Unamuno”9. Precisamente el escritor vasco, al hacer la crítica de uno de sus libros, concretamente de Especies, menciona un relato que gira en torno al suicidio, tema recurrente en la obra de González Díaz. Señalaba don Miguel su discrepancia con el final de aquella historia, todo, “por no saber esperar a la muerte”. Tampoco nuestro paisano supo esperarla y decidió ir a su encuentro un 5 de abril de 1945.

A la Mar fui por Naranjas....


Rincones del Atlántico

Pedro García Cabrera
El compromiso y el paisaje


Ernesto J. Gil López
Profesor de Literatura de la Universidad de La Laguna

Imágenes: Archivo Familiar
(Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife)

Múltiples son, sin duda, los rasgos que configuran la rica personalidad de Pedro García Cabrera, pero entre todos ellos sobresalen dos constantes a lo largo de su biografía y su producción: su claro compromiso social y su especial atención hacia el paisaje isleño.

Quizá en esto último pudo haber influido de alguna forma la circunstancia de haber visto la primera luz en la localidad de Vallehermoso, en la isla de La Gomera, el 19 de agosto de 1905.

Tras haber residido unos años en este idílico lugar, su padre, que era un maestro oriundo de Los Realejos, fue trasladado a la provincia de Sevilla, y hacia allí partió llevando consigo a toda su familia. Pero por poco tiempo, pues dos años más tarde, el joven Pedro regresaba de nuevo a La Gomera e iniciaba allí sus estudios en una escuela que tenía el aliciente de celebrar los sábados unos recitales poéticos que, seguramente, repercutieron en su posterior vocación lírica.

El hecho de que no mucho más tarde su familia se trasladara a Santa Cruz y fijara su residencia en la capital chicharrera, dio la oportunidad al joven García Cabrera de iniciar sus estudios de Bachillerato en el instituto lagunero que hoy lleva el nombre de la persona que entonces lo dirigía, don Adolfo Cabrera Pinto.

Será en 1922 cuando publique su primer texto literario, de clara influencia romántica, que titulado Recordando, salió en el periódico semanal La Voz de Junonia, que llevaba el curioso subtítulo de Periódico semanal de los intereses morales y materiales de La Gomera.

Pero el libro que lo da a conocer como poeta de importancia será, en 1928, su primer poemario, con el sugerente título de Líquenes, recopilación de versos cuyo espacio temático es la realidad insular, y de manera muy especial el contexto del mar. Como bien apunta Nilo Palenzuela, se trata de un diario de impresiones, cuidadosamente anotadas a cada sugerencia del paisaje.

A partir de este momento, y continuando una trayectoria ya iniciada por su padre, Pedro García Cabrera adopta una actitud comprometida políticamente, afiliándose al Partido Socialista e implicándose en sucesivos cargos y colaboraciones dentro de este grupo.

Paralelamente comienza a publicar algunos textos en la prensa local e insular.

En 1930 da a conocer su ensayo El hombre en función del paisaje, donde propone una contemplación amplia e integral del paisaje de las Islas Canarias, dejando a un lado aquellos elementos que pueden causar diferencias y protagonismos (como pueden ser el Teide, La Caldera, el roque Nublo o las Montañas del Fuego); él pretende que se fije la atención en los elementos comunes del paisaje y el ecosistema de todo el Archipiélago, con referencias que puedan servir para cualquier espacio insular.

En 1931 Pedro García Cabrera desempeña un papel decisivo en la política local de Tenerife, como portavoz del Partido Socialista, tanto en el Cabildo Insular como en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, al tiempo que dirige el periódico El Socialista.

En 1934 aparece una plaquette titulada Transparencias fugadas, obra que, a pesar de su brevedad, pues sólo reúne veintidós poemas, y con el tema común "del aire en movimiento", como dice el propio autor en su introducción, constituye para algunos críticos una clara muestra de su madurez poética. Una plenitud que se manifiesta en esas imágenes que configuran el paisaje de lo etéreo y lo diáfano, en el que se ubican valores tan trascendentes como son la libertad o la universalidad.

Será en este periodo, entre 1934 y 1935, cuando componga la mayoría de los poemas que conformarán La rodilla en el agua, libro que no ve la luz hasta 1981, y en el que la isla, el paisaje isleño, constituye el elemento principal de referencia, el espejo natural y único en el que se reflejan las inquietudes del poeta.

Por estas fechas, también, publica en la revista semanal Algas un artículo titulado Estudio del día gris, donde defiende los atractivos del paisaje isleño, en el que él aprecia una síntesis de montaña y llano, a los que el reflejo del mar enriquece y dota de profundidad, produciendo un efecto cristalino. Esto le hace reflexionar, asimismo, sobre el particular sentimiento musical del canario, que se transmuta en amor con la lejanía.

García Cabrera dará amplio testimonio de las trágicas circunstancias de la Guerra Civil y de su apresamiento el 18 de julio de 1936, así como de su posterior traslado a Villa Cisneros, en el Sáhara, su posterior huida a Dákar y desde allí hasta Marsella y su entrada en la España republicana, en los numerosos y extensos poemas de su Romancero cautivo (1936-1940), donde, con emoción, plasma el desolador paisaje de la guerra y sus múltiples y desgarradoras consecuencias.

Su valerosa participación en el frente de Andalucía queda ensombrecida, cuando se dirigían de Andujar a Jaén, por un luctuoso accidente, en el que pierden la vida varios de sus compañeros y él queda malherido al ser arrollado el jeep en el que viajaban por un tren cargado de heridos. Dada la gravedad de sus heridas es internado en el Hospital Civil de Jaén y allí conoce a una enfermera que acabaría convirtiéndose en su esposa y fiel compañera, Matilde Torres. Ya recuperado, ante el inminente avance de las tropas nacionales, intenta abandonar el país por Cartagena, pero, al no poder embarcarse, vuelve a Jaén, donde es apresado de nuevo y recluido en la cárcel de Granada hasta diciembre de 1944, en que le dan la libertad.

Marcha entonces a Madrid, donde lo esperan su hermano y Matilde, con la esperanza de una nueva vida. Pero de este bienestar sólo disfruta un breve periodo, pues lo reclaman desde Tenerife para juzgarlo por su huida del campo de concentración de Río de Oro. Es así como a principios de 1946 regresa a la Isla, donde es juzgado y lo condenan a treinta años de prisión, y llega a ingresar en la cárcel de Fyffes. Pero las clases impartidas en la cárcel de Granada, así como el haberse ocupado del suministro de alimentos, junto con algunos indultos, pesarán a su favor y le permiten abandonar muy pronto el centro de Fyffes, de manera que le permiten permanecer en su casa de Tacoronte, en situación de arresto domiciliario.

Poco a poco, su vida va tomando unos derroteros más tranquilizadores y, paralelamente, su estado de ánimo va aproximándose al adecuado para la creación. Así es que, tras una etapa de penurias en la que sobrevive dando clases particulares, consigue un empleo como jefe de contabilidad en la Caja de Previsión de la Cepsa, en el que va a mantenerse hasta su jubilación. Es ahora cuando, al poder contar con un sueldo fijo, se anima a formalizar sus relaciones con Matilde, que aún permanece en Madrid. De este modo, el 27 de febrero de 1948 contraen matrimonio por poderes, siendo el poeta representado en la ceremonia por un hermano suyo. Atrás quedan los dolorosos días de penas y amarguras, tan bien expresados en los diversos poemarios compuestos a lo largo de esa etapa de tantos y amargos sinsabores: Entre la guerra y tú, Romancero cautivo, La arena y la intimidad, Hombros de ausencia e Interior de tu voz.

Muy lentamente recupera el espíritu creativo y el afán de comunicación, y es así cómo, por iniciativa de Domingo Pérez Minik y de Eduardo Westerdhal, en 1949 intentan recuperar el vacío dejado por Gaceta de Arte con una nueva revista que recibe el nombre de De Arte, pero que, desafortunadamente, no pasa de su primer número, y que permite a García Cabrera sacar a la luz un interesante ensayo titulado Arquitectura y poesía, en el que, tras señalar la supremacía de la arquitectura sobre las demás artes por el servicio que le presta al hombre, no dudará en asociarla a la poesía, por lo mismo, precisamente, y excluir "cualquier obra que no lleve en su último estrato algún fermento subversivo, que no esconda entre sus repliegues algún quejido de la conciencia ante las incertidumbres del ser o ante la confusión del mundo".

Sin caer, en absoluto, en el desánimo, y con el apoyo de Ángel Acosta, en 1954, se le plasma una nueva oportunidad de manifestar sus inquietudes artísticas en uno de los primeros suplementos literarios del Archipiélago, la Gaceta semanal de las artes, un cuadernillo de periodicidad semanal, que salía cada jueves dentro del vespertino tinerfeño La Tarde. Con el propósito "según se decía en su proclama inicial- de dar cabida en dicho suplemento a los nuevos creadores, pronto se unirán a los promotores algunas de las figuras más valiosas del momento, como Julio Tovar, Domingo Pérez Minik, Eduardo Westerdahl, Enrique Lite, y más tarde, Carlos Pinto Grote, Fernando García Ramos, Isaac de Vega y Rafael Arozarena.

Fue precisamente en ese marco en el que se planteó un cuestionario acerca de la situación de la lírica del Archipiélago, la interpretación del concepto ‘isla’ en ese mismo ámbito y sobre la conveniencia o no de mantener la tradición o lanzarse a la innovación creativa. Al parecer, hubo coincidencia en las opiniones sobre la influencia del paisaje y bastantes dudas en cuanto a considerar la tradición como un conjunto de valores consolidados. Por otra parte, ni admitían que hubiera una decadencia en la lírica insular, cuando quedaban aún por explorar muchas oportunidades en la creación.

En 1951 García Cabrera daba a la imprenta un nuevo poemario, Día de alondras, compuesto por 49 poemas, cuyas protagonistas no son otras que esas aves, que vagan por siete escenarios diversos, en los que suceden las más variadas situaciones líricas: el jardín, el bosque, la orilla del mar, la alcoba, el campo, la azotea y la ciudad. Y, si bien se aprecia en estos poemas una clara influencia lorquiana, con escenas y protagonistas que recuerdan a los de algunos de los textos del poeta granadino, no cabe duda del innegable aporte personal de García Cabrera, que enriquece sus composiciones con connotaciones singulares, muy acordes con el entorno en que se producen.

En septiembre de 1954, participa con el amigo y poeta José Domingo en el II Congreso Internacional de Poesía celebrado en Knokke, ciudad belga de la costa del Mar del Norte. Asistían representantes de treinta países, que compartía la afición poética, y una experiencia singular fue el cotejo de la expresión poética de lenguas con dilatada trayectoria con otras de balbuciente andadura. Y fue precisamente en ese marco singular donde ambos escritores canarios presentaron un trabajo denominado Las fuentes de la poesía popular. Llamaban la atención allí sobre el carácter anónimo de muchas composiciones populares -especialmente los romances- y la explicación que proponían es que en esos casos la voz personal del poeta se funde con la colectiva de todo el pueblo, diluyéndose su protagonismo individual, al enriquecerse con el de todo el conjunto. Por otro lado, esta tendencia, reconocían, no era obstáculo para que existiera otra tendencia poética, más personalizada y minoritaria, realizada por figuras únicas, sin que ello supusiera un aislamiento total entre ambos planos, sino que, a menudo, se daba una influencia mutua entre uno y otro. Y como ejemplos de esta admirable “contaminación” citaban a Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Miguel Hernández y García Lorca. Y no deja de ser revelador, que, casi al final, recordaban unos versos, de los que señalaban su origen popular y anónimo, versos que hoy constituyen una clara referencia a la poesía de Pedro García Cabrera:

"A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene..."


Y es precisamente en su siguiente poemario, La esperanza me mantiene, de 1959, donde los encontramos, junto a un estribillo final, "Con la mano en la mar así lo espero", que actúa a la manera de un leitmotiv final de todas las composiciones, que manifiesta la angustia del poeta ante la situación que vive, pero, al mismo tiempo, su esperanza de un futuro mejor. La mar actúa no sólo como un testigo de su pesar, sino como fuente de vida y de regeneración a la que el poeta acude en busca de su infancia, de sus amigos, de la paz, de la libertad y de las islas.

Nueve años más tarde, en 1968, se publica Vuelta a la isla, poemario que recoge un minucioso recorrido por la geografía de la isla de Tenerife, partiendo desde Santa Cruz y siguiendo la ruta del Norte, hasta llegar de nuevo al punto de salida, tras una fervorosa mención de las demás islas y no pocas escalas en diversas localidades sureñas. Se aprecia aquí, una vez más, la profunda vinculación de García Cabrera con el paisaje y con la vida que contiene, sus pueblos, sus hombres, su patrimonio cultural y humano.

Y, aunque compuesto entre 1949 y 1963, en esa misma fecha ve la luz Entre cuatro paredes, profundo canto de amor hacia su esposa y compañera, Matilde Torres, a quien se lo dedica. Son poemas de exaltación de la intimidad y de la vida del hogar, al fijar la atención en lo cotidiano y destacar la importancia de los pequeños detalles, que tanto valor aportan a la felicidad diaria.

De 1970 es Hora punta del hombre, libro de claro compromiso social y palpable denuncia de la explotación humana, en el que la noche desempeña un papel simbólico, y en el que destacan las dedicatorias a sus compañeros en la creación poética.

Y de nuevo el paisaje toma un papel protagonista en Las islas en que vivo, de 1971, poemario escrito en Los Cristianos, en el que el mar constituye una referencia continua, junto al deseo de libertad y la esperanza.

Vendrán después sus famosas Elegías muertas de hambre (1975), en las que el poeta insiste en la denuncia de las desigualdades sociales, apoyándose en la referencia de una serie de alimentos básicos (arroz, maíz, trigo, mijo, garbanzos, judías, lentejas, frijoles y arvejas), con los que recuerda el compromiso que tienen los acomodados de compartir sus beneficios con los menos pudientes.

Y en su defensa de un mundo habitable y digno se hallan los poemas de Ojos que no ven (1977), en el que denuncia la desidia y el abandono de los poderosos, así como el total descuido por la naturaleza y el medio ambiente.

Por último, en Hacia la libertad (1977) deja Pedro García Cabrera su testamento, un conjunto de deseos de cómo le gustaría a él que fuese el futuro: un mundo sin fronteras, sin exiliados, con total amnistía para los perseguidos, un mundo de total libertad.

Su muerte se produjo el 20 de marzo de 1981. Pocos meses antes, el Cabildo Insular de Tenerife, reconociendo sus méritos y su compromiso social, le había otorgado la medalla de oro de la Isla.

El indómito corazón de 'El gran Meaulnes', de Alain-Fournier . Papeles Perdidos


Fournier_meaulPor J. ERNESTO AYALA-DIP
Una mañana de verano de 1905, un joven pasea a orillas de Sena. De pronto ve a una mujer que le llama poderosamente la atención. Esa mujer era la belleza personificada.
 El joven se le acerca e intenta, si no cortejarla sí saber todo lo que pudiera sobre ella. La bella mujer sólo le contesta que se llama Yvonne Quièurecourt.
 Y así como apareció, desapareció, en un abrir y cerrar de ojos.
El joven se llama Henri Alban Fournier. Tiene diecinueve años. Pero nosotros lo conoceremos siempre como Alain-Fournier, el autor de El gran Meaulnes.
Cuando leí esta novela por primera vez, todavía no se sabía dónde estaba enterrado su autor.
Se sabía que había muerto en 1914 a los veintisiete años, en Les Éparges, muy cerca de Verdún,  en acción de guerra. Al año siguiente de publicar su única novela. Recién en 1991 se descubrió su cuerpo enterrado en una fosa común alemana.
 Además de su consagrada novela (que dicho sea de paso se publicó el mismo año que “Las cuevas del vaticano, de André Gide y Por el camino de Swan, de Marcel Proust), Alain-Fournier dejó una novela inacabada, textos poéticos y un importante epistolario, entre el que se encuentra el que mantuvo con el escritor Jacques Rivière, cuñado suyo dado que estaba casado con su hermana Isabelle, a la que dedica “El gran Meaulnes.
Debo decir, antes que nada, que comparto absolutamente con el escritor francés Frédéric Beigbeder la extrañeza  que le causa las similitudes entre El gran Gatzby y El gran Meaulnes
. No solamente el título, que no deja de ser bastante notoria, sino también el uso de un narrador fascinado por el protagonista empeñado en un amor imposible.
 Con buen criterio Beigbeder se pregunta si Scott Fitzgerald no  habría leído antes de escribir su novela a Alain-Fournier.
 El relato falsamente autobiográfico de su narrador es en el fondo una especie de elegía a la pérdida de la pureza esencial, que decía un crítico argentino en los años setenta. Me interesa ahondar en otra idea de Beigbeder: dice el autor de “13,99 euros, que El gran Meaulnes es un canto al amor unilateral. Y que en cuanto el amor se hace correspondido, se convierte en una lata.
 Yo pienso lo mismo, aunque con un matiz. Es verdad que amar, al fin y al cabo, es amar el amor del otro. Sobre todo eso.
Comprobar que somos amados, para decirlo brutalmente, “nos pone”. Sentimos saciada nuestra enfermedad egocentrista. Pero Meaulnes ama como se ama en los sueños. Por ello tiene la novela de Alain-Fournier ese aire de encantamiento casi surrealista
. De encuentro y desencuentro doliente y a la vez mágico.
El gran Meaulnes es una novela de iniciación.
 Se convoca en sus páginas el amor absoluto, no solamente en la persona de su heroína Yvonne de Galais, sino en todas las Yvonne que le depare su desconocido destino aventurero.
 La obsesión del amor como motor vital, como ebriedad de la carne y el espíritu
. Se le rinde tributo incluso cuando muere, porque fue un día algo palpitante a lo que se le guardará infinita memoria.
 Alain-Fournier plasmó en su libro inmortal una alegoría de la experiencia amorosa. Recabó en sus recuerdos de adolescencia, la materia de su límpida y tenue trama. Trasladó su experiencia provinciana y lo hizo dibujando todos sus perfiles y aristas: la tierra, el color de las estaciones, la fiebre del verano, los diminutos ruidos de la noche y su silencio.
Al amparo del simbolismo fin-de-siècle,  Alain-Fournier no transige con el realismo. Y sin embargo escribe una novela de aventuras, aunque en el fondo sea en realidad una novela de aventuras espirituales. Agustín Meaulnes terminará encontrando lo que durante toda su adolescencia buscó desesperadamente.
Una vez alcanzado lo que parecía imposible para él, se nutre de nuevos deberes de su corazón indómito.  Partirá de nuevo hacia nuevas aventuras.
Las heridas y el éxtasis de nuevas búsquedas que arrastrará consigo y así hasta el fin de sus días. Fantasía y realidad a partes iguales, El gran Meaulnes les parece a algunos estudiosos, no sin razón, la novela más lírica de Truman Capote, Otros voces, otros ámbitos.

Una duda o una certidumbre....

El acecho no me permite escribir. O: No escribo, por acecho. Ya dudo. Ya me quedo pensando; ya dejo para luego el escribir. En realidad me paso todo el día pensando y pensando también en qué podría escribir. Así dicho es como si fuera nada más que una máquina pensante, cuando la mitad de los pensamientos se disipan en las orillas. Quizá fuese más acertado decir que me paso el día mirando.
Todo es aplazamiento. De eso se trata. A veces escribo lo que podría ser un poema y la hoja se queda por alguna esquina. Me digo: Ya volverá. Ya seguiré. Aplazamientos. Es como si me sentara al borde de mi vida a contemplar el cielo tocando el mar. Ya saldrá otra vez el sol. Ya seremos de nuevo. No sé cuándo. 
Las anécdotas se disipan. Los hechos políticos, sociales, económicos..., resultan trágicos, pero uno los afronta con descreimiento. Para qué escribir sobre eso...
 A John Kuehn le han dado un premio de poesía en Tenerife, y hubiera querido hablar de eso.
 Pero lo aplazo. De Ramón Chantre (en la revista Literradura, Barcelona, 1976) o Ramón Chantri (A un pueblo sin aurora, Tenerife, 1978) algo dije en Los que cruzan el mar.
 Pero ha habido más en sus cartas, en sus manuscritos (en los poemas que me envió para que precisamente los colocara en Àrtics, la revista a la que hago referencia en lasendadetartaria.blogspot.com.es/), que en lo que dejé dicho en aquellos diarios.
 La de veces que con A. G. nos preguntábamos sobre su suerte. No escribí nada de su relación con T., de su hijo. Desapareció de Barcelona. Apareció por Puerto Sagunto. Luego, nada.
Un día nos tropezamos en Las Palmas, hará cosa de pocos años. Tendré que llamarlo -con lo que me cuesta descolgar un teléfono- y felicitarlo de veras. Con la vida tan dura que ha tenido. Cuando tantos ya se han quedado por el camino o en el silencio  quebrado de los espejos, como el mismo A. G. Aquellos chicos difíciles, en aquella expresión que tomó de mí Carlos E. Pinto en un texto sobre el pintor Cándido Camacho, y que a mí vez se la escuché a A. G.

Habría que escribir la historia de aquellos muchachos difíciles..., la de aquella La Laguna que se desbordó y a unos cuantos nos desparramó por Barcelona y Nueva York; la que se tragó a otros en su silencio de piedra y agua eternos.
Es extraño que un fantasma vuelva a surgir, y siga en la normalidad no de mi vida o de la suya, sino en la del mundo que sigue. Como si ni siquiera mi otra vida, ese otro gran fantasma, hubiera ocurrido.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño.