Francisco González Díaz, el amigo de los árboles Rubén Naranjo Rodríguez |
Para la inmensa mayoría de los canarios, la figura de Francisco González Díaz resulta totalmente desconocida. Para algunos, si acaso, un nombre que rotula una calle. Sin embargo, en el primer tercio del siglo XX, su firma era referencia habitual en la prensa isleña y su presencia en diferentes rincones de las Islas, donde era requerido como orador, despertaba siempre una gran expectación. Pero asumiendo la cita que aporta Manuel de Paz en un artículo sobre otro autor cuya obra permanece también olvidada, en este caso, José Agustín Álvarez Rixo, "el periódico pasa como un ave y se va, es casi flor de un día, y por ello es natural que en la memoria cultural de Canarias apenas queden rastros de la sabiduría derramada en tan frágiles moldes". La anterior frase la toma dicho autor de un reconocido escritor cubano, el Conde Kostia, seudónimo de Aniceto Valdivia, una de las personalidades más relevantes de las letras cubanas. Precisamente el Conde Kostia, escribía en 1915 en las páginas del periódico habanero La Lucha, con motivo de la visita de nuestro paisano a la perla del Caribe: "Desde muy joven se distinguió el señor González Díaz en la prensa y en la tribuna, como escritor conceptuoso y elegante, como orador elocuente e inspirado, como noble paladín de todas las causas justas y elevadas". Para añadir, "laborando en silencio, con fe inquebrantable, con amor intenso al país en que nació, con devoción profunda a todo lo que contribuyera de algún modo al progreso moral e intelectual de las Islas Canarias, logró conquistarse el cariño y la admiración de sus compatriotas y el respeto de cuantos pudieron apreciar de cerca la magnitud de su labor".
Biografía sesgada
Cuando se indaga en la biografía de González Díaz, lo primero que apreciamos es el desconocimiento existente de un referente tan elemental como es el año de su nacimiento. Incluso la lápida de su tumba, en el cementerio de la villa de Teror nos muestra una fecha equivocada. Lo cierto es que según figura en el archivo parroquial de la iglesia de San Francisco de Las Palmas de Gran Canaria, nació un 4 de diciembre de 1866, templo en el que recibiría el bautismo unos días después, el 12 del mismo mes. Hijo de doña Isabel Díaz y Aguilar y don Manuel González Castellano, sus raíces familiares estaban en Arúcas, por parte paterna, de donde procedían también sus dos abuelos; mientras que por parte materna, su abuelo era natural de la capital grancanaria y su abuela de la villa de La Orotava.
Recibe la formación inicial en su ciudad natal, siendo uno de sus maestros don Francisco Cabrera Rodríguez, "una de las personas más buenas que he conocido", según escribiría en un artículo de homenaje tras su fallecimiento. Estudiará como otros jóvenes canarios en el colegio de San Agustín, centro privado que vino a suplir las seculares carencias educativas isleñas. Se distingue por su aprovechamiento a lo largo de los diferentes años, siendo alumno de sobresaliente en casi todas las materias, si bien se le resisten la aritmética y el álgebra, en las que obtiene algún suspenso. Aunque realizó unos pequeños escarceos con el dibujo, el propio autor expresa de esta manera su temprana vocación por las letras: "Yo nací para escritor, y no he servido para otra cosa. Mi primer trabajo literario lo hice en el colegio de San Agustín y lo leí en un acto presidido por López Botas, que me felicitó". Lector empedernido, ya desde aquellos primeros años devoraba cuanto caía en sus manos.
Se traslada a Madrid a cursar estudios de derecho, aunque su estancia en la capital del Estado no estará ligada a la actividad académica hasta la finalización de dicha carrera. Referencias a esta etapa de su vida la encontramos en el capítulo que su amigo Leoncio Rodríguez le dedica en su libro Perfiles, pues el propio González Díaz apenas la menciona. Rodríguez lo señala de esta forma: "En ninguna de las copiosas notas autobiográficas que le publiqué en La Prensa, nada dijo, que yo recuerde, de aquellos tiempos de su estancia en Madrid, ni de sus estudios de la Universidad. No le seducían, por lo visto, ni las leyes ni sus definiciones. En su concepto filosófico del hombre y del mundo, todo eso para él era una entelequia. Prefería vivir la vida de su espíritu. Encerrarse en sus propias filosofías. No quería saber nada del ilícito comercio que se hacía, tantas veces, de los derechos y los principios de la sociedad humana".
Abandonará los estudios de derecho para orientar su vocación al periodismo. En Madrid ingresa en el diario El Nacional, en los convulsos años de finales del siglo XIX, en palabras de Leoncio Rodríguez, "días de desaliento, de amarguras del pueblo español, que sin duda se infiltraron también en el ánimo y la pluma del escritor. Y aquel ambiente, entenebrecido y dramático, siguió influyendo bastante en la tónica de sus futuros escritos, casi todos de acentuado sabor pesimista".
El intento de escapar de este ambiente, sus anhelos juveniles de conocer nuevos horizontes, le llevaron camino de América. Su lugar de destino, Argentina, donde trabajó en los principales diarios de bonaerenses. Fueron años intensos, fundamentales en su formación, en los que se sintió feliz e incluso como afortunado emigrante, logró cierto patrimonio que luego no supo conservar. De vuelta a su tierra comienza una intensa labor periodística en la prensa isleña, salpicada con colaboraciones en distintos medios de diferentes ciudades españolas, así como de Cuba, Argentina y Venezuela. También tendría oportunidad de dedicarse a la política durante un corto espacio de tiempo, el suficiente para aborrecerla y que luego no dejara de insistir en su rechazo a la misma.
De desbordante cabe calificar la producción de González Díaz, pues raro es el periódico isleño, del primer tercio del pasado siglo, donde no aparezca en algún momento su firma, si bien será el Diario de Las Palmas donde se condense el grueso de su producción periodística. A su vez, el santacrucero periódico La Prensa, también acogerá una extensa serie de artículos sobre una amplitud de temas.
Dueño de una sólida formación cultural, los críticos de la época le ponían en relación con otros dos grandes de la literatura canaria contemporáneos suyos y que le prodigaron su amistad: Tomás Morales y Alonso Quesada. Galdós, del que siempre hizo una decidida defensa, constituyó sin duda su referente literario. No compartía sin embargo su anticlericalismo, pues siempre que pudo proclamó por el contrario sus convicciones religiosas, aunque sí sus ideales republicanos, de los que hizo gala cada vez que tuvo ocasión. Caso, por ejemplo, de la proclamación de la Segunda República Española, acontecimiento sobre el que puede leerse en el Libro de Actas del Ayuntamiento de Teror, con fecha 16 de abril de 1931: "A solicitud reiterada del público habló en el acto el insigne orador don Francisco González Díaz, pronunciando un elocuentísimo discurso en el que hizo historia de las vicisitudes por que ha pasado nuestra Patria durantes las anteriores dinastías y régimen funesto que acaba de fenecer y haciendo fervientes votos por que la nueva República labore por el engrandecimiento a que tiene legítimo derecho nuestra querida España".
Se le reconocía a González Díaz su implicación, desde las columnas de la prensa y desde la tribuna, en diferentes campañas de las que formó parte o se constituyó en portavoz. Numerosos son sus artículos en apoyo del turismo, apenas incipiente en aquellos años; pero también en favor de la educación y de los maestros; de la mejora de los transportes y las comunicaciones; en apoyo de una corriente regionalista que superara el enfrentamiento "pleitista"; del infortunio de la emigración, lacra de aquellos años; su preocupación por el maltrato hacia los animales, pero sobre todo, la constante propaganda, durante más de cuarenta años, en pro del fomento y conservación del arbolado.
"El Apóstol del árbol"
Es el propio González Díaz, quien en su libro Árboles1 , donde recopila su inicial producción periodística en este campo, el que señala el artículo del mismo título2, como el primero de la amplia serie dedicada a esta iniciativa. Toma como modelo las repoblaciones llevadas a cabo en torno al Hotel Taoro de la mano de su director, el canario Domingo Aguilar, y que habían cambiado significativamente y de forma positiva el aspecto de dicho espacio del Puerto de la Cruz. Plantea imitar esta iniciativa en los “pelados riscos” que rodeaban la capital grancanaria.
Seguirán de forma continuada los artículos de González Díaz, animando a entrar en el debate a personajes de la vida isleña, para crear un clima de opinión favorable a esta iniciativa. La sensibilidad que poco a poco se iba creando en la sociedad capitalina, determinaría que, aprovechando la confección del programa de actos de las fiestas de San Pedro Mártir, González Díaz planteara la idoneidad de esa fecha para llevar adelante la Fiesta del Árbol: “¿Por qué no se emprende en seguida las primeras plantaciones y se organiza la Fiesta del Árbol para que figure entre los festejos de Abril? Sería lo mejor, lo más interesante, lo más beneficioso de dichos festejos. Con ella ofreceríamos un atractivo más a la colonia extranjera, y no hay duda que la colonia contribuiría a ese importante objeto, como ha contribuido siempre a nuestros empeños patrióticos y humanitarios”3 .
La Asociación de la Prensa, de reciente creación, y presidida por Franchy Roca, es la encargada de llevar adelante la iniciativa de organizar la Fiesta del Árbol, lamentando el propio González Díaz la inacción de las instituciones, pues “ni la Cámara Agrícola, ni la Sociedad Económica, se han dado por enteradas de las alusiones que se les ha dirigido para que se pusieran al frente de la empresa”4. La implicación de la sociedad capitalina sería intensa, con la decidida participación de un colectivo de mujeres – “grupo de damas”- dando como resultado una celebración realmente participativa, que finalmente tuvo lugar el 29 de abril de 1902, en el lugar elegido para ello: la plaza de la Feria, del entonces incipiente barrio de Arenales.
A la primera Fiesta del Árbol celebrada en Las Palmas de Gran Canaria, seguirá apenas unos meses después, la que tuvo lugar en la capital santacrucera. Si bien se preveía su celebración como un acto más de las fiestas del Mayo, la carencia de los árboles necesarios, determinó la necesidad de trasladar dicho evento para hacerlo coincidir con los festejos del primer centenario de la consideración como municipio independiente, el 6 de diciembre del mismo año. La convocatoria fue un gran éxito, con masiva participación de los escolares del municipio y de público. No podía faltar la presencia del inspirador de tan brillante jornada y uno de los cronistas del acto, daba esta impresión de su intervención: “El Sr. González Díaz excusamos decir que a grandes y a chicos, pues para todos tuvo frases y acentos hermosísimos, arrebató con la magia de su palabra. Su elocuentísima improvisación si hubiera podido recogerla un taquígrafo, sería el mejor regalo que pudiera darse a los niños para que comprendieran lo que es un árbol y aprendieran a amarlo. Interrumpido muchas veces por los aplausos de la muchedumbre, al terminar recibió una gran ovación”5.
El “Apóstol del árbol”, haciendo honor a su calificativo, siempre estuvo presente, como promotor y participante, en las celebraciones que tuvieron lugar en la capital grancanaria, así como en Teror, Arúcas, Guía, Gáldar, Moya, Telde, Santa Brígida. Además, en varias localidades tinerfeñas: Santa Cruz, La Laguna, La Orotava, Icod de los Vinos; también en Arrecife de Lanzarote, y siendo recordado siempre en aquellas donde no pudo estarlo, pero se le reconocía su papel de iniciador.
El auge que había adquirido esta celebración a lo largo de todo el Estado español, determinó que en 1915 se publicará el Real decreto número 10, de 5 de enero, “declarando obligatoria la celebración anual de una Fiesta del Árbol en cada término municipal”6. No obstante, siguiendo la secular tradición en materia legislativa española, particularmente en cuestiones de tipo ambiental, la “obligatoriedad” legal, no determinó su efectiva puesta en práctica, pues contadas serían las localidades canarias que cumplirían lo establecido. El pensamiento de González Díaz, era elocuente al respecto: “…harto lo sé, ni las circulares ni los decretos tienen en España fuerza de corregir o de educar”7.
Suya sería la iniciativa de crear una primera Sociedad de Amigos del Árbol en la capital grancanaria, que llegó a tener un órgano de expresión propio: El Apóstol. Revista decenal, dirigida por el propio González Díaz, el primer ejemplar saldría a la calle el 10 de diciembre de 1910, llegando a publicarse 75 números, hasta el 1 de enero de 1913, si bien por error, figuren como 83 el número de los editados. Con la premisa de “ejercer el apostolado de las buenas ideas, luchar por el bien común y defender los intereses generales”, ya en el primer número González Díaz expresaba la línea editorial, alejada de cuestiones partidistas: “Nada de política naturalista. Si acaso, cuando fuere preciso, aquella otra a que antes me referí, idealista-realista, la única que comprendemos y practicamos”8. En la misma, bajo su dirección, se daba cobertura a las actividades de la Asociación, así como a cuantas iniciativas relacionadas con el fomento del arbolado se desarrollaran en las islas. También se denunciaron los diferentes “arboricidios”, consecuencia del vandalismo urbano o de talas incontroladas en carreteras y montes, o la acción destructiva del ganado. Además, acogía diversas colaboraciones y artículos de variado contenido, de autores como Víctor Hugo o Joaquín Costa, cuyos escritos sobre arbolado, fueron con frecuencia publicados en la prensa canaria de la época.
Esta iniciativa editorial, la primera de su tipo en el Archipiélago, tuvo su continuidad unos años más tarde en La Orotava, a partir de 1915, con la publicación mensual titulada El Campo. Iniciativa personal de Antonio Lugo y Massieu, reconocido activista en favor del arbolado, se presentaba como “Periódico propagandista del arbolado y de las Prácticas Agrícolas”, editándose un total de 83 números a lo largo de sus tres dilatadas y espaciadas épocas de existencia. Desde sus primeros ejemplares, también acogió artículos de González Díaz, haciéndose eco de sus actividades dentro y fuera de aquella isla.
Extensa obra periodística y literaria
Muchos de los artículos aparecidos en la prensa isleña, junto con otros textos elaborados expresamente para ello, se incluyen en los diferentes libros publicados por González Díaz. El primero de ellos, A través de Tenerife, en 1903, que conocerá una segunda edición en 1923. Le seguirán, entre otros, el ya citado Árboles (1906), Cultura y Turismo (1910), Especies (1911 y 1912), Niños y árboles (1913), El viaje de la vida (1913), Un canario en Cuba (1916),Teror (1918), Tierras sedientas (1921), En la selva obscura (1926). Su última obra editada, en 1942, será Cervantes, Don Quijote, España, quedando aún otras varias que no llegaron a ver la luz. Se incluyen en su producción los relatos y la poesía, si bien no es precisamente esta última la faceta más destacada de su obra.
Refugiado en su particular cenobio de Teror, “como un cartujo” en propia expresión del autor, siguió siempre escribiendo, con un permanente lamento hacia lo inútil de su obra de concienciación y el escaso reconocimiento hacia su persona. Sin embargo, bien es cierto que gozó del aplauso general y notables intelectuales de la época se ocuparon de su obra, caso de Benavente, Pardo Bazán, Ortega Munilla, Unamuno,… Con este último tendría incluso cierto desencuentro. Y es que en palabras de otro periodista canario, José Suárez Falcón, Jordé, nuestro escritor “nunca fue vulgar, pedestre ni chabacano. Su culto a la forma le hacía cincelar la prosa, preocupándole el ritmo y la armonía de la cláusula y la frase. Se comprende que no fuese de su agrado el estilo seco y duro, aunque de intenso vigor expresivo de Unamuno”9. Precisamente el escritor vasco, al hacer la crítica de uno de sus libros, concretamente de Especies, menciona un relato que gira en torno al suicidio, tema recurrente en la obra de González Díaz. Señalaba don Miguel su discrepancia con el final de aquella historia, todo, “por no saber esperar a la muerte”. Tampoco nuestro paisano supo esperarla y decidió ir a su encuentro un 5 de abril de 1945.