Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

11 nov 2012

A la Mar fui por Naranjas....


Rincones del Atlántico

Pedro García Cabrera
El compromiso y el paisaje


Ernesto J. Gil López
Profesor de Literatura de la Universidad de La Laguna

Imágenes: Archivo Familiar
(Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife)

Múltiples son, sin duda, los rasgos que configuran la rica personalidad de Pedro García Cabrera, pero entre todos ellos sobresalen dos constantes a lo largo de su biografía y su producción: su claro compromiso social y su especial atención hacia el paisaje isleño.

Quizá en esto último pudo haber influido de alguna forma la circunstancia de haber visto la primera luz en la localidad de Vallehermoso, en la isla de La Gomera, el 19 de agosto de 1905.

Tras haber residido unos años en este idílico lugar, su padre, que era un maestro oriundo de Los Realejos, fue trasladado a la provincia de Sevilla, y hacia allí partió llevando consigo a toda su familia. Pero por poco tiempo, pues dos años más tarde, el joven Pedro regresaba de nuevo a La Gomera e iniciaba allí sus estudios en una escuela que tenía el aliciente de celebrar los sábados unos recitales poéticos que, seguramente, repercutieron en su posterior vocación lírica.

El hecho de que no mucho más tarde su familia se trasladara a Santa Cruz y fijara su residencia en la capital chicharrera, dio la oportunidad al joven García Cabrera de iniciar sus estudios de Bachillerato en el instituto lagunero que hoy lleva el nombre de la persona que entonces lo dirigía, don Adolfo Cabrera Pinto.

Será en 1922 cuando publique su primer texto literario, de clara influencia romántica, que titulado Recordando, salió en el periódico semanal La Voz de Junonia, que llevaba el curioso subtítulo de Periódico semanal de los intereses morales y materiales de La Gomera.

Pero el libro que lo da a conocer como poeta de importancia será, en 1928, su primer poemario, con el sugerente título de Líquenes, recopilación de versos cuyo espacio temático es la realidad insular, y de manera muy especial el contexto del mar. Como bien apunta Nilo Palenzuela, se trata de un diario de impresiones, cuidadosamente anotadas a cada sugerencia del paisaje.

A partir de este momento, y continuando una trayectoria ya iniciada por su padre, Pedro García Cabrera adopta una actitud comprometida políticamente, afiliándose al Partido Socialista e implicándose en sucesivos cargos y colaboraciones dentro de este grupo.

Paralelamente comienza a publicar algunos textos en la prensa local e insular.

En 1930 da a conocer su ensayo El hombre en función del paisaje, donde propone una contemplación amplia e integral del paisaje de las Islas Canarias, dejando a un lado aquellos elementos que pueden causar diferencias y protagonismos (como pueden ser el Teide, La Caldera, el roque Nublo o las Montañas del Fuego); él pretende que se fije la atención en los elementos comunes del paisaje y el ecosistema de todo el Archipiélago, con referencias que puedan servir para cualquier espacio insular.

En 1931 Pedro García Cabrera desempeña un papel decisivo en la política local de Tenerife, como portavoz del Partido Socialista, tanto en el Cabildo Insular como en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, al tiempo que dirige el periódico El Socialista.

En 1934 aparece una plaquette titulada Transparencias fugadas, obra que, a pesar de su brevedad, pues sólo reúne veintidós poemas, y con el tema común "del aire en movimiento", como dice el propio autor en su introducción, constituye para algunos críticos una clara muestra de su madurez poética. Una plenitud que se manifiesta en esas imágenes que configuran el paisaje de lo etéreo y lo diáfano, en el que se ubican valores tan trascendentes como son la libertad o la universalidad.

Será en este periodo, entre 1934 y 1935, cuando componga la mayoría de los poemas que conformarán La rodilla en el agua, libro que no ve la luz hasta 1981, y en el que la isla, el paisaje isleño, constituye el elemento principal de referencia, el espejo natural y único en el que se reflejan las inquietudes del poeta.

Por estas fechas, también, publica en la revista semanal Algas un artículo titulado Estudio del día gris, donde defiende los atractivos del paisaje isleño, en el que él aprecia una síntesis de montaña y llano, a los que el reflejo del mar enriquece y dota de profundidad, produciendo un efecto cristalino. Esto le hace reflexionar, asimismo, sobre el particular sentimiento musical del canario, que se transmuta en amor con la lejanía.

García Cabrera dará amplio testimonio de las trágicas circunstancias de la Guerra Civil y de su apresamiento el 18 de julio de 1936, así como de su posterior traslado a Villa Cisneros, en el Sáhara, su posterior huida a Dákar y desde allí hasta Marsella y su entrada en la España republicana, en los numerosos y extensos poemas de su Romancero cautivo (1936-1940), donde, con emoción, plasma el desolador paisaje de la guerra y sus múltiples y desgarradoras consecuencias.

Su valerosa participación en el frente de Andalucía queda ensombrecida, cuando se dirigían de Andujar a Jaén, por un luctuoso accidente, en el que pierden la vida varios de sus compañeros y él queda malherido al ser arrollado el jeep en el que viajaban por un tren cargado de heridos. Dada la gravedad de sus heridas es internado en el Hospital Civil de Jaén y allí conoce a una enfermera que acabaría convirtiéndose en su esposa y fiel compañera, Matilde Torres. Ya recuperado, ante el inminente avance de las tropas nacionales, intenta abandonar el país por Cartagena, pero, al no poder embarcarse, vuelve a Jaén, donde es apresado de nuevo y recluido en la cárcel de Granada hasta diciembre de 1944, en que le dan la libertad.

Marcha entonces a Madrid, donde lo esperan su hermano y Matilde, con la esperanza de una nueva vida. Pero de este bienestar sólo disfruta un breve periodo, pues lo reclaman desde Tenerife para juzgarlo por su huida del campo de concentración de Río de Oro. Es así como a principios de 1946 regresa a la Isla, donde es juzgado y lo condenan a treinta años de prisión, y llega a ingresar en la cárcel de Fyffes. Pero las clases impartidas en la cárcel de Granada, así como el haberse ocupado del suministro de alimentos, junto con algunos indultos, pesarán a su favor y le permiten abandonar muy pronto el centro de Fyffes, de manera que le permiten permanecer en su casa de Tacoronte, en situación de arresto domiciliario.

Poco a poco, su vida va tomando unos derroteros más tranquilizadores y, paralelamente, su estado de ánimo va aproximándose al adecuado para la creación. Así es que, tras una etapa de penurias en la que sobrevive dando clases particulares, consigue un empleo como jefe de contabilidad en la Caja de Previsión de la Cepsa, en el que va a mantenerse hasta su jubilación. Es ahora cuando, al poder contar con un sueldo fijo, se anima a formalizar sus relaciones con Matilde, que aún permanece en Madrid. De este modo, el 27 de febrero de 1948 contraen matrimonio por poderes, siendo el poeta representado en la ceremonia por un hermano suyo. Atrás quedan los dolorosos días de penas y amarguras, tan bien expresados en los diversos poemarios compuestos a lo largo de esa etapa de tantos y amargos sinsabores: Entre la guerra y tú, Romancero cautivo, La arena y la intimidad, Hombros de ausencia e Interior de tu voz.

Muy lentamente recupera el espíritu creativo y el afán de comunicación, y es así cómo, por iniciativa de Domingo Pérez Minik y de Eduardo Westerdhal, en 1949 intentan recuperar el vacío dejado por Gaceta de Arte con una nueva revista que recibe el nombre de De Arte, pero que, desafortunadamente, no pasa de su primer número, y que permite a García Cabrera sacar a la luz un interesante ensayo titulado Arquitectura y poesía, en el que, tras señalar la supremacía de la arquitectura sobre las demás artes por el servicio que le presta al hombre, no dudará en asociarla a la poesía, por lo mismo, precisamente, y excluir "cualquier obra que no lleve en su último estrato algún fermento subversivo, que no esconda entre sus repliegues algún quejido de la conciencia ante las incertidumbres del ser o ante la confusión del mundo".

Sin caer, en absoluto, en el desánimo, y con el apoyo de Ángel Acosta, en 1954, se le plasma una nueva oportunidad de manifestar sus inquietudes artísticas en uno de los primeros suplementos literarios del Archipiélago, la Gaceta semanal de las artes, un cuadernillo de periodicidad semanal, que salía cada jueves dentro del vespertino tinerfeño La Tarde. Con el propósito "según se decía en su proclama inicial- de dar cabida en dicho suplemento a los nuevos creadores, pronto se unirán a los promotores algunas de las figuras más valiosas del momento, como Julio Tovar, Domingo Pérez Minik, Eduardo Westerdahl, Enrique Lite, y más tarde, Carlos Pinto Grote, Fernando García Ramos, Isaac de Vega y Rafael Arozarena.

Fue precisamente en ese marco en el que se planteó un cuestionario acerca de la situación de la lírica del Archipiélago, la interpretación del concepto ‘isla’ en ese mismo ámbito y sobre la conveniencia o no de mantener la tradición o lanzarse a la innovación creativa. Al parecer, hubo coincidencia en las opiniones sobre la influencia del paisaje y bastantes dudas en cuanto a considerar la tradición como un conjunto de valores consolidados. Por otra parte, ni admitían que hubiera una decadencia en la lírica insular, cuando quedaban aún por explorar muchas oportunidades en la creación.

En 1951 García Cabrera daba a la imprenta un nuevo poemario, Día de alondras, compuesto por 49 poemas, cuyas protagonistas no son otras que esas aves, que vagan por siete escenarios diversos, en los que suceden las más variadas situaciones líricas: el jardín, el bosque, la orilla del mar, la alcoba, el campo, la azotea y la ciudad. Y, si bien se aprecia en estos poemas una clara influencia lorquiana, con escenas y protagonistas que recuerdan a los de algunos de los textos del poeta granadino, no cabe duda del innegable aporte personal de García Cabrera, que enriquece sus composiciones con connotaciones singulares, muy acordes con el entorno en que se producen.

En septiembre de 1954, participa con el amigo y poeta José Domingo en el II Congreso Internacional de Poesía celebrado en Knokke, ciudad belga de la costa del Mar del Norte. Asistían representantes de treinta países, que compartía la afición poética, y una experiencia singular fue el cotejo de la expresión poética de lenguas con dilatada trayectoria con otras de balbuciente andadura. Y fue precisamente en ese marco singular donde ambos escritores canarios presentaron un trabajo denominado Las fuentes de la poesía popular. Llamaban la atención allí sobre el carácter anónimo de muchas composiciones populares -especialmente los romances- y la explicación que proponían es que en esos casos la voz personal del poeta se funde con la colectiva de todo el pueblo, diluyéndose su protagonismo individual, al enriquecerse con el de todo el conjunto. Por otro lado, esta tendencia, reconocían, no era obstáculo para que existiera otra tendencia poética, más personalizada y minoritaria, realizada por figuras únicas, sin que ello supusiera un aislamiento total entre ambos planos, sino que, a menudo, se daba una influencia mutua entre uno y otro. Y como ejemplos de esta admirable “contaminación” citaban a Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Miguel Hernández y García Lorca. Y no deja de ser revelador, que, casi al final, recordaban unos versos, de los que señalaban su origen popular y anónimo, versos que hoy constituyen una clara referencia a la poesía de Pedro García Cabrera:

"A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene..."


Y es precisamente en su siguiente poemario, La esperanza me mantiene, de 1959, donde los encontramos, junto a un estribillo final, "Con la mano en la mar así lo espero", que actúa a la manera de un leitmotiv final de todas las composiciones, que manifiesta la angustia del poeta ante la situación que vive, pero, al mismo tiempo, su esperanza de un futuro mejor. La mar actúa no sólo como un testigo de su pesar, sino como fuente de vida y de regeneración a la que el poeta acude en busca de su infancia, de sus amigos, de la paz, de la libertad y de las islas.

Nueve años más tarde, en 1968, se publica Vuelta a la isla, poemario que recoge un minucioso recorrido por la geografía de la isla de Tenerife, partiendo desde Santa Cruz y siguiendo la ruta del Norte, hasta llegar de nuevo al punto de salida, tras una fervorosa mención de las demás islas y no pocas escalas en diversas localidades sureñas. Se aprecia aquí, una vez más, la profunda vinculación de García Cabrera con el paisaje y con la vida que contiene, sus pueblos, sus hombres, su patrimonio cultural y humano.

Y, aunque compuesto entre 1949 y 1963, en esa misma fecha ve la luz Entre cuatro paredes, profundo canto de amor hacia su esposa y compañera, Matilde Torres, a quien se lo dedica. Son poemas de exaltación de la intimidad y de la vida del hogar, al fijar la atención en lo cotidiano y destacar la importancia de los pequeños detalles, que tanto valor aportan a la felicidad diaria.

De 1970 es Hora punta del hombre, libro de claro compromiso social y palpable denuncia de la explotación humana, en el que la noche desempeña un papel simbólico, y en el que destacan las dedicatorias a sus compañeros en la creación poética.

Y de nuevo el paisaje toma un papel protagonista en Las islas en que vivo, de 1971, poemario escrito en Los Cristianos, en el que el mar constituye una referencia continua, junto al deseo de libertad y la esperanza.

Vendrán después sus famosas Elegías muertas de hambre (1975), en las que el poeta insiste en la denuncia de las desigualdades sociales, apoyándose en la referencia de una serie de alimentos básicos (arroz, maíz, trigo, mijo, garbanzos, judías, lentejas, frijoles y arvejas), con los que recuerda el compromiso que tienen los acomodados de compartir sus beneficios con los menos pudientes.

Y en su defensa de un mundo habitable y digno se hallan los poemas de Ojos que no ven (1977), en el que denuncia la desidia y el abandono de los poderosos, así como el total descuido por la naturaleza y el medio ambiente.

Por último, en Hacia la libertad (1977) deja Pedro García Cabrera su testamento, un conjunto de deseos de cómo le gustaría a él que fuese el futuro: un mundo sin fronteras, sin exiliados, con total amnistía para los perseguidos, un mundo de total libertad.

Su muerte se produjo el 20 de marzo de 1981. Pocos meses antes, el Cabildo Insular de Tenerife, reconociendo sus méritos y su compromiso social, le había otorgado la medalla de oro de la Isla.

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