El acecho no me permite escribir. O: No escribo, por acecho. Ya dudo. Ya
me quedo pensando; ya dejo para luego el escribir. En realidad me paso
todo el día pensando y pensando también en qué podría escribir. Así
dicho es como si fuera nada más que una máquina pensante, cuando la
mitad de los pensamientos se disipan en las orillas. Quizá fuese más
acertado decir que me paso el día mirando.
Todo es aplazamiento. De eso se trata. A veces escribo lo que podría ser
un poema y la hoja se queda por alguna esquina. Me digo: Ya volverá. Ya
seguiré. Aplazamientos. Es como si me sentara al borde de mi vida a
contemplar el cielo tocando el mar. Ya saldrá otra vez el sol. Ya
seremos de nuevo. No sé cuándo.
Las anécdotas se disipan. Los hechos políticos, sociales, económicos...,
resultan trágicos, pero uno los afronta con descreimiento. Para qué
escribir sobre eso...
A John Kuehn le han dado un premio de
poesía en Tenerife, y hubiera querido hablar de eso.
Pero lo aplazo. De
Ramón Chantre (en la revista Literradura, Barcelona, 1976) o Ramón Chantri (A un pueblo sin aurora, Tenerife, 1978) algo dije en Los que cruzan el mar.
Pero ha habido más en sus cartas, en sus manuscritos (en los poemas que me envió para que precisamente los colocara en Àrtics, la revista a la que hago referencia en lasendadetartaria.blogspot.com.es/),
que en lo que dejé dicho en aquellos diarios.
La de veces que con A. G.
nos preguntábamos sobre su suerte. No escribí nada de su relación con
T., de su hijo. Desapareció de Barcelona. Apareció por Puerto Sagunto.
Luego, nada.
Un día nos tropezamos en Las Palmas, hará cosa de pocos años. Tendré que
llamarlo -con lo que me cuesta descolgar un teléfono- y felicitarlo de
veras. Con la vida tan dura que ha tenido. Cuando tantos ya se han
quedado por el camino o en el silencio quebrado de los espejos, como el
mismo A. G. Aquellos chicos difíciles, en aquella expresión que tomó de
mí Carlos E. Pinto en un texto sobre el pintor Cándido Camacho, y que a
mí vez se la escuché a A. G.
Habría que escribir la historia de aquellos muchachos difíciles..., la de aquella La Laguna que se desbordó y a unos cuantos nos desparramó por Barcelona y Nueva York; la que se tragó a otros en su silencio de piedra y agua eternos.
Habría que escribir la historia de aquellos muchachos difíciles..., la de aquella La Laguna que se desbordó y a unos cuantos nos desparramó por Barcelona y Nueva York; la que se tragó a otros en su silencio de piedra y agua eternos.
Es extraño que un fantasma vuelva a surgir, y siga en la normalidad no
de mi vida o de la suya, sino en la del mundo que sigue. Como si ni
siquiera mi otra vida, ese otro gran fantasma, hubiera ocurrido.
Del Diario Virtual de Jose Carlos Cataño.
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