“Toda la culpa es de la película
Blow up.
Maldita sea, parecía tan guai ser fotógrafo”. Richard Kern (Carolina
del norte, 1954) está sentado en un sofá en la barcelonesa
galería Mitte,
donde hasta el próximo 23 de octubre se podrá disfrutar de Radical
Beauty, una muestra en la que se exhiben 30 de sus más celebradas
instantáneas de mujeres desnudas en lo que podríamos llamar su
intimidad.
En las series del retratista, las chicas, con toda
naturalidad, sostienen su Iphone con los pechos o exhiben a la vez su
desnudez y los medicamentos que consumen habitualmente.
Kern mira
alrededor, se acomoda de nuevo y frunce el ceño. En las paredes aún
cuelgan las fotografías de la exposición anterior. Las suyas aún no han
llegado. “Mañana esto estará lleno de fotos de mujeres desnudas y mira
ahora… ¡danza! ¿No es maravilloso el mundo del arte?”
Lo que hace el estadounidense parece hoy algo muy parecido a la norma. Existe Terry Richardson y existe
Suicide Girls,
la web que democratizó el onanismo en el underground. 'Ya que enseñamos
los tatuajes, pues de paso también mostramos las tetas', pensaron a la
vez miles de adolescentes fans de Nine Inch Nails de medio mundo.
"Mi método no tiene ninguna mística. Lo único que temo es que no sé trabajar con chicas que no conozco"
Flirteando con la cotidianidad, la naturalidad y el erotismo en su
vertiente menos coreografiada, Kern parece hoy rabiosamente
contemporáneo, demasiado incluso para alguien con su trayectoria y su
edad. Pero hay un secreto aquí: el inventó todo esto.
“Es que no sé
hacer otra cosa”, interrumpe, intentando atajar a tiempo cualquier
asociación con tendencias o fotógrafos actual.
“Siempre he hecho lo
mismo. La única diferencia es que ahora soy mayor. Las chicas que
retrato me ven como un abuelito y me cuentan otro tipo de intimidades.
No hay demasiado secreto en lo que hago.
Una de las claves siempre ha
sido conocer a la chica. Por ejemplo, antes de venir a Barcelona he
pasado por París para hacer una foto. He pasado unos días allí con la
chica y al final ha salido algo bueno. Así es como trabajo. No es muy
operacional, pero me funciona”.
Este método basado en lograr cierto tipo de intimidad con la modelo
es clave para lograr que la chica acepte feliz aparecer mostrando sus
pechos y mordiendo una sandía, sosteniendo un entrecot contra su
mejilla, o con la cabeza en la taza del wáter. Por eso Kern anda algo
mosca con el taller que le han organizado para mañana. “Se ve que hay
unas personas que han pagado 300 euros por verme fotografiar. ¿No
estabais en crisis, vosotros? En fin, alguien se va a decepcionar porque
mi método no tiene ninguna mística. Lo único que temo es que no sé
trabajar con chicas que no conozco.
Con una desconocida y ante una serie
de gente a la espera de descubrir mi gran truco, no creo que pueda
alcanzar esa intimidad”.
A pesar de ser una persona que exhibe la sana actitud de no tener
intención de ir a ningún sitio en concreto, Richard Kern es en realidad
alguien que está ya de vuelta de todo. A finales de los setenta, en
plena efervescencia del East Village neoyorquino, arrancó el fanzine
Heroine Addict,
un artefacto de arte underground que resultó profético: al poco, era
adicto a la heroína. “Fue culpa de la Velvet”, bromea. “Ya sabes, la
canción
Heroin y todo eso…
Pero no me preguntes sobre esa época, que recuero poca cosa”.
Ya en los 80, cuando
Heroin Addict pasó a llamarse
Valium Addict, el fotógrafo empezó a experimentar con el cine, produciendo una serie de inquietantes cintas, cuyo cénit creativo sería
Manhattan love suicides. Dirigió el vídeo del tema de Sonic Youth,
Death valley 69, en el que participaba
Lydia Lunch,
una de las primeras personas que retrató y una figura que le marcó.
“Vive en Barcelona, ¿no? Uf, no sé si llamarla…”, interviene el artista,
que prefiere no ahondar en la relación que mantiene en la actualidad
con la señora que fundó Teenage Jesus and The Jerks cuando era camarera
del mítico CBGB.
"Muchos colegas se resistieron durante años a pasarse al digital. Para mí fue genial. Más barato, rápido y cómodo".
Ya en los 90, en pleno proceso de asimilación por parte de la cultura
masiva de todo lo que oliera a underground, las fotografías de Kern
empezaron a aparecer en revistas como
Purple, Playboy o
GQ, pero también en publicaciones porno como
Barely legal, Tight o
Live Young Girls
. “Y entonces llegó al revista
Vice.
Me llamó un día Tim Barber, que era el editor fotográfico, y me propuso
un portfolio de moda con profesores como protagonistas.
Dije que sí. Es
curioso porque ahora no creo que aceptara un encargo de esas
características, y lo que hice poco tiene que ver con lo que soy y con
lo que después fotografiaría para la revista”.
La relación que el medio estableció con Kern ayudó a propulsar una
nueva estética en el erotismo. Exactamente, la que aún impera hoy: todo
el mundo con Iphone parece creerse un fotográfo y todo el que tiene culo
sobre el que sentarse piensa que debe fotografiárselo. “No sé si la
gente es más exhibicionista que antes. Lo único es que se ve más, porque
es más barato y fácil hacerse fotos y mostrarlas en publico. Muchos
colegas se resistieron durante años a pasarse al digital.
Para mí fue
genial. Más barato, rápido y cómodo. Solo debes sentirte amenazado como
profesional si no tienes una mirada propia.
Entonces, te quejas de que
cualquier turista puede pensar que es un fotógrafo profesional.
Yo me
siento muy cómodo en este nuevo entorno”, sentencia el fotógrafo, quien
tras el éxito de
Action su libro para Taschen, está preparando una nueva colección de imágenes de jóvenes con poca ropa y mucha historia.
“No me puedo creer que se haya vendido esa foto”.
Kern señala una de
las instantáneas sobre danza que cuelgan de la pared. “¡3000 euros!
Buff, y luego dicen que lo que más vende es el sexo…”