Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

12 oct 2012

Mo Yan y la tradición china

SCIAMMARELLA
Hasta el siglo XX la novela en China nunca fue un género prestigioso, actitud que sorprende al lector occidental que haya tenido el placer de adentrarse en las grandes, inconmensurables y prácticamente inabarcables novelas chinas del siglo XVIII como El sueño del pabellón rojo (que Borges calificó de “novela infinita”), El erudito de las carcajadas, Viaje al Oeste, (las tres traducidas al español), Historia de los tres reinos, y A orillas del agua (quizá la mejor novela china de todos los tiempos).
Sorprenden en estas novelas sus bifurcaciones en torno a un eje central elástico como el bambú, sus cientos de personajes, y la naturalidad caótica con que se va deslizando la narración.
Sin olvidar que fue un siglo del que también surgieron narraciones mucho más comedidas y breves como los admirables Relatos de una vida fugitiva de Shen Fou.
En el siglo XIX la narrativa china decae por un efecto de saturación de su propia mecánica inabarcable, que la oponía frontalmente a la poesía, más sintética, más elíptica, más penetrante, más musical y filosófica.
 La poesía era considerada, desde la época clásica, el género más elevado y venerado por los chinos, y de hecho algunas de sus obras más universales son poemarios.
En el primer cuarto del siglo XX la narrativa china empieza a resucitar mirando a Occidente y modernizándose.
 El primero que hizo la criba a una forma de narrar fue Lu Xun, que fue para China lo mismo que Mishima para Japón: la occidentalización del discurso narrativo, buscando una forma de argumentar más geométrica y racional y evitando las bifurcaciones desmedidas y los discursos infinitos
. Digamos que Lu Xun puso tasa a tanto desvarío.
Luego vino el “naturalismo” socialista con novelistas como Mao Dun, sin olvidar que la narrativa socialista era ya un occidentalismo.
 Por raro que parezca, para China fue una manera de entrar en un movimiento internacional que sobrepasaba su milenaria autarquía cultural.
Superado el maoísmo y los excesos de la revolución cultural, apareció una generación puente, que hizo de vínculo entre el realismo socialista y el presente, a la que pertenece Mo Yan.
Se ha dicho hasta la saciedad que en Mo Yan la influencia occidental se hace muy patente.
 Él mismo lo ha dicho. No lo pongo en duda, pero creo al mismo tiempo que Mo Yan ha sabido aprovechar lo mejor de las grandes novelas chinas (como Murakami ha hecho con la tradición japonesa). En algunas de sus grandes, grandísimas novelas como La república del vino y Grandes tetas, amplias caderas se detectan muchas influencias occidentales, pero también se observa una recuperación de la narrativa tradicional china, y de hecho son obras que por su vastedad, su abundancia de personajes, su invocación al caos y sus bifurcaciones se parecen más a los grandes clásicos del XVIII que a Joyce, a Proust, a Kafka o al realismo mágico del boom.
Hace años conocí en Pekín a Mo Yan, y me pareció un hombre de una ironía ejemplar que sabía sobrellevar con gran paciencia y afabilidad los odios que provocaba entre sus compatriotas, que al igual que los españoles, adoran al dios de la envidia por encima de todas las cosas.
 Recuerdo que en las dos o tres horas que estuve con él y con otras personas, sus colegas chinos no hicieron más que criticarlo
. Prefiero no imaginar lo contentos que deben de estar ahora que le han dado el Nobel. Por descontado que se lo merece.
 Al fin y al cabo la Academia Sueca no es que haya sido demasiado generosa con los escritores chinos.

SIRENA::::

Mario Benedetti



Sirena




Tengo la convicción de que no existes
y sin embargo te oigo cada noche
te invento a veces con mi vanidad
o mi desolación o mi modorra
del infinito mar viene su asombro
lo escucho como un salmo y pese a todo
tan convencido estoy de que no existes
que te aguardo en mi sueño para luego.

Qué Escribo....................de Jose Carlos Cataño

Me pregunta qué escribo. (Me pregunto qué escribo). Y mientras ha lanzado la pregunta, que sin duda es sincera y trae algo de curiosidad con ella, me habla de su hija, a la que lleva al colegio todas las mañanas, lo buena que le ha salido la niña, ahora a punto de adolescencia, los años difíciles con una madre entregada a la cocaína. Tiene los ojos pequeños, la tez más apagada que nunca. No es mal chico, quizá inocente, quizá con una inmediatez cerebral que le lleva a expresarse casi sin pudor, sobre casi cualquier tema, por encima, casi sin entrar en ninguno. Nos encontramos dentro del bar o en la terraza del mismo y me dice esto y aquello y continúa.
Qué escribo. Qué escribo más, como si uno se dedicara por día más a los guisantes y otros días a las lentejas. Uno, estaba por decirle, no es más que un escritor de acera. Algunas mañanas tomo el café a la sombra del Club de las Viudas, que son unas fantásticas, una vistosidad de media-alta burguesía barcelonesa, y en ese tiempo también me avengo con la realidad cotidiana, sus meriendas, sus compromisos sociales, sus dietas, sus trucos, sus vasos de vino y el cava a mediodía.

Y eso por no hablar de la entrada radiante del Okay, en la Colina, donde tomo asiento para mirar a los árboles, los pájaros y las nubes, y enseguida estoy rodeado y pensado por otras vidas.

Precioso homenaje al niño que fuiste Carlos Boyero

Los dos protagonistas del filme: Víctor Frankenstein y su perro 'Sparky'.
He leído algo conmovedor en una entrevista que le hacen a Tim Burton. Hablando de sus hijos, que tienen 9 y 4 años, está convencido de que ha triunfado como padre, ya que les gustan las películas de terror. En su cine siempre ha estado presente esa sensación que paraliza y provoca el escalofrío. Y el escalofrío, paradójicamente, puede ser adictivo, puede crear el colocón que proporcionan las drogas más preciadas. A condición de que no lo provoque la fiebre.
Así como algunos de los viejos clásicos (pienso en Ford y en Hawks) despreciarían la teoría de que habían volcado su personalidad, sus sentimientos, sus obsesiones, sus convicciones sobre las personas y las cosas, a través de su cine, y hubieran cerrado la impúdica y trascendente conversación asegurando que ellos se habían limitado a realizar con profesionalidad su trabajo, resulta transparente que Tim Burton está hablando de sí mismo desde que comenzó a hacer películas.
 Y todo lo que forjó su carácter está concentrado en lo que le ocurrió en la infancia, en ese territorio irrecuperable, enigmático, luminoso, sombrío, mágico, que marca la existencia a perpetuidad.
Independientemente de que sus películas le salgan mejor o peor, de que sean encargos o proyectos personales, él se las ingenia siempre para impregnar su universo.
 Además de poseer un enorme talento expresivo, ha tenido la suerte de ganarse inmejorablemente la existencia hablando una y otra vez con tanta originalidad como potencia de sus fantasmas, sus mitos, sus anhelos, sus incertidumbres, sus miedos. Es tan audaz e imaginativo que logró una de las grandes películas de la historia del cine, la tragicómica y genial Ed Wood, contando con infinito amor, ternura y gracia las disparatadas vida y obra del peor director de la historia del cine.
En Frankenweeenie, Burton se reencuentra con los personajes de animación, con el 3D, con su amada Frankenstein, con un argumento que desarrolló en un cortometraje cuando tenía 26 años, con un niño solitario que deja de sentirse solo gracias a su perro, con una comunidad, un ambiente, unos profesores, unos padres, unos compañeros, una atmósfera, una geografía física y emocional que debe de parecerse hasta extremos alarmantes con el mundo real e imaginario en el que vivió un niño llamado Tim Burton.
Y te introduce en ese universo mediante imágenes muy hermosas y el corazón de un auténtico poeta. Todo es imprevisible y desasosegante en el angustioso empeño de ese niño sufriente por resucitar al animal que otorgaba sentido y calor a sus días y sus noches. También es el homenaje lleno de creatividad de un artista a las cosas y las leyendas de las que se alimentó su imaginación. Qué miedo dan los niños mezquinos que chantajean al héroe intentando algo tan humano como igualarle en su milagroso poder para dar vida a los muertos. Y qué envidia haber tenido un profesor tan racional y finalmente desterrado por enseñarte las cosas que merecen la pena. Sospecho que esta insólita, triste y bonita película vamos a disfrutarla más los adultos que los críos. Qué suerte para el cine de animación que el amor y el genio de la maravillosa gente de Pixar o alguien como Tim Burton se hayan concentrado en él.