Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 ago 2012

Papeles Perdidos El idilio entre poesía y música Por: Elisa Silió17/08/20,

El idilio entre poesía y música

Por: Elisa Silió17/08/2012
Cohen Leonard Cohen retratado por Frédéric Huijbregts en 1985. / Corbis


 El cantante y letrista Santiago Auserón firma la portada de este último número de Babelia.
 En su reportaje se planteacómo la unidad originaria que formaron música y poesía quedó rota con el verso libre de la canción en el siglo XX.
 El dilema hoy, sostiene Juan Perro, ex líder de Radio Futura, consiste en recuperar el secreto de esa unión.
 El poeta Jenaro Talens, por su parte, se ha encargado de hacer una cartografía poética de la música popular, que el titula La poesía cantada, en ocho ejemplos.
 Sus ocho elegidos han sido: Les bourgeois (Jacques Brel, 1962), The Freewheelin’ Bob Dylan (Bob Dylan, 1963), Tutti morimmo a stento (Fabrizio de André, 1968), Songs From A Room (Leonard Cohen, 1969), Horses (Patti Smith, 1975), Mano a mano (Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez, 1994), Il cielo capovolto (Roberto Vecchoni, 1995) y La huella sonora (Juan Perro/ Santiago Auserón, 1997).
    Juan Carlos Mestre, Premio Nacional de Poesía 2008, es el autor de La bicicleta del panadero, el libro de la semana, compuesto por trescientos poemas escritos con un tono y una música sostenidos La bicicleta aparece en este libro de casi 500 páginas como como metáfora de una existencia basada en la utopía, en el equilibrio entre el hombre y la naturaleza, en cierta añoranza de un tiempo ideal, no prostituido por la razón mercantil y sus servidumbres.
Baricco2
Entrevistamos a la ilustradora francesa Rébecca Duatremer, que ilustra para niños pero que por el camino conquista a sus mayores.
 Hasta el punto que la artista, que en España ha vendido más de 100.000 ejemplares de Princesas  olvidadas  o desconocidas,  calcula que 80% de quienes le piden una dedicatoria son adultos. 
Quizá por eso ha vencido la resistencia de Alessandro Baricco a que se contase en imágenes Seda, que se edita en Francia el próximo octubre
. La dibujante lidia ahora con una biblia laica.

El enigma de la caja maldita

Sam Raimi, director de ‘Spiderman’, produce la historia, aparentemente verídica aunque con tintes de leyenda urbana, de un cofre que trae desgracias a sus dueños.

Natasha Calis, en un fotograma de 'El origen del mal'.
Leslie Gonstein levantó la liebre en julio de 2004 con un artículo titulado: ¿Una caja maldita?. Gonstein, periodista del reputado Los Angeles Times contaba con detalle la historia de una caja, “una antigua vinacoteca” según Iosif Nietzke, su propietario original, que había salido a la venta en la página de subastas eBay allá por 2002.
El pequeño baúl de madera, que protagoniza una de las películas de terror más asombrosas de la temporada (El origen del mal, de Sam Raimi), contenía dos mechones de pelo, una losa de granito, un capullo de rosa seco, una copa, dos monedas y una vela. Fue adquirido por un comprador anónimo.
 Este ya había sido advertido por Nietzke de que, según él, el cofre también albergaba a un dibbuk, que la tradición judía define como “el espíritu de una persona que, en lugar de pasar al otro mundo, se queda en el nuestro y es capaz de poseer a otras criaturas”
. Según el relato del anónimo comprador, que volvió a poner la caja a la venta poco después de hacerse con ella, a los pocos días de tenerla en casa empezaron a sucederle toda clase de desgracias que culminaron con una caída masiva de pelo.
 “Algo poco habitual para un joven veinteañero con buena salud”, contó él mismo en eBay.
El cofre albergaba a un dibbuk, “el espíritu de una persona que, en lugar de pasar al otro mundo, se queda en el nuestro y es capaz de poseer a otras criaturas”
La caja cuadruplicó su precio y un director de museo, Jason Haxton, ganó la puja.
 Tampoco se libró, afirmó a la periodista, de los efectos del objeto: “Al día siguiente de recibirlo en la oficina ‘me desperté con el ojo derecho como si me hubieran pegado”. Eso no es todo.
También sufre de fatiga, nota un sabor metálico en la boca, y una constante congestión nasal y tos. Intrigado por el asunto, Haxton rastreó la historia de la caja y dio con un currículum algo extraño para un simple baúl de tamaño reducido.
Al parecer la caja había pertenecido a un coleccionista de antigüedades y pequeño empresario de Oregón llamado Kevin Mannis, que la compró en un mercadillo organizado por sus vecinos 2000.
 Según el propio Mannis, su anterior propietaria fue “una anciana de 103 años”.
 Media hora después de comprarla su tienda de antiguedades quedó arrasada por “una fuerza misteriosa”.
Entonces Mannis, sin duda un hombre con poco aprecio por sus familiares, decidió regalarle el objeto a su madre.
Al poco, esta sufrió un infarto y hasta quedó muda por un tiempo: la señora acabó devolvíendole el regalo a su hijo con una nota que rezaba “asco de regalo”.
 El vástago volvió a poner la caja en subasta, Nietzke la compró, sufrió una plaga de insectos, problemas de visión y todo tipo de líos con aparatos electrónicos.
La caja había pertenecido a un coleccionista de antigüedades, que la compró en un mercadillo organizado por sus vecinos
Haxton se propuso entonces averiguar qué había detrás de ese misterio y empezó a consultar a expertos en cultura yiddish dándose de bruces con todo tipo de teorías, muchas de ellas lindando en lo paranormal. Cuando el artículo se publicó, muchos mostraron interés.
 Hollywood no quiso ser menos.
Finalmente fue Sam Raimi, el director de las trilogías de Posesión infernal y Spiderman, quien se llevo el gato al agua: “Tengo que decir que fue bastante surrealista. La mayoría del tiempo, cuando estás haciendo una película de terror lidias con una historia de ficción o una leyenda así que tener un objeto real, tangible, con el que trabajar da un poco de miedo.
 Nunca vimos la caja pero sí muchas fotos de ella”, cuenta Raimi vía correo electrónico a EL PAÍS.
El director acabó siendo el productor de la película, titulada El origen del mal (se estrena en España el 7 de septiembre) y dejó a un recién llegado a Hollywood, el danés Ole Bornedal, al timón del proyecto.
 El filme, con un innegable aroma de serie B e ingredientes para llenar la tripa a los aficionados del género, sigue solo a medias la historia de la caja y se centra en uno de los ítems sagrados del mundo del horror: una niña pequeña.
“Lo más difícil era encontrar una historia que funcionara en pantalla.
 Al principio hicimos que los guionistas crearan un relato íntimamente ligado con el dueño de la caja.
 Sin embargo, cuando nos dimos cuenta de que la historia no era tan poderosa como creíamos decidimos tomar la caja y rodearla de una familia de ficción”, explica Raimi.
La historia de este particular cofre del tesoro sigue la tradición de las leyendas urbanas, donde los datos son difusos y los relatos se escuchan en bocas de terceros sin que nadie sepa exactamente la fuente primigenia de la información que circula.
 El morbo inherente y el artículo de Los Angeles Times seguro contribuirán a empujar en la taquilla una película de terror con visos de “hecho real”: “Mucha gente cree en demonios y espíritus, así que cuando escuchas una historia como la de la caja, capaz de causar el caos en la vida real, es imposible no estar preocupado”, remata Raimi.

 

       

El reto poético de la canción

La canción popular contemporánea se encuentra por tanto en una tesitura problemática.
 Tiene que reunir sus componentes fundamentales —música y letra—, que han pugnado largamente por independizarse.
 O mimetizar danzas de una tribu cuya lógica del ritmo aún no comprende. ¿Cómo realizar acercamientos tan improbables en su pequeño marco? ¿Sería de alguna utilidad poner música al poema contemporáneo, recuperar el sentido literal de “cantos” como los de Ezra Pound? ¿Dar un paso atrás buscando los versos más musicales y atrevidos de nuestra lengua, como los de Garcilaso, Juan de la Cruz y Góngora? ¿O acercarse a las rimas del Nuevo Mundo que aún conservan algo de balada céltica, como las de Edgar Poe? Los resultados de esos intentos suelen adolecer de una gratuidad que limita las posibilidades del poema. Poner música a un poema es silenciar en parte la consonancia inaudita que persigue, que rebasa su propia época y cualquier forma de registro de actualidad.
 Puede ser, en todo caso, un ejercicio recomendable para los escritores de canciones, pero eso no nos exime de la obligación de llevar a cabo nuestra propia tarea.
Es lógico que intentemos mejorar el lenguaje de las canciones, hacerlo más “poético”, pero sólo hasta cierto punto, porque ese intento puede quedarse en corrección estéril.
 El ejemplo de los poetas, para los autores de canciones, debería asemejarse a su voluntad de ejercer la libertad sonora del músico en su propio terreno.
 Debería ponerse por meta el llevar su propio lenguaje al límite de sus posibilidades expresivas. Pero el terreno de la canción ha sido devastado, es tierra baldía, sus elementos fundamentales —letra y música— discurren lejos de su alcance.
 La canción contemporánea, igual que el poema y que la música instrumental, se ha convertido en un medio de expresión tan alejado como ellos de la unidad idílica originaria
. Lo específico de la canción es juntar letra y música, resolver la tensión creciente entre lo que puede ser dicho en verso y las formas instrumentales que se prestan a acompañarlo. Su tarea se ve abocada a oscilar entre el vacío del desarraigo y un exceso de soluciones posibles. Del poema tradicional puede tomar las formas que le permitieron asociarse en su época con sones hoy desaparecidos. Del poema contemporáneo, algo de la libertad asociativa que alumbra una red de significaciones inauditas.
 Del discurso musical fijado por escrito, células rítmicas, melodías, relaciones armónicas o asociaciones tímbricas pasadas por el estrecho tamiz del formato más sencillo. Todo ello difícilmente puede cuajar si no se reproduce el hechizo de un son extranjero en la lengua propia, un influjo comparable al de las ondas electromagnéticas.
Quizá para asemejarse al poema o al discurso musical en sus mejores logros la canción deba empezar por renunciar a parecer “poética”.
 Debe, ante todo, parecer canción, responder a una necesidad difícil de reconocer. Eso implica trascender, en cierto modo, los conceptos de lo musical y de lo poético, rozar los límites de la convención eufónica. En este sentido, los modelos derivados de la negritud siguen teniendo pertinencia.
La cantante de hip hop Ariana Puello en el segundo Festival Cultura Urbana de Madrid, en 2006 / EFE
El fenómeno poético no es exclusivo de la poesía. Tampoco el fenómeno musical se limita a un oficio especializado. El poeta Stéphane Mallarmé identificaba el sentido más universal de la música con la actividad del espíritu
. El reencuentro de lo musical con lo poético se produce en ese horizonte en el que ambas artes trascienden sus limitaciones.
 Están destinadas a permanecer enlazadas en su máximo alejamiento, pero no de la forma más evidente.
 El “espíritu” hacia el que apuntan una y otra no es el fantasma sobrenatural que afirma la palabra sacra: es el murmullo de lo público, de lo político, el pensamiento que se transmite de generación en generación por medio de los sonidos. Los grafismos y las artes visuales fijan en formas de apariencia estable el edificio de la cultura, mientras las artes del sonido se sustentan en la transformación continua, como la vida.
Para alcanzar ese horizonte de confluencia con sus materiales en fuga, la canción contemporánea debe arriesgarse, pero a su modo, con sus propias herramientas, asumiendo sus propias limitaciones. Será poética —esta vez sin comillas— si pone a prueba su propio ámbito enrarecido, su oscuro destino de mercancía, su propia forma precipitada de ser pública, sin tiempo para pensar lo que acontece.
 El rocanrol junto con sus derivas representa el último intento de la canción popular por ponerse a la altura de su época. Sus precedentes inmediatos forman un entramado intercontinental e interétnico, con marcado influjo del ritmo negro que emerge en el Nuevo Mundo: bossa nova y samba, rhythm & blues, estándar de jazz, blues, son, rumba, trova de Cuba y otros sones caribeños, tango argentino, cante flamenco… Este es el sustrato de la canción popular contemporánea.
 Debajo yacen las tradiciones poético-musicales de cada lengua. En superficie, las derivas que electrifican el caudal de las palabras sujetas, como en el rap, al ritmo iterativo y a la rima más obvia.
 Los “poetas” callejeros alcanzan una relativa libertad de pensamiento, el tono de la denuncia social y existencial, benéfico sin duda en relación con las canciones favorecidas por los medios de comunicación, tontas y previsibles.
Esa libertad aumentaría con un mejor conocimiento de las técnicas del verso libre y de la polirritmia, pero los riesgos de la calle no suelen dejar tiempo para llevar el aprendizaje más allá de la adolescencia.
El rocanrol empezó a decaer como género antes de tiempo, desde el momento en que su acceso al horizonte del pensamiento fue interrumpido por el crecimiento desmedido de su valor como mercancía.
 Pero en su libertad descarada —practicada durante un breve periodo de veinte años— para capturar elementos de la tradición europea clásica y contemporánea, equiparándolos con el pulso de África, con los refinamientos de Oriente, careándose con el ruido de la ciudad motorizada, con las detonaciones en los informativos, con el griterío de los mercados, ha dejado señales en el camino que tendremos que seguir recorriendo, si se apaciguan el bullicio y la polvareda. Reconocer la pista de la tradición, próxima o remota, es entretanto la única tarea posible.

LA PARADOJA Y EL ESTILO » ¡Living la vida Cristina! por Boris Izaguirre

"¿Asocia la infanta paraíso con república? Probablemente no, pero quizá la idea le ayude en su empeño en alejarse de la institución familiar y a la vez acercarse a la familia de su marido".

La imagen de la que se nos ha privado este verano: los duques de Palma navegando por Mallorca en julio de 2011. / GTRESONLINE
La infanta Cristina, con permiso de Julian Assange, reafirma protagonismo en este primer verano del rescate. Su aparición, delgada y sonriente, en el País Vasco francés permite varias lecturas.
 La primera, que la hija menor del Rey siempre prefiere un paraíso ubicado en una república. ¿Asocia paraíso con república? Probablemente no, pero quizá la idea le ayude en su empeño en alejarse de la institución familiar y a la vez acercarse a la familia de su marido.
 Ella, igual que Assange, tiene un Wikileaks en casa.
Pero no es que Cristina sea republicana, ni tampoco que los hechos que la rodean la impulsen a ello. 
Se trata de que los Urdangarin Borbón viven en Washington y descansan en las playas de Biarritz, burlando las indicaciones del ministro Soria que ha pedido a los españoles hacer patria y pasar sus vacaciones dentro de la Península. ¡Living la vida Cristina! 
Estas semanas, Cristina piensa en cómo será su futuro y en emprender una existencia como “descastada”, es decir, alejada de su real familia. Mientras Assange se refugia en la embajada de Ecuador en Londres 
, Cristina ha encontrado solaz entre las olas del Atlántico francés.
 En su mirada a las cámaras de ¡Hola! observamos que está convencida de que su marido no pisará la cárcel. En realidad, estamos todos igual de convencidos que ella: no sucederá, y más aún con la cobertura que ofrece Telefónica. 
Lo más probable es que esta “pesadilla” terminará como todas las pesadillas, despertándonos y viendo llegar el día.
"El antes poderoso 'president' de Valencia encontró una banqueta delante de su casilla, en su elitista club de tenis, ocupada por restos fecales humanos de origen desconocido" / TANIA CASTRO
Cristina, como todos, intuye que su futuro es mejor que el del expresidente valenciano Camps, al que se declaró inocente, pero ha quedado fuera de toda oficialidad e importancia en su partido. Descastado. Cristina también sabe que entre sus amistades de Washington y Biarritz ser hija del Rey es un plus, como lo es también ser esposa sobreviviente de un marido imputado.
 No se equivoca, para muchos la mezcla es irresistible. Si se cierran puertas de palacios, se le abrirán puertas de salones, y entonces formará parte de ese cajón de sastre de figuras aristocráticas menores o caídas en desgracia, pero aún de buen ver y vivir.
Ya se habrá dado cuenta de que muchos españoles no la entienden ni la defienden. Y de que tampoco es imprescindible; ni ella para los españoles ni los españoles para ella.
 Pero no siempre es fácil dejar de estar al cuidado de papá, él sí que es casi imprescindible.
Francisco Camps, por cierto, ha vuelto a ser noticia.
 A principios de agosto, mientras se cambiaba después de un partido de pádel en su elitista club de tenis, el antes poderoso president de Valencia encontró una banqueta delante de su casilla ocupada por restos fecales humanos de origen desconocido, pero de intención clara y consistente.
 Presuntamente pertenecerían a otro miembro del club. Sin pensarlo dos veces, el expresident decidió denunciar y abrir investigación.
 Para mayor humillación, la junta directiva del elitista club, un tanto estreñida, no consideró tan urgente la situación como para recortar sus vacaciones, y el mal olor se extendió por el club y llegó a la ciudad. Muchos lo huelen como la comprobación de que Camps ya no es lo que fue, y otros, como una suerte de justicia poética.
 Aunque un tribunal popular le declarara inocente de la cagada de los trajes regalados, tal sentencia no lo inmuniza a que los miembros de su club le quieran dejar ese sello como recuerdito.
Las Spice Girls actuaron en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos 2012 de Londres.
 Unos juegos en los que "estuvimos muy pendientes de las medallas y de la competitiva vida sexual en la Villa Olímpica". / JEWEL SAMAD (AFP)
Para alejarnos de todo esto tuvimos las Olimpiadas.
 Estuvimos muy pendientes de las medallas y de la competitiva vida sexual en la Villa Olímpica. Al parecer, hubo mucho más que aquella foto de Usain Bolt rodeado de tres compañeras olímpicas de madrugada.
 Ellas se apresuraron a decir que “no hubo nada de nada”, encantadas de subrayar sin subrayar.
 Desde entonces crecieron todo tipo de noticias sexuales sobre la Villa Olímpica.
 Hasta se comenta que una aplicación para smart­phones empleada por la comunidad gay, el Grindr (destripador), que permite localizar a un compañero sexual en menos de 30 metros de distancia, colapsó en Londres el día que se inauguraron los Juegos.
Por su éxito, esa aplicación ha sido rápidamente copiada por la comunidad heterosexual y se llama Blendr (mezclador), y su estreno también coincidió con el de los Juegos y con medalla de oro.
 Lo curioso es que en la aplicación heterosexual los caballeros posan y se muestran con escaso y específico vestuario, casi copiando el Grindr. 
“Fue igual con la música disco, que empezó siendo una cosa divertida de maricas y se convirtió en la música por excelencia de las bodas heterosexuales”, afirma un usuario bisexual tanto de una aplicación como de otra, tendencia total en Londres 2012.
 Amigas treintañeras confirman que fuera de la Villa Olímpica, en pleno ­Soho, estaba el Omega House, que reunía a deportistas derrotados con los medallistas para mezclarlos en alcohol y sexo, llevando el espíritu deportivo al campo erótico.
 “Los voleibolistas norteamericanos tienen cuerpos de veinteañeros cuando han superado los 40 años, es el mejor afrodisiaco ¿Qué mas da que estén casados?
 Lo que sucede en las Olimpiadas, como en Las Vegas, se queda en las Olimpiadas”.
Sin embargo, al término de ellas siempre brotan corazones rotos, agotados o sin medalla. Mientras pensábamos en deporte y sexo, Assange confirmaba que Ecuador es el nuevo paraíso.
 Y nuestra Infanta nos señalaba que Francia a veces tiene su corazoncito para aristócratas con problemas.