Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

8 jun 2012

La agonía de morir

La alemana 'Stopped on track', nueva película del siempre interesante Andreas Dresen, es una radiografía del cáncer terminal. Y no ahorra nada.

 

Fotograma de 'Stopped on track'
Primera secuencia: un hombre joven, cuarenta y tantos, en compañía de su esposa, escucha en boca de su médico que tiene un tumor maligno, muy extendido, inoperable, y que apenas le quedan tres meses de vida. Última secuencia: bueno, ya saben.
 Entre medias: la quimioterapia, el dolor, los vómitos, la radioterapia, los desmayos, los olvidos, los gritos, la morfina, los llantos, la destrucción, física y mental, de él, de su mujer y de sus dos hijos.
 La alemana Stopped on track, nueva película del siempre interesante Andreas Dresen, es una radiografía del cáncer terminal.
Y no ahorra nada.

STOPPED ON TRACK

Dirección: Andreas Dresen.

Intérpretes: Milan Peschel, Steffi Kühnert, Talisa Lilli Lemke, Mika Nilson Seidel, Ursula Werner.
Género: drama. Alemania, 2011.
Duración: 110 minutos.
A través de un hiperrealismo casi documental, acrecentado por la cámara en mano y una imagen en digital cercana a la del vídeo casero, la película solo escapa de la crudísima cotidianidad en un par de secuencias, entre el onirismo, la comedia negrísima y el surrealismo; una en la que la radio informa en sus boletines de noticias acerca del estado de la enfermedad del protagonista, y otra en la que un personaje de comedia grotesca, que interpreta al propio tumor cerebral aunque sin disfraz alguno, acude a un programa nocturno de variedades como invitado para una entrevista
. Dos atrevimientos narrativos, en la cuerda floja de la heterodoxia suicida, que, sin embargo, se encuentran entre lo mejor de un guion que, por otra parte, es puro realismo
. Porque, más allá de estas dos secuencias, el resto es simplemente desolador; una radiografía del horror difícil de soportar en la que todo lo que ocurre resulta moralmente responsable por parte del director, con una única excepción, sin duda lo peor de una función en general notable: colocar a un enfermo del cerebro con problemas de memoria a armar una litera de Ikea parece un capricho del director y guionista, un modo cruel y poco plausible de maltratar al enfermo para, de paso, poner aún más de los nervios al espectador.
Dresen, objeto estos días de una retrospectiva sobre su obra en el Festival de Cine Alemán celebrado en Madrid (en España solo se han estrenado comercialmente las meritorias Encuentros nocturnos, de 1999, y En el séptimo cielo, de 2008, aunque aún mejor era Halbe treppe, exhibida en la Seminci de 2002), es un cineasta acostumbrado al realismo social de impacto, sin envoltorios formales
. No en vano, con En el séptimo cielo se había atrevido a romper el tabú del sexo en la ancianidad, incluyendo momentos de desnudos y orgasmos de gran autenticidad, aunque en una película sensible, cálida y respetuosa dentro de su evidente transgresión.
Además, sin ser un cineasta moral, Dresen siempre tiene un toque en el último minuto que le hace tomar partido, llevando al espectador hasta el debate ético
. Aquí, con una última frase, pronunciada por la hija mayor del protagonista casi como el que pasaba por allí, al mismo tiempo comprensible y atroz, desvergonzada pero profundamente humana.
Lejos de películas sobre temas semejantes más o menos recientes, caso de la francesa Declaración de guerra (Valérie Donzelli, 2011) o el documental español Las alas de la vida (Antoni. P. Canet, 2006), en las que junto a la claudicación y la desesperación se abrían las puertas a la alegría de vivir, Stopped on track es la muerte sin aditivos.
Algo, por desgracia, mucho más extendido.

7 jun 2012

Ray Bradbury viste de luto Marte

Luto en Marte y en nuestros corazones.
 La muerte el martes por la noche a los 91 años de Ray Bradbury, maestro de la ciencia ficción más lírica, les deja huérfanos a ellos, los marcianos de ojos amarillos en sus crepusculares canales de ensueño, pero también a todos los de aquí abajo, sus hijos lectores, los que hemos viajado con él en astronaves a las estrellas y hemos bebido el licor del verano de las infancias perdidas bajo los porches de la mítica Green Town, Illinois.
Bradbury, que dispone ya de un cráter en su honor en la luna y que pidió que sus cenizas sean esparcidas en el planeta rojo, será recordado por muchas cosas, por las Crónicas marcianas, esa excepcional colección de relatos sobre la colonización del planeta Marte que cambió para siempre el género fantástico y entusiasmó a Borges; por El vino del estío y La feria de las tinieblas, dos de las novelas más conmovedoras jamás escritas sobre el delicado momento en el que los niños descubren la existencia del tiempo, de la muerte y de la responsabilidad; por la distopía Farenheit 451 con su mundo de libros perseguidos por bomberos flamígeros pero salvados por lectores contumaces en una de las más hermosas fábulas sobre la perennidad de la lectura -un tema tan actual-.
 Se le recordará también por sus estremecedores cuentos sombríos, los de El país de octubre, que tanto han influido en autores de terror como Stephen King.
 Pero sobre todo recordaremos de Ray Bradbury su capacidad para mezclar en un combinado único la fantasía, la poesía, la maravilla, la nostalgia y la inocencia.
Criado en los sueños, esperanzas y pesadillas de los EE UU que pasaron en pocas generaciones de ser una sociedad básicamente rural a abrazar las más portentosas y abracadabrantes tecnologías, Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920) se entusiasmó, recelando al tiempo, con las novedades y artefactos, mostrando en sus historias lo prodigioso de la ciencia y a la vez advirtiendo de que el ser humano no debería perder su alma en aras de ella. "No debemos llevar nuestros pecados a otros mundos", le escuche decir en una ocasión, en su única visita a España, en 1991.



Bradbury en 1984 / J.P COUDERC (ROGER-VIOLLET/CORDON PRESS)


Era un gran moralista, con un lado indudablemente ingenuo y paternalista, incluso reaccionario, que a veces le lastraba, pero tenía el don de transportarte a un mundo de emociones y sentimientos prístinos e irresistibles. Sus diáfanas metáforas son como encajes de cristal que te arañan el corazón y te anegan los ojos de lágrimas.
Había sin embargo en él junto a la luz y el optimismo un lado oscuro, de miedo y culpa, en el que crecía fértil el musgo de lo espectral y de lo macabro.
 Pocos autores han escrito como Bradbury sobre la muerte y la pérdida.
 Es imposible recordar algunos de sus historias sin estremecerse, la del bebé asesino, la del perro que regresa de ultratumba, la del hombre que se hace cargo de la guadaña de la muerte y siega el campo de la vida hasta encontrar los tallos que son su mujer y sus hijos… En relatos y novelas esa sombra, ese otoño, es el contrapunto insoslayable de un gran canto vital de celebración de la existencia y de la belleza del universo.
En esencia, con toda su cultura y sabiduría, Bradbury -y él mismo lo reivindicaba- nunca dejó de ser un niño de 12 años, el asombrado y vivaz Douglas Spaulding con zapatillas de deporte nuevas de El vino del estío (1957), la preciosa novela en la que relató su infancia trasmutando su Waukegan natal en Green Town, su pequeña arcadia personal de cometas y zarzaparrilla. Ese lugar soñado hubo de abandonarlo a los 14 años cuando su padre, empleado ferroviario afectado por la depresión, se trasladó con la familia a Los Ángeles. Gran lector de literatura pulp, amante de los tebeos, empezó a publicar en fanzines y en 1941 vendió su primer cuento.
 En 1950 publicó la obra por la que será especialmente recordado, Crónicas marcianas, un conjunto de cuentos vagamente unidos por el nexo de la invasión humana de Marte que llenan de asombro y transpiran una atmósfera de sobrenatural melancolía y soledad.
 Cuando el año pasado visité la vieja casa de Bradbury junto a la playa de Venice, California, donde el escritor vivió con su mujer Maggie al casarse en 1947, no pude dejar de pensar en la influencia de esa pequeña Venecia con sus minúsculos canales en la creación del Marte de las crónicas.
No hay mucha ciencia-ficción en el sentido convencional en el libro, como no la hay en sus otras novelas y en sus centenares de relatos, agrupados en títulos tan conocidos como El hombre ilustrado o Las doradas manzanas del sol.
Una de las cumbres del género, Bradbury es sin embargo muy diferente de otros populares maestros contemporáneos suyos como Isaac Asimov (+1992) o Arthur C. Clarke (+2008). Solo ahora, releyendo, caigo en la cuenta de qué solos nos hemos quedado en el universo al completarse la pérdida de la gran tripleta espacial.
Poco sexo en Bradbury, les advierto, un autor que dejó escrito:
 "Igual que mi amigo Ray Harryhousen concentró toda su libido en los dinosaurios, yo la puse en los cohetes, en Marte, en los extraterrestres y en una o dos muchachas que cuando me decidía a leerles mis historias huyeron muertas de aburrimiento".

Pájaro o no de Jose Miguel Junco Ezquerra


De dónde habrá venido
ese presunto pájaro
que acaso esté durmiendo
oculto en una rama
del árbol que me impide
el ser ceniza y polvo.

Tal vez no esté en el trance
de verse sin resuello
en una patria ajena.
Mas, de estarlo,
quién sabe.

Qué vuelos imposibles
habrá sobrellevado
su cuerpo diminuto.
Y quién sabrá si acaso
en otras dimensiones,
ajenas y sin plumas,
sus crías desesperan.

O acaso yo sea el pájaro
que instalado en la rama
observa como un hombre
venido de muy lejos
tras el árbol se oculta.

O acaso sea yo el árbol
que acoge con asombro
abajo en las raíces
al pájaro y al hombre
que vienen de muy lejos.

O la sombra que añora
ser reflejo del árbol
donde un hombre y un pájaro
platiquen sus asuntos,
se esmeren por la vida.

O acaso yo sea solo
el eco que antecede
al vuelo y la palabra.

6 jun 2012

Los pájaros no piensan en el mundo.

Los pájaros no piensan en el mundo.
 La brisa va, viene, se olvida.
 La muerte viene.
 Viene el sol a encandilarte. Oye tu corazón.
 No pasará de este instante el latido. 
Y todo lo que no puedes decir. 
Así vuelves cada mañana hasta tu rostro, en cuyo labios solo habita un horizonte de mar, un sol que se aleja, pero cuya irradiación sobre los cielos que se deslizan sin reproche colma tu ceguera
Por Jose Carlos Cataño