Su vida daría para una o quizá varias novelas.
Pero China no necesita fabular. Trabaja en unas memorias.
Siempre corrí tras la risa, se titula:
“Es algo nostálgico, que hace referencia a la familia de mi madre, a las reuniones en casa de mi abuela, con esa cocina enorme, llena de gente comiendo y riendo, un ambiente muy distinto del que había en casa de mi padre
. Quiero escribir algo que inspire.
Yo venía de un mundo extravagante incluso en Shanghái, como del siglo XIX con plantaciones.
Debía de tener algo dentro de mí que hizo que las cosas funcionaran”, dice sentada una tarde de principios de abril en un sofá del hotel Carlton de Manhattan. “Mi agente me anima a que el libro trate de mi vida como modelo. ¡Pero hay cientos de modelos y lo cierto es que en América solo trabajé en esto durante tres años! En exclusiva para Avedon, es cierto”, reconoce.
Nunca piensas en ti misma como exótica, te ves distinta pero eso es todo. Tampoco es para montar un revuelo
China viste una levita con estampado de leopardo en marrón y negro, pantalones y sandalias.
Esbelta, con melena negra rizada, ojos rasgados y almendrados a un tiempo, y unos pómulos suaves que dan a su rostro forma de corazón, mantiene intacto su magnético atractivo
. Diane Vreeland la apodaba huesos de oro y Richard Avedon dijo que era probablemente la mujer más bella que había conocido
. “Nunca piensas en ti misma como exótica, te ves distinta, pero eso es todo. Tampoco es para montar un revuelo”, dice encogiéndose de hombros.
Expresiva y dicharachera, gesticula, ríe con ganas y se quita cualquier importancia. Derrocha encanto.
Su elegancia resulta sorprendentemente cálida y vital. Come un
sándwich club y patatas fritas picantes, bromea y se fuma un curioso cigarrillo de plástico que lanza humo y con el que dice que desconcierta a los comensales de cualquier restaurante:
“Cuando me miran mal, hago esto”, dice pegándose el falso cigarrillo a la palma de su mano.
“Llevo fumando 60 años”, confiesa. Y así la retrató Avedon, en una imagen mítica, donde a China se le adivina una sonrisa y, con el torso girado, alarga el índice lista a sacudir la ceniza de un cigarrillo.
A sus más de 80 años acaba de arrancar un nuevo capítulo en su biografía, como dama
it de Nueva York.
En una comida en los Hamptons –donde tiene fijada su residencia con su esposo–, un amigo de su hija le propuso hacer un reportaje con fotos de Bruce Weber.
El pasado otoño fue una de las protagonistas de la campaña de los exclusivos almacenes Barneys, con estilismo de Carine Roitfeld.
En enero presentó
About face en Sundance, un proyecto dirigido por Timothy Greenfield-Sanders sobre la madurez de las grandes modelos –en el que además de China participan desde Isabella Rosellini hasta Jerry Hall–. Si en 1959 fue la primera modelo no caucásica que ocupó la portada de una revista de moda estadounidense, el año pasado volvió a romper otra norma no escrita de la moda, esta vez no referente a la raza sino a la edad, al firmar un contrato con la poderosa agencia IMG, que representa entre otras a Kate Moss y Gisele Bündchen.
“Ella tiene esta increíble mezcla de elegancia y despreocupación.
A lo mejor es la sofisticación de una era que no volverá. Lo que hacemos hoy en moda no está ni cerca de eso”, dice el maquillador estrella François Nars.
Convertirse en una solicitada modelo a los 80 años después de una pausa en su carrera de maniquí de casi cinco décadas es algo que encaja perfectamente en la excepcional vida de China. Noelie Dasouza Machado –su verdadero nombre–, nació en Shanghái en el seno de una acaudalada familia de banqueros y terratenientes con ascendencia portuguesa.
Su madre murió cuando ella tenía tres años.
En 1946 junto a su padre, su madrastra y sus hermanos se instaló en Buenos Aires.
“Lo perdimos todo, nos lo confiscaron.
Este vaso del que bebo, pues también nos lo quitaron”, dice. Hace dos años regresó por primera vez. “Me daba miedo ir, pero fue un viaje increíble.
El apartamento donde nos mudamos cuando la invasión de los japoneses seguía allí. La iglesia del colegio de Loreto, donde estudié, también, aunque el interior está lleno de oficinas.
La ciudad hoy es impresionante, no tiene fin”, explica.
Entre Argentina y Perú pasó cinco años de su adolescencia. A los 19 trabajaba como azafata aérea, cuando en Lima se cruzó por su camino el hombre que le hizo cambiar el rumbo. Cuentan que Luis Miguel Dominguín cayó fascinado al verla en un restaurante. ¿Quién era la flaca muchacha de cabellos negros con un mechón blanco y ojos rasgados? Dos días después se la llevó con él. “Me fugué y caí en una vida que no imaginaba
. Empecé a conocer gente de la que solo había leído u oído hablar, que nunca pensé que trataría. No estaba preparada, era una chiquilla.
Crecí pensando que me haría mayor, me casaría y tendría hijos, eso sería todo, no imaginaba que viajaría por todo el mundo y conocería a tanta gente”, asegura.
El apuesto matador era reverenciado allá donde fuera.
La leyenda cuenta que ella le curó las heridas de una cogida en Venezuela. “Nunca había ido a los toros hasta entonces.
De repente descubrí la emoción y la tradición. Y cuando una está enamorada, lo que hace tu pareja te parece lo más fabuloso del mundo.
Entrábamos en un restaurante y se hacía el silencio, todo el mundo se ponía en pie y aplaudía. Era como estar con un dios”, recuerda.
El torero la llevó después a España donde se sintió condenada al ostracismo
. Aún le cuesta hablar de ello. No conocía a nadie. Tuvo una gélida acogida.
“Fue muy duro, no les gustaba. Corrían los años cincuenta, la España de entonces era tremenda. Pero no me arrepiento, fue una experiencia, el primer gran amor de mi vida”, dice
. Al final Dominguín marchó con Ava Gardner.