Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 abr 2012

"El matrimonio no es para mí"


La actriz Susan Sarandon.
Susan Sarandon habla poco de su vida privada pero cuando lo hace se pronuncia con rotundidad. Cumplidos los 65 años de edad habla del matrimonio y exclama "no es para mi".
Y lo dice después de haber estado casada durante 12 años con Chris Sarandon y de mantener una relación durante 21 años con Tim Robbins. "
Ni cuando me casé pensé que el matrimonio era para siempre.
 En mi caso fue una especie de decisión práctica".
Y añade: "Me planteo las relaciones año a año. Creo que es una estrategia buena para una  relación. También a la hora de decidir tener hijos".
Nunca le dijo 'sí, quiero' a Tim  Robbins  con quien tuvo dos hijos Jack Henry, de 22 años, y Miles, 19. "No hizo falta un papel siempre me sentí casada, me sentí comprometida. Y si se tienen hijos eso es algo que te une para siempre".
Después de dos años separada de Tim Robbins, Susan insinúa que está iniciando otra relación con con Jonathan Bricklin, de 34 años, su socio en el negocio de pinmpón.
"Yo diría que somos colaboradores en una gran cantidad de táreas
 Tenemos un montón de proyectos en diferentes áreas..
Es un gran tipo, pero no me gusta hablar de ello".
Susan Sarandon es de las pocas actrices mayores con algun papel a sus 65 años, le pasa a muchas, hay algunas con mas suerte, como Meryl Streep, por ser tan camaleónica, pero muy pocas, y no van a ser abuelas siempre, digo yo que teniendo una gran cantera, los productores podian hacer muy buenas películas sin ser como la del Hotel. creo que Vanessa Redgrave, es un lujo, muchas y buenas actrices hay,
Catherin Deneuve tiene más salida al Mercado, pero no Fanny Adjani, se debería intentar, mientras Susan, hace su vida con un niñato de poco más de 30 años en un negocio de Ping pong, pues vaya, toda la vida se resume en una partida de sobremesa y haciendo el botellón con un muchacho, no la veo así, igual disfruta mucho, y eso es lo que se le pide a la vida cuando no se puede pedir más.
Me gusta Tim Robins, más joven que ella, igual Tim, anda jugando a baloncesto con una chica de Universidad. No es la diferencia de edad lo que nos distancia o nos acerca, es la diferente forma de ver el mundo, y no creo que esté para juegos, sino para , como ella, una mujer comprometida, guapa, se haga lo que se haga, termine llorando porque su amor no aprueba las asignaturas que le quedan, en fin, que cada uno sea cada uno.

La cultura en España, entre los excesos del ayer y el miedo del hoy

SCIAMMARELLA
Dados como son este país y sus gentes a la escasa afición por el gris (matiz) y a la apuesta desbocada por el blanco y el negro (extremo), parecía lógico que en el cuadrilátero donde se libra la batalla por la supervivencia o muerte de la cultura —de ciertas formas de la cultura— se las vieran dos modelos tan confiados en su discurso como incapaces a la hora de sostenerlo con un mínimo de rigor intelectual: los militantes interesados en mamá Estado y sus infinitas ubres suministradoras de dinero, y los talibanizados (e igualmente interesados) creyentes del popular axioma “la cultura es un capricho”.
Unos estaban tan enfrascados en su laboriosa misión de sacar lo inimaginable a las arcas públicas que no vieron venir la debacle.
 La debacle consiste en que, cuando en épocas de vacas gordas no pones cuidado y tiras cuarenta casas por la ventana con tal de que el guateque no acabe, acabas siendo testigo de tu propio trastazo (atención, esto no es exclusivo del ámbito cultural).
 El guateque, definitivamente, se acabó.
Los otros viven el escenario perfecto: ya tienen la coartada ideal para cargar las tintas, las imágenes, las ondas, los posts y los tweets contra lo que desde la noche de los tiempos caracterizaron en su propio imaginario como el rojerío de la cultura, ese que de facto suele aliarse más con gobiernos socialdemócratas que con gobiernos neoliberales.
Porque una cosa parece clara, y en parte la realidad les da la razón: si hay que optar entre suprimir un quirófano o un ciclo de música barroca, parece que no hay color
. El problema llega cuando se empieza a suprimir primero el ciclo y luego el quirófano, como ya está pasando. Son tiempos de crisis, de recortes brutales y, consecuentemente, de esquizofrenias personales y colectivas. Pero algo parece claro: un modelo de ver la gestión de la res publica ha muerto y hay que poner otros en pie ya que, muy probablemente, nada volverá a ser lo que era
. Y ahí se inscribe la administración de los bienes culturales y la necesidad de acometer una titánica tarea de imaginación, de la que nadie, ni los artistas, ni los gestores, ni los políticos, ni los empresarios, ni siquiera los potenciales receptores de esos bienes culturales (el público) debería quedar excluido.
En el pasado hubo alegría en el gasto y excesivo recurso a 'mamá Estado'
Los Presupuestos Generales del Estado serán conocidos el 30 de marzo pero a nadie se le escapa a estas alturas que el varapalo a la cultura —como a todo— será de echarse a temblar.
 Tampoco se le debería escapar a nadie, y menos que a nadie al ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert, el hecho de que a partir de ese día no correrán buenos tiempos para convencer a los titulares de Economía y de Hacienda de una cosa: de que la cultura es un bien básico que hay que proteger y apuntalar con medios.
Y el mundo puede estar plagado de buenas intenciones pero va a ser realmente complicado, con la que cae ahí afuera, persuadir a los ministros de los números de que también las letras y las artes son importantes, no solo los quirófanos, las fábricas, las carreteras, los controladores aéreos, los agricultores o los bloques de pisos.
La serie que sobre los recortes económicos de la cultura ha publicado EL PAÍS en su edición digital durante la pasada semana (puede consultarse en la web de la sección de Cultura) traza un retrato inapelable del estado del sector editorial, de la industria del cine, del mundo de la escena, del de la música culta y popular y del de las artes: hubo demasiado dinero y demasiada alegría y picaresca en su gasto y poca o ninguna preocupación por implantar sistemas duraderos de generación de recursos; ahora ni siquiera hay lo imprescindible y hay que generar ideas para nuevos modelos de gestión.
Y dará igual que muchos de los brillantísimos actores de ese mundo cultural en español sigan perpetuando su proverbial recurso a la queja: no hay dinero ahora y no lo habrá en el medio y ya se verá si en el largo plazo.
Víctimas de semejante panorama: en primera instancia, los profesionales de la cultura (casi 600.000 empleos directos o indirectos genera en España la industria cultural, con una incidencia de cerca del 4% en el PIB); inmediatamente después, el espectador, el lector, el visitante de museo.
Los recortes afectan en primer lugar a los 600.000 empleos que genera la cultura
El abanico de versiones de este psicodrama colectivo es amplio y variado: rodajes de películas parados o nunca puestos en marcha; bibliotecas cerradas u obligadas a recortar fondos, personal y horarios; decenas y decenas de compañías teatrales (algunas de ellas protagonistas de sonoros éxitos) inesperadamente endeudadas y abocadas a la duda cuando no a la desaparición por el impago de las administraciones que las contrataron; museos abiertos pero casi vacíos de contenido y sin posibilidad real de programar exposiciones; prestigiosos y concurridos ciclos y festivales de música clásica o popular cerrados por defunción (en concreto, porque las empresas que los apoyaban han acabado diciendo "hasta aquí hemos llegado") y el viejo mundo de las giras musicales de verano convertido casi en un vestigio...
En una reciente entrevista con este diario, el actual secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, dejaba caer entre líneas una frase que, leída dos veces, resulta del todo inquietante: "Nuestra prioridad es no cerrar ni museos ni bibliotecas". Es decir, el segundo más alto responsable de la gestión cultural del Gobierno admite que —aun como lejana hipótesis— existe la posibilidad de que museos y bibliotecas echen la persiana. Se trata, sin duda, de una frase que quiere ser esperanzadora pero resulta maldita.
Claro que, en el transcurso de esa misma entrevista, y como no podía ser de otra forma, el secretario de Estado hablaba de "un presente muy complicado para el cine español". Y establecía de forma implícita su convicción de que un nuevo modelo de gestión es necesario.
 Un modelo que habrá de pasar por la intervención cada vez más presente y decisiva de la empresa privada en la financiación de la cultura. No en vano el Gobierno del Partido Popular apuesta de forma inequívoca —no lo verbaliza así, pero es lo que es— por la progresiva sustitución de la subvención por formas de mecenazgo privado. Habrá que comprobar si esa cultura del mecenazgo o mecenazgo de la cultura encuentra su contenedor idóneo en esa hiperpublicitada pero también a día de hoy hipermisteriosa Ley de Mecenazgo que Wert y su equipo presentan como el maná.
La prioridad es no cerrar bibliotecas ni museos
José Mª Lassalle
En este capítulo de la búsqueda de financiación privada para la maltrecha cultura, sería toda una primicia saber cómo se las va a arreglar el ministro para llevar a buen puerto ese "modelo mixto de subvenciones y exenciones fiscales" llamado a reanimar a la exangüe familia del cine español.
 Familia que asiste ahora mismo, por ejemplo, al colapso de la actividad en lo que a número de rodajes se refiere: de los 58 que arrancaron en el primer trimestre de 2011, se ha pasado a 21 en el mismo período de 2012.
No vive días más boyantes el mundo de la música.
 Como sostiene en su vídeo de la serie de EL PAÍS Enrique Subiela, representante de estrellas como el pianista Lang Lang, la mezzosoprano Cecilia Bartoli o el director de orquesta Gustavo Dudamel, "un delirante sistema de contratación de intérpretes y orquestas ha desembocado en el hundimiento del sistema; estamos en demolición".
Pero todo es mucho peor aún en el terreno de la música popular. Tras quedar arrasada la industria discográfica, le ha tocado el turno a la música en directo, hasta tal punto que la deuda de los ayuntamientos (principales contratadores) con los asociados de ARTE (Asociación de Representantes Técnicos del Espectáculo) asciende ahora mismo a... 70 millones de euros.
Adiós a los bolos veraniegos.
 Ni verbenas, ni guateques, ni conciertos en la fiesta del pueblo.
Si antes una corporación municipal española disponía de una media de 200.000 euros como presupuesto para su semana de fiestas, ahora no cuenta con más de 30.000.
En esto, el desastre viene produciéndose desde 2009.
El Gobierno quiere sustituir poco a poco la subvención por el mecenazgo
En un país donde los sistemas educativos nunca supieron inyectar en los jóvenes la pasión por la cultura (como sí se hace en Francia) y donde los políticos y gestores nunca se preocuparon más de la cuenta en buscar alternativas financieras en el sector privado (como sí se hace en Reino Unido) la muerte lenta de ciertas formas de expresión y de ciertas infraestructuras de los llamados bienes del espíritu no es más que el triste sino provocado por una asombrosa falta de ambición y de visión de futuro.
 De aquellos polvos vienen estos lodos. Más que lodos, arenas movedizas para la cultura en España.

'El grito', en la subasta del año de Sotheby's

'El grito' de Evard Munch. / Kirsty Wigglesworth 
Sotheby’s no es supersticiosa.
 Este viernes 13 de abril se dispone a exponer la tercera de las cuatro versiones de El Grito, la archifamosa obra del noruego Edvard Munch (1863-1944), dos de cuyas otras versiones fueron robadas, y luego recuperadas, hace no muchos años. Considerada uno de los grandes iconos de la pintura mundial, a la altura según algunos de La Mona Lisa, la versión de 1895, la única que está en manos privadas, se subastará el 2 de mayo en la sucursal neoyorquina de Sotheby’s y la casa de subastas espera alcanzar un precio por encima de los 80 millones de dólares que constituiría un auténtico hito en el mundo del arte.
Esta versión de El Grito, que se distingue de las otras tres en que es la que tiene los colores más vivos, con el cielo dominado por el rojo-sangre, el amarillo y, en menor medida el azul, es la única en la que uno de los dos personajes secundarios, al fondo a la izquierda del cuadro, está encorvado sobre si mismo, como contemplando la ciudad al fondo.
Pintada en 1895, es la tercera de la serie de cuatro y la única cuyo marco original fue pintado por el artista con un poema en el que describe las circunstancias que le llevaron a pintarlo:
 “Estaba yo caminando por la carretera con dos amigos / a la puesta del sol – El cielo se tornó rojo sangre / Y sentí un aroma de melancolía – Me quedé parado / muerto de cansancio – por encima del negro-azulado / de las leguas de sangre y fuego del Fiordo y la Ciudad – Me quedé atrás / temblando de Ansiedad – y sentí el gran grito de la Naturaleza”.
Al igual que su contemporáneo Vincent van Gogh, el deseo de Edvard Munch era pintar una nueva forma de realidad enraizada en la experiencia psicológica, más que visual.
 “Es esa proyección del estado mental de Munch lo que le hizo tan innovador como artista: un paisaje de la mente cuyo impacto todavía se siente en el arte de hoy”, subrayan los expertos de Sotehby’s. “El Grito de Munch es la imagen definitoria de la modernidad”, ha afirmado Simon Shaw, responsable de la sección de Impresionismo y Arte Modero de Sotheby’s Nueva York, durante la presentación de la obra en Londres.
 A juicio de su colega londinense, Philip Hook, El Grito “es un icono del arte” y la obra más importante jamás subastada en Sotheby’s.
En esa misa subasta del 2 de mayo y en días sucesivos saldrán también a la venta otras obras de Munch y también de Picasso, Miró, Bacon, Liechtenstein y Warhol, entre muchos otros.

El primer boceto

Se cree que la versión de El Grito pintada en 1893 y que está ahora depositada en el Munch Museum de Oslo es un primer boceto, un dibujo sobre madera, de la segunda versión, datada también ese año y que se exhibe en la Galería Nacional de Noruega. Es esa versión ya más definitiva que la que fue robada en 1994 de ese mismo museo, aprovechando la distracción que significaba la inauguración en ese momento de los Juegos Olímpicos de Invierno en Lillehammer. La obra fue recuperada ese mismo año.
El segundo robo afectó a la cuarta versión de El Grito, pintada en 1910, que fue sustraída del Munch Museum a punta de pistola en 2006 junto a otra obra, Madonna. Ambas fueron luego recuperadas y volvieron a exhibirse en 2008.
¿No tiene miedo Sotheby’s de que alguien quiera ahora robar la tercera versión, aprovechando que se exhibe casi por primera vez en público?
 “No. Hemos tomado nuestras precauciones”, responde con buen humor Philip Hook. El Grito nunca se ha visto antes en Reino Unido y solo se exhibió durante un breve periodo en Estados Unidos en los años setenta.
Quizás los expertos serían incapaces de ponerse de acuerdo sobre cuál de las cuatro versiones de El Grito tiene más valor, pero para Hook, la respuesta es muy fácil: “Esta, seguramente.
Porque es la única que está en el mercado”, se ríe. Esta tercera versión es, desde hace setenta años, propiedad de la familia Olsen, armadores noruegos.

La familia Olsen

Thomas Olsen (1897-1969) fue amigo personal, patricio y protector de Edvard Munch, además de vecino y coleccionista de sus obras desde finales de los años veinte del siglo pasado. Olsen jugó un papel decisivo en la salvación de 74 de sus obras, que estaban condenadas al fuego después de que Hitler incluyera al pintor noruego en el catálogo de artistas que consideraba degenerados.
Ahora, su hijo Petter cree que ha llegado el momento de que El Grito abandone a los Olsen.
 “He vivido con esta obra toda mi vida y su poder y su energía han ido aumentando con el tiempo”, sostiene en los folletos de Sotheby’s. “Ahora, sin embargo, creo que ha llegado el momento de ofrecer al resto del mundo una oportunidad para ser su dueño y apreciar esta extraordinaria obra”. Pero ese placer no es gratis: puede costar más de 80 millones de dólares.

DISTANCIAS,, de Jose Miguel Junco Ezquerra

DISTANCIAS

Yo te quise querer pero era el hielo, la mar muy encrespada, las cenizas: un número tan grande de accidentes que no pude alcanzar ni tu silueta perdida irremediable entre la bruma.

Yo te quise besar pero era otoño, las hojas ya caídas, los cristales, un sol casi desnudo y por los hombros huyendo a campo abierto.

Yo te quise halagar pero un río, gaviotas aguardando enfurecidas, puentes quemados en batallas viejas, zarzales irrumpiendo en vez de estrellas, tanto que al acercarme a tu terreno mi cuerpo se alejaba hacia un abismo.

Yo quise simplemente contemplarte, tu mirada de añil., tus añoranzas, la carne embravecida de tus labios, el ímpetu del tiempo en que brotaba la fuente de tus pechos, el cuento que se cuenta junto al humo, la suave brisa que acompaña al tacto, el rito tan antiguo de serpiente.

Te quise despedir pero era ausencia, otro tiempo vivido en otra orilla, una canción de tono más bien triste y el gris evaporándose en mis manos. Te quise despedir pero zarpabas hacia tierras ignotas, hacia el fondo, allá donde bostezan las palomas, velas al viento con el rumbo fijo.