Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 feb 2012

El regreso de la lucha de clases

Imagen de una fábrica de Chicago a principios del siglo XX. / AP / ARCADIA PUBLISHING

De la mano de la última fase de la globalización, de la creciente desigualdad, de la crisis y del final de un modelo de crecimiento económico, la idea de la lucha de clases está de regreso en Occidente.
Y esta vez vuelve de la mano no solo de analistas neomarxistas, sino de un financiero como George Soros, o de sociólogos que han alertado sobre lo que está ocurriendo en estas sociedades occidentales. La idea de lucha, conflicto o guerra de clases vuelve a los análisis. Aunque no en la forma clásica.
Estados Unidos era un país profundamente optimista en términos sociales. Hace tan solo unos años, algunas encuestas indicaban que un 30% de los ciudadanos se consideraba perteneciente al 10% más rico. Hoy, según una reciente encuesta del Centro Pew, un 69% —19 puntos más que en 2009— de los norteamericanos —especialmente entre blancos de ingresos medios— piensa que el conflicto entre clases es la mayor fuente de tensión en su sociedad, claramente por encima de la fricción entre razas o entre inmigrantes y estadounidenses. George Soros, en una entrevista en Newsweek, habla de la “guerra de clases que está llegando a EE UU”. En muchos casos, sin embargo, se confunde conflicto entre clases con conflictos entre ricos y pobres.
Pues la tensión se da entre ricos y pobres o, por precisar, entre muy ricos y muy pobres.
 El movimiento Ocupa Wall Street y otros centros urbanos se presentan como la defensa del 99% frente al 1% más rico (que en realidad es aún menor). Y es que la desigualdad ha crecido en EE UU y, con ella, como recogía un reportaje de The New York Times, la movilidad social se ha reducido en ese país, debilitándose así la idea de la sociedad de oportunidades.
“La burguesía en su sentido clásico tiende
a desaparecer”, dice
un filósofo
El filósofo esloveno, marxista (o, más precisamente, como le ha gustado definirse, leninista-lacaniano), Slavoj Zizek, en un artículo en The London Review of Books, aborda este tipo de protestas. “No son protestas proletarias”, señala, “sino protestas contra la amenaza de convertirse en proletarios”. Y añade: “La posibilidad de ser explotado en un empleo estable se vive ahora como un privilegio. ¿Y quién se atreve a ir a la huelga hoy día, cuando tener un empleo permanente es en sí un privilegio?”.
Zizek habla del surgimiento de una “nueva burguesía”, que ya no es propietaria de los medios de producción, sino que se ha “refuncionalizado” como gestión asalariada. “La burguesía en su sentido clásico tiende a desaparecer”, indica. Resurge como un “subconjunto de los trabajadores asalariados, como gestores cualificados para ganar más en virtud de su competencia”, lo que para el filósofo se aplica a todo tipo de expertos, desde administradores a doctores, abogados, periodistas, intelectuales y artistas.
 Cita como alternativa el modelo chino de un capitalismo gerencial sin una burguesía.
Como señala el economista Michael Spence en Foreign Affairs, los efectos de la globalización en las sociedades occidentales han sido benignos hasta hace una década.
 Las clases medias y las trabajadoras de las sociedades desarrolladas se beneficiaron de ella al disponer de productos más baratos, aunque sus sueldos no subieran.
 Pero a medida que las economías emergentes crecieron, desplazaron actividades de las sociedades industrializadas a las emergentes, afectando al empleo y a los salarios ya no solo de las clases trabajadoras, sino de una parte importante de las clases medias, que se sienten ahora perdedoras de la globalización y de las nuevas tecnologías. Ya se ha hecho famosa la pregunta de Obama a Steve Jobs, el fundador de Apple, cuando en febrero de 2011 le planteó por qué el iPhone no se podía fabricar en EE UU. “Esos empleos no volverán”, replicó Jobs. La respuesta no trató solo de los salarios, sino de la capacidad y flexibilidad de producción.
La población “desclasada”
se siente atraída
por el autoritarismo
El crecimiento de la desigualdad de los últimos años no es algo únicamente propio de EE UU, sino de casi todas las sociedades europeas, incluida España, a lo que contribuye el crecimiento del paro y se suma la creciente sensación de inseguridad que ha aportado la globalización.
 Hoy se sienten perdedores de la última fase de la globalización, de la crisis y de las nuevas tecnologías no solo las comúnmente llamadas clases trabajadoras, sino también las clases medias en EE UU y Europa.
Las sociedades posindustriales se han vuelto menos igualitarias.
 De hecho, EE UU vive su mayor desigualdad en muchas décadas.
El sociólogo conservador estadounidense Charles Murray, en su último libro, Drifting apart (Separándose), ha llamado la atención sobre cómo en su país hace 50 años había una brecha entre ricos y pobres, pero no era tan grande ni llevaba a comportamientos tan diferentes como ahora.
Los no pobres, de los que hablaba Richard Nixon, se han convertido en pobres.
 Aunque para Murray la palabra “clase” no sirve realmente para entender esta profunda división. Murray ve su sociedad divida en tribus; una arriba, con educación superior (20%), y una abajo (30%).
 Y entre ellas hay grandes diferencias de ingresos y de comportamiento social (matrimonios, hijos fuera del matrimonio, etcétera).
Otros añaden la crisis que en ambos lados del Atlántico están atravesando las clases medias. Refiriéndose a Francia, aunque con un marco conceptual que se aplica perfectamente a otras sociedades como la española, el sociólogo francés Camille Peugny, en un libro de 2009, alertó sobre el fenómeno de “desclasamiento”, un temor a un descenso social que se ha agravado con la crisis que agita no solo a las clases populares “que se sienten irresistiblemente atraídas hacia abajo”, sino también a las clases medias “desestabilizadas y a la deriva”. El desclasamiento, generador de frustración, se da también como un factor entre generaciones.
Estados Unidos vive
su mayor momento
de desigualdad
en muchas décadas
Y tiene efectos políticos. Según Peugny, los desclasados tienden a apoyar el autoritarismo y la restauración de los valores tradicionales y nacionales. Producen una derechización de la sociedad, frente a una izquierda que sigue insistiendo en un proceso de redistribución de la riqueza y las oportunidades que ya no funciona. Está claro que, en Francia, una gran parte del voto al Frente Nacional de Marine Le Pen, que le come terreno a Sarkozy, proviene de lo que tradicionalmente se llamaba clase obrera. O, ahora, de esa nueva clase en ciernes que algunos sociólogos llaman el precariado, pues las categorías anteriores ya no sirven.
En otras sociedades pueden darse otras reacciones. Así, en la Grecia castigada, las encuestas muestran que tres partidos de extrema izquierda (Izquierda Democrática, el Partido Comunista y Syriza) suman entre ellos 42% de la intención de voto, mientras los socialistas del Pasok (8%) se han derrumbado y Nueva Democracia domina el centro-derecha con un 31%.
Por primera vez en estos últimos años, la globalización, con el auge de las economías emergentes, especialmente China, está afectando no ya a los salarios de la clase baja, sino también a los empleos y remuneraciones de las clases medias de las economías desarrolladas.
 También con consecuencias políticas. Francis Fukuyama, que se hizo famoso con su artículo sobre “el fin de la historia” y el triunfo de la democracia liberal, ahora, en una última entrega sobre “el futuro de la historia”, también en Foreign Affairs, se pregunta si realmente la democracia liberal puede sobrevivir al declive de la clase media.
“La forma actual del capitalismo globalizado”, escribe quien fuera uno de sus grandes defensores, “está erosionando la base social de la clase media sobre la que reposa la democracia liberal”.
 Tampoco hay realmente una alternativa ideológica, señala, pues el único modelo rival es el chino, “que combina Gobierno autoritario y una economía en parte de mercado”, pero que no es exportable fuera de Asia, afirmación que resulta cuestionable.
Pero coincide con algo de lo que vienen alertando también otros intelectuales, como Dani Rodrik, que plantean ya abiertamente dudas sobre las virtudes de la globalización en su actual conformación.

Una juerga de millonarios que acaba en el hospital

Pierre Casiraghi y Stavros Niarchos III, en Mónaco. / CORDON PRESS
Malas noticias para los Casiraghi.
 Una noche de fiesta acabó convirtiéndose en una trágica visita al hospital para Pierre, el hijo menor de Carolina de Mónaco, quien resultó herido tras un altercado la madrugada del sábado en un lujoso bar de copas de Manhattan, en pleno centro de Nueva York.
 El príncipe tuvo que ser trasladado a urgencias, aunque fue dado de alta pocas horas después.
Según han relatado fuentes de la policía a los medios estadounidenses, el nieto de Grace Kelly y el príncipe Rainiero, de 24 años, se encontraba con varios amigos en el exclusivo club Double Seven de la Gran Manzana cuando se vio involucrado en una fuerte discusión con un antiguo dueño del local, el empresario Adam Hock, de 47 años.
 El hombre resultó detenido por agentes de seguridad bajo los cargos de agresión.
El relato de varios testigos de la pelea da cuenta de que Casiraghi y sus acompañantes, entre quienes se contaba el millonario heredero griego Stavros Niarchos III, exnovio de Paris Hilton, llevaban varias horas bebiendo en el local y “empezaron a meterse con el grupo de Hock”, en especial con las chicas. Y es que entre ellas se encontraban nada menos que las espectaculares modelos Natasha Poly, Valentina Zalyaeva y Anja Rubik. “Se comportaban de forma grosera”, contaron algunos presentes al periódico New York Post. “Eran insportables”, añadió uno de los acompañantes de Hock, que aseguró que el grupo de jóvenes millonarios compró una botella de vodka de unos 400 euros y empezaron a molestar a las chicas.
“Lo siguiente que vi fue que aquello se convirtió en un infierno”, cuenta otro testigo al rotativo estadounidense. Al parecer, Hock reaccionó de forma airada y le dio un puñetazo al príncipe, que “cruzó volando el local y cayó en una mesa al otro lado”.
Ante la mirada de las maniquíes, el empresario pegó también al heredero del imperio naviero griego, de 26 años, y a dos amigos más del hijo de Carolina de Mónaco: Restoin Roitfeld, de 27, y Diego Marroquin, de 33. Testigos de la pelea contaron a la revista People que tras los golpes, Casiraghi “tenía la cara ensangrentada, con profundos cortes por todas partes”.
“Parecía como si necesitara cirugía plástica”. Pero según fuentes policiales, todos quienes prestaron declaración manifestaron en su relato que el príncipe también trató de atacar a su oponente, y estuvo a punto de darle en la cabeza con una botella rota.
Tras ser detenido, el exdueño del local permaneció dos noches en el calabozo de un juzgado criminal de Manhattan. El domingo declaró: “Solo intentaba defenderme a mí y a los demás. ¿Por qué a ellos no se les detuvo ni están esposados?”.
Tras entregar su testimonio, el empresario fue puesto en libertad con cargos. “¿Cómo pueden acusar a mi cliente de atacar a cuatro hombres?”, se quejaba en la revista People el abogado de Hock, Sal Strazullo. “Estas personas atacaron a un grupo de gente y mi cliente actuó en legítima defensa, lo cual está en su derecho”.
La versión de Pierre, en tanto, no ha trascendido.
 El hijo menor de Carolina de Mónaco y su segundo marido, Stefano Casiraghi, fue dado de alta del hospital presbiteriano Weill Cornell durante la mañana del sábado.
 Portavoces del Principado no han querido referirse al altercado al ser preguntados por los medios estadounidenses.
“No podemos comentar los hechos ahora mismo porque no tenemos ninguna información con respecto a que hayan ocurrido”.

Vuelve el hombre

Luis de Guindos. / ANDREA COMAS (REUTERS)
Qué bajonazo.
 Ahora que había logrado hablar con la consulta del cirujano plástico Monereo después de una semana sin levantar el índice del recall del teléfono, va y me suelta la operadora: “Ponte a la cola, mona”.
 Desde la aparición estelar de la exvicepresidenta con el catálogo íntegro de la casa labrado en el rostro, tienen una lista de espera que ríete tú de la sanidad catalana.
 Y de Loro Parque. Total, que yo que iba a pedir hora para hacerme un Fernández de la Vega completo con el fin de incrementar mi capital erótico, que dice Catherine Hakim, investigadora de la London School of Economics, voy a tener que seguir con el movimiento de tierras del maquillaje diario o arriesgarme a que me zurza otro.
 Apuesto a que Guindos leyó a Hakim en inglés el primero, para eso sabe idiomas
. Las cifras del déficit no sé, pero la autoestima la tiene inflada a reventar el nuevo titular de Economía.
Competente está por ver, pero competitivo es un rato. Solo hay que verlo marcando paquete político y del otro lo mismo en Bruselas que en la Carrera de San Jerónimo.
 No recuerdo un ministro más sobrado desde que Zaplana dejó de sacrificarse por España y se largó a forrarse como Dios manda a Telefónica.
 Como que me estoy replanteando mis mitos. Al lado de semejante macho alfa ibérico, el chulazo de Don Drapper, de Mad men, empieza a parecerme una nenaza.
 Por no hablar de Rubalcaba, para lo que ha quedado Maquiavelo. Alfredo, soy miembro fundadora de tu iglesia, pero entre la derrota electoral y las guerras fratricidas te me estás quedando en nada.
 Guindos, sin embargo, está que se sale del terno, y eso que se los hace cortos de mangas para abrazarse a sí mismo y palmearle las espaldas a Juncker, presidente del Eurogrupo, al mismo tiempo. No hay foto en la que no parezca estar diciendo: tranquilos, chicos, aquí estoy yo para lo que haga falta.
No me extraña que ande a la greña con Montoro a ver quién es más listo y más visionario, porque de calvos van por el estilo. 
Yo de Cristóbal no hablo, lo tengo vetado por diezmarme la nómina con el nuevo IRPF, pero reconozco que Luis, además de neoliberal ortodoxo, es un prodigio de aplomo. 
Uno de esos tipos capaces de firmar un ERE y una reforma financiera con la diestra mientras con la zurda pide otra de gambas, Manolo.
 No como otros, que se la cogen con papel de fumar para no mojarse, y no miro a nadie, Alberto. Al menos Guindos no se esconde.
Tenías que verlo susurrándole al cogote al comisario Olli Rehn que su reforma laboral iba a ser “extremadamente… profunda y… agresiva”, qué sofoco.
 Yo, que lo vi a miles de kilómetros, casi me desmayo del repelús que me bajó del hipotálamo y el tal Olli ni movió una ceja, estos finlandeses no tienen sangre en las venas. No como Luis, que marca el territorio con el reguero de testosterona que deja a su paso. Más chulo que un ocho, este Guindos. Un hombre de Rato, al fin y al cabo, otro que tal bailaba.
Y sello ya mis labios hasta que me los rellene Monereo. Con suerte, para cuando me toque turno ha salido el PP de Moncloa y Alfredo vuelve por sus fueros.

La televisión busca pareja en Twitter

Hace casi un mes Cuatro estrenaba ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, un programa de telerrealidad en el que cinco parejas de madres e hijos buscan entre un grupo de candidatas (candidatos en el caso de uno de los concursantes)a la futura pareja del retoño. Una nueva apuesta con la que la cadena privada busca tomar el relevo, en clave urbana, de Granjero busca esposa.
El programa arrancó bien en audiencia, casi dos millones de espectadores (10,9% de share) vieron el estreno el pasado 30 de enero, y aunque ha perdido un poco de fuelle con el paso de las semanas se mantiene por encima de la media del canal (situada en el 6% de cuota de pantalla).
 Un dato que demuestra que los programas de telerrealidad tienen tirón y que la evolución que han sufrido en los últimos años, hacia propuestas cada vez más grotescas, sigue seduciendo a una parte importante de la audiencia española.
¿Quién quiere casarse con mi hijo? demuestra además la estrecha relación entre el visionado telvisivo y su repercusión en las redes sociales, sobre todo Twitter. Desde el estreno del reality, las etiqueta oficial del programa #quienquierecasarse y la inclasificable #hijostróspidos centran gran parte de las conversaciones de los tuiteros los lunes por la noche.
Los hijos buscan pareja pero las verdaderas protagonistas han resultado ser las madres y sus críticas sin autocensura que hacen dudar dónde se ubica el límite entre realidad y ficción en ¿Quién quiere casarse con mi hijo?