26 dic 2011
EL DISCURSO DEL REY
El Rey dijo su discurso, muy largo para tan poca sustancia pero un escueto Feliz Navidad porque Próspero Año Nuevo sería un insulto, Próspero hay que admitirlo, más de la mitad de los españoles se han olvidado de ese adjetivo, y tampoco se puede decir y un año de Super Crisis, así que salir como sale para hablarnos que todos somos hijos de Dios y que nos tenemos que portar como tal, no pega mucho, y sino sale peor, Ese Rey simpático y bonachón de cara a la Galería, anda hecho unos zorros, golpes, operaciones, disgustos, un exyerno aficionado a querer comerse Madrid con extravagancias, otro yerno ladrón, sus hijas que 1º siempre cesan su convivencias temporalmente, para cesarlas definitivamente, no sé que hará Cristina si cesará y esperará o llorara por los rincones, un poco tontos si que fueron, su Iñaki y ella, Ahora a ver que dice la Justicia, hace más de 6 años que Urdagarín hacia estas cosas por quué a la Primera no le amonestaron y castigarlo? por qué se espera tanto tiempo y lo mandan a la Capital de EE.UU. cuando Marichalar tb los mandaron a NY pero el estaba más por la calle Serrano comprando, y su infanta e hijos estarían ya aburridos de ver que su padre en lugar de un abrigo lleva como 10 pasminas que se va colocando,,,,,,eso,,,,según el frio, con un rídiculo bolsito de Chanel para hombres, que lo puedan comprar claro, porque esos caprichos son muy caros, que me lo digan a mi, vi unas preciosas gafas de Chanel, y me veía muy guapa, me las probé y las dejé, porque podría cometer ese impulso dl que arrepentiria toda mi vida, !!!Como quisiera que Baltasar existiera!!!!(Cuento de Navidad)
25 dic 2011
Dime qué te regalan y te diré quién creen que eres
¿Quién hizo el primer regalo y para qué? ¿Quién lo recibió y qué dio a cambio? Esas son dos preguntas para la Historia, pero hay otras para la Sociología:
¿Un regalo es un espejo en el que se ve con más claridad a quien lo hace o a quien lo recibe? ¿Lo que le regalamos a una persona resume lo que pensamos de ella? Algunos regalos, por ejemplo, un buen libro, son un elogio porque demuestran que consideramos personas cultivadas a quienes los reciben; otros son un acto de incomprensión que hace pensar a sus destinatarios: ¡pero cómo ha podido creer alguien que yo me pondría esta ropa, oiría este disco o voy a echarme esta colonia!
Y algunos más son solo una cuestión de negocios o una simple estrategia, aunque esos no suelen despertar la gratitud de quien los obtiene, sino su desconfianza:
“Repartía regalos / como quien pone un cebo en un anzuelo, / y ¿qué pez puede amar al pescador?”, dice el poeta hispanorromano Marcial.
Llega la Navidad, se encienden las luces, se acercan la Nochebuena y el día de Reyes y puede haber dudas sobre si estas fiestas son una celebración religiosa o un asunto comercial —”Consumismo / serpiente que se traga su propia cola”, escribe en sus Ecopoemas el último premio Cervantes de literatura, Nicanor Parra—, pero parece indiscutible que del 24 de diciembre al 6 de enero todo gira alrededor de tres palabras: familia, banquete y regalo, las dos últimas, al menos, hasta donde lo permita la crisis.
Hay muchas teorías sobre el origen de los regalos, que muy probablemente no son hijos de la amistad, sino del miedo, porque las tribus y los pueblos conquistados se los ofrecían a los invasores como símbolo de sumisión
. Pero las civilizaciones dominantes también los hacían.
Los fenicios entregaban telas, alhajas y objetos de vidrio o marfil a aquellos con quienes querían comerciar, para ganarse su confianza. Los griegos ya tenían la costumbre de regalar joyas, amuletos y flores a los niños, para celebrar sus cumpleaños. En Roma, la tradición de agasajar el primer día de enero al emperador, obsequiándole ramas de laurel y pasteles, pronto se extendió a los parientes y amigos, a quienes se les entregaban unas monedas de latón que servían para desearles prosperidad.
Y los persas agasajaban con diversas mercancías a quienes controlaban las rutas a Oriente, para convencerlos de que hicieran tratos con ellos. Pero la apoteosis del regalo es propia de nuestra época, que de hecho ha ido multiplicando los días marcados en rojo: primero los Reyes Magos, luego la Nochebuena, San Valentín, el Día de la Madre, el del Padre… Así que regalamos mucho, pero ¿lo hacemos bien? ¿Cuántas veces sentimos alegría al rasgar el papel de colores y cuántas veces decepción?
“A mí eso me estuvo pasando toda la vida, mientras fui niño -recuerda el novelista Juan Marsé-, gracias a una vecina que cada año me regalaba lo mismo por Reyes: un juego de bolos de madera sin pulir, con un círculo rojo dibujado encima, seguramente porque era muy barato.
Al verme la cara de desilusión, mi madre me decía: lo que tienes que hacer es darle las gracias y decir que es justo lo que esperabas. Pero el caso es que yo esperaba otra cosa, un uniforme del Atlético de Aviación, que era el equipo que me gustaba porque, con ese nombre, creía que los jugadores llegaban a los partidos y se iban de ellos pilotando sus propios aviones.
Cuando pasó a llamarse Atlético de Madrid, dejó de interesarme y ya solo fui del Barcelona. Así que nunca tuve aquel uniforme, que era lo que más deseaba. O sea, que los regalos son un poco como los trenes de las canciones: o los coges cuando tocan o pasan de largo y no vuelven”.
Regalar es una mezcla de arte y ciencia, y para hacerlo bien hay que conocer al otro y también adivinarlo: porque si sabes exactamente cómo es, qué cosas tiene y cuáles le faltan, es más fácil acertar.
“Lo fundamental cuando vas a comprarle algo a otro es olvidarte completamente de ti y de tus gustos”, dice la escritora Almudena Grandes. “Muchos regalos fracasan porque nos olvidamos de la persona a la que se los vamos a hacer, como si de lo que se tratase fuera de disfrazarla de nosotros. Y lo que hay que intentar es lo contrario, entender que lo que importa no es lo que tú comprarías, sino lo que ellos quieren.
De hecho, hay ocasiones en las cuales el hecho de que algo te parezca horrible es una garantía de éxito: y si no, que me lo digan a mí, ahora que mi hija se ha hecho punki…”.
Y cuando llega esa hora, la de dejarse a uno mismo al margen y ponerse en el lugar del otro, ¿quiénes regalan mejor? ¿Los hombres o las mujeres? “Las mujeres, que supuestamente somos mucho más predecibles y más fáciles de descifrar en ese terreno", continúa la autora de Inés y la alegría, “cargamos más con cosas que no nos apetecen, porque hay una serie de regalos tipo, como los perfumes, que a mí por ejemplo no me gustan, y que según las leyes de la publicidad se supone que son infalibles.
A lo mejor es que como a los hombres, por lo general, les gusta menos ir de compras, lo que les ocurre es que al final van más a tiro hecho, son más convencionales y siguen más los modelos”.
Si algo resulta indiscutible es que regalar es tratar de conocer, algo que siempre oscila entre lo complicado y lo casi imposible. La artista Sophie Calle fotografió todos los regalos de cumpleaños que le hicieron entre 1980 y 1993, y luego los metió en una serie de vitrinas que, al ser expuestas, ofrecían un retrato incongruente. ¿De verdad esos objetos tan distintos entre sí estaban destinados a la misma persona? “Yo tengo muy claro que alguien me conoce lo suficiente cuando me regala una botella de buen vino”, dice el narrador y poeta José Manuel Caballero Bonald. “Porque de pequeño lo que más me agradaba era que me comprasen una bicicleta cada dos o tres años, un poco más grande según iba yo creciendo; pero ahora lo que me gusta es que me regalen vino de calidad, y regalarlo yo también. O sea, que si una persona me regala un vino vulgar, ya tengo claras dos cosas: que ella no sabe quién soy yo y que yo me arrepiento de conocerla”.
Seguro que cualquiera que eche la vista atrás o mire su armario se dará cuenta de que la incompatibilidad de caracteres entre nosotros y lo que nos regalan se produce demasiado a menudo, en unas ocasiones porque nos dan algo por puro compromiso, o comprado en el último momento, y en otras porque hay gente que nos desconoce de toda la vida. “Es cierto que a veces abres un regalo”, admite la actriz Ana Duato, en un descanso del rodaje de la serie Cuéntame cómo pasó, “y en lugar de dar las gracias te dan ganas de decir: pero ¿quién te has creído que soy yo? Los que sí lo saben no ignoran que lo que más me gusta son los objetos familiares, cosas que no tienen un gran valor económico, pero tienen recuerdos dentro.
En cuanto a mí, lo tengo clarísimo: yo regalo para triunfar, para que el otro tenga algo que le vuelve loco o algo que necesita de verdad. Y como los regalos tienen dos caras, también algo que, a ser posible, sea como un resumen o una maqueta de lo mucho que lo quieres, de lo bien que le conoces.
Lo que sí he aprendido es que a veces para conseguirlo hay que saber esperar hasta que ese regalo aparece, sin dejar que las fechas te metan prisa.
Precipitarse y acertar no suelen ser cosas compatibles”.
El cantante Miguel Ríos coincide en parte con ella a la hora de presentarle resistencia a los días establecidos por el calendario para intercambiarse obsequios, y confiesa: "Yo soy de poco regalar o que me regalen, y muy especialmente en eso que se llaman fechas señaladas.
Pero es cierto que, en general, la gente que me hace regalos parece conocerme bien, al menos, la que está en mi círculo próximo, de manera que suelen darme lo que para mí son cosas prácticas, es decir, libros, discos, jamones, vinos o surtidos de aceites; y, en menor medida, guantes, bufandas...”.
¿Quién señala esas fechas a las que se refiere Miguel Ríos? A veces, una iglesia y a veces unos grandes almacenes o una marca comercial. La popularización de Santa Claus se produjo en 1931, cuando Coca-Cola incorporó su figura a su campaña publicitaria de Navidad y el artista Haddon Sundblom dio con la imagen de Papá Noel que se ha convertido en su estereotipo, con su gorro rojo y su barba blanca. Sus orígenes, sin embargo, están en un personaje real, el obispo San Nicolás de Myra, del siglo IV, que al saber que el padre de tres doncellas que no tenían dinero para casarse iba a vender a una como esclava, para financiar la boda de las otras dos, fue a su casa una noche y echó por una ventana abierta tres bolsas de oro.
El mito, por lo tanto, ya tenía una leyenda y una tradición literaria cuando le pusieron una Coca-Cola en la mano, porque en 1808 el escritor norteamericano Washington Irving, autor de los célebres Cuentos de la Alhambra, había publicado La historia de Nueva York según Diedrich Knickerbocker, donde presentó a un San Nicolás que volaba en un vagón tirado por caballos y dejaba caer sus regalos por las chimeneas. Y en 1822, el poeta Clement Clarke Moore escribió otro texto que se hizo muy famoso, La Noche antes de Navidad, en el que el vagón y los caballos se convierten en un trineo y unos renos y donde ya aparecen algunos rasgos decisivos del personaje, como su famosa risa. El caso es que la quimera de Santa Claus le ha ganado la batalla a la parábola de los Reyes Magos, que es mucho más local pero más culta y ha inspirado cuadros maravillosos de Leonardo da Vinci, Velázquez, Botticelli, Giotto, Rubens, Durero y El Bosco, o poemas como este de Rubén Darío que va mucho más allá del oro, el incienso y la mirra: “Allí había oro en cajas reales, / perfumes en frascos de hechura oriental, / incienso en copas de finos metales, / y quesos, y flores, y miel de panal”.
Finalmente, ¿cuál es el regalo más raro que han recibido? A José Manuel Caballero Bonald le quisieron agasajar llevándole a casa un jabalí vivo. “Yo conocía bastante a unos guardas del Coto de Doñana y como allí, de vez en cuando, hay que abrir la veda de esos animales porque se reproducen muy deprisa y cuando hay demasiados, destruyen el ecosistema, pues cazaron un jabato y me lo quisieron dar. Les dije que no pensaba meter eso en mi casa, pero que si lo asaban, nos lo comíamos allí mismo. Y eso es lo que hicimos”.
“A mí el regalo más raro que me han hecho lo es hasta tal punto que no sé ni cómo se llama", cuenta Ana Duato. “Me lo regaló Imanol Arias y lo tengo en la cocina. Es un aparato que sirve para mantener el vino, una vez abierto, a la temperatura correcta y para succionar el aire que le pueda entrar. Tiene unos depósitos con gas y no sé cuál es su nombre. ¿Guardador? ¿Recorchador? Está en mi cocina y es estupendo, sea lo que sea”.
Miguel Ríos recibió su regalo más raro en vivo y en directo: “Fue al final de una larga entrevista en un late show de la televisión mexicana: al acabar el programa, la presentadora me regaló un aparatoso servicio de té metálico, con su gran bandeja, sus tacitas, platillos, cucharitas y tetera. Todo labrado y envuelto en celofán rosado, con el expreso deseo de que lo disfrutara en mi casa de Madrid. Habría que haberme visto, sujetando eso ante las cámaras…”.
Al novelista Ignacio Martínez de Pisón, un lector que había leído su novela Carreteras secundarias le regaló “un Citroën Tiburón hecho con latas recicladas”, que es en el que van a todos sitios los protagonistas de la obra, pero hubo un regalo aún más insólito:
“Un amigo me compró, vete a saber por qué, un artilugio que tenías que ponerte no sé si en el tobillo o en la muñeca y que servía para calcular los kilómetros que caminas cada día. Cosa que, como puede comprenderse, no tengo el menor interés en averiguar”.
En cuanto a Almudena Grandes, la sorpresa la esperaba en su propia casa: “El regalo más extraño me lo hizo por Reyes mi hija Elisa, cuando tenía 13 años: una pluma preciosa, elegantísima, que me gustó mucho. Cuando acabé de alabársela, me dijo que la había encargado en una papelería en la que teníamos una cuenta abierta para que pudiese ir a por folios, lápices y esas cosas que necesitaba para el colegio”.
Todo un mundo el de los regalos. Rompes el envoltorio y nunca se sabe que vas a encontrar dentro. ¿Será verdad que nadie conoce a nadie?
¿Un regalo es un espejo en el que se ve con más claridad a quien lo hace o a quien lo recibe? ¿Lo que le regalamos a una persona resume lo que pensamos de ella? Algunos regalos, por ejemplo, un buen libro, son un elogio porque demuestran que consideramos personas cultivadas a quienes los reciben; otros son un acto de incomprensión que hace pensar a sus destinatarios: ¡pero cómo ha podido creer alguien que yo me pondría esta ropa, oiría este disco o voy a echarme esta colonia!
Y algunos más son solo una cuestión de negocios o una simple estrategia, aunque esos no suelen despertar la gratitud de quien los obtiene, sino su desconfianza:
“Repartía regalos / como quien pone un cebo en un anzuelo, / y ¿qué pez puede amar al pescador?”, dice el poeta hispanorromano Marcial.
Llega la Navidad, se encienden las luces, se acercan la Nochebuena y el día de Reyes y puede haber dudas sobre si estas fiestas son una celebración religiosa o un asunto comercial —”Consumismo / serpiente que se traga su propia cola”, escribe en sus Ecopoemas el último premio Cervantes de literatura, Nicanor Parra—, pero parece indiscutible que del 24 de diciembre al 6 de enero todo gira alrededor de tres palabras: familia, banquete y regalo, las dos últimas, al menos, hasta donde lo permita la crisis.
Hay muchas teorías sobre el origen de los regalos, que muy probablemente no son hijos de la amistad, sino del miedo, porque las tribus y los pueblos conquistados se los ofrecían a los invasores como símbolo de sumisión
. Pero las civilizaciones dominantes también los hacían.
Los fenicios entregaban telas, alhajas y objetos de vidrio o marfil a aquellos con quienes querían comerciar, para ganarse su confianza. Los griegos ya tenían la costumbre de regalar joyas, amuletos y flores a los niños, para celebrar sus cumpleaños. En Roma, la tradición de agasajar el primer día de enero al emperador, obsequiándole ramas de laurel y pasteles, pronto se extendió a los parientes y amigos, a quienes se les entregaban unas monedas de latón que servían para desearles prosperidad.
Y los persas agasajaban con diversas mercancías a quienes controlaban las rutas a Oriente, para convencerlos de que hicieran tratos con ellos. Pero la apoteosis del regalo es propia de nuestra época, que de hecho ha ido multiplicando los días marcados en rojo: primero los Reyes Magos, luego la Nochebuena, San Valentín, el Día de la Madre, el del Padre… Así que regalamos mucho, pero ¿lo hacemos bien? ¿Cuántas veces sentimos alegría al rasgar el papel de colores y cuántas veces decepción?
“A mí eso me estuvo pasando toda la vida, mientras fui niño -recuerda el novelista Juan Marsé-, gracias a una vecina que cada año me regalaba lo mismo por Reyes: un juego de bolos de madera sin pulir, con un círculo rojo dibujado encima, seguramente porque era muy barato.
Al verme la cara de desilusión, mi madre me decía: lo que tienes que hacer es darle las gracias y decir que es justo lo que esperabas. Pero el caso es que yo esperaba otra cosa, un uniforme del Atlético de Aviación, que era el equipo que me gustaba porque, con ese nombre, creía que los jugadores llegaban a los partidos y se iban de ellos pilotando sus propios aviones.
Cuando pasó a llamarse Atlético de Madrid, dejó de interesarme y ya solo fui del Barcelona. Así que nunca tuve aquel uniforme, que era lo que más deseaba. O sea, que los regalos son un poco como los trenes de las canciones: o los coges cuando tocan o pasan de largo y no vuelven”.
Regalar es una mezcla de arte y ciencia, y para hacerlo bien hay que conocer al otro y también adivinarlo: porque si sabes exactamente cómo es, qué cosas tiene y cuáles le faltan, es más fácil acertar.
“Lo fundamental cuando vas a comprarle algo a otro es olvidarte completamente de ti y de tus gustos”, dice la escritora Almudena Grandes. “Muchos regalos fracasan porque nos olvidamos de la persona a la que se los vamos a hacer, como si de lo que se tratase fuera de disfrazarla de nosotros. Y lo que hay que intentar es lo contrario, entender que lo que importa no es lo que tú comprarías, sino lo que ellos quieren.
De hecho, hay ocasiones en las cuales el hecho de que algo te parezca horrible es una garantía de éxito: y si no, que me lo digan a mí, ahora que mi hija se ha hecho punki…”.
Y cuando llega esa hora, la de dejarse a uno mismo al margen y ponerse en el lugar del otro, ¿quiénes regalan mejor? ¿Los hombres o las mujeres? “Las mujeres, que supuestamente somos mucho más predecibles y más fáciles de descifrar en ese terreno", continúa la autora de Inés y la alegría, “cargamos más con cosas que no nos apetecen, porque hay una serie de regalos tipo, como los perfumes, que a mí por ejemplo no me gustan, y que según las leyes de la publicidad se supone que son infalibles.
A lo mejor es que como a los hombres, por lo general, les gusta menos ir de compras, lo que les ocurre es que al final van más a tiro hecho, son más convencionales y siguen más los modelos”.
Si algo resulta indiscutible es que regalar es tratar de conocer, algo que siempre oscila entre lo complicado y lo casi imposible. La artista Sophie Calle fotografió todos los regalos de cumpleaños que le hicieron entre 1980 y 1993, y luego los metió en una serie de vitrinas que, al ser expuestas, ofrecían un retrato incongruente. ¿De verdad esos objetos tan distintos entre sí estaban destinados a la misma persona? “Yo tengo muy claro que alguien me conoce lo suficiente cuando me regala una botella de buen vino”, dice el narrador y poeta José Manuel Caballero Bonald. “Porque de pequeño lo que más me agradaba era que me comprasen una bicicleta cada dos o tres años, un poco más grande según iba yo creciendo; pero ahora lo que me gusta es que me regalen vino de calidad, y regalarlo yo también. O sea, que si una persona me regala un vino vulgar, ya tengo claras dos cosas: que ella no sabe quién soy yo y que yo me arrepiento de conocerla”.
Seguro que cualquiera que eche la vista atrás o mire su armario se dará cuenta de que la incompatibilidad de caracteres entre nosotros y lo que nos regalan se produce demasiado a menudo, en unas ocasiones porque nos dan algo por puro compromiso, o comprado en el último momento, y en otras porque hay gente que nos desconoce de toda la vida. “Es cierto que a veces abres un regalo”, admite la actriz Ana Duato, en un descanso del rodaje de la serie Cuéntame cómo pasó, “y en lugar de dar las gracias te dan ganas de decir: pero ¿quién te has creído que soy yo? Los que sí lo saben no ignoran que lo que más me gusta son los objetos familiares, cosas que no tienen un gran valor económico, pero tienen recuerdos dentro.
En cuanto a mí, lo tengo clarísimo: yo regalo para triunfar, para que el otro tenga algo que le vuelve loco o algo que necesita de verdad. Y como los regalos tienen dos caras, también algo que, a ser posible, sea como un resumen o una maqueta de lo mucho que lo quieres, de lo bien que le conoces.
Lo que sí he aprendido es que a veces para conseguirlo hay que saber esperar hasta que ese regalo aparece, sin dejar que las fechas te metan prisa.
Precipitarse y acertar no suelen ser cosas compatibles”.
El cantante Miguel Ríos coincide en parte con ella a la hora de presentarle resistencia a los días establecidos por el calendario para intercambiarse obsequios, y confiesa: "Yo soy de poco regalar o que me regalen, y muy especialmente en eso que se llaman fechas señaladas.
Pero es cierto que, en general, la gente que me hace regalos parece conocerme bien, al menos, la que está en mi círculo próximo, de manera que suelen darme lo que para mí son cosas prácticas, es decir, libros, discos, jamones, vinos o surtidos de aceites; y, en menor medida, guantes, bufandas...”.
¿Quién señala esas fechas a las que se refiere Miguel Ríos? A veces, una iglesia y a veces unos grandes almacenes o una marca comercial. La popularización de Santa Claus se produjo en 1931, cuando Coca-Cola incorporó su figura a su campaña publicitaria de Navidad y el artista Haddon Sundblom dio con la imagen de Papá Noel que se ha convertido en su estereotipo, con su gorro rojo y su barba blanca. Sus orígenes, sin embargo, están en un personaje real, el obispo San Nicolás de Myra, del siglo IV, que al saber que el padre de tres doncellas que no tenían dinero para casarse iba a vender a una como esclava, para financiar la boda de las otras dos, fue a su casa una noche y echó por una ventana abierta tres bolsas de oro.
El mito, por lo tanto, ya tenía una leyenda y una tradición literaria cuando le pusieron una Coca-Cola en la mano, porque en 1808 el escritor norteamericano Washington Irving, autor de los célebres Cuentos de la Alhambra, había publicado La historia de Nueva York según Diedrich Knickerbocker, donde presentó a un San Nicolás que volaba en un vagón tirado por caballos y dejaba caer sus regalos por las chimeneas. Y en 1822, el poeta Clement Clarke Moore escribió otro texto que se hizo muy famoso, La Noche antes de Navidad, en el que el vagón y los caballos se convierten en un trineo y unos renos y donde ya aparecen algunos rasgos decisivos del personaje, como su famosa risa. El caso es que la quimera de Santa Claus le ha ganado la batalla a la parábola de los Reyes Magos, que es mucho más local pero más culta y ha inspirado cuadros maravillosos de Leonardo da Vinci, Velázquez, Botticelli, Giotto, Rubens, Durero y El Bosco, o poemas como este de Rubén Darío que va mucho más allá del oro, el incienso y la mirra: “Allí había oro en cajas reales, / perfumes en frascos de hechura oriental, / incienso en copas de finos metales, / y quesos, y flores, y miel de panal”.
Finalmente, ¿cuál es el regalo más raro que han recibido? A José Manuel Caballero Bonald le quisieron agasajar llevándole a casa un jabalí vivo. “Yo conocía bastante a unos guardas del Coto de Doñana y como allí, de vez en cuando, hay que abrir la veda de esos animales porque se reproducen muy deprisa y cuando hay demasiados, destruyen el ecosistema, pues cazaron un jabato y me lo quisieron dar. Les dije que no pensaba meter eso en mi casa, pero que si lo asaban, nos lo comíamos allí mismo. Y eso es lo que hicimos”.
“A mí el regalo más raro que me han hecho lo es hasta tal punto que no sé ni cómo se llama", cuenta Ana Duato. “Me lo regaló Imanol Arias y lo tengo en la cocina. Es un aparato que sirve para mantener el vino, una vez abierto, a la temperatura correcta y para succionar el aire que le pueda entrar. Tiene unos depósitos con gas y no sé cuál es su nombre. ¿Guardador? ¿Recorchador? Está en mi cocina y es estupendo, sea lo que sea”.
Miguel Ríos recibió su regalo más raro en vivo y en directo: “Fue al final de una larga entrevista en un late show de la televisión mexicana: al acabar el programa, la presentadora me regaló un aparatoso servicio de té metálico, con su gran bandeja, sus tacitas, platillos, cucharitas y tetera. Todo labrado y envuelto en celofán rosado, con el expreso deseo de que lo disfrutara en mi casa de Madrid. Habría que haberme visto, sujetando eso ante las cámaras…”.
Al novelista Ignacio Martínez de Pisón, un lector que había leído su novela Carreteras secundarias le regaló “un Citroën Tiburón hecho con latas recicladas”, que es en el que van a todos sitios los protagonistas de la obra, pero hubo un regalo aún más insólito:
“Un amigo me compró, vete a saber por qué, un artilugio que tenías que ponerte no sé si en el tobillo o en la muñeca y que servía para calcular los kilómetros que caminas cada día. Cosa que, como puede comprenderse, no tengo el menor interés en averiguar”.
En cuanto a Almudena Grandes, la sorpresa la esperaba en su propia casa: “El regalo más extraño me lo hizo por Reyes mi hija Elisa, cuando tenía 13 años: una pluma preciosa, elegantísima, que me gustó mucho. Cuando acabé de alabársela, me dijo que la había encargado en una papelería en la que teníamos una cuenta abierta para que pudiese ir a por folios, lápices y esas cosas que necesitaba para el colegio”.
Todo un mundo el de los regalos. Rompes el envoltorio y nunca se sabe que vas a encontrar dentro. ¿Será verdad que nadie conoce a nadie?
Malas y buenas noticias MARUJA TORRES PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Cuando ustedes lean esto, y si todo ha ido bien, me encontraré en Roma disfrutando de la tenue iluminación navideña de aquella ciudad del sur del euro, y del calor de dos de mis grandes amigas, Irenísima y Francescona, que es como decir Nueva York a principios de los noventa -un antiguo speakeasy, bourbon, furiosas charlas sobre literatura- y Beirut a mediados de la primera década de este siglo, gintonics al atardecer en la terraza superior del hotel L'Albergo e irónicas conversaciones sobre la guerra.
Cuando el año termina es conveniente visitar a los que nunca nos fallaron, ni llevan camino de hacerlo.
Pero mientras escribo ahora me encuentro en el agostado terreno de la despiadada realidad.
Por una parte, el pimpante Cuarto Reich nos engulle, y esta vez sin que se produzcan heroísmos a lo Casablanca: más bien en estrecha colaboración con La Marsellesa. Medievalmente,
Arabia Saudí nos confirma que toda aberración puede convivir en un mismo plano temporal.
Allí, los machos dominantes claman que, de permitir a las mujeres que conduzcan, se producirá una pérdida simultánea de la fidelidad, la virginidad y la exclusividad (¿nada sobre la depilación al caramelo?), con el consiguiente aumento de la disminución de control viril por parte de los tripudos caballeros.
Pero, tontines: si no tienen pasaporte, ¿no veis que no pueden huir de vosotros, que es lo primero que tendría que hacer cualquier saudí sensata al verse al volante de su propio Ferrari?
Lo suyo sería enviar a ese fascinante país tan amigo de Occidente a una legión de psicoanalistas argentinas no lacanianas, para someterles -a ellos, claro- a una brutal terapia de grupo. En fin.
Asistimos también al renacimiento de un género periodístico: el desechable es el reportaje
. Ah, ¿quién dijo que los periodistas estaban acabados? Puede que hasta yo misma, en un momento náufrago. Pues no. Poco a poco, y pese a las dificultades añadidas por la coyuntura a los problemas que siempre tienen los colegas, la profesión ha ido recuperando su verdadero espíritu: el de buscar porquerías y sacarlas a la luz. Son tantas las basuras morales que se acumulan a nuestro alrededor, especialmente en el terreno de las ex prestaciones sociales, que lo que fue un mero suelto perdido en un rincón de la página -"Fallece de frío un vagabundo a la puerta de una tienda de Gucci"- se ha convertido en una sólida cantera proveedora de temáticas.
Nunca tantas personas a la vez, durante tanto tiempo y por culpa de tan poca gente habían pasado, de un plumazo -yo empezaría a usar la palabra masazo, de Artur Mas- a ejercer la condición de desechables, a merced de que cualquier plumilla se les acerque y les interrogue.
Y digo plumilla como sinónimo: un reportero armado con cualesquiera que sean los útiles tecnológicos que precise.
Entiéndanme, esto no es una queja. Bien al contrario. El mal que supura nuestra sociedad tiene que ser puesto en evidencia, y cierto es que cada vez más los medios -cada vez más digitalizados, añado- dedican mayor espacio a las tragedias individuales producidas por el capitalismo gore (me adueño de la acertada definición de la escritora Salma Valencia).
Se produce el hallazgo de la víctima -si viva todavía, se la interroga-, se realiza el seguimiento de la noticia, hablan los parientes, se inician los pleitos... Magnífico. Esta labor periodística tiene como objetivo no sólo informar, sino, como decíamos cuando yo era joven, ayudar a tomar conciencia. En los dos sentidos: de ser consciente y de que la injusticia te duela por dentro. Sólo una sociedad informada puede acceder a ese estadio superior del ser humano que es el dolor por la arbitrariedad y la crueldad padecidas por otros, y pasar de ahí a la tolstoiana pregunta "¿Qué podemos hacer?". Y así, rumiándolo, quién sabe.
Creo que un excelente complemento de este tipo de periodismo sería ir a donde los responsables -y culpables- y, sin llegar al acoso que acecha a la Campanario, por poner un ejemplo, sacar a la luz quiénes son, a qué dedican el tiempo libre, cuánto ganan por matar con decretos, a qué colegio van sus hijos, a qué mutua pertenecen...
El mundo está hecho un asco, pero el periodismo será mejor.
Cuando el año termina es conveniente visitar a los que nunca nos fallaron, ni llevan camino de hacerlo.
"El mundo está hecho un asco, pero el periodismo será mejor"
Por una parte, el pimpante Cuarto Reich nos engulle, y esta vez sin que se produzcan heroísmos a lo Casablanca: más bien en estrecha colaboración con La Marsellesa. Medievalmente,
Arabia Saudí nos confirma que toda aberración puede convivir en un mismo plano temporal.
Allí, los machos dominantes claman que, de permitir a las mujeres que conduzcan, se producirá una pérdida simultánea de la fidelidad, la virginidad y la exclusividad (¿nada sobre la depilación al caramelo?), con el consiguiente aumento de la disminución de control viril por parte de los tripudos caballeros.
Pero, tontines: si no tienen pasaporte, ¿no veis que no pueden huir de vosotros, que es lo primero que tendría que hacer cualquier saudí sensata al verse al volante de su propio Ferrari?
Lo suyo sería enviar a ese fascinante país tan amigo de Occidente a una legión de psicoanalistas argentinas no lacanianas, para someterles -a ellos, claro- a una brutal terapia de grupo. En fin.
Asistimos también al renacimiento de un género periodístico: el desechable es el reportaje
. Ah, ¿quién dijo que los periodistas estaban acabados? Puede que hasta yo misma, en un momento náufrago. Pues no. Poco a poco, y pese a las dificultades añadidas por la coyuntura a los problemas que siempre tienen los colegas, la profesión ha ido recuperando su verdadero espíritu: el de buscar porquerías y sacarlas a la luz. Son tantas las basuras morales que se acumulan a nuestro alrededor, especialmente en el terreno de las ex prestaciones sociales, que lo que fue un mero suelto perdido en un rincón de la página -"Fallece de frío un vagabundo a la puerta de una tienda de Gucci"- se ha convertido en una sólida cantera proveedora de temáticas.
Nunca tantas personas a la vez, durante tanto tiempo y por culpa de tan poca gente habían pasado, de un plumazo -yo empezaría a usar la palabra masazo, de Artur Mas- a ejercer la condición de desechables, a merced de que cualquier plumilla se les acerque y les interrogue.
Y digo plumilla como sinónimo: un reportero armado con cualesquiera que sean los útiles tecnológicos que precise.
Entiéndanme, esto no es una queja. Bien al contrario. El mal que supura nuestra sociedad tiene que ser puesto en evidencia, y cierto es que cada vez más los medios -cada vez más digitalizados, añado- dedican mayor espacio a las tragedias individuales producidas por el capitalismo gore (me adueño de la acertada definición de la escritora Salma Valencia).
Se produce el hallazgo de la víctima -si viva todavía, se la interroga-, se realiza el seguimiento de la noticia, hablan los parientes, se inician los pleitos... Magnífico. Esta labor periodística tiene como objetivo no sólo informar, sino, como decíamos cuando yo era joven, ayudar a tomar conciencia. En los dos sentidos: de ser consciente y de que la injusticia te duela por dentro. Sólo una sociedad informada puede acceder a ese estadio superior del ser humano que es el dolor por la arbitrariedad y la crueldad padecidas por otros, y pasar de ahí a la tolstoiana pregunta "¿Qué podemos hacer?". Y así, rumiándolo, quién sabe.
Creo que un excelente complemento de este tipo de periodismo sería ir a donde los responsables -y culpables- y, sin llegar al acoso que acecha a la Campanario, por poner un ejemplo, sacar a la luz quiénes son, a qué dedican el tiempo libre, cuánto ganan por matar con decretos, a qué colegio van sus hijos, a qué mutua pertenecen...
El mundo está hecho un asco, pero el periodismo será mejor.
Navidad muy real
Lo de Nochebuena es una entelequia.
Quien más quien menos tiene hoy una noche toledana por delante aunque jure que todo fenomenal, gracias, citando a Tamara la filósofa.
Bueno, todos menos Supersoraya, que está que no cabe por las puertas entre lo de mamá reciente y vicepresidenta plenipotenciaria.
Hasta ella fue de luto riguroso a jurar su cargo en Palacio, no está la cosa para tirar cohetes en público, y menos en esa Casa.
Otro que camuflaba su euforia bajo una corbata azul oscura casi negra y un careto de pompa y circunstancia era Gallardón, y eso que debe de levitar viéndose por fin de ministro con cartera, aunque sea de segunda fila. Después de haber perdido casi toda Esperanza, va y tiene una aparición Mariana en toda regla, eso es Justicia poética.
Total, que entre la crisis económica y la doméstica, el estreno del Gabinete Rajoy en La Zarzuela fue un fiestón de los que hacen época. He visto duelos más animados en el tanatorio de la M-30.
Hasta las revistas, que antes tiraban la casa por la ventana, vienen gris plomo por muy rosas que se crean. Por lo cutres.
Y por lo sosas. Mientras ¡Hola! viste de novia a Jessica Bueno, futura señora de Kiko Rivera, para amortizar los 700.000 euros que pagó por la exclusiva de su malogrado embarazo, el resto fusila el christmas de Felipe, Letizia, Leonor y Sofía con el que nos felicitó las fiestas el heredero hace siglos.
Así matan varios pájaros de un tiro: deploran lo de Iñaki, hacen como que investigan y facturan una portada gratis total, que estamos a final de ejercicio y hay que cuadrar balance. Esta crisis nos está matando: con Papá Noel en capilla, muchos estamos en bragas y esperando la paga extra.
La única noticia, paren máquinas, es que los ricos también lloran. Fernando Alonso y Raquel del Rosario que lo dejan. Isabel Preysler de duelo por su hermana. Bisbal renegando del amor tras su fiasco con Elena. Belén Esteban que no sabe si Fran vendrá a cenar a estas alturas de la película. Todos sufriendo a lo bestia pero haciendo como que están encantados de la vida.
Como todo Dios estos días. La única que se medio sincera es Marina Danko.
Se ve a la legua que está tocada si no hundida, pero la ex de Palomo Linares aprovecha la coyuntura para vendernos su colección de joyas:
Renacer, se llama, qué menos.
Que vuelve al mercado, vamos. Al del oro y al otro, para qué andarse con rodeos.
Ya puesta, lo confieso: me salen ronchas de pensar en mi planazo de esta noche.
Me toca cenar con mi familia política, y eso va a ser una juerga flamenca y no la boda de Farruquito.
Qué peñazo. A mi cuñada mayor, la divorciada, no le tocan los críos y vendrá de single a los 50 mirándome por encima del hombro, se creerá la muerte la muy estirada.
Mi otra cuñada y su marido el mazas viven fuera y este año no vienen por no sé qué lío del curro de él: desvío de fondos o algo así he oído, yo no pregunto no sea que me lo cuenten.
Mis suegros están de morros y no hablan si no es por persona interpuesta.
Y mi propio y yo no atravesamos nuestro mejor momento, qué te voy a contar que tú no sepas.
Así que, entre los temas tabú y el mar de fondo, menos mal que están mis niñas para liderar la velada, para eso son las más listas y las más guapas.
Dirás que exagero, pero me quedo corta.
Así es la Navidad de una familia real española y el resto son anuncios de turrón y de cava.
Quien más quien menos tiene hoy una noche toledana por delante aunque jure que todo fenomenal, gracias, citando a Tamara la filósofa.
Bueno, todos menos Supersoraya, que está que no cabe por las puertas entre lo de mamá reciente y vicepresidenta plenipotenciaria.
Hasta ella fue de luto riguroso a jurar su cargo en Palacio, no está la cosa para tirar cohetes en público, y menos en esa Casa.
Otro que camuflaba su euforia bajo una corbata azul oscura casi negra y un careto de pompa y circunstancia era Gallardón, y eso que debe de levitar viéndose por fin de ministro con cartera, aunque sea de segunda fila. Después de haber perdido casi toda Esperanza, va y tiene una aparición Mariana en toda regla, eso es Justicia poética.
Total, que entre la crisis económica y la doméstica, el estreno del Gabinete Rajoy en La Zarzuela fue un fiestón de los que hacen época. He visto duelos más animados en el tanatorio de la M-30.
Y por lo sosas. Mientras ¡Hola! viste de novia a Jessica Bueno, futura señora de Kiko Rivera, para amortizar los 700.000 euros que pagó por la exclusiva de su malogrado embarazo, el resto fusila el christmas de Felipe, Letizia, Leonor y Sofía con el que nos felicitó las fiestas el heredero hace siglos.
Así matan varios pájaros de un tiro: deploran lo de Iñaki, hacen como que investigan y facturan una portada gratis total, que estamos a final de ejercicio y hay que cuadrar balance. Esta crisis nos está matando: con Papá Noel en capilla, muchos estamos en bragas y esperando la paga extra.
La única noticia, paren máquinas, es que los ricos también lloran. Fernando Alonso y Raquel del Rosario que lo dejan. Isabel Preysler de duelo por su hermana. Bisbal renegando del amor tras su fiasco con Elena. Belén Esteban que no sabe si Fran vendrá a cenar a estas alturas de la película. Todos sufriendo a lo bestia pero haciendo como que están encantados de la vida.
Como todo Dios estos días. La única que se medio sincera es Marina Danko.
Se ve a la legua que está tocada si no hundida, pero la ex de Palomo Linares aprovecha la coyuntura para vendernos su colección de joyas:
Renacer, se llama, qué menos.
Que vuelve al mercado, vamos. Al del oro y al otro, para qué andarse con rodeos.
Ya puesta, lo confieso: me salen ronchas de pensar en mi planazo de esta noche.
Me toca cenar con mi familia política, y eso va a ser una juerga flamenca y no la boda de Farruquito.
Qué peñazo. A mi cuñada mayor, la divorciada, no le tocan los críos y vendrá de single a los 50 mirándome por encima del hombro, se creerá la muerte la muy estirada.
Mi otra cuñada y su marido el mazas viven fuera y este año no vienen por no sé qué lío del curro de él: desvío de fondos o algo así he oído, yo no pregunto no sea que me lo cuenten.
Mis suegros están de morros y no hablan si no es por persona interpuesta.
Y mi propio y yo no atravesamos nuestro mejor momento, qué te voy a contar que tú no sepas.
Así que, entre los temas tabú y el mar de fondo, menos mal que están mis niñas para liderar la velada, para eso son las más listas y las más guapas.
Dirás que exagero, pero me quedo corta.
Así es la Navidad de una familia real española y el resto son anuncios de turrón y de cava.
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