Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 ago 2011

Último deseo del cineasta rebelde

Hollywood se reconcilia con Nicholas Ray - Se completa su filme inacabado y Al Pacino lo encarnará en la pantalla .
Si algo caracteriza a la juventud es su ansiosa búsqueda de una identidad. Y si existió un cineasta que supo entrever que en cualquier joven se esconde un héroe trágico ese fue Nicholas Ray.
Se cumple el centenario del nacimiento del director de En un lugar solitario, Johnny Guitar o Rebelde sin causa (murió en 1979 a los 77 años de un cáncer de pulmón) y el Festival de Venecia será el primero en rendirle homenaje con el estreno mundial de su última película, We can't go home again (Nunca volveremos a casa), completada y restaurada.







Se cumplen los 100 años del nacimiento del director de 'Rebelde sin causa'



"La suya era una manera dolorosa de vivir", recuerda su viuda, Susan Ray

Rodada a principios de los años setenta con sus alumnos del Harpur College de Binghampton y eternamente inacabada, la nueva versión incluye gran parte del metraje original gracias al trabajo de su viuda, Susan Ray.
Ella también ha dirigido el documental Don't expect too much (No esperes demasiado), una indagación en aquel último trabajo a través de sus protagonistas y de documentos desconocidos del archivo del cineasta.
Todo el material viajará después a festivales de todo el mundo (de Nueva York a Río de Janeiro y Tokio) para recuperar la provocadora aventura final de uno de los grandes rebeldes de Hollywood (quizá el más desarraigado y radical de todos) que por fin vuelve al lugar del que jamás debió ser desterrado: el cine. Por si fuera poco, Al Pacino interpretará en una película de Philip Kauffman, al anciano y errante director.



"Nick entró en la recta final de su alcoholismo cuando rodó We can't go home again y quizá por eso yo siempre vi la magia y el amor que puso en ella, la enorme vitalidad que emana", explica desde su casa de Nueva York Susan Ray.
"Muchas veces me he preguntado cuánto había en la película del poso de su adicción, pero lo que he aprendido haciendo el documental es que él tenía muy claro lo que quería".
 We can't go home again es una película experimental, rodada en todo tipo de formatos, en la que el propio cineasta es un personaje:
Nick, un viejo y famoso director de Hollywood que imparte clases de cine en una universidad. En permanente caza de sí mismo, el viejo director reclutará a sus discípulos, en los que ve reflejados su propia búsqueda y sus anhelos, pero a los que finalmente, como en la fábula del escorpión y la rana, traicionará. En una entrevista de 1974, Ray explicaba así su papel en el filme: "Interpreto a un traidor, típico de mi generación. Ello procede de un sentimiento de culpa.
 Mi generación ha sido la de mayores traidores entre todas las generaciones que he conocido.
 Traiciones como pedirle a tu hijo que salte a tus brazos y, luego, retirárselos".




La película arranca en el juicio de los Ocho de Chicago y los tumultos de la Convención Demócrata de 1968.
Ray usó varios formatos (super-8, 16 milímetros y los primeros de vídeo) para luego proyectarlos en una sola pantalla que grababa con una cámara de 35 milímetros.
El resultado es un mosaico de imágenes múltiples en los que la acción central aparece rodeada de contrapuntos.
"Se basa en la idea de que una cinta de celuloide no reconoce los límites del tiempo y el espacio sino solo las limitaciones de la imaginación del hombre", decía él.






"Conectó de manera muy honda con sus alumnos, le gustaba de verdad la relación maestro-discípulo. No les imponía su autoridad", cuenta Susan Ray.
"Uno de sus estudiantes me dijo una vez que había comido un día con él, cuando ya estaba bien y sobrio, y que le había dicho que la enseñanza le hacía feliz.
Y yo lo creo. Creo que siempre conectó muy bien con los jóvenes porque, como ellos, era alguien que no tenía respuestas.
 Sentía amor por los conflictos de la gente joven".




La unión entre We can't go home again y Rebelde sin causa -en sus palabras, la historia de un chico que desea vivir durante 24 horas sin estar confuso- resulta evidente. Ray incluso llegó a decir que se trataba del Rebelde sin causa de la generación del 68. Rodaban improvisando, confesándose ante la cámara.
Las clases de cine incluían la lectura de El mito de Sísifo, de Camus, y los ensayos sobre la risa de Henri Bergson.
 Probablemente, Ray llevó a sus alumnos sus propias vivencias en el teatro marginal de izquierdas neoyorquino y, sobre todo, su experiencia comunitaria en la casa Taliesin de Frank Lloyd Wright.
Aquella comuna creativa del padre de los arquitectos americanos -que ejercía de guía espiritual e intelectual de sus alumnos- fue fundamental en el aprendizaje artístico del futuro cineasta.




"Nick creó una familia con el equipo de la película, igual que había hecho con Rebelde años antes", explica Susan Ray.
 El cineasta conoció a su cuarta y última mujer, mucho más joven que él, precisamente en el lugar donde arranca el filme.
"Él estaba rodando el juicio de los Ocho de Chicago y yo iba cada día allí porque trabajaba como documentalista y tenía que transcribir las sesiones.
Estuvimos 10 años juntos, aunque nos separamos por temporadas, y eso nos vino bien. Él era difícil pero yo tampoco era fácil".




Al preguntarle por la etapa española de Ray (en Madrid rodó su último filme para Hollywood, 55 días en Pekín, una película que le enfrentó una vez más al abuso de poder de los estudios) su viuda asegura que guardaba un grato recuerdo de la ciudad: "Estuvimos juntos en España, de paso al Festival de San Sebastián, y quiso que pasáramos por Madrid para mostrarme con orgullo sus lugares favoritos.
La manera en la que me enseñó el Prado marcó uno de los momentos más hermosos de nuestra relación".
"Fue un hombre adelantado a su tiempo. Reconozco sus faltas como humano pero su visión era extraordinaria", añade.
"Lo que pasa es que la suya es una manera dolorosa de vivir.
Ver la vida por delante, ver dónde está fallando todo esto es solitario, frustrante y debe ser muy doloroso".



El fracaso acompañó hasta la muerte a Nicholas Ray.
Codirigió con Wim Wenders su propia agonía en Relámpago sobre el agua, pero el exhibicionismo (esta vez, de su cáncer terminal) aunque no era nuevo, resultó moralmente impúdico.
Con Ray reducido a cenizas, el equipo salió dividido de todo aquello, algunos llamaban a Wenders artista.
Otros, carnicero. Al menos, el errante director por fin descansaba.

19 ago 2011

Tres días de agosto que precipitaron el fin del Imperio Soviético

Un grupo de ocho altos funcionarios de la URSS, entre ellos el vicepresidente del Estado, el jefe del KGB, y el ministro de Defensa, puso en marcha un golpe para acabar con la "perestroika" .
El intento de golpe de Estado que mantuvo en vilo al mundo durante tres días de agosto de 1991 se desdibuja y mitifica en la memoria de los participantes y testigos de aquellos sucesos que condenaron a muerte a la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), un Estado de 22.400 kilómetros cuadrados desde el Báltico hasta el Pacífico pasando por las montañas del Pamir.
 Pero aquellos acontecimientos que acabaron con el sistema comunista soviético no son aún historia, porque sus consecuencias se sienten hasta el día de hoy.




El fin de la URSS tuvo aspectos liberadores, pero también dramáticos.
La falta de atención oficial por parte del Kremlin a este aniversario, indica que no es un tema del gusto de los dirigentes rusos, concentrados en proyectar imágenes positivas, enérgicas y juveniles de si mismos, inspiradas en los héroes de tiras cómicas y series de aventuras.
El hundimiento de la Unión Soviética convirtió a millones de personas en emigrantes, refugiados, desplazados y extranjeros, las separó de sus familias y les obligó a elegir lealtades.
 En las biografías de los ciudadanos soviéticos, 1991 fue un corte radical, que abrió posibilidades de inmenso enriquecimiento para unos y condenó a otros a la miseria.






La disolución del Estado culminó en el acuerdo firmado el 8 de diciembre de 1991 por los líderes de tres repúblicas eslavas (Ucrania, Bielorrusia y Rusia).
Suele decirse que aquella solución radical, negociada en los bosques bielorrusos, evitó un derramamiento de sangre como el de Yugoslavia durante su desintegración.
Aún así, miles de personas murieron en conflictos que se gestaban en 1991, como el de Chechenia.
 En el espacio ex soviético existen aún cuatro territorios problemáticos (El Alto-Karabaj, Transdnistria, Abjazia y Osetia del Sur), que no encuentran formas estables y legítimas de integración en la comunidad internacional.






El 19 de agosto de 1991, un grupo de ocho altos funcionarios de la URSS, entre ellos el vicepresidente del Estado, Guennadi Yanáiev y el jefe del KGB, Vladímir Kriuchkov, el ministro de Defensa, Dmitri Yázov, y el de Interior, Boris Pugo, además de veteranos líderes en la gestión de la industria pesada y militar y de la agricultura, anunciaron que habían constituido un Comité Estatal de Situaciones de Emergencia (GKCHP, en sus siglas rusas) para "evitar el caos", estabilizar la economía y acabar con la "perestroika".






Contra el Tratado de la Unión






Un día antes, los golpistas visitaron al presidente de la URSS y secretario general del Partido Comunista de la URSS (PCUS), Mijaíl Gorbachov, que estaba concluyendo su veraneo en una dacha de Forós, en Crimea, y trataron de convencerlo para que les ayudara a restablecer el orden que ellos veían amenazado. Les preocupaba sobre todo el Tratado de la Unión (TU), un documento que Gorbachov, el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, y los líderes de varias otras repúblicas soviéticas debían firmar en Moscú el 20 de agosto. Gorbachov esperaba que aquel documento sirviera para renovar la URSS y garantizara la convivencia de los territorios que todavía querían formar parte de un solo Estado.






Es difícil saber si el TU hubiera salvado a la URSS en crisis, pero el jueves en Moscú, el ex presidente de Kirguizia, Askar Akáyev, elogiaba aquel tratado por su "carácter confederativo" que sólo dejaba al centro soviético las competencias de defensa, política exterior y emisión de moneda, transfiriendo el resto a las repúblicas. El TU, trabajosamente negociado, era respaldado por parlamento de la URSS, pero tenía potentes adversarios en los sectores liberales radicales afines a Yeltsin, convencidos de que el documento se quedaba corto, y también entre los sectores tradicionalistas y centralistas del PCUS.






Los altos funcionarios que organizaron el golpe opinaban que la firma del TU suponía la disolución del Estado soviético. Sin lograr convencer a Gorbachov, los "gekachepistas" abandonaron Crimea, dejando al líder de la segunda potencia nuclear del mundo incomunicado a la orilla del mar Negro. El 19, de madrugada, hicieron público su primer comunicado, por el cual el vicepresidente Yanáev tomaba el poder alegando que Gorbachov estaba enfermo. Dirigiéndose al "pueblo soviético", anunciaron un toque de queda, la suspensión de los partidos que se opusieran a sus directivas y la prohibición de los medios de comunicación excepto ocho diarios leales.






La televisión, aquella mañana, trasmitía el ballet "El Lago de los Cisnes" de Piotr Chaikovski. Kriuchkov había preparado una lista de personajes socialmente activos que debían ser detenidos, pero ni estas instrucciones ni muchas otras del GKCHP se llevaron a cabo de forma consistente. El gran error de los golpistas fue no haber detenido a Yeltsin, quien había sido elegido presidente de Rusia el 12 de julio anterior en las primeras elecciones democráticas en su género que se celebraban en la mayor de las 15 repúblicas soviéticas federadas.






En la directiva del PCUS, la estructura que monopolizaba el poder en la URSS, Yeltsin venía desafiando a Gorbachov desde 1987, cuando criticó duramente en público el ritmo a su juicio lento de la "perestroika", nombre con el que se conocía el proceso de reformas lanzado por el secretario General. Enérgico y populista, Yeltsin se posicionó como alternativa a Gorbachov en Rusia y su importancia fue creciendo a medida que se acumulaban las dificultades económicas. Gorbachov dijo haberse dado cuenta de la gravedad de los problemas que amenazaban a la URSS en el otoño de 1990, cuando se debatía el presupuesto del Estado. Ninguna república quería contribuir a él y aquella realidad financiera fue para él más elocuente que los disturbios nacionalistas de aquellos años, desde Kazajstán en el 86, al Báltico en el 91.






La reafirmación de Yeltsin






En continua lucha por arrebatarle competencias al centro federal, Yeltsin aprovechó el golpe para afirmarse sobre Gorbachov. En la madrugada del 19 de agosto, el presidente ruso había llegado de Almatí, la capital de la república soviética de Kazajistán, donde Nursultán Nazarbáyev, el máximo dirigente local, lo había retenido para agasajarlo durante unas horas tras el programa oficial. Los primeros políticos rusos y también los primeros carros blindados comenzaron a aparecer en la Casa Blanca, el edificio que entonces era la sede del parlamento ruso, cuando Yeltsin estaba aún en su residencia de Arjángelskoe, en los alrededores de Moscú.






Poco después del medio día, el líder ruso se subió a uno de los carros apostados junto a la sede del Parlamento y leyó el llamamiento a los "ciudadanos de Rusia". Yeltsin exhortó a la desobediencia civil a los golpistas, exigió el retorno de Gorbachov y la convocatoria de un congreso extraordinario del Congreso de los Diputados Populares de la URSS (el superparlamento soviético).






El ruso se convirtió así en el símbolo de la resistencia al golpe, coordinada desde la Casa Blanca. En el interior de este edificio, los diputados llamaban por teléfono a provincias, les dictaban las disposiciones del presidente ruso y se informaban sobre la situación local. Lejos de Moscú, muchos trataron de ganar tiempo hasta que quedara claro el desenlace de la crisis. En el campo internacional, los dirigentes de Irak, Libia, Yugoslavia y el palestino Yaser Arafat se apresuraron a felicitar a los golpistas, según contaba el jueves Guennadi Búrbulis, que fue secretario de Estado de la Federación Rusa.






En Moscú, grupos de diputados con experiencia o contactos militares iban a dialogar con los tanquistas, que estaban confusos sobre el carácter de su misión junto a la Casa Blanca (defender el edificio o prepararse para atacar), y sondeaban a los mandos en los cuarteles. El jefe de Gobierno soviético, Valentin Pávlov, uno de los golpistas, dijo posteriormente que Borís Yeltsin se había puesto en contacto con el jefe de las tropas de paracaidistas Pável Grachov para solicitarle el envío de tanques a la Casa Blanca. Sin preguntar a su jefe, el ministro de defensa Dmitri Yázov, Grachov envió tropas a Yeltsin, y en aquel contingente, que desapareció después con la misma facilidad con la que había salido a la calle, estaba el general Alexandr Lébed, que se distinguiría después por su expeditiva actitud en la región separatista del Transdniéster, en Moldavia.






Defensa popular del Parlamento






A lo largo del 19 de agosto, en torno a la sede del parlamento se fue concentrando gente, aunque no demasiada, comparado con los grandes mítines que por entonces sacaban a la calle a centenares de miles de personas. A las cinco de la tarde, los golpistas dieron una conferencia de prensa. En ella, las explicaciones y las manos temblorosas de Yanáev hicieron presentir que aquellos hombres no estaban en disposición de acabar con éxito la aventura que habían iniciado.






El 20 de agosto el número de "defensores de la Casa Blanca" había aumentado. Entre la masa de espontáneos reunidos en torno a la sede del parlamento había gentes tan distintas como el guerrillero checheno Shamil Basáiev, el embajador del Reino Unido en la URSS, cosacos, artistas, intelectuales y moscovitas de a pie. Muchos de ellos se integraron después en una organización que se llamó "Zhivoe Kolzó" (El Anillo Vivo).






La noche del 20 al 21 de agosto fue la más dramática de las tres que Yeltsin y sus seguidores pasaron en el parlamento ruso. Los resistentes temían que pudiera producirse un asalto. Entre los seguidores de Yeltsin se habían repartido armas. Algunos diputados, con la carabina al hombro, tomaban posiciones en los tejados de la Casa Blanca. Después de la medianoche, el vicepresidente de Rusia, general Alexandr Rutskoi, un aviador veterano de la guerra de Afganistán, exhortó por los altavoces a defender el edificio, pero poco después, Guennadi Búrbulis, por entonces muy próximo a Yeltsin, utilizó el mismo sistema de megafonía para afirmar la libertad de cada cual de hacer lo que creyera oportuno. Aquella madrugada, una mala maniobra de un tanque junto a una columna de manifestantes acabó con la vida de tres jóvenes en el cruce entre el anillo circular y la avenida Kalinin.






Kriuchkov se había paseado alrededor de la Casa Blanca en un coche con ventanas ahumadas y mantenía conversaciones telefónicas con Búrbulis y los yeltsinistas. Según Víctor Ivánenko, que dirigía el recién formado comité de seguridad del Estado de Rusia, Kriuchkov, considerado el cerebro del golpe, se dio por vencido en la madrugada del 21 de agosto y anunció a los atrincherados que podían dormir tranquilos. El KGB había movilizado al grupo antiterrorista "Alfa", pero no dio la orden definitiva de asalto, aunque sí hubo órdenes previas de avance, reconocimiento y desarrollo del plan de acción. Como otras instituciones del Estado, el KGB no era por entonces una unidad monolítica.






El rescate de Gorbachov




El 21 de agosto, en un pleno extraordinario del parlamento ruso se designó a una comisión especial dirigida por el vicepresidente Rutskói para ir a buscar a Gorbachov a Crimea.
También los golpistas volaron de nuevo hacia allí. En la madrugada del 21 al 22 de agosto Gorbachov y su familia fueron conducidos en avión a la capital.
El rostro desmejorado de Raisa, la esposa del presidente, revelaba el sufrimiento pasado. Vino después el gran mitin de la Casa Blanca en la mañana del 22 de agosto, la sensación de hermandad y de incomparable liberación. Por la noche, el rostro colectivo beatífico de los "vencedores" se había transformado en amenazador, cuando una multitud se dirigió a la sede del Comité Central del PCUS intentando romper sus ventanas y siguió después hasta la sede del KGB, en la plaza de la Lubianka, donde por la noche un camión se llevó la estatua de Félix Dzherzhinski, el fundador de los servicios secretos después de que la multitud intentara derribarlo con un lazo.






El 23 de agosto, en un verdadero espectáculo ante el parlamento ruso, Yeltsin puso en evidencia la erosión política irreversible que el golpe había supuesto para Gorbachov y para el PCUS.
 El analista Serguéi Parjómenko, que seguía los acontecimientos, opina que aquella humillación pública satisfacía los instintos de venganza personales de Yeltsin por las humillaciones que antes le había infligido Gorbachov.
Al día siguiente, el líder de la URSS rompía su relación con aquella fuerza política donde había militado toda su vida adulta y renunciaba al cargo de secretario general. Gorbachóv pidió al Comité Central que se autodisolviera.
 La sede de este organismo en Moscú fue sellada, los periódicos comunistas, prohibidos y los últimos golpista, arrestados. Veinte años después, Gorbachov afirma con rotundidad que nunca, ni siquiera entonces, creyó poder formar un tándem eficaz con Yeltsin.




Las exposiciones fotográficas que se han celebrado este año con motivo del 80 aniversario de ambos líderes, -en el caso de Yeltsin "postmortem"-, reflejaron aquella animadversión.
 En ambas muestras documentales se ha evitado la imagen del "otro", como si las biografías de Gorbachov y la de Yeltsin fueran paralelas y ambos no se hubieran encontrado jamás.
Al margen de las relaciones personales de ambos líderes, los yeltsinistas de primera hora buscan hoy el contacto con Gorbachov y reconocen los méritos de aquel político al que acusaron de indeciso y lento. Los que no se han convertido en rehenes del dinero y el poder se muestran desilusionados y hasta inquietos por las restricciones a las libertades democráticas impuestas por Vladímir Putin, el actual jefe de gobierno y ex presidente de Rusia. Búrbulis advertía el jueves que Rusia Unida, el partido mayoritario en el parlamento, podía seguir el rumbo del Partido Comunista de la URSS y que el peligro de desintegración de Rusia "existe" y es "más serio de lo que el régimen presupone con ligereza".






Amnistía para los golpistas






Veinte años después, Búrbulis reconoce que los golpistas de 1991 eran gentes que se guiaban "por sus propias convicciones y el sistema de valores formado a lo largo de su biografía". "Defendían su visión del mundo y su fe. Aquello era una guerra religiosa", señalaba. Víctima de aquella conmoción histórica fue el mariscal Serguéi Ajroméiev, el jefe del Estado Mayor, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que se suicidó dejando un amargo mensaje a su familia. Hubo también otros suicidios como el del ministro del Interior, Borís Pugo, y el de varios funcionarios comunistas responsables de las finanzas del partido.






Tras los sucesos de agosto, la Casa Blanca y sus alrededores, fueron bautizados como plaza de Rusia Libre, y durante un tiempo tuvieron un aura mágica. La magia se disipó en 1993, cuando el mismo paisaje fue escenario de una lucha fraticida entre los vencedores de 1991. La orden de Borís Yeltsin de cañonear el parlamento en octubre de 1993 fue un terrible trauma para el Estado que se acababa de liberarse del Imperio. Después, la Casa Blanca, que hoy es sede del gobierno ruso, fue protegida y aislada del exterior con una alta valla de hierro.






En febrero de 1994 fueron amnistiados los golpistas de 1991 y los dirigentes rusos que se habían enfrentado a Yeltsin en 1993, como el ex vicepresidente Rutskói y el ex jefe del Parlamento, Ruslán Jazbulátov.
 Con el tiempo, quienes se enfrentaron brutalmente entonces han podido comenzar un tímido diálogo.
En 2010 representantes de los dos bandos enfrentados en 1993 se reunieron para celebrar el 20 aniversario de la constitución del primer parlamento democrático ruso en 1990. Lo hacían con timidez, con miedo a pronunciar palabras que reabrieran heridas, pero más sabios, más expertos y más tolerantes que hace dos décadas.
Los veteranos de 1991 y 1993 se enorgullecían de haber sido elegidos limpia y honradamente en 1990 y sabían que en eso precisamente son superiores a los políticos rusos actuales, criaturas surgidas de elecciones manipuladas o producto de la designación a dedo.

Mariposa de ensueño,

Mariposa de ensueño,
que no he podido ver todavía,
te revivo, en respetuoso silencio,
cada noche por mi subjetividad,
indudablemente deformada.

Te traigo a la aventura de mi vida,
y al lado de mis cálidos abrazos,
sintiendo que eres ser real
y, por gozada, mítico a la vez.
Con mirada arropada de azules
entre la profundidad de la sabiduría
y la sorpresa ingenua de niña.

Con intensidad, fuera de lo común,
fiélmente, en ellos, amada;
incluso en los tiempos aquellos
que fueron años de escasos sueños,
y en los que nunca estuvo más lejano
lo apasionado del querer de ayer
y lo apasionante del hoy mismo.

Sueños que son los espejos
donde, tu imagen de fábula,
despierta y toma conciencia
de sus propio y humano reflejo.

Mariposa de ensueño,
de mis querencias amada,
y por mi deseo nunca poseída,
navegué, para alcanzar la tierra
sobre la que regenerabas tus alas,
sobre una balsa de tablones flojos,
y naufragué en inmutable silencio
por los forcejeos de mis dudas.

Te traigo a mis sueños,
a ese mundo sin verdades
en el que necesitamos crearlas
por no arriesgarnos a perseguirlas.
Te traigo cada noche
porque me sirve, al reiterarte,
para tener la certeza
que el sol tantas veces
se pone por ese lado,
que al final conozco que habitas
-más allá de los océanos-
en las tierras que emergen
por el imposible poniente.

Anoche,,,,

Anoche, hechizado,
volví a soñar contigo.
Esta noche, zambúllete.
Te espero en mi sueño.
tráete la luz de tus ojos,
el color claro de tu piel,
el sonido mágico de tu voz
ahuyentando soledadades,
la fecundidad de tu deseo,
y la posibilidad de disfrutar
íntegramente del placer.
Siempre fuí, de él,
soñador empedernido,
e irreplimible buscador,
en tu cotidianeidad, de él.
Aprópiate en tus manos
de los versos que encuentres,
de los verbos, de mis besos,
en la confianza de que,
a pesar de todo,
tras los sueños amanece,
y de que, liberada de tus alas,
dejarás de ser mariposa
para convertirte en mujer
húmeda, sentida y amada.