8 ago 2011
7 ago 2011
Que te dejen en paz, que se olviden de ti...
Que te dejen en paz, que se olviden de ti...
Que te dejen como estás, tal como te moldeó la lluvia, la bruma, el frio, la nieve, el Sol y el viento...
Que te dejen en Paz, que se olviden de ti...
Que solo te toquen ellos... La lluvia, la bruma, el frio, la nieve, el Sol y el viento...
Que te dejen en paz, que se olviden de ti...
Que tan solo te toque... El sentimiento.
Hemos creado una página donde los que apoyen la defensa de la naturalidad de este paraje se puedan unir. Si te apetece y lo deseas, entra en ella y pica en "Me gusta" pues necesitamos ser una multitud para que no se atrevan a tocar al Nublo.
http://www.facebook.com/contra.el.teleferico.tejeda.roquenublo
... Como decía el poeta lagunero, Fernando Garcíarramos, de otro camino, también encantado.
S. Hernández.
5 ago 2011
La bronca inmobiliaria de Faye Dunaway
El dueño de su apartamento quiere desahuciar a la actriz .
Quienes admiran a Faye Duna-way nunca olvidarán a la deslumbrante ejecutiva de televisión que en la película Network, de Sidney Lumet, hubiera vendido a su madre por conseguir que subiera la audiencia de su canal, y que salivaba mientras Peter Finch convertía en leyenda la frase: "Estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo". Dunaway ganó un Oscar por aquel papel, un premio que, como muchas de sus pertenencias, reposaba en un apartamento del barrio Upper East Side de Nueva York. Pero esa casa en la que la actriz, de 70 años, tenía su modesta residencia desde mediados de los noventa, se ha convertido en el objeto de una batalla legal y verbal que esta semana ha llegado hasta las páginas de información local de The New York Times.
Como si se tratara de la revista People, el diario reproduce extractos de los mensajes de voz que la actriz ha dejado en el contestador de su casero.
"Espero que la vida te trate muy mal", dice la intérprete en uno de los agrios mensajes que le dejó a Henry Moses, propietario del edificio de apartamentos de renta antigua donde Dunaway residía hasta este mes.
Este tipo de alquiler le permitía pagar apenas 1.000 dólares (700 euros) por un espacio que en ese barrio se cotiza a unos 2.300 dólares (más de 1.600 euros).
Según publicaba el diario el martes, el casero la había demandado y reclamaba su desahucio por no residir allí todo el año, requisito imprescindible para disfrutar de ese tipo de alquiler.
Al día siguiente, la actriz replicaba en el mismo diario que nadie la puede desahuciar porque hace meses dejó el apartamento. "He decidido irme por el estado en el que está y porque cada vez paso menos tiempo en la ciudad. El casero se niega a pintar la casa y está llena de chinches", afirma. El casero niega estas acusaciones. La actriz, de momento, no le ha devuelto las llaves y en el apartamento aún hay muchas cosas suyas.
La disputa no es novedad para una ciudad como Nueva York.
Es una cuestión de supervivencia: los propietarios luchan por cobrar las desorbitadas cantidades en las que se mueve el mercado inmobiliario y a veces tratan de incitar a sus inquilinos de renta antigua a irse evitando las tareas de mantenimiento.
Un Oscar, parece, no garantiza poder vivir en mansiones lujosas.
Quienes admiran a Faye Duna-way nunca olvidarán a la deslumbrante ejecutiva de televisión que en la película Network, de Sidney Lumet, hubiera vendido a su madre por conseguir que subiera la audiencia de su canal, y que salivaba mientras Peter Finch convertía en leyenda la frase: "Estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo". Dunaway ganó un Oscar por aquel papel, un premio que, como muchas de sus pertenencias, reposaba en un apartamento del barrio Upper East Side de Nueva York. Pero esa casa en la que la actriz, de 70 años, tenía su modesta residencia desde mediados de los noventa, se ha convertido en el objeto de una batalla legal y verbal que esta semana ha llegado hasta las páginas de información local de The New York Times.
Como si se tratara de la revista People, el diario reproduce extractos de los mensajes de voz que la actriz ha dejado en el contestador de su casero.
"Espero que la vida te trate muy mal", dice la intérprete en uno de los agrios mensajes que le dejó a Henry Moses, propietario del edificio de apartamentos de renta antigua donde Dunaway residía hasta este mes.
Este tipo de alquiler le permitía pagar apenas 1.000 dólares (700 euros) por un espacio que en ese barrio se cotiza a unos 2.300 dólares (más de 1.600 euros).
Según publicaba el diario el martes, el casero la había demandado y reclamaba su desahucio por no residir allí todo el año, requisito imprescindible para disfrutar de ese tipo de alquiler.
Al día siguiente, la actriz replicaba en el mismo diario que nadie la puede desahuciar porque hace meses dejó el apartamento. "He decidido irme por el estado en el que está y porque cada vez paso menos tiempo en la ciudad. El casero se niega a pintar la casa y está llena de chinches", afirma. El casero niega estas acusaciones. La actriz, de momento, no le ha devuelto las llaves y en el apartamento aún hay muchas cosas suyas.
La disputa no es novedad para una ciudad como Nueva York.
Es una cuestión de supervivencia: los propietarios luchan por cobrar las desorbitadas cantidades en las que se mueve el mercado inmobiliario y a veces tratan de incitar a sus inquilinos de renta antigua a irse evitando las tareas de mantenimiento.
Un Oscar, parece, no garantiza poder vivir en mansiones lujosas.
atolón de Ranguiroa
¡Islas! (para perderse y no volver): atolón de Ranguiroa
Por: Paco Nadal
.
Cuando uno sobrevuela por primera vez un atolón coralino piensa: “¡Ahí no aterriza un avión!”.
Eso al menos es lo que imaginé yo, entre sudores fríos, cuando mi avión se aproximaba al atolón de Ranguiroa, uno de los cientos de atolones perdidos en el Pacífico que forman la Polinesia Francesa; éste en concreto está en el archipiélago de las Tuamotu, que es como decir en el culo del mundo... acuático (entenderé que en este momento os vayáis a Google Maps para ver dónde diablos está Ranguiroa y las Tuamotu). Adjunto un mapa como ayuda.
Pero al final sí, el avión aterriza, apurando la frenada para no salirse de la exigua banda de arena, pero aterriza.
Y tu te bajas extasiado en una isla que representa el epítome de la isla de los náufragos en los chistes de Forges.
Un atolón coralino es algo así como un flotador de arena y palmeras olvidado en medio del océano. Una estructura tan frágil que a nadie le extrañaría que una mala tempestad la engullera. Pero no la engullirá. Los atolones coralinos, uno de los caprichos geomorfológicos mas fascinantes del planeta, han tardado millones de años en formarse y costará otros millones hacerlos desaparecer.
Rangiroa no levanta más de dos metros sobre el nivel del mar y aunque tiene 200 kilómetros de perímetro, éste no es continuo: está fragmentados por canales y pasos de agua, como si cortáramos a pedazos un roscón de Reyes. Cada uno de esos pedazos es un motu. En el motu principal y más grande tiene 10 kilómetros de largo por 800 metros de ancho y ahí está el aeropuerto, las dos únicas aldeas (Avatoru y Tiputa), cada una con su iglesias, la única carretera asfaltada del atolón, un cementerio, una oficina de correos, dos bancos y media docena de tiendas de abarrotes.
Y poco más. En el resto de los 200 kilómetros, nada más: arena, cocoteros y arrecifes de coral. La pesadilla de Robison Crusoe.
En él pasé cinco maravillosos días, en una cabaña de troncos y palmas en la orilla de la laguna del atolón, viendo las aguas azul turquesa sin necesidad de levantarme del camastro a través de las ventanas sin cristal de la cabaña, descalzo y en bañador todo el día, partiendo cocos y comiendo pescado.
¿Existe mejor forma de desconectar?
En sitios como Rangiroa, uno vuelve a creer en el mito del buen salvaje.
Por: Paco Nadal
.
Cuando uno sobrevuela por primera vez un atolón coralino piensa: “¡Ahí no aterriza un avión!”.
Eso al menos es lo que imaginé yo, entre sudores fríos, cuando mi avión se aproximaba al atolón de Ranguiroa, uno de los cientos de atolones perdidos en el Pacífico que forman la Polinesia Francesa; éste en concreto está en el archipiélago de las Tuamotu, que es como decir en el culo del mundo... acuático (entenderé que en este momento os vayáis a Google Maps para ver dónde diablos está Ranguiroa y las Tuamotu). Adjunto un mapa como ayuda.
Pero al final sí, el avión aterriza, apurando la frenada para no salirse de la exigua banda de arena, pero aterriza.
Y tu te bajas extasiado en una isla que representa el epítome de la isla de los náufragos en los chistes de Forges.
Un atolón coralino es algo así como un flotador de arena y palmeras olvidado en medio del océano. Una estructura tan frágil que a nadie le extrañaría que una mala tempestad la engullera. Pero no la engullirá. Los atolones coralinos, uno de los caprichos geomorfológicos mas fascinantes del planeta, han tardado millones de años en formarse y costará otros millones hacerlos desaparecer.
Rangiroa no levanta más de dos metros sobre el nivel del mar y aunque tiene 200 kilómetros de perímetro, éste no es continuo: está fragmentados por canales y pasos de agua, como si cortáramos a pedazos un roscón de Reyes. Cada uno de esos pedazos es un motu. En el motu principal y más grande tiene 10 kilómetros de largo por 800 metros de ancho y ahí está el aeropuerto, las dos únicas aldeas (Avatoru y Tiputa), cada una con su iglesias, la única carretera asfaltada del atolón, un cementerio, una oficina de correos, dos bancos y media docena de tiendas de abarrotes.
Y poco más. En el resto de los 200 kilómetros, nada más: arena, cocoteros y arrecifes de coral. La pesadilla de Robison Crusoe.
En él pasé cinco maravillosos días, en una cabaña de troncos y palmas en la orilla de la laguna del atolón, viendo las aguas azul turquesa sin necesidad de levantarme del camastro a través de las ventanas sin cristal de la cabaña, descalzo y en bañador todo el día, partiendo cocos y comiendo pescado.
¿Existe mejor forma de desconectar?
En sitios como Rangiroa, uno vuelve a creer en el mito del buen salvaje.
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