Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 ago 2011

atolón de Ranguiroa

¡Islas! (para perderse y no volver): atolón de Ranguiroa

Por: Paco Nadal

.

Cuando uno sobrevuela por primera vez un atolón coralino piensa: “¡Ahí no aterriza un avión!”.



Eso al menos es lo que imaginé yo, entre sudores fríos, cuando mi avión se aproximaba al atolón de Ranguiroa, uno de los cientos de atolones perdidos en el Pacífico que forman la Polinesia Francesa; éste en concreto está en el archipiélago de las Tuamotu, que es como decir en el culo del mundo... acuático (entenderé que en este momento os vayáis a Google Maps para ver dónde diablos está Ranguiroa y las Tuamotu). Adjunto un mapa como ayuda.



Pero al final sí, el avión aterriza, apurando la frenada para no salirse de la exigua banda de arena, pero aterriza.
Y tu te bajas extasiado en una isla que representa el epítome de la isla de los náufragos en los chistes de Forges.





Un atolón coralino es algo así como un flotador de arena y palmeras olvidado en medio del océano. Una estructura tan frágil que a nadie le extrañaría que una mala tempestad la engullera. Pero no la engullirá. Los atolones coralinos, uno de los caprichos geomorfológicos mas fascinantes del planeta, han tardado millones de años en formarse y costará otros millones hacerlos desaparecer.







Rangiroa no levanta más de dos metros sobre el nivel del mar y aunque tiene 200 kilómetros de perímetro, éste no es continuo: está fragmentados por canales y pasos de agua, como si cortáramos a pedazos un roscón de Reyes. Cada uno de esos pedazos es un motu. En el motu principal y más grande tiene 10 kilómetros de largo por 800 metros de ancho y ahí está el aeropuerto, las dos únicas aldeas (Avatoru y Tiputa), cada una con su iglesias, la única carretera asfaltada del atolón, un cementerio, una oficina de correos, dos bancos y media docena de tiendas de abarrotes.



Y poco más. En el resto de los 200 kilómetros, nada más: arena, cocoteros y arrecifes de coral. La pesadilla de Robison Crusoe.



En él pasé cinco maravillosos días, en una cabaña de troncos y palmas en la orilla de la laguna del atolón, viendo las aguas azul turquesa sin necesidad de levantarme del camastro a través de las ventanas sin cristal de la cabaña, descalzo y en bañador todo el día, partiendo cocos y comiendo pescado.



¿Existe mejor forma de desconectar?



En sitios como Rangiroa, uno vuelve a creer en el mito del buen salvaje.





No hay comentarios: