Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

12 jun 2011

Rosalía Mera, indignada de lujo

La empresaria gallega, la española más rica, solidaria con el Movimiento 15-M, sabe combinar filantropía y negocio .
Todo el mundo en A Coruña, una ciudad de 250.000 habitantes, se ha tropezado alguna vez con doña Rosalía.
En la taberna Os Beles, donde la gente va a tomar pulpo y a cantar; caminando por el paseo marítimo, junto a su hija Sandra y alguno de sus tres nietos, o en la cola de un cine.
Doña Rosalía. Sesenta y siete años nada mal llevados, solo hay una.
Una mujer de gustos sencillos, vestida con cierto atrevimiento, que confiesa ver mucha telebasura, con una indiferencia por el juicio ajeno que solo da el dinero o el éxito social. Rosalía Mera Goyenechea ha conseguido las dos cosas.











Tras divorciarse, en 1986, estudió Magisterio y se psicoanalizó






Su fundación y su corporación Rosp Corunna son las dos almas de Mera






Se declara de izquierdas, pero valora el trabajo de los empresarios






Con una fortuna de 3.000 millones de euros, según 'Forbes', asume riesgos


En su Coruña natal es casi un mito, una figura protectora que subvenciona proyectos filantrópicos, que invierte en empresas innovadoras, y deja constancia de su defensa del galego no normalizado hasta en las entidades que crea, como utilizar el término Galiza, en el nombre de su Fundación Paideia.
 ¿A quién podría sorprenderle la defensa que hizo esta semana del Movimiento 15-M?






"Fue una pregunta que le hicieron al final de una rueda de prensa, que era para presentar un proyecto", dice José Leyte, mano derecha de Mera en lo tocante a inversiones.
Por eso desconfía de la prensa. ¿Se siente manipulada? Mera declinará responder a un cuestionario enviado por este periódico, alegando "que está fuera de España".
Pero su declaración de apoyo a los indignados no parece un desliz. Se confesó dispuesta a sumarse a las acampadas, y deploró "los niveles de corrupción [que tenemos] tan extendidos, de muchas maneras, y de muchos colores. Tenemos que plantarnos y decir: así, no".






A Cesáreo, dueño de Os Beles, la cosa no le ha sorprendido. "Rosalía es una persona de lo más normal. Me consta que muy de izquierdas. Va de frente siempre, y no le gusta que le echen flores", cuenta, sin aportar más datos. Últimamente frecuenta menos el local, "porque la gente le pide cosas continuamente". También Pancho Casal, copropietario de la productora audiovisual Continental, de la que Mera es accionista, encuentra natural la posición de la multimillonaria gallega. "Ella dice lo que piensa, sin reparar en sus circunstancias".






Sus circunstancias son una gigantesca fortuna. Nada menos que el 7% de las acciones del grupo Inditex del que es cofundadora, y una miríada de inversiones, las más importantes cuantitativamente, en sectores inmobiliarios y en la hostelería, colocadas todas bajo un paraguas corporativo, Rosp Corunna, a cuyo frente figura junto a su hija mayor, Sandra. La revista Forbes situó en marzo pasado a la inversora gallega en segunda posición entre las mujeres más ricas del mundo, calculando su fortuna en unos 3.000 millones de euros.






Rosalía Mera encarna el mito de Cenicienta en versión realista.
Nació pobre y se ha convertido en una mujer inmensamente rica.
Este gigantesco salto en la escala social puede descolocar a cualquiera. "Soy una desclasada", reconoció al escritor Suso del Toro, en una entrevista publicada por EL PAÍS en 2004. Aunque, matizaba, "si me tengo que identificar, me identifico mucho más con ese entorno que ha sido mi mundo y del que tampoco he querido moverme demasiado porque me nutre, me sostiene".
Su entorno, su pasado, el de una niña de familia humilde, nacida y crecida en el barrio de Monte Alto, en A Coruña, cerca del Matadero.
 Con un padre empleado de Fenosa y una madre que logró, a fuerza de tesón, regentar una carnicería, sin entender de pesos ni de números.






Rosalía Mera dejó la escuela a los 11 años para trabajar de costurera en la tienda de confección La Maja. Así conoció a Amancio Ortega y con él llegaría la aventura de Zara, e Inditex.






¿Cuánto le debe a ella la empresa? "Yo creo que al principio Rosalía fue fundamental. Trabajó muy duramente. Como la mayoría de las mujeres gallegas de esa época, cosía de maravilla", dice el escritor Manuel Rivas, que colabora con ella en su fundación. Pero Rosalía dejó pronto la primera línea de aquel frente empresarial para atender a sus hijos, en concreto a Marcos, el segundo, que nació con una parálisis cerebral profunda que apenas le permite caminar. Ese alejamiento fue el principio del fin. En 1986 se rompía su matrimonio y Rosalía Mera se encontraba, de repente, sin una idea clara de qué hacer con su vida.






Pero era todavía joven y ya lo bastante rica como para encontrar un camino propio.
Ella, que había dejado la escuela a los 11 años para trabajar de costurera, se puso a estudiar. Estudió Magisterio, se psicoanalizó, y decidió tomar las riendas de su vida.
 Creó la Fundación Paideia Galiza, para ayudar a los jóvenes discapacitados a desarrollar su potencial, y para sacar adelante pequeñas iniciativas empresariales en el mundo rural.



En el edificio sede de la fundación, en la plaza coruñesa de María Pita, funciona también su holding financiero.
Son como las dos almas de doña Rosalía, en perpetua comunicación y en perpetuo trasvase de ideas y experiencias.
 Con Paideia cultiva su lado filantrópico, con Rosp Corunna invierte en el mercado inmobiliario de Estados Unidos o en el de Londres, donde financiará el primer hotel de seis estrellas del mundo, en asociación con la firma de lujo Bulgari, que estará listo en 2012.






Mientras tanto, no para. Lleva una vida sencilla, pero muy activa. Vive en Lians (Oleiros), en la periferia de A Coruña, con su hijo menor, Marcos. "Tiene una casa buena, pero nada ostentosa", dicen los que la conocen. Su agenda diaria está cargada de citas. Recibe a voluntarios europeos, promociona un nuevo concepto integral de turismo rural, inaugura cursos de verano en universidades y auspicia conferencias. En 2007 recibió la medalla al Mérito del Trabajo, y tiene un sinfín de distinciones. Ha creado Mans, un vivero de empresas para ayudar a poner en pie iniciativas interesantes, pero huye de la caridad. "Se implica en los proyectos que le convencen, pero quiere rentabilidad y resultados. También le preocupa la transparencia. Nosotros somos una de las pocas productoras audiovisuales auditadas", dice Pancho Casal, de Continental. Porque, aunque ella es de izquierdas, siempre se ha declarado respetuosa con los empresarios. "Solo los que trabajan consolidan su proyecto. Hay una cultura del pelotazo, ser mediador, no invertir nada, coger el dinero y escapar. Pero montar una empresa es algo muy difícil y de mucho riesgo", declaraba a Suso del Toro en la misma entrevista de 2004. En ella se lamentaba también de la escasa ambición de los jóvenes españoles, obsesionados con ser funcionarios.






Ese año, Mera abandonaba el Consejo de Administración de Inditex y volaba definitivamente por libre, en calidad de gran inversora.
A su importante cartera de participaciones, con el 7% de Inditex, y el 5% de las acciones de la farmacéutica Zeltia, que investiga en fármacos marinos contra el cáncer, fue sumando más.
Cuenta con el 10% de la cadena de hoteles Room Mate, invierte en energías renovables, en cultivos marinos, en tecnologías informáticas, en una empresa de identificación de recién nacidos que utiliza la biometría dactilar, y en un largo etcétera de iniciativas.
Tiene también tres rentables sociedades de inversión mobiliaria en capital variable (Simcav), y no renuncia a las oportunidades que ofrece el mercado.
Su corporación estaba en la lista de los defraudados por Bernard Madoff. Pero así son los negocios.
Mera asume riesgos. Pero con su fortuna, no con su persona.
Por eso, pese a la buena sintonía, es poco probable que comparta acampada con los indignados.




,
No estás sola.


No estás sola jamás
y menos si yo te escribo.
A pesar de que escribir y leer
sean ejercicios tan solitarios,
tan llenos de soledad.

Siempre escribo
con la certeza
de estar desprendiendo
de mí un espejo
que por delante tuya pasa,
y que luego huye
hacía todo tu ámbito
para que, probablemente,
descubras otras imágenes,
otras emociones,
que ya no me pertenecen,
y que cambian constantemente,
como nubes de perfil indefinido,
para tus ojos que me miran
de esa manera tan distinta.

Esa es mi verdad,
y nuestra única realidad,
y aquí radica el placer
que nos salpica.

Yo escribo, tu lees,
llenando de felicidad
algunos momentos,
en los días, en los años
que transcurren
en nuestros adentros
transgrediendo el tiempo,
difuminándonos,
reencontrándonos,
entregándonos
a rescatar lo imperecedero.

Somos cómplices
de esta soledad,
y coautores de un amor,
triste y dolorido,
en el que todo
merece más que la pena.

Somos seres buscados,
derrocados,
mantenidos,
por encima de ese tiempo
y de nosotros mismos.

Más que inspiración
somos alarde de uno mismo,
en esencia placer.

Ritmo, eso somos,
ritmo palpitante
de sentimientos,
de conciencia ineludible,
desnudos de intimidades,
de cauces que nos impiden
llegar como somos al otro.

No, no estás sola,
vives dentro de mi realidad,
aceptada como beso
nunca dado, ¡qué contradictorio!,
complementaria,
caminando junta,
aunque sean diferentes
la persecución
de nuestros destinos.

Busco surcos y corrientes
que me lleven hasta ti,
a mi búsqueda personal,
a mi relación contigo
y, sobr todo, al tiempo
que no hemos compartido
y que es lo único que tengo

por lo que te puedo conocer.

No defrauda este torrente verbal

hecho de confianza

en el que realmente se ve,

y en el que la ficción imagina,

tu semblante espejismo,

la desterrada luna

umbría y voluntaria,

hospedaje de nuestros rostros

y de nuestras palabras

en los relatos de la noche.

Cara de luna

que corteja mi muerte,

velo que palidece,

amarga adelfa

que esconde mi temor

de un discurso incansable

de un sueño recuperado

en movimiento e inacabable.

Todo está escrito,

dispuesto y estructurado.

Todo.

Coherencia y deseo.

Todo cabe.

Todo se funde.

Todo se entrelaza

igual que un caleidoscopio

que superpone y entrevera

nuestras vidas

y nuestros mundos,

distintos,

para conmoverlas,

acarreando nuestras almas

más allá de lo visible,

lejos del horizonte

de mi maldita muerte.

Cuando muera quiero vivir en la poesía,
o en cualquier palabra que me interprete.
Por eso me redime de mis males escribir.
Poemas donde quepa mi verdad personal,
mis sueños protectores, mi enorme misterio,
pero también la materia de mi realidad.
Y aunque invente y crezca
en la creación de lo imposible,
de lo ajeno, de lo irrealizable,
nunca podré abandonar
la tierra que nunca pisamos,
nuestros años y días
con sus horas temporales y acordadas,
el devenir que se nos fue dictando
como una norma más de vida
que aceptamos con tristeza o alegría,
porque tengo que vivir, quiero vivir,
lejos de la poderosa poesía.