Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 jun 2011

Busco surcos y corrientes
que me lleven hasta ti,
a mi búsqueda personal,
a mi relación contigo
y, sobr todo, al tiempo
que no hemos compartido
y que es lo único que tengo

por lo que te puedo conocer.

No defrauda este torrente verbal

hecho de confianza

en el que realmente se ve,

y en el que la ficción imagina,

tu semblante espejismo,

la desterrada luna

umbría y voluntaria,

hospedaje de nuestros rostros

y de nuestras palabras

en los relatos de la noche.

Cara de luna

que corteja mi muerte,

velo que palidece,

amarga adelfa

que esconde mi temor

de un discurso incansable

de un sueño recuperado

en movimiento e inacabable.

Todo está escrito,

dispuesto y estructurado.

Todo.

Coherencia y deseo.

Todo cabe.

Todo se funde.

Todo se entrelaza

igual que un caleidoscopio

que superpone y entrevera

nuestras vidas

y nuestros mundos,

distintos,

para conmoverlas,

acarreando nuestras almas

más allá de lo visible,

lejos del horizonte

de mi maldita muerte.

Cuando muera quiero vivir en la poesía,
o en cualquier palabra que me interprete.
Por eso me redime de mis males escribir.
Poemas donde quepa mi verdad personal,
mis sueños protectores, mi enorme misterio,
pero también la materia de mi realidad.
Y aunque invente y crezca
en la creación de lo imposible,
de lo ajeno, de lo irrealizable,
nunca podré abandonar
la tierra que nunca pisamos,
nuestros años y días
con sus horas temporales y acordadas,
el devenir que se nos fue dictando
como una norma más de vida
que aceptamos con tristeza o alegría,
porque tengo que vivir, quiero vivir,
lejos de la poderosa poesía.
Verdad o mentira,
vivo el viaje inventado
desde la historia al sueño,
en íntima rebelión
a vivir de él arrebatado,
descompensado
con los acontecimientos,
las ideas,
los sentimientos
que nunca compartimos,
que no alcanzamos
ni siquiera a compartir.

Saber parar MANUEL VICENT

Saber parar a tiempo, tener el sentido del límite es la primera regla del arte.
Este principio debe aplicarse igualmente a cualquier ideal o sentimiento colectivo, ya se trate de una revolución o de una juerga entre amigos y por supuesto también a esa insurrección pacífica de jóvenes indignados que ha ocupado la Puerta del Sol y otras plazas de España.
 La cólera tiene un recorrido muy corto, más allá de romper escaparates ante la carga policial.
Ese Movimiento del 15 de Mayo debería encontrar una salida desde un fermento interior para evitar que el tiempo lo pudra.
 Imagino lo que supondría como ejemplo de moral pública que varios retenes de 50 jóvenes bien preparados fueran elegidos en asamblea, se constituyeran en congresos paralelos y sentados en círculo ocuparan pacíficamente la plaza de las Cortes en Madrid y los espacios abiertos frente a otras sedes autonómicas para proponer y votar soluciones concretas a los problemas reales que les atañen.
Esas reuniones políticas, renovables, de jóvenes dialécticamente bien armados, asentadas al aire libre ante los Parlamentos deberían cumplir el mismo horario, el mismo periodo de sesiones, las mismas vacaciones que los parlamentarios, quienes al salir cada día a la calle encontrarían reflejada en ese espejo la imagen de su rebeldía perdida en la memoria.
Nada de gritos, nada de violencia, nada de pancartas, solo debates correctos desde la propia desesperación frente a la bronca política que se extenúa en el interior del Congreso de los Diputados y de las Cortes autonómicas.
Ninguna revolución social ni siquiera la moda más frívola en las corbatas es posible si no se expande previamente en el campo magnético de la estética.
Esta protesta juvenil sin origen ni destino conocidos, que ha condensado a través de Internet un ambiente muy cargado de electricidad, corre el peligro de diluirse en un sentimiento de rebeldía difusa que algunos elementos turbios se empeñan en degradar, en subvertir o en asimilar al sistema.
 Por poca imaginación que desarrollaran esos congresos paralelos sus debates siempre serían más elevados que la bazofia ideológica que nos sirven ciertas tertulias televisivas y una dialéctica más sutil que esa crispación que los partidos nos ofrecen a cara de perro sin un mínimo sentido del Estado.