La vida encorsetada.
La existencia que se asfixia entre imposturas y prejuicios y mezquindades.
Y el mundo nuevo que apenas intenta abrirse paso en la incipiente sociedad de una pequeña Nueva York de finales del siglo XIX.
Tiempo y espacio en transición que empieza a dejar muchas cosas en el camino, pero donde aún la mujer sigue siendo la diana de comentarios (Más de un siglo después mucho hemos ganado, pero poco evolucionado como se ve en comentarios como los del alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva).
Esta es una aproximación a La edad de la inocencia, la novela con la cual Edith Wharton (Nueva York, 1862-París, 1937) obtuvo el Premio Pulitzer en 1921, y que ahora RBA edita en edición de bolsillo.
Un exquisito y crítico panorama articulado a través de un amor frustrado donde intervienen el elegante y comprensivo Archer; su prometida y esposa después, la ingenua y defensora de su futuro May Welland; y la recién llegada y divorciada y prima de May, la hermosa condesa Olenska.
Todos en el centro de un vértice amoroso y pasional cuyas decisiones y consecuencias acompañará a sus personajes por siempre al conformarse con vivir en un mundo perfecto agrietado de infelicidades.
Buen momento para hablar de una gran novela y de una escritora magistral.
Emparentada con obras como Anna Karenina, de Tolstoi, por lo que tiene de fresco de una sociedad y una infidelidad, un adulterio, pero escrito aquí por una mujer, La edad de la inocencia no sólo es la pugna entre un mundo nuevo que desplaza al antiguo, aunque queden raíces de éste, y de un amor y una pasión "prohibidas" sino también, y, sobre todo, un retrato de las desigualdades y los prejuicios.
De la manera como la mujer empieza a buscar su sitio de manera independiente y encuentra obstáculos.
La novela tiene tres aspectos clave: Libertad para amar, para decidir el camino a seguir, el libre albedrío, para bien y para mal; Prejuicios de una sociedad que se rige por cuestiones de clase y machismo; y Urdir, el pasatiempo favorito de una gente que crea y fortalece su vida a partir de confabulaciones, y traiciones, a favor o en contra de alguien según la conveniencia de lo que consideran es bueno para ellos y su mundo preestablecido; y sin ninguna compasión. Con todo ello, Edith Wharton abre las puertas de las casas y mansiones neoyorquinas, transmite el abanico de emociones de los personajes mientras esparce su historia de crítica a través de comentarios acerados.
La condesa Olenska y Newland Archer son víctimas de la época y de sí mismos; incluso May.
Lo leímos primero y lo comprobámos después en la versión que llevara al cine Martin Scorsese.
Desde entonces, 1993, la condesa siempre tendrá la belleza melancólica de Michelle Pfeiffer y Archer el porte y el magnetismo de Daniel Day-Lewis, en unas magníficas interpretaciones (creo recordar que la revista Time le dio la portada al actor que también había estrenado En el nombre del padre y tituló con una sola palabra: "Camaleón"). Lo mejor es recordar algunos de los pasajes de esta imprescindible
La edad de la inocencia para disfrutar de su lectura y comprobar que muchas cosas cambian pero no evolucionan del todo y aquel Nueva York está hoy en cualquier lugar con otro maquillaje:
"En aquellos días, la sociedad neoyorquina era tan pequeña y escasa de recursos que todo el mundo (incluidos los mozos de establo, los mayordomos y los cocineros) sabían perfectamente en qué noches no tenía compromisos la gente.
Por consiguiente, los receptores de las invitaciones de Mrs. Mingott no tuvieron dificultad alguna para demostrar con toda crueldad su determinación de no conocer a la condesa Olenska".
En otro pasaje, escribe Wharton:
"Madame Olenska, quitándose la capa, se sentó en uno de los sillones. Archer se apoyó en la chimenea y la miró.
- Ahora te ríes, pero, cuando me escribiste estabas triste, dijo.
-Sí -repuso ella e hizo una pausa-. Pero no puedo sentirme triste cuando tú estás aquí.
- No me quedaré mucho rato -replicó Archer, apretando los labios con el esfuerzo de decir solo lo necesario y nada más.
- No, ya lo sé. Pero yo soy imprevisible, vivo en el momento cuando soy feliz.
Las palabras se introdujeron en él como una tentación, y, para cerrarle los sentidos se apartó de la chimenea y miró hacia fuera, hacia los troncos de los árboles contra la nieve. Pero fue como si ella también cambiara de lugar porque todavía la veía, entre él y los árboles, inclinada sobre el fuego con su sonrisa indolente.
El corazón de Archer latía sin que pudiera dominarlo.
¿Y si era de él de quien ella huía, y si había esperado para decírselo hasta que estuvieran solos en este cuarto?".
La edad de la inocencia. Edith Wharton. Traducción de María Rosa Dunhart. RBA. Barcelona, 2010. También está la edición de Tusquets con traducción de Manuel Sáenz de Heredia
7 abr 2011
Duelo en el Reina Sofía por el último grito de Enrique Morente
La hija del cantaor habla entre lágrimas en la presentación del último trabajo de su padre
Era previsible que la presentación en el Reina Sofía de la película Morente.
El barbero de Picasso iba a estar cargada con los truenos de la emoción.
Emoción por ver el grito del cantaor frente al Guernica en la película que filmó semanas antes de morir y emoción por ver a su hija, Estrella Morente, hablar del filme que ella y los suyos se niegan a ver.
Como dijo la bella primogénita del cantaor, la emoción no se lleva bien con la serenidad y pedirle sangre fría a la hora de hablar de su padre es hoy por hoy pedirle mucho.
"Es un día doloroso y mágico", dijo Estrella Morente, flanqueada por su marido, Javier Conde, y el director del filme, Emilio R. Barrachina.
"Presentamos la película hace unos días en Málaga pero no era lo mismo.
Estar hoy aquí, en el museo Reina Sofía, haberle dado la mano a su director y que él me haya dedicado esas palabras sobre la humanidad de mi padre ha sido devastador. La serenidad y la emoción no se llevan bien.
Y mi padre era una maravilla. Es una maravilla".
La cantante siguió hasta romper a llorar pero sin dejar de hablar: "No he visto la película porque no puedo verla, porque ninguno de nosotros puede verla. Porque mi padre sale como nosotros le recordamos, porque no he visto a mi padre enfermo, ni con una medicina en la mesilla de noche.
Porque solo le vi en un hospital y ya no le vi más. Y yo no sé dónde está mi padre.
Y lloro porque no me importa llorar, porque esto es un calvario, levantarnos cada mañana sin él es un sacrificio, nos hemos quedado sin alma.
Gracias por permitirme estar aquí con este dolor".
A las palabras de Estrella Morente se sumaron las de Pedro Arias, el hijo de Eugenio Arias, el barbero de Picasso, el otro protagonista de la película Morente, cuyas imágenes de archivo de este personaje están entre lo más destacable del filme de Emilio R. Barrachina.
"Esta película es un himno a la amistad", dijo Arias, recién llegado de París. "Yo, que también he sabido lo que es un padre amigo y amante de la amistad, entiendo perfectamente este afecto entre los miembros de una familia del que habla la película". Estrella Morente le dedicó al hijo de Eugenio Arias una sonrisa de complicidad y agradecimiento.
"No hay arte sin amistad", replicó él.
Morente, un filme de 90 minutos e irregular intensidad, gira sobre textos de Picasso y cantes flamencos.
Se suceden momentos de escenario, ensayos y charlas familiares. Entre lo más memorable están una conversación al móvil en un bar de Barcelona (actuaba el 24 de septiembre en el Liceo), las indicaciones a sus músicos o una tromba de agua en un concierto en Buitrago de Lozoya.
Entre lo impagable, volver a escuchar a Morente decir las cosas como las decía. Cuando le preguntan a Aurora Carbonell por su marido le bastan pocas palabras para intuir su incondicional entrega: "Hay que dar gracias a la vida por estar a su lado.
Yo nunca dejé mi carrera porque mi carrera era él". Más tarde, en ese bar de Barcelona, el cantaor habla de ella: "Cuando está enfadada las orejas peligran. Es un gran persona, una gran mujer, pero tiene su genio".
Barrachina recordó que la intención de Morente ante el Guernica no era cantar sino solo gritar.
"Luego cantó por seguiriyas y las llamó las seguiriyas del Reina Sofía".
Morente pensaba en la película como en la grabación de boda, con sensaciones y emociones.
En una escena les explica a sus músicos que lo importante es ser fiel al tema que se trata y a uno mismo. "¿Y como se canta un genocidio? ¿Por guajiras? No.
El concepto es otro (...) Hay que hacer una soleá más abstracta, marcando los silencios".
El director del filme insistió en exceso en comparar a su película con una obra picasiana y al propio Morente con el pintor malagueño.
Su hija, sin embargo, hizo honor a su memoria: "Él siempre negaría que está a altura de Picasso, aunque para mi lo esté".
Era previsible que la presentación en el Reina Sofía de la película Morente.
El barbero de Picasso iba a estar cargada con los truenos de la emoción.
Emoción por ver el grito del cantaor frente al Guernica en la película que filmó semanas antes de morir y emoción por ver a su hija, Estrella Morente, hablar del filme que ella y los suyos se niegan a ver.
Como dijo la bella primogénita del cantaor, la emoción no se lleva bien con la serenidad y pedirle sangre fría a la hora de hablar de su padre es hoy por hoy pedirle mucho.
"Es un día doloroso y mágico", dijo Estrella Morente, flanqueada por su marido, Javier Conde, y el director del filme, Emilio R. Barrachina.
"Presentamos la película hace unos días en Málaga pero no era lo mismo.
Estar hoy aquí, en el museo Reina Sofía, haberle dado la mano a su director y que él me haya dedicado esas palabras sobre la humanidad de mi padre ha sido devastador. La serenidad y la emoción no se llevan bien.
Y mi padre era una maravilla. Es una maravilla".
La cantante siguió hasta romper a llorar pero sin dejar de hablar: "No he visto la película porque no puedo verla, porque ninguno de nosotros puede verla. Porque mi padre sale como nosotros le recordamos, porque no he visto a mi padre enfermo, ni con una medicina en la mesilla de noche.
Porque solo le vi en un hospital y ya no le vi más. Y yo no sé dónde está mi padre.
Y lloro porque no me importa llorar, porque esto es un calvario, levantarnos cada mañana sin él es un sacrificio, nos hemos quedado sin alma.
Gracias por permitirme estar aquí con este dolor".
A las palabras de Estrella Morente se sumaron las de Pedro Arias, el hijo de Eugenio Arias, el barbero de Picasso, el otro protagonista de la película Morente, cuyas imágenes de archivo de este personaje están entre lo más destacable del filme de Emilio R. Barrachina.
"Esta película es un himno a la amistad", dijo Arias, recién llegado de París. "Yo, que también he sabido lo que es un padre amigo y amante de la amistad, entiendo perfectamente este afecto entre los miembros de una familia del que habla la película". Estrella Morente le dedicó al hijo de Eugenio Arias una sonrisa de complicidad y agradecimiento.
"No hay arte sin amistad", replicó él.
Morente, un filme de 90 minutos e irregular intensidad, gira sobre textos de Picasso y cantes flamencos.
Se suceden momentos de escenario, ensayos y charlas familiares. Entre lo más memorable están una conversación al móvil en un bar de Barcelona (actuaba el 24 de septiembre en el Liceo), las indicaciones a sus músicos o una tromba de agua en un concierto en Buitrago de Lozoya.
Entre lo impagable, volver a escuchar a Morente decir las cosas como las decía. Cuando le preguntan a Aurora Carbonell por su marido le bastan pocas palabras para intuir su incondicional entrega: "Hay que dar gracias a la vida por estar a su lado.
Yo nunca dejé mi carrera porque mi carrera era él". Más tarde, en ese bar de Barcelona, el cantaor habla de ella: "Cuando está enfadada las orejas peligran. Es un gran persona, una gran mujer, pero tiene su genio".
Barrachina recordó que la intención de Morente ante el Guernica no era cantar sino solo gritar.
"Luego cantó por seguiriyas y las llamó las seguiriyas del Reina Sofía".
Morente pensaba en la película como en la grabación de boda, con sensaciones y emociones.
En una escena les explica a sus músicos que lo importante es ser fiel al tema que se trata y a uno mismo. "¿Y como se canta un genocidio? ¿Por guajiras? No.
El concepto es otro (...) Hay que hacer una soleá más abstracta, marcando los silencios".
El director del filme insistió en exceso en comparar a su película con una obra picasiana y al propio Morente con el pintor malagueño.
Su hija, sin embargo, hizo honor a su memoria: "Él siempre negaría que está a altura de Picasso, aunque para mi lo esté".
"Rebosar felicidad me parece muy mal gusto"
Sergi Pàmies publica 'La bicicleta estática', un libro de relatos cotidianos, desde un punto de vista más autobiográfico .
Sergi Pàmies (París, 1960) es pura ironía multiempleada.
Escritor, periodista, analista deportivo, comentarista de radio o traductor, aborda La bicicleta estática, un libro de relatos cotidianos, desde un punto de vista más autobiográfico que en anteriores trabajos y con una resignación sobre la imposibilidad de obtener la felicidad y el amor total que cae a plomo sobre el lector.
"No soy la alegría de la huerta. Si estoy en un barco, pienso que se va a hundir; pero no le doy la tabarra a la gente con eso". Así resume su pesimismo vitalista.
Pero claro, con Pàmies, no se sabe cuando está bromeando. Esa es parte de la broma.
"Cuando hablas del suicidio, la gente enseguida te ve ahorcado en casa"
Pregunta. La bicicleta estática se publicó en catalán y ahora en castellano. ¿Le cansa tanta promoción?
Respuesta. No, me permite salir a tomar el aire.
P. Los relatos están impregnados de un cierto malestar. ¿Este libro sale de una situación de crisis?
R. Bueno, hay una evolución permanente, y digamos que en los últimos libros han ocurrido cosas importantes, pero muy banales: he tenido hijos, mis padres han envejecido y he tenido que cuidarles, ha muerto mi padre...
Pero no me han amputado una pierna ni he tenido que viajar a Perú a salvar a una prima secuestrada.
Una vida gris, vaya.
Y en este contexto le doy importancia a los acontecimientos emocionales.
P. Pero el libro no rebosa felicidad, que digamos.
R. Rebosar felicidad me parece de muy mal gusto.
Soy bastante pesimista, pero muy vitalista también. Distingo entre el pesimismo y la amargura.
Hay gente muy amargada que literariamente también se dedica a amargar a los demás. Tengo la impresión siempre de que todo es muy absurdo, y con esa premisa es difícil tener ilusión y esperanza.
Pero como lo absurdo también es cómico...
Pero no soy la alegría de la huerta. Si estoy en un barco, pienso que se va a hundir; pero no le doy la tabarra a la gente con eso.
P. En el libro da la impresión de que la vida le parece una mierda.
R. Todo aquello que es expectativa sí, pero todo lo que te da, no. Eso me gusta mucho. Me parece una mierda todo lo que es el énfasis. Y la vida misma tiene una parte que es énfasis, pose, eco. Pero lo que es involuntariamente normal, irrelevante, me gusta mucho.
P. ¿Y en el amor feliz tampoco cree?
R. El amor es un fenómeno defectuoso. Si fuera un electrodoméstico, en el Corte Inglés te devolverían el dinero.
Lo que promete la caja es muy superior a lo que luego te da, y además no te avisan de que te puedes quedar hecho una mierda si lo utilizas. Tiene adosados unos procedimientos muy nocivos: las segundas oportunidades, aguantar más de la cuenta, creer cuando se acaba un amor empieza otro...
Y esto lo he ido observando y notificando en el libro.
P. ¿Es mejor aguantarse?
R. Yo recomiendo que la gente aguante. En un estado de lucidez constructiva. Creo que es lo que hacían nuestros padres y abuelos. No estaban enamorados, pero aguantaban. Y al final encontraban un territorio habitable. Pero en ningún momento se les hubieran escapado diatribas sobre la felicidad como las que circulan hoy en día. No hay ninguna relación entre el matrimonio y la felicidad.
P. ¿Este libro es más autobiográfico?
R. A partir de un material explícitamente autobiográfico introduzco cosas que no acaban de ser exactamente mías o reinterpreto episodios de mi vida convirtiéndolos en ficción. No es que tenga que ser así, pero sale. Y en proporción son menores los cuentos autobiográficos.
Me resultaba más deshonesto inventar según que cosas: si tengo que escribir un cuento de luto por un padre, no tiene sentido que lo invente si a mí se me ha muerto el padre.
P. ¿Y dónde está la frontera?
R. Nunca la he visto. Tan biográfico es lo que haces como lo que piensas. Si hago un cuento y todos los detalles son míos y me da un poco de pudor -y esto es muy mangui- en lugar de poner dos hijos, pues pongo cuatro. Es muy infantil, pero así ya no es autobiográfico.
Pero eso estas convenciones no tienen credibilidad.
P. En uno de sus relatos habla del deseo de suicidarse. ¿Esa parte es real?
R. Sí, claro. Cuando hablas del suicidio, la gente enseguida te ve ahorcado en casa. La gente piensa en suicidarse, pero no lo hace. Y el cuento es sobre alguien que lo piensa. Cuando nacieron mis hijos gemelos, tuve un subidón pero también un ataque de responsabilidad. Y en ese proceso, un día pensé 'y si no aguanto, y si me suicido...'. Así que fui a informarme de polizas, y solo una empresa cubría el suicidio. Mira, recientemente un tipo me dijo que tenía esa poliza.
P. En este libro su ironía es menos humorística. ¿Por qué?
R. Últimamente veo que el humor funciona por omisión. Como la gente siempre espera que vas a hacer reír con algo que solías hacer, si lo quitas es doblemente gracioso. Y luego, las historias que cuento, en su versión original lo llevaban, pero se lo quité. Pero la ironía está, pero es más conceptual.
P. ¿Por qué ya no escribe novela?
R. Es desde que tuve hijos. La novela exige monogamia y no es compatible con la familia. La novela es muy posesiva, celosa y cabrona. Puedes tener novia o trabajar en una fábrica, pero si has de hacer algo más complejo aparece un conflicto. Y dos hijos complican la vida. Así que elegí la familia a la novela. Pero ahora, que mis hijos tienen 15 años, empiezo a ver novelas por la calle. Quizá cuando sean abuelos lo conseguiré otra vez.
P. ¿Por qué le costó tanto 'El Principito'?
R. Hace años que quería escribir un libro sobre el efecto intimidador del canon literario, pero siempre acababa siendo un cuento sobre el Ulises de Joyce... Pero cuando El Principito se metió en la vida de mis hijos y reaccionaron como yo, postergando su lectura, vi el momento. He tenido problemas con El Principito durante 41 años y solo lo leí porque tenía que escribir este cuento. Pero fíjese, hay millones de seres humanos que van por la calle fingiendo que lo han leído.
P. ¿Escribe en catalán los libros y en castellano los artículos?
R. Casi siempre. Pero tampoco nadie me ha pedido que escriba libros en castellano.
P. Después del lío de Fráncfort, para usted, ¿qué es la literatura catalana?
R. Fráncfort dio sus frutos... Yo no fui porque pensaba que habían invitado a la cultura catalana, no a la literatura.
Pero la literatura catalana es la que se escribe en catalán.
La literatura la define la lengua en la que se escribe.
Sergi Pàmies (París, 1960) es pura ironía multiempleada.
Escritor, periodista, analista deportivo, comentarista de radio o traductor, aborda La bicicleta estática, un libro de relatos cotidianos, desde un punto de vista más autobiográfico que en anteriores trabajos y con una resignación sobre la imposibilidad de obtener la felicidad y el amor total que cae a plomo sobre el lector.
"No soy la alegría de la huerta. Si estoy en un barco, pienso que se va a hundir; pero no le doy la tabarra a la gente con eso". Así resume su pesimismo vitalista.
Pero claro, con Pàmies, no se sabe cuando está bromeando. Esa es parte de la broma.
"Cuando hablas del suicidio, la gente enseguida te ve ahorcado en casa"
Pregunta. La bicicleta estática se publicó en catalán y ahora en castellano. ¿Le cansa tanta promoción?
Respuesta. No, me permite salir a tomar el aire.
P. Los relatos están impregnados de un cierto malestar. ¿Este libro sale de una situación de crisis?
R. Bueno, hay una evolución permanente, y digamos que en los últimos libros han ocurrido cosas importantes, pero muy banales: he tenido hijos, mis padres han envejecido y he tenido que cuidarles, ha muerto mi padre...
Pero no me han amputado una pierna ni he tenido que viajar a Perú a salvar a una prima secuestrada.
Una vida gris, vaya.
Y en este contexto le doy importancia a los acontecimientos emocionales.
P. Pero el libro no rebosa felicidad, que digamos.
R. Rebosar felicidad me parece de muy mal gusto.
Soy bastante pesimista, pero muy vitalista también. Distingo entre el pesimismo y la amargura.
Hay gente muy amargada que literariamente también se dedica a amargar a los demás. Tengo la impresión siempre de que todo es muy absurdo, y con esa premisa es difícil tener ilusión y esperanza.
Pero como lo absurdo también es cómico...
Pero no soy la alegría de la huerta. Si estoy en un barco, pienso que se va a hundir; pero no le doy la tabarra a la gente con eso.
P. En el libro da la impresión de que la vida le parece una mierda.
R. Todo aquello que es expectativa sí, pero todo lo que te da, no. Eso me gusta mucho. Me parece una mierda todo lo que es el énfasis. Y la vida misma tiene una parte que es énfasis, pose, eco. Pero lo que es involuntariamente normal, irrelevante, me gusta mucho.
P. ¿Y en el amor feliz tampoco cree?
R. El amor es un fenómeno defectuoso. Si fuera un electrodoméstico, en el Corte Inglés te devolverían el dinero.
Lo que promete la caja es muy superior a lo que luego te da, y además no te avisan de que te puedes quedar hecho una mierda si lo utilizas. Tiene adosados unos procedimientos muy nocivos: las segundas oportunidades, aguantar más de la cuenta, creer cuando se acaba un amor empieza otro...
Y esto lo he ido observando y notificando en el libro.
P. ¿Es mejor aguantarse?
R. Yo recomiendo que la gente aguante. En un estado de lucidez constructiva. Creo que es lo que hacían nuestros padres y abuelos. No estaban enamorados, pero aguantaban. Y al final encontraban un territorio habitable. Pero en ningún momento se les hubieran escapado diatribas sobre la felicidad como las que circulan hoy en día. No hay ninguna relación entre el matrimonio y la felicidad.
P. ¿Este libro es más autobiográfico?
R. A partir de un material explícitamente autobiográfico introduzco cosas que no acaban de ser exactamente mías o reinterpreto episodios de mi vida convirtiéndolos en ficción. No es que tenga que ser así, pero sale. Y en proporción son menores los cuentos autobiográficos.
Me resultaba más deshonesto inventar según que cosas: si tengo que escribir un cuento de luto por un padre, no tiene sentido que lo invente si a mí se me ha muerto el padre.
P. ¿Y dónde está la frontera?
R. Nunca la he visto. Tan biográfico es lo que haces como lo que piensas. Si hago un cuento y todos los detalles son míos y me da un poco de pudor -y esto es muy mangui- en lugar de poner dos hijos, pues pongo cuatro. Es muy infantil, pero así ya no es autobiográfico.
Pero eso estas convenciones no tienen credibilidad.
P. En uno de sus relatos habla del deseo de suicidarse. ¿Esa parte es real?
R. Sí, claro. Cuando hablas del suicidio, la gente enseguida te ve ahorcado en casa. La gente piensa en suicidarse, pero no lo hace. Y el cuento es sobre alguien que lo piensa. Cuando nacieron mis hijos gemelos, tuve un subidón pero también un ataque de responsabilidad. Y en ese proceso, un día pensé 'y si no aguanto, y si me suicido...'. Así que fui a informarme de polizas, y solo una empresa cubría el suicidio. Mira, recientemente un tipo me dijo que tenía esa poliza.
P. En este libro su ironía es menos humorística. ¿Por qué?
R. Últimamente veo que el humor funciona por omisión. Como la gente siempre espera que vas a hacer reír con algo que solías hacer, si lo quitas es doblemente gracioso. Y luego, las historias que cuento, en su versión original lo llevaban, pero se lo quité. Pero la ironía está, pero es más conceptual.
P. ¿Por qué ya no escribe novela?
R. Es desde que tuve hijos. La novela exige monogamia y no es compatible con la familia. La novela es muy posesiva, celosa y cabrona. Puedes tener novia o trabajar en una fábrica, pero si has de hacer algo más complejo aparece un conflicto. Y dos hijos complican la vida. Así que elegí la familia a la novela. Pero ahora, que mis hijos tienen 15 años, empiezo a ver novelas por la calle. Quizá cuando sean abuelos lo conseguiré otra vez.
P. ¿Por qué le costó tanto 'El Principito'?
R. Hace años que quería escribir un libro sobre el efecto intimidador del canon literario, pero siempre acababa siendo un cuento sobre el Ulises de Joyce... Pero cuando El Principito se metió en la vida de mis hijos y reaccionaron como yo, postergando su lectura, vi el momento. He tenido problemas con El Principito durante 41 años y solo lo leí porque tenía que escribir este cuento. Pero fíjese, hay millones de seres humanos que van por la calle fingiendo que lo han leído.
P. ¿Escribe en catalán los libros y en castellano los artículos?
R. Casi siempre. Pero tampoco nadie me ha pedido que escriba libros en castellano.
P. Después del lío de Fráncfort, para usted, ¿qué es la literatura catalana?
R. Fráncfort dio sus frutos... Yo no fui porque pensaba que habían invitado a la cultura catalana, no a la literatura.
Pero la literatura catalana es la que se escribe en catalán.
La literatura la define la lengua en la que se escribe.
Y, al atardecer de ayer miércoles, llegó Alessandro Baricco, inaugurador, cabeza de cartel, al vergel de los jardines del Alcázar de Córdoba, donde los poetas participantes en el certamen admiraban con la boca abierta el verde vegetal y sonido del agua cayendo sobre el agua.
Y los fotógrafos acribillaron a Baricco y el público abarrotó el vetusto salón donde Baricco, por fin, habló.
Se agradece ver a la gente en pie y apretujada en silencio atento para escuchar hablar de poesía. “Yo soy uno de los poquísimos italianos que nunca ha escrito un poema. Ni a los doce años.
Ni cuando me dejó la novia a los dieciocho.
Lo más grave es que ni siquiera soy lector de poesía”, entró bromeando el autor de la celebérrima Seda (Anagrama, va por 47 ediciones), y la reciente Emaus (también en anagrama) por la cual fue entrevistado por Babelia.
Lo que siguió fue una didáctica lección sobre los hechos diferenciales que el italiano juzga tiene la poesía: la síntesis, el ritmo, el sonido, la exactitud.
“La poesía es una pequeña ingeniería de reloj de bolsillo, la novela es una catedral para la que hay que mover montañas”, afirmó con algo de ambigüedad.
Prestidigitador de la palabra y consciente de ello, su speech se podría haber transcrito tal cual sin mover una coma.
El auditorio, entregado. “Para todos los públicos”, se oyó en los corrillos poéticos posteriores, pero, también, subyugador, entretenido, y bien apoyado en textos de J. D. Salinger o Louis Ferdinand Celine.
Ejemplos de cualidades poéticas sacados de textos en prosa. Se notaron sus tablas en talleres literarios: un buen profesor que ilumina hallazgos en los párrafos, que le despierta a uno las ganas de leer.
Acabó con su definición ideal de poesía, extraída de un texto Hubert Selby Jr.: “si mis hijas me preguntaran qué es poesía, les diría esto: La poesía es un grito en busca de una boca”. Fin. Ovación.
¿Qué es la poesía? es una pregunta que los lectores de Papeles perdidos empezaron a contestar el 14 de febrero pasado, cuando este blog de Babelia lanzó la pregunta.
Y han sido muchísimas las respuestas, las puedes ver aquí y añadir la tuya.
Y los fotógrafos acribillaron a Baricco y el público abarrotó el vetusto salón donde Baricco, por fin, habló.
Se agradece ver a la gente en pie y apretujada en silencio atento para escuchar hablar de poesía. “Yo soy uno de los poquísimos italianos que nunca ha escrito un poema. Ni a los doce años.
Ni cuando me dejó la novia a los dieciocho.
Lo más grave es que ni siquiera soy lector de poesía”, entró bromeando el autor de la celebérrima Seda (Anagrama, va por 47 ediciones), y la reciente Emaus (también en anagrama) por la cual fue entrevistado por Babelia.
Lo que siguió fue una didáctica lección sobre los hechos diferenciales que el italiano juzga tiene la poesía: la síntesis, el ritmo, el sonido, la exactitud.
“La poesía es una pequeña ingeniería de reloj de bolsillo, la novela es una catedral para la que hay que mover montañas”, afirmó con algo de ambigüedad.
Prestidigitador de la palabra y consciente de ello, su speech se podría haber transcrito tal cual sin mover una coma.
El auditorio, entregado. “Para todos los públicos”, se oyó en los corrillos poéticos posteriores, pero, también, subyugador, entretenido, y bien apoyado en textos de J. D. Salinger o Louis Ferdinand Celine.
Ejemplos de cualidades poéticas sacados de textos en prosa. Se notaron sus tablas en talleres literarios: un buen profesor que ilumina hallazgos en los párrafos, que le despierta a uno las ganas de leer.
Acabó con su definición ideal de poesía, extraída de un texto Hubert Selby Jr.: “si mis hijas me preguntaran qué es poesía, les diría esto: La poesía es un grito en busca de una boca”. Fin. Ovación.
¿Qué es la poesía? es una pregunta que los lectores de Papeles perdidos empezaron a contestar el 14 de febrero pasado, cuando este blog de Babelia lanzó la pregunta.
Y han sido muchísimas las respuestas, las puedes ver aquí y añadir la tuya.
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