Un hotel de Montevideo se enfrenta a una multa de 7.800 euros al permitir que el cantante fumara durante una rueda de prensa pese a la estricta ley antitabaco del país .
Los humos de Sabina pueden costar 7.800 euros (11.000 dólares).
Es la factura que le pueden pasar al Hotel Shereton de Montevideo, donde el cantautor fumó en una rueda de prensa y se saltó la estricta ley antitabaco de Uruguay, que por el decreto 268/005 -que entró en vigencia en marzo de 2006- prohíbe fumar en cualquier sitio público.
El cantautor español, que se encuentra en la capital uruguaya para realizar el único concierto del país dentro de su gira "El penúltimo tren" , encendió un cigarrillo ante la sorpresa de los periodistas, que no dudaron en avisarle de que estaba quebrantando la ley. Sabina, con total tranquilidad, informó a los reporteros de que no conocía la legislación uruguaya, y, por tanto, al ver un cenicero en la mesa se veía en la obligación de "no ser descortés" con sus anfitriones.
"No voy a tirar el pucho (cigarro) ni muerto", avisó, entre risas.
Los anfitriones, es decir, los responsables del hotel, son los que, por otra parte, pueden ser sancionados por el Ministerio de Salud Pública de Uruguay, que ha anunciado que está buscando todo el material gráfico de la conferencia para recomendar "una multa importante al Sheraton", por considerarlos responsables de que se haya quebrantado la ley.
"El Ministerio no sanciona a los adictos", ha explicado el director del Programa Nacional de Tabaco, Winston Abascal al diario El País de Montevideo .
Por su parte, la responsable de relaciones públicas del hotel, Anabella Jünger, ha asegurado al diario digital Observa que pidieron a Sabina que apagara el cigarro, y él se negó. "Ningún miembro de nuestro personal acercó el cenicero, ya que no contamos con ceniceros en las áreas públicas.
Nuestra suposición es que se lo acercó uno de sus managers o él mismo lo trajo desde su habitación", ha explicado la responsable.
Sea como fuera, Sabina tiene claro que en ciertas cosas los humos de los pitillos pertenecen a la vida personal de cada uno: "En cosas como estas pienso, sin ser nada neoliberal, que no lo soy en absoluto, que el Estado interviene demasiado en las vidas de la gente".
30 mar 2011
¿Y por qué Letizia no fue?
El Rey se va de cena con sus hijos, pero a la cita no acudieron ni la Reina, ni Iñaki Urdangarín, ni la Princesa de Asturias .
Que un padre cene con sus hijos no es una gran noticia.
Pero que el Rey de España cene con los suyos y a solas, sí lo es.
Ellos lo saben. Por eso no les importó que los fotógrafos les pillaran saliendo del restaurante. O acaso ¿alguien avisó?
Lo que está claro es que si la Casa del Rey no quiere, esas fotos no se publican y menos aún si quien las tiene es la revista ¡Hola!, tan atenta siempre con la familia real.
Portada de la revista ¡Hola! del 30 de marzo de 2011-
La cena fue la semana pasada en Madrid, en el restaurante Landó cerca del parque de Las Vistillas, coincidiendo con la visita de la infanta Cristina a España para asistir a algunos actos oficiales -Iñaki Urdangarín se quedó en EE UU con su trabajo y al cuidado de sus hijos-.
Doña Sofía no asistió a la cena ya que se encontraba de viaje en Sudamérica, pero ¿por qué no acudió Letiza?.
La versión oficial es que la Princesa no se encontraba muy bien de salud y al día siguiente tenía que acompañar al Príncipe a un acto oficial.
Pero a nadie se le escapa que los motivos pueden ser otros.
Podría ser que se tratara de una cena solo de padre e hijos, sin parejas, o que las relaciones entre Letizia y su familia política no sean todo lo buenas que deberían ser.
En los últimos años, la llegada de la Princesa ha provocado cambios en la familia real, tanto personales como institucionales, y todo ello ha afectado a las relaciones entre ellos. Que no hay sintonía entre Letizia y sus cuñadas es un secreto a voces, como que no la hay entre el Rey y Letizia.
Pero todos trabajan por la misma causa la Monarquía y eso les hace aparecer juntos y sonrientes cuando la ocasión lo requiere.
Otra cosa son las cenas familiares.
Las otras tres revistas de los miércoles son prescindibles esta semana.
Poco importa el nuevo armario para la primavera de Paula Echevarría o que su marido, David Bustamante, cumpla junto a ella 29 años.
Ambas historias son portada de Diez Minutos y Lecturas. Hasta aburre el eterno conflicto entre la baronesa Thyssen y su hijo Borja.
A falta de otras notocias, Lecturas apuesta por la gente joven en la alfombra roja del Festival de Málaga.
Solo destacar esta semana, además de la cena en familia del Rey, el posado de Adriana Abascal, la ex de Juan Villalonga, que siempre se pone traje largo para estar en casa, y que Raquel Revuelta ha dejado al siempre deportista Álvaro Bultó por el torero El Tato.
Que un padre cene con sus hijos no es una gran noticia.
Pero que el Rey de España cene con los suyos y a solas, sí lo es.
Ellos lo saben. Por eso no les importó que los fotógrafos les pillaran saliendo del restaurante. O acaso ¿alguien avisó?
Lo que está claro es que si la Casa del Rey no quiere, esas fotos no se publican y menos aún si quien las tiene es la revista ¡Hola!, tan atenta siempre con la familia real.
Portada de la revista ¡Hola! del 30 de marzo de 2011-
La cena fue la semana pasada en Madrid, en el restaurante Landó cerca del parque de Las Vistillas, coincidiendo con la visita de la infanta Cristina a España para asistir a algunos actos oficiales -Iñaki Urdangarín se quedó en EE UU con su trabajo y al cuidado de sus hijos-.
Doña Sofía no asistió a la cena ya que se encontraba de viaje en Sudamérica, pero ¿por qué no acudió Letiza?.
La versión oficial es que la Princesa no se encontraba muy bien de salud y al día siguiente tenía que acompañar al Príncipe a un acto oficial.
Pero a nadie se le escapa que los motivos pueden ser otros.
Podría ser que se tratara de una cena solo de padre e hijos, sin parejas, o que las relaciones entre Letizia y su familia política no sean todo lo buenas que deberían ser.
En los últimos años, la llegada de la Princesa ha provocado cambios en la familia real, tanto personales como institucionales, y todo ello ha afectado a las relaciones entre ellos. Que no hay sintonía entre Letizia y sus cuñadas es un secreto a voces, como que no la hay entre el Rey y Letizia.
Pero todos trabajan por la misma causa la Monarquía y eso les hace aparecer juntos y sonrientes cuando la ocasión lo requiere.
Otra cosa son las cenas familiares.
Las otras tres revistas de los miércoles son prescindibles esta semana.
Poco importa el nuevo armario para la primavera de Paula Echevarría o que su marido, David Bustamante, cumpla junto a ella 29 años.
Ambas historias son portada de Diez Minutos y Lecturas. Hasta aburre el eterno conflicto entre la baronesa Thyssen y su hijo Borja.
A falta de otras notocias, Lecturas apuesta por la gente joven en la alfombra roja del Festival de Málaga.
Solo destacar esta semana, además de la cena en familia del Rey, el posado de Adriana Abascal, la ex de Juan Villalonga, que siempre se pone traje largo para estar en casa, y que Raquel Revuelta ha dejado al siempre deportista Álvaro Bultó por el torero El Tato.
Colores y mujeres en torno a Picasso
El octogenario actor Giorgio Albertazzi encarna a Pablo Picasso junto a las bailarinas de la Martha Graham Dance Company en un espectáculo coral .
¿Cómo nadie había hecho esta obra antes? ¿Cómo ningún director había cruzado estos elementos sobre una escena teatral moderna? Y es que todos los componentes de Cercando Picasso [Buscando a Picasso] casan con una naturalidad maravillosa, como si hubieran sido concebidos para esta mixtura estética y virtual.
Desde los textos del propio Pablo Picasso y de Federico García Lorca hasta las coreografías de Martha Graham sobre la Guerra Civil Española o las pinturas de la tauromaquia del genio malagueño respaldados por la música de Manuel de Falla o de Igor Stravinski.
El ensamblaje ha partido del más grande y longevo actor italiano: Giorgio Albertazzi y su amor por García Lorca; él mismo reconoce que quería volver a recitar sus versos y esta vez ha ido más lejos hasta el famoso texto de la conferencia lorquiana sobre el flamenco y su imprescindible definición del duende, que dicha con intensidad en la voz de Albertazzi toma nuevos matices, se abre a nuevas interpretaciones.
De fondo, suena la música de El sombrero de tres picos de Falla y las bailarinas en destellos geométricos, evocan el siluetado de los quiebros y los brazos andaluces; mientras, el discurso va de La Niña de los Peines a las Bailarinas de Cádiz de la Antigüedad; Picasso pinta con un dedo de luz sobre la gasa oscura.
Por otro lado, un director escénico, Antonio Calenda, que quería volver a trabajar con Albertazzi (ya habían hecho juntos entre otras cosas un surrealizante trabajo sobre Apollinaire) y que entrevió estas conexiones plásticas y vitales además de prever como catalizador ideal sobre las tablas a Albertazzi, un hombre puro de teatro de 86 años que no tiene que hacer casi nada para aparecer sobre la escena como el Picasso anciano que revisa mentalmente su vida y sus amantes, sus pasiones.
El parecido es extraordinario, pero va mucho más allá del físico y la indumentaria, se trata del ánimo, el instinto, una suerte de fuerza interior que se hace magnetismo cuando dice casi en un dramático susurro: "Un cuadro terminado es un cuadro muerto".
Si el guión columna estaba claro, el arropamiento también: las nueve bailarinas de la compañía neoyorkina de Martha Graham encarnando esas mujeres que rondaron la obra, la sensibilidad y las obsesiones del pintor toda su vida, como las ensoñaciones de un anciano que no esconde su lascivia y donde el pasado será futuro si sabemos exprimirlo.
La escenografía y el vestuario de Pier Paolo Busceri es todo un acierto: la escena es un gran lienzo móvil y blanco, como la tela por manchar a base de plataformas y luces
. En el centro un gran lecho donde el pintor puede ser que agoniza o se despierta de un largo sueño; de entre las sábanas surgen las mujeres, esos desnudos sensuales y móviles que van adquiriendo figuras propias reconocibles, símbolos y significados textuales mientras la voz del actor va y viene de los pensamientos más íntimos al desgarro de la guerra, de las emociones del trabajo en los tiempos de Diaghilev y los Ballets Russes a la nostalgia solar de una España presente y herida.
Son las nueve musas girando el torno al genio, desbocando una inspiración enérgica que parecía no tener fin.
Los cuadros se suceden con una dinámica coreográfica muy efectiva; aparecen los telones de Parade y de Pulcinella y entonces, la gran ironía: las bailarinas de Martha Graham con unos tutús blancos (¡quién lo iba a decir: las artistas herederas de la gran coreógrafa rupturista con el traje símbolo del ballet clásico!) y con corpiños cubistas en colores vivos que representan la paleta del artista y así se mezclan frenéticamente.
El Picasso hombre, que sí dibujó tutús para Pulcinella, aparece transmutado en Pierrot con su gorguera caída y su traje ajedrezado en azules. Después la conmovedora escena del Guernika y del París de la época es sintetizada en figuras aisladas y potentes, siempre con una sensualidad explosiva y liberatoria.
Picasso incorpora al toro, lo asume y lo sitúa en un coreodrama circular de gran belleza. La coreógrafa Janet Eiber ha hilado un encaje finísimo y sofisticado enlazando el discurso picasiano a solos icónicos de Martha Graham como Lamentation o fragmentos corales como Steps in the street, ese visionario movimiento coral de 1936 insertado en el ballet Chronicle y que ha llegado a hoy en la reconstrucción que hizo la propia Graham en 1989 con Yuriko a partir de una filmación antigua de Julián Bryan.
El resultado, ligado a las coreografías nuevas de la propia Eiber es una especie de testamento estético, de resumen vital donde "la juventud no tiene edad", y eso es lo que dice el Picasso-Albertazzi para reconfortar el nudo en la garganta que ha dejado en el público.
Cercando Picasso es una compleja y ambiciosa producción conjunta del Teatro Estable del Friuli Venecia Giulia (que dirige el propio Calenda) con la participación de la Martha Graham Dance Company de New York.
Las actuaciones romanas de estos días en el muy tradicional Teatro Quirino a platea llena dan paso a partir de hoy martes 29 a las representaciones en el Teatro La Pérgola de Florencia hasta el próximo 3 de abril.
La crítica local no ha escatimado elogios tanto a Albertazzi como al potente y singular elenco de danza, y se le augura un puesto entre los mejores espectáculos de esta temporada europea.
No en vano ya se le han abierto las difíciles y casi inaccesibles puertas del Piccolo Teatro de Milán para enero de 2012.
¿Cómo nadie había hecho esta obra antes? ¿Cómo ningún director había cruzado estos elementos sobre una escena teatral moderna? Y es que todos los componentes de Cercando Picasso [Buscando a Picasso] casan con una naturalidad maravillosa, como si hubieran sido concebidos para esta mixtura estética y virtual.
Desde los textos del propio Pablo Picasso y de Federico García Lorca hasta las coreografías de Martha Graham sobre la Guerra Civil Española o las pinturas de la tauromaquia del genio malagueño respaldados por la música de Manuel de Falla o de Igor Stravinski.
El ensamblaje ha partido del más grande y longevo actor italiano: Giorgio Albertazzi y su amor por García Lorca; él mismo reconoce que quería volver a recitar sus versos y esta vez ha ido más lejos hasta el famoso texto de la conferencia lorquiana sobre el flamenco y su imprescindible definición del duende, que dicha con intensidad en la voz de Albertazzi toma nuevos matices, se abre a nuevas interpretaciones.
De fondo, suena la música de El sombrero de tres picos de Falla y las bailarinas en destellos geométricos, evocan el siluetado de los quiebros y los brazos andaluces; mientras, el discurso va de La Niña de los Peines a las Bailarinas de Cádiz de la Antigüedad; Picasso pinta con un dedo de luz sobre la gasa oscura.
Por otro lado, un director escénico, Antonio Calenda, que quería volver a trabajar con Albertazzi (ya habían hecho juntos entre otras cosas un surrealizante trabajo sobre Apollinaire) y que entrevió estas conexiones plásticas y vitales además de prever como catalizador ideal sobre las tablas a Albertazzi, un hombre puro de teatro de 86 años que no tiene que hacer casi nada para aparecer sobre la escena como el Picasso anciano que revisa mentalmente su vida y sus amantes, sus pasiones.
El parecido es extraordinario, pero va mucho más allá del físico y la indumentaria, se trata del ánimo, el instinto, una suerte de fuerza interior que se hace magnetismo cuando dice casi en un dramático susurro: "Un cuadro terminado es un cuadro muerto".
Si el guión columna estaba claro, el arropamiento también: las nueve bailarinas de la compañía neoyorkina de Martha Graham encarnando esas mujeres que rondaron la obra, la sensibilidad y las obsesiones del pintor toda su vida, como las ensoñaciones de un anciano que no esconde su lascivia y donde el pasado será futuro si sabemos exprimirlo.
La escenografía y el vestuario de Pier Paolo Busceri es todo un acierto: la escena es un gran lienzo móvil y blanco, como la tela por manchar a base de plataformas y luces
. En el centro un gran lecho donde el pintor puede ser que agoniza o se despierta de un largo sueño; de entre las sábanas surgen las mujeres, esos desnudos sensuales y móviles que van adquiriendo figuras propias reconocibles, símbolos y significados textuales mientras la voz del actor va y viene de los pensamientos más íntimos al desgarro de la guerra, de las emociones del trabajo en los tiempos de Diaghilev y los Ballets Russes a la nostalgia solar de una España presente y herida.
Son las nueve musas girando el torno al genio, desbocando una inspiración enérgica que parecía no tener fin.
Los cuadros se suceden con una dinámica coreográfica muy efectiva; aparecen los telones de Parade y de Pulcinella y entonces, la gran ironía: las bailarinas de Martha Graham con unos tutús blancos (¡quién lo iba a decir: las artistas herederas de la gran coreógrafa rupturista con el traje símbolo del ballet clásico!) y con corpiños cubistas en colores vivos que representan la paleta del artista y así se mezclan frenéticamente.
El Picasso hombre, que sí dibujó tutús para Pulcinella, aparece transmutado en Pierrot con su gorguera caída y su traje ajedrezado en azules. Después la conmovedora escena del Guernika y del París de la época es sintetizada en figuras aisladas y potentes, siempre con una sensualidad explosiva y liberatoria.
Picasso incorpora al toro, lo asume y lo sitúa en un coreodrama circular de gran belleza. La coreógrafa Janet Eiber ha hilado un encaje finísimo y sofisticado enlazando el discurso picasiano a solos icónicos de Martha Graham como Lamentation o fragmentos corales como Steps in the street, ese visionario movimiento coral de 1936 insertado en el ballet Chronicle y que ha llegado a hoy en la reconstrucción que hizo la propia Graham en 1989 con Yuriko a partir de una filmación antigua de Julián Bryan.
El resultado, ligado a las coreografías nuevas de la propia Eiber es una especie de testamento estético, de resumen vital donde "la juventud no tiene edad", y eso es lo que dice el Picasso-Albertazzi para reconfortar el nudo en la garganta que ha dejado en el público.
Cercando Picasso es una compleja y ambiciosa producción conjunta del Teatro Estable del Friuli Venecia Giulia (que dirige el propio Calenda) con la participación de la Martha Graham Dance Company de New York.
Las actuaciones romanas de estos días en el muy tradicional Teatro Quirino a platea llena dan paso a partir de hoy martes 29 a las representaciones en el Teatro La Pérgola de Florencia hasta el próximo 3 de abril.
La crítica local no ha escatimado elogios tanto a Albertazzi como al potente y singular elenco de danza, y se le augura un puesto entre los mejores espectáculos de esta temporada europea.
No en vano ya se le han abierto las difíciles y casi inaccesibles puertas del Piccolo Teatro de Milán para enero de 2012.
Un hombre asombrado... y asombroso .FERNANDO SAVATER
EN EL CENTENARIO DE EMIL CIORAN (1911-1995)
He tardado 16 años en visitar la tumba de Cioran en el cementerio de Montparnasse. Aunque soy pasablemente fetichista y no me disgustan los cementerios, siempre que sea para estancias breves, las tumbas por las que siento más afición son las de ilustres desconocidos: es decir, autores cuyas creaciones he frecuentado mucho pero a los que no conocí personalmente o apenas traté.
En el camposanto de Montparnasse hay bastantes de ellos: Sartre y Simone de Beauvoir, Julio Cortázar y por encima de todos, Baudelaire.
Pero en el caso de aquellos de quienes me he considerado amigo, soy más esquivo. Quizá por lo de que a los seres queridos uno los lleva enterrados dentro y todas esas cosas.
Los zarpazos del "filósofo aullador"
Clément Rosset celebra la alegría de vivir frente al pesimismo radical de Cioran
La inteligencia y el silencio
La izquierda antifranquista le admiraba; él lo veía como una paradoja
Cioran murió un 21 de junio, día de mi cumpleaños.
Un par de años después desapareció también su maravillosa compañera Simone Boué, ahogada en la playa de Dieppe.
Me es imposible decir a cuál de los dos recuerdo con mayor afecto.
Ambos descansan bajo la lápida gris azulada de Montparnasse, de una sobriedad extrema, realmente minimalista.
Mientras iba en su busca, sorteando mármoles, cruces y ofrendas florales por los vericuetos funerarios, a veces peligrosos para la verticalidad del paseante, recordaba sus consejos: "Vaya 20 minutos a un cementerio y verá que sus preocupaciones no desaparecen, desde luego, pero casi son superadas... Es mucho mejor que ir a un médico. Un paseo por el cementerio es una lección de sabiduría casi automática". Luego soltaba una de sus breves carcajadas silenciosas y yo, en mi ingenuidad juvenil, me preguntaba si hablaba realmente en serio. He tardado en aprender que hablar sinceramente de ciertos temas demasiado serios implica el tono humorístico como único modo de evitar la solemne ridiculez...
Traté a Cioran durante más de 20 años.
Nos escribíamos con frecuencia y yo le visitaba siempre que iba a París una o dos veces por año. Me dispensaba una enorme amabilidad y paciencia, supongo que incluso con cariñosa resignación.
Se interesaba especialmente por todo lo que yo le contaba de España, tanto durante los últimos años del franquismo como en los primeros avatares de la democracia posterior. Por supuesto no creo ni por un momento que fuesen mis comentarios apasionados y entusiastas sobre nuestras peripecias políticas lo que le fascinaba, sino la referencia al país mismo, esa segunda patria espiritual que se había buscado, la tierra nativa del desengaño. "Uno tras otro, he adorado y execrado a muchos pueblos: nunca se me pasó por la cabeza renegar del español que hubiera querido ser".
Porque aunque se convirtió en gran escritor francés y se mantuvo apátrida, parece cierto que durante un tiempo pensó seriamente en hacerse español.
La buena acogida que tuvieron sus libros traducidos en nuestro país le produjo una sorpresa tan grata como indudable.
Creo que hubo un momento en que fue más popular -por inexacta que sea la palabra- en España que en Francia.
Nunca le vi tan divertido como al contarle que en el concurso de televisión de mayor audiencia en aquella época (Un, dos, tres...) uno de los participantes citó su nombre tras el de Aristóteles cuando le preguntaron por filósofos célebres...
Apreciaba especialmente la paradoja de que tanto yo, su traductor, como la mayoría de los jóvenes españoles que se interesaban por él fuésemos gente de la izquierda antifranquista. Incluso le producía cierto asombro, porque para él la izquierda era un semillero de ilusiones vacuas y de un optimismo infundado -ese pleonasmo- de consecuencias potencialmente peligrosas, que había denunciado en Historia y utopía. Y sin embargo le halagaba tan inesperado reconocimiento.
En realidad el asombro nos aproximaba, porque a mí me dejaba boquiabierto que alguien pudiera vivir y demostrar humor (Cioran y yo nos reíamos mucho cuando estábamos juntos) con tan implacable animadversión a cualquier creencia movilizadora y tan absoluto rechazo a las promesas del futuro.
En cierta ocasión, tras haber demolido minuciosamente mi catálogo de candorosas esperanzas, me permití una tímida protesta: "Pero, Cioran, hay que creer en algo...". Entonces se puso momentáneamente grave: "Si usted hubiera creído en algunas cosas en que yo pude creer no me diría eso".
Y acto seguido volvió a su cordial sonrisa habitual, ante mi desconcierto.
Como yo era tan ingenuo entonces que no quería por nada del mundo parecerlo, me empeñaba en tratar de convencerle de que mi pesimismo no era menor que el suyo. Cioran me refutaba con amable paciencia, insistiendo en demostrarme que yo era incapaz visceralmente de aceptar las consecuencias pesimistas de las premisas que asumía para ponerme a su altura, seducido por el vigor irresistible de sus fórmulas desencantadas. Confusamente, trataba de explicarle que mi pesimismo era activo: cuando no se espera la salvación de ninguna necesidad histórica ni de ninguna utopía consoladora terrenal o sobrenatural, solo queda la vocación activa y desconsolada de la propia voluntad que no se doblega.
No siempre nos movemos atraídos por la luz: a veces es la sombra la que nos empuja...
Más o menos disfrazadas, le repetía opiniones tomadas de Nietzsche, a quien también leía devotamente en aquella época.
Solíamos dejar al fin nuestras discusiones en un amistoso empate. Pero es obvio que nunca logré convencerle... ni engañarle.
Su último libro, Aveux et anathémes, me lo dedicó con estas palabras: "A F. S., agradeciéndole sus esfuerzos por ser pesimista".
Con los años, ambos fuimos poco a poco sosegando la vivacidad de nuestros debates en una especie de familiaridad cómplice.
Tras el asentamiento de la democracia en España, mis fervores fueron progresivamente renunciando a la truculencia y aceptaron cauces pragmáticos: se trataba de vivir mejor, no de alcanzar el paraíso.
Los excesos pesimistas, lo mismo que las demasías del conformismo ilusionado, me parecieron -y me parecen- manifestaciones culpables de pereza que ceden el timón de la vida a rutinas fatales.
Pero también Cioran en sus últimos años de lucidez, tras la caída de Ceaucescu, me daba la impresión de inclinarse por una especie de pragmatismo escéptico aunque sin embargo positivo.
Por primera vez le vi celebrar acontecimientos históricos, desde luego sin arrebatos triunfales.
A veces hasta me daba la impresión de estar parcialmente desengañado del desengaño mismo, la suprema prueba de su honradez intelectual...
Guardo especial recuerdo de una visita que le hice en el año 90 o 91, en su apartamento del 21 de la rue de l'Odeon.
Fui acompañado de mi mujer y por primera vez en tantos años me encontré a Cioran solo en casa, porque Simone había salido con unas amigas.
Para nuestra cena habitual había dejado unos filetes de carne convenientemente dispuestos en la cocina, listos para freír en la sartén.
Queriendo evitarle tareas culinarias, le propuse que fuésemos los tres a cenar a cualquier restaurante próximo del barrio pero no consintió en ello: yo siempre había cenado en su casa y esa noche no podía ser una excepción.
Su exigente y generosa norma de hospitalidad no lo permitía.
De modo que todos nos desplazamos a la minúscula cocina y allí se hizo evidente que el manejo de los fogones desbordaba ampliamente las capacidades de Cioran.
Entonces mi mujer tomó el control de las operaciones, nos hizo abandonar el estrecho recinto para evitar interferencias y guisó sin muchas dificultades la sobria cena que debíamos compartir.
Desde el exterior, Cioran la veía operar con rendida admiración, mientras me daba una breve charla sobre las admirables disposiciones naturales de las mujeres vascas para el arte culinario...
Es una de las imágenes más conmovedoramente tiernas que guardo de él, tan incurablemente escéptico en la teoría pero capaz a veces de un asombro casi infantil ante los misteriosos mecanismos eficaces del mundo y los milagros de la amistad.
Creo que esa capacidad de asombro era uno de los encantos de su trato personal, pero también una de las características notables de su talante intelectual.
A veces los escépticos adoptan la arrogante superioridad y la suficiencia desdeñosa de los peores dogmáticos: están convencidos de que nada saben ni nada se puede saber con la misma altanería que otros muestran en afirmar su convicción de que saben cuanto puede saberse.
En ambos casos lo malo no es ignorar o conocer, sino el estar tan radicalmente convencidos que ya nada puede asombrarles.
Cioran permanecía en la tierra del asombro, perplejo incluso en sus negaciones y rechazos más viscerales.
Nunca abrumaba con displicencia al creyente que balbuceaba frente a él, incluso parecía envidiarle a veces, aunque le cortaba decididamente el paso.
Se asombraba sobre todo de que en la vida la maravilla coexistiese con el horror, como ya señaló Baudelaire: somos conscientes de la matanza general que nos rodea y del encanto de Bach.
Sólo dos posibilidades permiten soportar los sinsabores de la existencia, ambas en permanente entredicho pero ambas también irrenunciables: la posibilidad del suicidio y la de la inmortalidad.
Cioran permaneció siempre entre ambas, escéptico y atónito.
Cuando encontré su tumba en el cementerio de Montparnasse, al leer su nombre en la lápida junto al de Simone, me puse a llorar.
No de pena, desde luego, aunque tanto echo de menos a ambos cada vez que vuelvo a París y recuerdo nuestras cenas en la calle del Odeon, las charlas interminables y las risas.
¿Cómo podría lamentarme por ellos, cuando tanto les admiré y tanto enriquecieron generosamente mi juventud?
No, supongo que lloré de gratitud y sobre todo de asombro. El asombro porque los que aún estamos ya no estamos del todo y de que aún siguen estando los que ya no están.
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