Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

6 mar 2011

Juan Cueto contra la simpleza por Juan Cruz

Juan Cueto contra la simpleza


En este país que está entre profidén y el grito escuchar --leer-- a Juan Cueto resulta un reconstituyente; aunque ya no escriba columnas, sigue siendo uno de los mejores pensadores españoles cuya tribuna ha estado instalada durante decenios en la prensa, y en concreto en el diario EL PAÍS.



El periódico publica hoy en Babelia una interesantísima entrevista que le ha hecho Fietta Jarque con motivo de la aparición del libro Cuando Madrid hizo pop. De la posmodernidad a la globalización, publicado por Trea y compilado por el joven escritor y periodista Miguel Barrero.
Ya he tenido ocasión, aquí y en la edición digital de EL PAÍS, de hablar de esta edición, y de su presentación, realizada por Manuel Vicent, en el Museo Evaristo Valle, a dos pasos de donde vive Juan en Gijón.



Ahora esta entrevista subraya algunos de los aspectos que hacen imprescindibles, para el lector de hoy, para el lector de periódicos y para el lector de la vida, las opiniones de Cueto. Durante años generó en nosotros, los que le hemos seguido en la prensa y en la vida, la sensación de que siempre nos iba a mostrar una esquina nueva, una energía distinta, un sendero que nos hiciera caminar por fuera de las sendas trilladas.
Su mirada (una mirada distraída, como le gusta decir) ha tenido siempre la virtud de convertirse, con el tiempo, en la mirada natural, a veces para tachar y a veces para subrayar lo que está ocurriendo, las tendencias que vienen y se quedan, o aquellas que vienen y se diluyen como se diluyen las olas violentas en arenas más sabias.



Siempre ha estado contra lo simple, y también contra lo simple disfrazado de llano; ha preferido la complejidad, se ha enfrentado a lo progre que se retrogusta, y se ha enfrentado a lo supuestamente grandioso y verdaderamente vacío.



En esta época del famoseo a ultranza, en el que glamour equivale a pensamiento, en que 140 vale más que 1140, o al menos se difunde más y se requiere más, Cueto vuelve a apostar por la complejidad, y lo dice con la lucidez que ahora se concentra en este libro que es el resumen de una mirada distraidísima, dicho sea en el sentido que él le da al ahora muy conocido sintagma.



Dice Cueto en la entrevista con Fietta Jarque, advirtiendo sobre la rapidez con la que el ciudadano desenfunda su opinión como si usara un estilete: "Ahora vivimos una tiranía del ´opine usted`. El problema del periodismo es que cada vez hay menos sitio para respuestas complejas. Es decir, que todo el periódico esté basado en unas respuestas de 140 caracteres empieza a ser un disparate. No hay tiempo para analizar en tan poco espacio. Falta el análisis. En definitiva, una columna de opinión es coger un tema y exprimirlo hasta llegar al meollo del asunto. Al drambuie, como dicen los que le gusta el whisky. El drambuie de las columnas debe remitirte a algo más serio. Y de ahí la importancia de los intelectuales. No vale con la noticia en sí".



Estamos en la era del descrédito, del opine usted para oponer, a la opinión ajena, la desautorización del exabrupto, dicho, además, con la ligereza del insulto, la descalificación o el váyase usted a paseo que a mi me viene muy bien estar gritando aquí desde este seudónimo... Lo vemos en las tribunas de radio o televisión, lo vemos también en estas privilegiadas mansardas de la comunicación que son los nuevos medios digitales, que deberían ser púlpitos del debate y sin embargo están siendo cada vez más balcones para el insulto mutuo sobre la base de que lo que aquel ha dicho al otro no le gusta, y como me gusta te lo digo sin decir quién soy, a ver si lo adivinas.



La reflexión de Cueto, la que contiene el libro, la que hay en esta interesante entrevista que le hace hoy Fietta Jarque, abre la puerta para muchas reflexiones. Es como si, como en los viejos tiempos, cuando le llamaba los sábados para saber qué pensaba de la vida, hoy hubiera vuelto Juan Cueto a decirme, con su rapidez legendaria, por dónde iban y venían los vientos.



Ahora no escribe columnas; está ese libro suyo, que es como una enciclopedia de su pensamiento, y está él, claro, diciendo estas cosas que me permito subrayar este sábado en el que parece que empieza a remitir el frío. Acaso sea porque ha llamado Juan Cueto.

Esta revolución es por dignidad

La época del miedo ha terminado.- Las sociedades árabes aspiran a la libertad que les han negado unos dictadores ajenos a las aspiraciones de libertad de unas sociedades mayoritariamente jóvenes .
Estamos en el principio.
Pero afecta a tal volumen de personas y territorio, entraña tantos posibles cambios políticos y geoestratégicos, tanto impacto potencial en la economía mundial, tanto desconcierto en las diplomacias, que cuesta imaginar que el siglo XXI depare muchos acontecimientos de este calado.
 Llamar a lo que está ocurriendo "revolución árabe" resulta reductivo, porque puede acabar afectando a países no árabes como Irán. También es reductivo explicar la revolución por factores económicos, aunque existan.
Las revoluciones se hacen por ideas y sentimientos, y la de ahora se alza como emblema la dignidad humana.




Gadafi acabó con Sharafbin

El espectro de otra Somalia se asoma a Europa

Las tropas rebeldes avanzan hacia Sirte, la cuna de Gadafi

¿Qué podemos hacer por la joven revolución libia?


"Volveré para pelear"

Gadafi reta a la ONU a que envíe una comisión de investigación

Gadafi contraataca en el este y logra frenar el avance rebelde sobre Sirte


Un factor esencial de la revolución está siendo Internet y las redes sociales



Otro elemento es que la propia sociedad se sentía humillada



El 68% de los árabes tiene menos de 30 años y conoce la cultura occidental



Los generales se colocaron al lado del pueblo y dejaron caer a los tiranos



En Tahrir a nadie se le ocurrió quemar una bandera de EE UU



La caída de Mubarak fue la señal de que los pueblos podían alzar la cabeza

No es casual que el detonante fuera un suceso poderosamente metafórico. La historia de Mohamed Buaziz y su carrito de frutas ha dado la vuelta al mundo.
El carrito de Buaziz, un joven de 26 años residente en Sidi Buzid (Túnez), fue confiscado por la policía. Ya le había ocurrido otras veces y con un pequeño soborno podía resolverlo. Pero cuando fue a quejarse, una funcionaria, Fadia Hamdi, le escupió a la cara. Eso, la humillación, fue lo que Buaziz no pudo soportar. Ese mismo día, 17 de diciembre de 2010, se prendió fuego.



La desgracia de Buaziz conmovió a sus vecinos y provocó una primera manifestación. La indignación se extendió rápidamente al país entero. Conviene resaltar aquí otro factor esencial e innovador de la revolución: Internet y las redes sociales. Cuando casi ningún medio informativo internacional había recogido aún la inmolación del frutero y las incipientes revueltas tunecinas, muchos jóvenes en un país tan lejano como Jordania habían adoptado ya la foto de Buaziz como avatar. La cadena de televisión catarí Al Yazira recogió el suceso porque uno de sus periodistas se enteró a través de Facebook.



Gracias al ciberespacio, los jóvenes árabes ignoraban las fronteras nacionales. El caso de Buaziz fue de inmediato asumido como propio por los vecinos argelinos. Y por los egipcios, muy sensibles desde el verano anterior. El 6 de junio de 2010, Jaled Said, de 28 años, fue detenido en Alejandría por dos policías de paisano que le golpearon hasta matarle, ante testigos. Varios jóvenes profesionales, bajo la cobertura del Premio Nobel de la Paz y dirigente opositor Mohamed el Baradei, crearon en Facebook un grupo llamado "Todos somos Jaled Said". En pocos días, el grupo congregó a cientos de miles de personas y se convirtió en el principal foco de oposición al régimen de Hosni Mubarak.



La llama prendió de forma fulminante.
 A principios de enero, grandes manifestaciones agitaban las principales ciudades de Túnez y Argelia. En Egipto, mientras, la revolución se preparaba con minuciosidad. Wael Ghoneim, ejecutivo comercial de Google y uno de los creadores de "Todos somos Jaled Said", contó semanas más tarde que él y sus compañeros dedicaron las primeras semanas de enero a ensayar manifestaciones en barrios periféricos, estudiando convocatorias inmediatas y formas de despistar a la policía.



Las revueltas magrebíes fueron generalmente interpretadas como protestas económicas. El presidente tunecino Zine El Abidine Ben Ali creyó que con una visita al hospital donde yacía el agonizante Buaziz (fallecido el 5 de enero) y con algunos subsidios para abaratar los alimentos bastaría para calmar los ánimos.
 Llevaba 24 años en el poder, había saqueado impunemente el país y estaba habituado a las llamadas revueltas del pan.
Como el resto de los dictadores de la región, como los dirigentes y la opinión pública de los países más desarrollados, creía que la represión y el pan barato constituían formas infalibles de someter a las poblaciones árabes, ajenas a otra aspiración que ir sobreviviendo y sin capacidad para vivir en democracia.



Ese es otro elemento importantísimo: la propia sociedad árabe se sentía indigna y humillada. Tras la descolonización, no había conocido otra cosa que derrotas frente a Israel, dictaduras bochornosas, represión, atraso social, miedo.
Y desprecio, mucho desprecio por parte del resto del mundo.
 Aparentemente, lo único que importaba de los árabes era el petróleo, el gas y la "estabilidad" bajo regímenes tan infames como mimados por Europa y Estados Unidos. Aunque resulte obvio, hay que recordar además que la islamofobia existe. Especialmente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, los musulmanes quedaron bajo sospecha permanente. Un árabe medio no es más religioso que un estadounidense medio, pero su religión se asocia con el integrismo y el terrorismo.
En la ecuación occidental, lo que no era una dictadura "moderada" (eufemismo de sumisión a Washington), era Al Qaeda o subversión proiraní. El cóctel de humillaciones, internas y externas, contenía todos los ingredientes.



Ahora, en 2011, el 68% de los árabes tienen menos de 30 años. Esta inmensa generación de muchachos y muchachas no conoció acontecimientos como la descolonización o la Guerra de los Seis Días, pero gracias a la televisión por satélite siempre estuvo en contacto con la cultura occidental.
Vivieron el desastre de la invasión de Irak pero, además de sentir una intensa solidaridad con el sufrimiento de los iraquíes, quedaron marcados por una imagen de 2003: la de Sadam Husein, dictador todopoderoso, detenido en el sótano donde se ocultaba de forma miserable.
Ese impacto visual les enseñó lo frágil que puede ser un tirano.



"No tenemos miedo", gritaban los manifestantes en Túnez. Ben Ali no logró que el Ejército asumiera tareas represivas.
 En sociedades tan estáticas como las árabes, donde la educación y el trabajo raramente sirven para prosperar porque lo que cuenta es pertenecer a la élite del poder o arrimarse a ella, el Ejército constituye el principal ascensor social. Entre los mandos militares abunda la gente de procedencia humilde. Eso, unido al servicio militar obligatorio, por el que cada familia tiene a alguien de uniforme, explica en gran medida el respeto mutuo entre Ejército y sociedad civil. También es cierto que los generales suelen optar por despedir a un dictador acabado antes que arriesgar sus privilegios en batallas inciertas. Por eso algunos dictadores prefieren tropas mercenarias, caso de Libia, o ejércitos pequeños e ineficientes, caso de Arabia Saudí.



Después de poner limitaciones adicionales al uso de Internet, después de cerrar escuelas y universidades, después de prometer que bajaría el pan y que no se presentaría a la reelección como presidente, Ben Ali no consiguió otra cosa que el recrudecimiento de las protestas y una inequívoca señal de despedida por parte de los militares.
El 14 de enero cargó todo el dinero que cupo en las maletas y escapó a Arabia Saudí.



Para entonces, los jóvenes egipcios ya habían fijado la fecha de la insurrección: el martes 25 de enero, festivo porque era, irónicamente, el Día de la Policía. La magnitud de las manifestaciones del 25 de enero en El Cairo, Alejandría y otras ciudades sorprendió a los propios organizadores. Mientras la televisión pública emitía películas y programas sobre gloriosas hazañas policiales, la policía cargaba contra la multitud. Hubo cuatro muertos y más de 500 detenidos.



La espita de la furia estaba abierta. Para el viernes 28 se convocó una Jornada de la Ira que resultó asombrosa.
Ese 28 de enero quedó claro que la caída de Mubarak era sólo cuestión de tiempo. Quizá nunca, en tiempos modernos, se registró una batalla tan dura y multitudinaria entre policía y manifestantes.
Al caer la tarde, la policía había agotado ya los gases lacrimógenos y las balas de goma y empezaba a disparar fuego real. Mubarak ordenó al Ejército que interviniera y el jefe supremo de los militares, su viejo amigo el mariscal Mohamed Tantaui, respondió negativamente. La policía se retiró y las ciudades, bajo nubes de gas y sacudidas por tiroteos ocasionales, quedaron en manos de la gente.



Mubarak recurrió a los trucos clásicos del manual del dictador árabe.
Bloqueó los teléfonos móviles e Internet.
 Prometió que su hijo Gamal, multimillonario y heredero designado, no se presentaría a las elecciones presidenciales. Prometió que tampoco se presentaría él. Subió el sueldo de los funcionarios.
 Delegó "poderes de negociación" en un nuevo vicepresidente, Omar Suleimán, jefe de los servicios secretos, y cambió al primer ministro. Bajo mano, reconvirtió a la policía política en bandas de saqueadores y matones, con la esperanza de que los egipcios se horrorizaran ante el caos y le aceptaran como mal menor.



El 11 de febrero, Hosni Mubarak, el hombre que desde 1981 garantizaba la "estabilidad" en Oriente Próximo y cooperaba en lo que hiciera falta con Israel, el presidente que en 2004 prometió que seguiría en el cargo mientras respirara, el gran amigo de Occidente, dimitió y escapó a escondidas a su residencia de Sharm el Sheij, junto al mar Rojo. Dejó a sus espaldas más de 300 cadáveres. El Ejército asumió el poder y garantizó que organizaría una rápida transición a la democracia. Hasta ahora, aunque mantiene el estado de excepción, no ha defraudado a los egipcios.



Lo que más sorprendió a la opinión pública internacional fue que en la plaza de Tahrir se mezclaran hombres y mujeres, laicos y religiosos, jóvenes y ancianos, en una convivencia armónica.
 Que a nadie se le ocurriera quemar una bandera estadounidense. Que apostaran por la resistencia pacífica.
 Que pidieran cosas como libertad, democracia y justicia. Los tópicos fallaban uno a uno.



Muchos siguen queriendo ver tras la revolución egipcia la amenaza de los Hermanos Musulmanes, la más influyente organización islámica en el planeta.
 Puede ser que acaben asumiendo el poder, pero su partido, Libertad y Justicia, ya está amenazado por dos escisiones, una juvenil y otra progresista, y su ideología básica es más conservadora y tolerante de lo que piensan los recelosos.



La caída de Mubarak fue la señal definitiva: los árabes podían alzar la cabeza, conquistar la dignidad y asumir su propio destino.
Para desmentir que el despertar árabe tuviera raíces exclusivamente económicas, el 14 de febrero, a través de Facebook, chiíes y suníes del rico emirato de Bahréin convirtieron céntrica la plaza de la Perla en símbolo de su rechazo al absoluto control de la dinastía Al Jalifa sobre la política del emirato.
 Son de la familia Al Jalifa: el rey, el jefe del Gobierno (40 años en el poder) y 11 ministros.



El 24 de febrero, el Gobierno argelino dio el primer paso atrás ante la presión popular y acabó con 19 años de estado de excepción.
El 26 de febrero comenzaron las manifestaciones en Omán, un pequeño reino que junto al vecino de enfrente, Irán, domina el vital estrecho de Ormuz.
El mismo día, bautizado como Jornada de la Ira panárabe, hubo manifestaciones en Jordania, donde el rey Abdalá ya había tomado medidas preventivas (cambio de Gobierno, subvenciones a alimentos y gasolina), y en Irak, donde la policía mató a 12 personas.



En Yemen, un país pobre, dividido y al borde del abismo, las protestas contra el dictador prooccidental Ali Abdalá Saleh (32 años en el poder) habían comenzado ya el 27 de enero.



En Siria, paradigma de régimen represivo, en Arabia Saudí y en Irán, los conatos de revuelta han sido sofocados por el momento.



Queda Libia, donde otro dictador anciano, decidido a que el país entero le acompañe en su caída, pelea contra la Historia.
De los sucesos de Libia, los más violentos hasta ahora en la cadena de "intifadas", se informa en otras páginas.
 La gran revolución por la dignidad árabe no ha hecho más que empezar.

5 mar 2011

La pasarela de Dior ya está vacía

. .El sol era lo único que ayer brillaba en los jardines del Museo Rodin de París. El ambiente antes del desfile de Dior era sombrío.
La casa de costura francesa presentaba por primera vez desde 1997 una colección sin John Galliano, su director creativo hasta el pasado martes.
Con la invitación en alto, los asistentes debían superar hasta tres controles de seguridad. Curiosos, policías y cámaras se agolpaban en la entrada. No hubo altercados, pero sí muchos nervios.




Control de daños

John Galliano




El multimillonario Bernard Arnault, propietario de Dior, no acudió a la cita



La última colección del modisto se inspiró en los poetas románticos

Dentro del museo, una única conversación reverberaba de asiento en asiento. Es difícil hablar de otra cosa estos días en París; en la larga carpa resultaba imposible. Una tenue luz azulada abrigaba la pasarela, presidida por una recreación de los salones de la firma en Avenue Montaigne, realizada en plástico transparente y rematada por grandes arañas de cristal. A medio camino entre la escultura de hielo -tal vez, apropiado para enfriar los ánimos- y la iconografía de David Lynch.



Las notas del desfile anticipaban la intención de la compañía de alejar el trabajo que estaba a punto de exhibirse de la sombra de su creador. Más escuetas de lo habitual, omitían por completo el nombre de Galliano. El protagonismo se quiso trasladar a su equipo y a las costureras. Los trabajadores anónimos que sustentan toda una industria de sueños, fantasías y egos.



Fueron ellos los que cubrieron el difícil hueco que la ausencia de Galliano iba a dejar al final del desfile. En una imagen cargada de simbolismo, donde solía estar un tipo excéntrico con teatrales disfraces, ayer se vieron 40 hombres y mujeres ataviados con batas blancas. Cayó el rostro, pero quedaron las manos. El público, en pie, aplaudió a rabiar. La hija de Bernard Arnault, Delphine, dejó escapar alguna lágrima. Su padre, propietario de la compañía y del mayor grupo de lujo del mundo, no acudió al desfile. La marca asegura que su ausencia no guarda relación con los últimos acontecimientos y se debe a un compromiso anterior.



El momento más duro de la escenificación del divorcio entre Dior y John Galliano estuvo en las palabras de Sidney Toledano, presidente de la empresa. Antes que ninguna modelo, fue él quien se subió a la pasarela. Con traje y corbata negros, habló de las circunstancias del despido de Galliano. Sin pronunciar su nombre. "El genio y el legado de Christian Dior han contribuido a realzar la imagen y la cultura de Francia durante más de 60 años. Ha sido muy doloroso verlo asociado a las desgraciadas afirmaciones que se atribuyen a su diseñador, por muy brillante que este sea", afirmó. "Son intolerables por nuestro deber colectivo de no olvidar nunca el Holocausto y sus víctimas y por el respeto a la dignidad humana".



Las acusaciones contra Galliano por proferir insultos antisemitas parten de la noche del jueves 24 de febrero, tras un altercado en un bar de Le Marais.
A la mañana siguiente, el diseñador fue suspendido temporalmente de sus funciones. Otra demanda por el mismo motivo fue interpuesta durante el fin de semana.
El lunes se difundió por internet un vídeo explosivo en el que se le veía afirmar "Amo a Hitler" en evidente estado de embriaguez.
Dior anunció el martes su intención de despedirlo y Galliano emitió un comunicado en el que pedía disculpas "sin reservas" por su comportamiento y explicaba que "iba a pedir ayuda".
Se especula con que ha podido ingresar ya en una clínica fuera de Francia.
El diseñador, que niega las acusaciones, ha iniciado ya procesos por difamación. En todo caso, deberá enfrentarse a un juicio esta primavera. Si es hallado culpable podría ser condenado a una pena de seis meses de cárcel y a una multa de hasta 25.000 euros.



Tras recordar los valores que la casa aportó a una sociedad golpeada por la II Guerra Mundial con su nacimiento (en 1947), Toledano devolvió el foco a los trabajadores. "El corazón de Dior lo forman sus artesanos y costureras, les petites mains, que trabajan duro, sin contar las horas, y transmiten los valores y la visión de Mr. Dior. Lo que hoy van a ver es el resultado de su extraordinario, creativo y maravilloso esfuerzo".



Que Christian Dior es una entidad capaz de sobrevivir a un hombre está claro desde 1957, cuando su creador murió de un ataque de corazón.
 Le reemplazó brevemente su ayudante, Yves Saint Laurent, y durante casi tres décadas, Marc Bohan. Gianfranco Ferré ocupó la plaza desde 1989 y hasta la llegada de Galliano. Por eso no fue inaudito para la audiencia pasar página y enfrentarse a la nueva era de la casa.
De alguna forma, se inició ayer, cuando la modelo Karlie Kloss se deslizó sobre la pasarela y la devolvió a su terreno habitual.
El de la ropa y no en el de los discursos.



Inspirada por los poetas románticos británicos, la colección continuó con la senda inofensiva y comercial de las últimas colecciones de prêt-à-porter de la firma. Pero, en tan amargo contexto, casi se agradecía su levedad.
 Las capas y lanas tenían una cualidad terrosa a la que aferrarse y la secuencia final de vestidos de tul, muselina y organza parecía llamada a ser el algodón que sanara las heridas.



Con más emoción que drama, se cerró una era.
Aquella en la que Francia entregó las llaves de sus más venerables mansiones a una generación de rebeldes.

La ciudad de los palacios

Un libro atraviesa la historia arquitectónica y social de Madrid recorriendo el paseo de la Castellana de arriba abajo - La mitad de sus mansiones han desaparecido .
Cuenta el señor Iván Moreno, el IX conde de los Andes, que su abuelo (Francisco de Asís Moreno y de Herrera, marqués de la Eliseda, 1909-1978) compró el palacio por cinco pesetas.
Se lo vendió su amigo, Antonio Primo de Rivera, a principios de los años treinta. Hoy es el Instituto de la Juventud (Injuve), en la calle del Marqués de Riscal, 26 con el número 27 del paseo de la Castellana.
En uno de sus despachos se constituyó la Falange Española y en 1933 fue sede de este partido hasta que su precursor, José Antonio (el ausente), fue fusilado el 20 de noviembre de 1936 en Alicante. Después, tras expropiarlo el Gobierno de la República, se convirtió en checa de la CNT.








En los años treinta la Castellana era un símbolo de esplendor

Cuenta Esperanza Fagalde Luca de Tena que desde el palacio de su familia, ubicado en el 32 de la Castellana y ya tristemente desaparecido, así como desde el edificio vecino del diario Abc, fundado por su abuelo Torcuato Luca de Tena y Álvarez Osorio (marqués de Luca de Tena), su familia y los periodistas podían vaticinar los cambios de Gobierno con solo asomarse a balcones y ventanas.
La razón es que, enfrente, estaba el palacio del conde de Romanones (presidente del Congreso y del Senado con los Gobiernos liberales, que era cojo): "Si tendían sus pantalones del frac o del chaqué (con una pierna más corta que la otra) o las casacas es que habría algún importante movimiento en el Gobierno".
Pero además, el palacio de Luca de Tena, que compró el marqués para su hija en 1923 (y madre de Esperanza Fagalde) con motivo de su boda, pudo cambiar la historia de nuestro país. Hubo allí una cena la noche del 13 de julio de 1936 a la que estaba invitado el diputado José Calvo-Sotelo.
Al parecer este se excusó diciendo que se encontraba indispuesto y no fue. Aquella madrugada sería arrestado por los guardias de asalto y varios militantes socialistas y horas más tarde asesinado, siendo su muerte el detonante del golpe de estado y de la posterior Guerra Civil.
 Si hubiese ido a cenar al palacio, el rumbo de la historia habría sido otro.



Decía Pío Baroja que media historia de la España contemporánea puede decirse escrita dentro de los muros de los palacios de Madrid.
Y quizá muchas de las grandes piezas que hoy cuelgan de las paredes de los más importantes museos de la capital o reposan en las estanterías de sus bibliotecas o se venden a precio de oro en las tiendas del Rastro sean la herencia de muchas de esas mansiones desaparecidas en un 50%, según los historiadores.



Baroja, en un artículo publicado en el periódico La Nación de Buenos Aires el 22 de julio de 1940, que hoy recoge a modo de prólogo el magnífico libro del profesor Ignacio González-Varas (Los palacios de la Castellana. Historia, arquitectura y sociedad.
Editado por Turner), recordaba lo que era sentarse en el paseo de Coches a principios del siglo XX: "un verdadero recreo ante aquel desfile brillante de últimas horas de la tarde en que la gente colmaba su entusiasmo al paso de bellezas de aquel tiempo, tales como la marquesa de Casa Torres, la duquesa de Fernán Núñez, etcétera".



Paseo del Prado, paseo de Recoletos y paseo de la Castellana, tres nombres para una misma calle, la arteria que divide Madrid de norte a sur, que fue urbanizada en el siglo XVIII (con Felipe II) quitándole protagonismo a la calle de Alcalá (eje este-oeste) y que, según recuerda González-Varas, fue el lugar por el que discurrió el desaparecido arroyo de la fuente de la Castellana, rodeado de prados y zonas de esparcimiento para los antiguos madrileños. La vía se ha convertido con los años en el muestrario de la arquitectura madrileña, a pesar de las muchas desapariciones.



González-Varas recoge en este libro-homenaje más de 60 palacios que perfilaban los márgenes del paseo de la Castellana y delimitaban la pirámide aristocrática de la capital, cargada de títulos nobiliarios y nombres propios de linajes con muchas íes griegas. "Aproximadamente la mitad ya no existen, bien porque fueron demolidos, bien porque sufrieron las consecuencias de la guerra o bien porque sucumbieron a la especulación inmobiliaria".
Hay palacios de los que solo nos quedan los nombres de las calles (como el del marqués de Casa Riera, junto al Círculo de Bellas Artes) y sus leyendas.
"Se cuenta que en sus jardines murieron un hombre atravesado por una espada y una misteriosa y bella mujer vestida de blanco.
El marqués mandó entonces plantar un ciprés y juró que mientras no se secase ese árbol, el jardín permanecería abandonado y el palacio deshabitado, maldición que hizo jurar también a sus descendientes.
 Desde 1917, y según proyectó el prolífico arquitecto Antonio Palacios (Palacio de Comunicaciones, Instituto Cervantes...), el Círculo de Bellas Artes reposa en parte de ese jardín".



El libro de González-Varas es un minucioso y riguroso recorrido histórico-arquitectónico, una mirada al pasado urbanístico, un intento de explicar de dónde venimos y adónde vamos los habitantes de Madrid desde su eje.
"Ya existía un interés por el Ayuntamiento de hacer un libro de este tipo", cuenta el autor. "La importancia que tuvo esta tipología de edificaciones en la consideración de Madrid como Villa y Corte.
 El paseo de la Castellana merecía este homenaje, este intento de recuperar un poco la identidad perdida que nos lleva a una memoria relativamente reciente", explica González-Varas.



En los años treinta la Castellana era un símbolo de esplendor. Un paseo de carruajes y un lugar donde dejarse ver, casi una pasarela de época.
Después, con la República y la guerra, dejó de estar bien visto ese tipo de vida que en algunos casos como en el palacete de Medinaceli (antiguamente en la plaza de las Cortes, 7, donde ahora se eleva el hotel Palace) requería hasta 50 sirvientes y los aristócratas dejaron de lado el exhibicionismo y cambiaron el tipo de vida.
Esa circunstancia casi emocional junto a la tentación de especular con unos solares revalorizados por el hecho de que aquel paseo comenzaba a verse como símbolo de la modernidad de la capital, hicieron sucumbir a aproximadamente la mitad de estos palacios. Ya en los años setenta, la política cambió y muchos organismos, atraídos por el prestigio de esas palaciegas construcciones, comenzaron a comprarlas y a convertirlas en su propia sede (banco Santander, Bankinter, Mapfre, Ministerio del Interior...).
Hoy en Madrid solo está habitado como tal el palacio de Liria, de la duquesa de Alba en la calle de la Princesa, según la investigación realizada por González-Varas.



El resultado es un paseo de la Castellana como el que vemos hoy y que sigue su tendencia originaria: crecer hacia el norte.