. .El sol era lo único que ayer brillaba en los jardines del Museo Rodin de París. El ambiente antes del desfile de Dior era sombrío.
La casa de costura francesa presentaba por primera vez desde 1997 una colección sin John Galliano, su director creativo hasta el pasado martes.
Con la invitación en alto, los asistentes debían superar hasta tres controles de seguridad. Curiosos, policías y cámaras se agolpaban en la entrada. No hubo altercados, pero sí muchos nervios.
Control de daños
John Galliano
El multimillonario Bernard Arnault, propietario de Dior, no acudió a la cita
La última colección del modisto se inspiró en los poetas románticos
Dentro del museo, una única conversación reverberaba de asiento en asiento. Es difícil hablar de otra cosa estos días en París; en la larga carpa resultaba imposible. Una tenue luz azulada abrigaba la pasarela, presidida por una recreación de los salones de la firma en Avenue Montaigne, realizada en plástico transparente y rematada por grandes arañas de cristal. A medio camino entre la escultura de hielo -tal vez, apropiado para enfriar los ánimos- y la iconografía de David Lynch.
Las notas del desfile anticipaban la intención de la compañía de alejar el trabajo que estaba a punto de exhibirse de la sombra de su creador. Más escuetas de lo habitual, omitían por completo el nombre de Galliano. El protagonismo se quiso trasladar a su equipo y a las costureras. Los trabajadores anónimos que sustentan toda una industria de sueños, fantasías y egos.
Fueron ellos los que cubrieron el difícil hueco que la ausencia de Galliano iba a dejar al final del desfile. En una imagen cargada de simbolismo, donde solía estar un tipo excéntrico con teatrales disfraces, ayer se vieron 40 hombres y mujeres ataviados con batas blancas. Cayó el rostro, pero quedaron las manos. El público, en pie, aplaudió a rabiar. La hija de Bernard Arnault, Delphine, dejó escapar alguna lágrima. Su padre, propietario de la compañía y del mayor grupo de lujo del mundo, no acudió al desfile. La marca asegura que su ausencia no guarda relación con los últimos acontecimientos y se debe a un compromiso anterior.
El momento más duro de la escenificación del divorcio entre Dior y John Galliano estuvo en las palabras de Sidney Toledano, presidente de la empresa. Antes que ninguna modelo, fue él quien se subió a la pasarela. Con traje y corbata negros, habló de las circunstancias del despido de Galliano. Sin pronunciar su nombre. "El genio y el legado de Christian Dior han contribuido a realzar la imagen y la cultura de Francia durante más de 60 años. Ha sido muy doloroso verlo asociado a las desgraciadas afirmaciones que se atribuyen a su diseñador, por muy brillante que este sea", afirmó. "Son intolerables por nuestro deber colectivo de no olvidar nunca el Holocausto y sus víctimas y por el respeto a la dignidad humana".
Las acusaciones contra Galliano por proferir insultos antisemitas parten de la noche del jueves 24 de febrero, tras un altercado en un bar de Le Marais.
A la mañana siguiente, el diseñador fue suspendido temporalmente de sus funciones. Otra demanda por el mismo motivo fue interpuesta durante el fin de semana.
El lunes se difundió por internet un vídeo explosivo en el que se le veía afirmar "Amo a Hitler" en evidente estado de embriaguez.
Dior anunció el martes su intención de despedirlo y Galliano emitió un comunicado en el que pedía disculpas "sin reservas" por su comportamiento y explicaba que "iba a pedir ayuda".
Se especula con que ha podido ingresar ya en una clínica fuera de Francia.
El diseñador, que niega las acusaciones, ha iniciado ya procesos por difamación. En todo caso, deberá enfrentarse a un juicio esta primavera. Si es hallado culpable podría ser condenado a una pena de seis meses de cárcel y a una multa de hasta 25.000 euros.
Tras recordar los valores que la casa aportó a una sociedad golpeada por la II Guerra Mundial con su nacimiento (en 1947), Toledano devolvió el foco a los trabajadores. "El corazón de Dior lo forman sus artesanos y costureras, les petites mains, que trabajan duro, sin contar las horas, y transmiten los valores y la visión de Mr. Dior. Lo que hoy van a ver es el resultado de su extraordinario, creativo y maravilloso esfuerzo".
Que Christian Dior es una entidad capaz de sobrevivir a un hombre está claro desde 1957, cuando su creador murió de un ataque de corazón.
Le reemplazó brevemente su ayudante, Yves Saint Laurent, y durante casi tres décadas, Marc Bohan. Gianfranco Ferré ocupó la plaza desde 1989 y hasta la llegada de Galliano. Por eso no fue inaudito para la audiencia pasar página y enfrentarse a la nueva era de la casa.
De alguna forma, se inició ayer, cuando la modelo Karlie Kloss se deslizó sobre la pasarela y la devolvió a su terreno habitual.
El de la ropa y no en el de los discursos.
Inspirada por los poetas románticos británicos, la colección continuó con la senda inofensiva y comercial de las últimas colecciones de prêt-à-porter de la firma. Pero, en tan amargo contexto, casi se agradecía su levedad.
Las capas y lanas tenían una cualidad terrosa a la que aferrarse y la secuencia final de vestidos de tul, muselina y organza parecía llamada a ser el algodón que sanara las heridas.
Con más emoción que drama, se cerró una era.
Aquella en la que Francia entregó las llaves de sus más venerables mansiones a una generación de rebeldes.
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