En cualquier cultura, el paso de un ciclo a otro, siempre ha sido una ocasión propicia para celebrar, obedeciendo a calendarios basados en creencias religiosas, astrológicas o agrícolas. La mayoría de los países europeos de mediados del siglo XVI, seguían fielmente el calendario juliano, que concluía el 24 de marzo, pero luego, con la aceptación del calendario gregoriano, se estableció como último día el 31 de diciembre, dando paso a la celebración de año nuevo o fin de año, según el país donde se celebre.
Y como en toda celebración especial, la comida está presente con su carga de tradiciones, combinando sabores y costumbres heredadas, que van cambiando para adaptarse a los tiempos, sin perder la esencia de sus orígenes. Para despedir un año y recibir el venidero, ya los romanos preparaban una gran cena que compartían entre amigos y familias, durante la cual intercambiaban miel y dátiles, para que el año que iniciaba, fuera dulce.
27 dic 2010
Fin de Año,
uvas y campanas
Casi todas las familias siguen el fin de año a través de la televisión con las ultimas 12 campanadas de la medianoche en la Puerta del Sol, en Madrid. Esta costumbre viene acompañada de las doce uvas de la suerte, que se toman todas seguidas y una con cada campanada (buena parte de la gente se atraganta). Dicha tradición creo que viene de los antiguos vinateros.
La bebida principal de estas fiestas es el "Cava" la denominacion española del "Champagne" y entre los dulces destacan el "Turrón" (una mezcla de almendras, miel y huevo), el mazapán y los mantecados, entre otros.
Los Reyes Magos
La madrugada del 5 de Enero llegan a nuestras casas desde Oriente “los Reyes Magos”, los niños se acuestan ilusionados dejando un poco de agua en las ventanas para los camellos, leche para sus majestades, dejan sus zapatos limpios en las ventanas... y casi no pueden dormir esperando poder descubrir inesperadamente a Melchor, Gaspar y Baltasar. Se levantan muy temprano y corren hacia el árbol para abrir entusiasmados sus regalos. La mañana del 6 de enero los niños disfrutan de sus regalos en la calle o en sus casas.
La primera referencia escrita sobre las doce uvas aparece en la Nochevieja de 1895,[1] en esta fecha fue el Presidente del Consejo de Ministros quién despidió el año 1895 con uvas y champagne.
El origen de la tradición de comer las uvas tiene un precedente, un bando municipal del alcalde de Madrid, José Abascal y Carredano, en diciembre de 1882 por la que se imponía una cuota de 1 duro (cinco pesetas) a todos los que quisieran salir a recibir a los Reyes Magos, una tradición que servía de excusa para ridiculizar la noche de reyes a algunos forasteros que llegaban esos días y a quienes se les hacía creer que había que ir a buscar a los Reyes Magos la madrugada del 5 de enero que se utilizaba para, además de burlarse de estos ingenuos, para beber y hacer cuanto ruido se quisiera. Con este bando José Abascal quitó la posibilidad a los madrileños de disfrutar de un día de fiesta en donde se permitiese casi todo. Esto, junto a la costumbre de las familias acomodadas de tomar uvas y champán en la cena de Nochevieja provocó que un grupo de madrileños decidieran ironizar la costumbre burguesa, acudiendo a la Puerta del Sol a tomar las uvas al son de las campanadas. Estos son los antecedentes que dieron lugar a esta costumbre.[2]
El inicio de esta tradición española comienza, no en 1909 como se cree, sino, al menos, en diciembre de 1896 en la Puerta del Sol madrileña.
La prensa madrileña ya comentaba en enero de 1897:[3] "Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante". Al año siguiente la prensa[4] animaba a esta tradición con un artículo titulado "Las Uvas milagrosas".
La Puerta del Sol en Nochevieja durante las doce campanadas.La tradición marca tomar las doce uvas a los pies del reloj de la Puerta del Sol, pero esta tradición provocó tanto interés que ya en 1903 las uvas también se comían en Tenerife[5] y poco a poco se fue ampliando al resto de España, aunque la tradición marca que deben tomarse en la Puerta del Sol.
La prensa de 1907[6] se queja de que esta tradición, supuestamente importada por los aristócratas de Francia o Alemania,[7] se haya arraigado tanto en la sociedad y la clase más baja la haya adoptado cuando en sus primeros años se burlaba de esto.[8]
Esta tradición ya se conoce en toda España en 1903,[9] aunque no será hasta años después que se extienda a todo el territorio nacional.[10]
Aunque queda claro que la tradición, documentada desde diciembre de 1897, algunos la retraen a 1880,[11] pero sentando en diciembre de 1896, el inicio cierto de la tradición de comer doce uvas al compás de las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol.
En 1909, agricultores levantinos de Murcia[12] y Alicante, encontrándose en ese año con excedente de uva y con objeto de sacar al mercado la producción, lograron popularizar la costumbre y darle el impulso definitivo que, desde entonces, acabaría por convertirla en consolidada tradición.
Y tras estas fechas de felicidad y de recordar a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros o los que no han podido estar este año, nos pasamos todo el año pensando en gratos momentos compartidos con quien queríamos y deseando que lleguen de nuevo las navidades.
Uvas
Típicas uvas de fin de año.En España se utilizan uvas frescas, siendo la variedad más consumida la uva del Vinalopó. En otros países, como en Argentina, se comen doce uvas pasas. Aunque el porqué de ser doce no se tiene claro si es por los «doce meses», una uva por cada mes, o si es por las "doce campanadas", evidentemente, una uva por cada toque de campana.
Según la tradición, se cree que el que se coma las doce uvas al compás de las campanadas tendrá un año próspero.
Ciertas casas comerciales vieron en esta tradición una buena oportunidad y a principios de los años 2000 comenzaron a comercializar botes individuales con doce uvas, peladas y sin pepitas.
También se celebra en varios países de Hispanoamérica
Mi Sombra. J.M. Junco
Iba yo tan tranquilo con mi sombra
por concurridas calles donde un calidoscopio
mostraba sin tapujos toda la variedad de las miradas
y pasos de los seres que habitamos
el mundo tal cual es.
Yo le hablaba a mi sombra igual que un viejo ciego
que aconseja y explota al lazarillo
con recomendaciones impagables
sobre las estrategias más valiosas
del arte de vivir.
Ella andaba callada y sigilosa
moviendo con soltura su cabeza en todas direcciones,
haciendo que escuchaba, asintiendo y, a veces,
comprobando alentada que el sol seguía en el cielo.
En un enorme parque, algo cansado,
di a mi cuerpo un respiro
no fuera a ser que el corazón ajado
habilitara un final prematuro a aquella historia.
Cuando miré hacia el suelo vi asombrado
cómo mi aviesa sombra se ocultaba
detrás de inadvertidos matorrales.
Me restregué los ojos por si fuera
una estrella que estaba dislocada
buscando referencias de los suyos.
Ya a una cierta distancia y entre risas
escuché que la sombra me imprecaba
dejándome plantado para siempre
y advirtiendo que nunca, nunca, nunca
volveríamos a vernos.
Yo le maldije su arrogancia altiva
y aún tuve tiempo de vengarme un poco
cuando por un momento aquella nube
la dejó allí, desnuda e imperceptible,
implorando la luz.
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