29 nov 2010
En recuerdo de Remedios Montero, 'Celia'
. .El pasado 24 de octubre, falleció en Valencia la ex guerrillera antifranquista Remedios Montero, Celia, a los 84 años de edad. Deseo que no quede en el olvido la personalidad de una de las pocas guerrilleras españolas.
Era compañera del también fallecido Florián García, Grande, el mítico jefe de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. Como director de cine tuve la posibilidad de reconstruir su vida (el coguionista fue Alfons Cervera) en el filme Memorias de una guerrillera (2007); una vida que también sirvió de base a la fallecida escritora Dulce Chacón para escribir La voz dormida.
Nacida en Mohorte, un pueblo muy pequeño de Cuenca, se escondió en el monte muy joven cuando le avisaron de que iban a detenerla, y se enroló en la guerrilla con su amiga Esperanza Martínez, que hoy vive en Zaragoza. Remedios pasó a llamarse Celia; permaneció desde 1949 a 1952 con los guerrilleros, y luego se exilió en París. Pero volvió a España en una misión clandestina que le encomendó el PCE y fue detenida en Salamanca. Tras ser torturada salvajemente, sufrió ocho años de prisión. A la salida, volvió a exiliarse, esta vez en Praga, de donde regresó a su país dos años después de la muerte del dictador Franco, en 1977, estableciéndose en Valencia.
Durante el rodaje del filme (fuimos a su pueblo, al que regresaba por primera vez desde que lo abandonó precipitadamente en 1949, y también a Praga, donde se casó con Florián García) comprobé cómo Remedios Montero permanecía fiel a los ideales por los que luchó de diferentes formas, pero con una mirada nada nostálgica ni revanchista.
Era compañera del también fallecido Florián García, Grande, el mítico jefe de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón. Como director de cine tuve la posibilidad de reconstruir su vida (el coguionista fue Alfons Cervera) en el filme Memorias de una guerrillera (2007); una vida que también sirvió de base a la fallecida escritora Dulce Chacón para escribir La voz dormida.
Nacida en Mohorte, un pueblo muy pequeño de Cuenca, se escondió en el monte muy joven cuando le avisaron de que iban a detenerla, y se enroló en la guerrilla con su amiga Esperanza Martínez, que hoy vive en Zaragoza. Remedios pasó a llamarse Celia; permaneció desde 1949 a 1952 con los guerrilleros, y luego se exilió en París. Pero volvió a España en una misión clandestina que le encomendó el PCE y fue detenida en Salamanca. Tras ser torturada salvajemente, sufrió ocho años de prisión. A la salida, volvió a exiliarse, esta vez en Praga, de donde regresó a su país dos años después de la muerte del dictador Franco, en 1977, estableciéndose en Valencia.
Durante el rodaje del filme (fuimos a su pueblo, al que regresaba por primera vez desde que lo abandonó precipitadamente en 1949, y también a Praga, donde se casó con Florián García) comprobé cómo Remedios Montero permanecía fiel a los ideales por los que luchó de diferentes formas, pero con una mirada nada nostálgica ni revanchista.
Gracias: David Trueba
La muerte casi siempre deja un recado incómodo a los vivos. Los previene de que el viejo tren del tiempo nunca se detiene. Otras veces les obliga a reparar en aquello que perdieron de vista. Quizá por eso, por lo que tiene la muerte de bala que silba junto a tu oreja, en demasiadas ocasiones la gente se vuelca en velatorios masivos, en homenajes tardíos, en desfiles ante ataúdes. Se compensa así la racanería impuesta en vida sobre el esfuerzo de los demás, trasladando a los agnósticos la más dura obligación del cristianismo: gozar no es de este mundo.
De la música en la televisión contemporánea ya hemos hablado en otras ocasiones para hacer notar su ausencia, su falta de importancia, su desprecio siempre que no se someta a la gimnasia musical en bañador en que se han convertido las radiofórmulas mutadas en videofórmulas.
La música molesta si no es de relleno. Al morir este fin de semana Mario Pacheco, productor desde el sello Nuevos Medios, algunos repararán en sus méritos. El oficio de producir discos hace años que arrastra un estigma interesado que lo convierte en una industria sospechosa, como si alguna no lo fuera. A la mayoría de la gente le resulta indiferente ver cómo engordan y se adueñan del corral las grandes empresas de telecomunicaciones, vendiendo el humo de un paraíso de lo gratis, donde solo pagas el ADSL, la cuenta del móvil y la renovación tecnológica, del iPod al iPad, con un esfuerzo económico de tal calibre que se sobrentiende que el contenido ha de ser un regalo, barra libre.
Mario Pacheco empaquetó algunos discos que fueron fundamentales en nuestra formación.
El cruce de Toumani Diabaté con la kora, Danny Thompson al contrabajo y los Ketama, nos trajo Songhai, con aquel Vente pa' Madrid, himno si andabas lejos de casa. Pero también, además de grupos locales, fusiones, rescates, nuestro mejor jazz y formaciones variadas, nos dejó entre cartones la antología de Bola de Nieve, donde todo eso de vivir, morir, tal vez soñar, está explicado con la sabiduría de los bufones de Shakespeare en versión afrocaribe.
A veces el placer ajeno también necesita un productor que pague las facturas. Lo digno, creo, sería dar las gracias.
De la música en la televisión contemporánea ya hemos hablado en otras ocasiones para hacer notar su ausencia, su falta de importancia, su desprecio siempre que no se someta a la gimnasia musical en bañador en que se han convertido las radiofórmulas mutadas en videofórmulas.
La música molesta si no es de relleno. Al morir este fin de semana Mario Pacheco, productor desde el sello Nuevos Medios, algunos repararán en sus méritos. El oficio de producir discos hace años que arrastra un estigma interesado que lo convierte en una industria sospechosa, como si alguna no lo fuera. A la mayoría de la gente le resulta indiferente ver cómo engordan y se adueñan del corral las grandes empresas de telecomunicaciones, vendiendo el humo de un paraíso de lo gratis, donde solo pagas el ADSL, la cuenta del móvil y la renovación tecnológica, del iPod al iPad, con un esfuerzo económico de tal calibre que se sobrentiende que el contenido ha de ser un regalo, barra libre.
Mario Pacheco empaquetó algunos discos que fueron fundamentales en nuestra formación.
El cruce de Toumani Diabaté con la kora, Danny Thompson al contrabajo y los Ketama, nos trajo Songhai, con aquel Vente pa' Madrid, himno si andabas lejos de casa. Pero también, además de grupos locales, fusiones, rescates, nuestro mejor jazz y formaciones variadas, nos dejó entre cartones la antología de Bola de Nieve, donde todo eso de vivir, morir, tal vez soñar, está explicado con la sabiduría de los bufones de Shakespeare en versión afrocaribe.
A veces el placer ajeno también necesita un productor que pague las facturas. Lo digno, creo, sería dar las gracias.
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