La muerte casi siempre deja un recado incómodo a los vivos. Los previene de que el viejo tren del tiempo nunca se detiene. Otras veces les obliga a reparar en aquello que perdieron de vista. Quizá por eso, por lo que tiene la muerte de bala que silba junto a tu oreja, en demasiadas ocasiones la gente se vuelca en velatorios masivos, en homenajes tardíos, en desfiles ante ataúdes. Se compensa así la racanería impuesta en vida sobre el esfuerzo de los demás, trasladando a los agnósticos la más dura obligación del cristianismo: gozar no es de este mundo.
De la música en la televisión contemporánea ya hemos hablado en otras ocasiones para hacer notar su ausencia, su falta de importancia, su desprecio siempre que no se someta a la gimnasia musical en bañador en que se han convertido las radiofórmulas mutadas en videofórmulas.
La música molesta si no es de relleno. Al morir este fin de semana Mario Pacheco, productor desde el sello Nuevos Medios, algunos repararán en sus méritos. El oficio de producir discos hace años que arrastra un estigma interesado que lo convierte en una industria sospechosa, como si alguna no lo fuera. A la mayoría de la gente le resulta indiferente ver cómo engordan y se adueñan del corral las grandes empresas de telecomunicaciones, vendiendo el humo de un paraíso de lo gratis, donde solo pagas el ADSL, la cuenta del móvil y la renovación tecnológica, del iPod al iPad, con un esfuerzo económico de tal calibre que se sobrentiende que el contenido ha de ser un regalo, barra libre.
Mario Pacheco empaquetó algunos discos que fueron fundamentales en nuestra formación.
El cruce de Toumani Diabaté con la kora, Danny Thompson al contrabajo y los Ketama, nos trajo Songhai, con aquel Vente pa' Madrid, himno si andabas lejos de casa. Pero también, además de grupos locales, fusiones, rescates, nuestro mejor jazz y formaciones variadas, nos dejó entre cartones la antología de Bola de Nieve, donde todo eso de vivir, morir, tal vez soñar, está explicado con la sabiduría de los bufones de Shakespeare en versión afrocaribe.
A veces el placer ajeno también necesita un productor que pague las facturas. Lo digno, creo, sería dar las gracias.
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