9 sept 2010
Cómo suben y bajan las persianas
Cómo suben y bajan las persianas
Hablar de uno mismo. Nunca me acuerdo de los chistes y en cambio me acuerdo de frases que en su momento, al escucharlas, no significaban mucho o pasaban de puntillas por los presentes, sin que fueran subrayadas por nadie de alguna forma, admirativa o no.
Llevo días sin escribir una línea y eso se nota en la complicación de la frase anterior.
Cuánto más se escribe mejor se escribe, por eso a los poetas, que suelen escribir muy poco, no hay dios que los entienda normalmente, y en prosa menos.
Hoy, mientras afuera se oscurece este día encapotado, me acuerdo de una frase de X cuando ya estaba jodido y no era capaz decirle a nadie lo jodido que estaba. Le había alguien preguntado qué tal y él dijo encogiendo los hombros: "Ya no necesito nada, ni siquiera hablar de mí mismo." Parecía un chiste o una chulería quizá amortiguada por la naturalidad con la que soltaba cosas así a veces. Alguna vez he pensado en esa frase y me pareció comprender a qué se refería, lo que no dejaba de acojonarme. Entre comprender y padecer debe haber un paso muy pequeño…
Por eso, mientras uno tenga ganas de hablar de uno mismo, nada puede ir tan mal.
Problemas incomprensibles. No consigo que imprima, la impresora. Parece una tontería, es una tontería, pero no imprime. Me gustaría insultarla, podría insultarla aquí, por escrito, pero me dejaría quedar mal (¡Insultar a una impresora!). A mi mujer le parece muy mal que haga esas cosas. La luz verde está encendida, los cables en su sitio.
Hace mes y medio que no caga un papel con letras. Como no la he necesitado mucho la he dejado en paz hasta ahora; se conoce que el tiempo no lo arregla todo, como dicen por ahí.
Enciendo y apago el ordenador y la impresora, pero no sirve de nada. Yo creo que funciona el ordenador y funciona la impresora pero no funcionan juntos. Eso es algo que me preocupa, ese misterio. Debe de haber una razón, pero yo no la veo.
Suicidas. A veces vemos por la calle a alguien con tal expresión de mezquindad en la cara que pensamos que ese nunca se suicidaría, y lo pensamos como si no suicidarse fuese lo más bajo en lo que puede caer un ser humano.
Escribir bien. A quién cojones le importa eso. Pero claro que importa, porque la carne será débil pero el espíritu también puede ser un cagón, o algo peor.
Hay días en los que uno no se libra de esa cosa (¡Escribir bien!) que nunca supe realmente de qué va. O quizá creí saberlo, pero estas cosas es mejor saberlas y no darles muchas vueltas, como los buenos vinos que son muy delicados y se enturbian si los agitas demasiado.
Es lo me faltaba; ser correcto, amable y cumplidor en la vida, ceder el asiento a las embarazadas y ancianas y escuchar el rollo macabeo de cada cual sin poner cara de aburrido, y escribir bien después, a solas, en ese tiempo muerto entre la merienda y la cena, o después de comer, mientras los demás duermen la siesta. A propósito de esto escribe Trapiello en su mejor diario, el primero de su 'Salón' (El gato encerrado); "No hay diarios mal escritos, sino vidas mal hechas".
Siempre he pensado lo mismo al ponerme delante de un cuaderno con la intención de llevar un diario; vaya vida deslavazada, qué coño voy a contar. Siempre tenía la impresión de que venía a escribir cómo suben y bajan las persianas.
Cioran, en su Cuadernos (1957-1972) [De lo que más me gusta en este género diarístico, junto con los Apuntes de Canetti y el primer Trapiello], dice: "No son los pesimistas, sino los decepcionados, los que escriben bien".
El caso es que no siempre puede uno creer en sus decepciones. Y cuando creemos en ellas ya nos importa un bledo escribir bien, mal, o del revés.
Desgana bloguera. Si últimamente me he prodigado poco aquí ha sido por falta de tiempo pero sobre todo de ganas. Podría tener un blog más bonito (o más sencillo), pero por lo demás no puedo quejarme.
Es lo que es y estoy satisfecho. Si fuese más ordenado estaría mejor, pero a ver quién se pone ahora a revolver y clasificar todo lo escrito. Escribí siempre lo que quise, con toda la libertad, o mejor dicho desorganización, que caprichosamente surgía. No puedo quejarme por el resultado, nada ha sido premeditado y todo o casi todo ha sido siempre bien acogido.
Pero un día dejé de tener ganas de escribir sobre otros libros. Supongo que es algo transitorio, como uno de esos ayunos voluntarios de varios días que hacen algunos orientales. En todo caso me parece cierta la frase de Samuel Johnson: "… el que escribe puede ser considerado como alguien que lanza un reto, a quién todo el mundo tiene derecho a atacar".
He leído este verano libros buenos y libros malos o al menos regulares. He leído un libro muy bueno, una obra maestra absoluta; Luz de agosto. Novela flaubertiana en el fondo, aunque escrita en estado de gracia. No se notan complicaciones de estreñimiento, tan del forzado Gustave. Hay un tono y una libertad, salvando las distancias, cervantina, en esta novela.
De novedades, lo mejor; el Diario de Iñaki Uriarte, al que le debo una entrada (o más bien me la debo a mí mismo). Se merece el éxito y la atención que está teniendo. No siempre es posible ser un escritor secreto, o un no-escritor secreto, afortunadamente.
Vicios. Respecto a los vicios soy muy vicioso. Esto, además de una redundancia debe ser un juego de palabras o una simple gilipollez. No he tenido, en todo caso, vicios muy importantes y arraigados.
Quizá por saber que se me dan o darían tan bien, la mayoría. A excepción del juego, que siempre me ha parecido absurdo y aburrido. Prefiero ver crecer a una planta que jugar a la brisca o al póquer. Respecto a los demás vicios siempre he sido de todo o nada.
He alternado momentos de vida frailuna de recogimiento y casi penitencia (levantándome a horas intempestivas y flagelándome a la hora del vermú) con momentos de desenfreno y desmadre que quizá tenían algo de penitencia también, aunque una penitencia a la japonesa, de excesos, como las supuestas huelgas.
Claro que con la edad ya es más difícil permanecer en uno u otro extremo. Y a la hora del vermú me tomo una tónica y una croqueta grasienta mientras leo el periódico o la hoja parroquial.
EL FIN
El fin
Veo desánimo por todas partes. Adiós literatura, adiós posteridad, adiós arte, adiós ríos. Aquí dejo unos cuantos recortes para reflexionar, si cabe.
Del artículo de Javier Marías de ayer sobre la muerte de la posteridad:
"¿Quién ve hoy el cine de Bergman, Rossellini o Renoir, amén de unos cuantos cinéfilos que compramos religiosamente sus DVDs? ¿Y quién lee al gran Faulkner o a Fitzgerald o a Céline? En el fondo somos tan frikis como los de La guerra de las galaxias o El Señor de los Anillos, sólo que sin disfraces ni convenciones. Esos autores ya no forman parte de la "cultura general", sólo de la de especialistas o marginales."
Según Marías es el fin de la literatura en el mercado, ya conquistada por el best seller e incapaz de sobrevivir al ritmo vertiginoso con el que se ventilan las novedades. Tres años encerrado en casa escribiendo su tomazo para que después le dure el libro dos meses como mucho en la mesa de novedades.
Suso de Toro también es pesimista. El sábado escribió un artículo en El País (Qué va a ser del escritor), en el que lamenta, o expone al menos, el fin del autor, además del lector de siempre, a costa del nacimiento de otra cosa, de otro tipo de autor, de otro tipo de lector, de un engendro por ahora incomprensible.
"El sistema de adelanto de derechos por su obra al autor permitió la profesionalización de los escritores. Quizá el sistema haya fracasado, desde luego está en crisis total. Hoy no existen los instrumentos para que la literatura de autor llegue a un público posible, pero puede ser que ya haya pasado el tiempo del autor tal como ha llegado hasta aquí.
Estamos en un momento de crisis entre el papel y la Red; nace algo nuevo y muere algo viejo; quizá esté muriendo el autor literario y lo que lo rodea. Y el lector literario también. Habrá literatura como la hubo antes de la imprenta, pero la figura de autor será otra. Aún no sabemos cuál."
Ayer, además, me encontré este artículo de Alberto Olmos en su blog. A diferencia de Marías y Suso de Toro Olmos es un escritor joven.
La posteridad de Olmos será poder vivir algún día de lo que venden sus libros, o al menos de juntar palabras en alguna parte. Ha publicado varias novelas pero eso no le dará para vivir, supongo. Javier Marías y Suso de Toro viven, que yo sepa, de lo que venden sus libros, pero sobre todo de lo que ganan con los artículos.
En todo caso lo que habrán ganado con las ventas no será del todo despreciable, sobre todo Marías. La queja, un poco de los tres artículos, es la siguiente; el marketing, indisociable de la literatura en los últimos tiempos, ha acabado por abarcarlo todo, y ya no hay nada debajo, ni detrás, nada oculto bajo la máscara comercial que sea literatura. La literatura ya no existe, o tiene los días contados.
"Casi todos los escritores jóvenes lo han entendido ya. Se ha terminado la literatura de escribir, ahora empieza la literatura de ser escritor. Ocúpate primero de ser escritor, que ya habrá tiempo luego de escribir.
A fin de cuentas, somos escritores para los que compran libros, no para los que los leen y lo importante es entender que los libros se compran antes de haberlos leído, por lo que ese campamento base comercial es en realidad nuestra meta.
Hace unos meses, un personaje del mundillo literario me arrojó este reto a la cara: A ver dónde estás tú dentro de veinte años y a ver dónde estoy yo. Mi respuesta fue: Yo no voy a estar.
Porque si esto no es el fin, se le parece bastante."
Soy Pamuk, el que ganó el Nobel de literatura este año
Y mi vida cambió un poquito; no mucho, pero me tomé unos días de relax. Voy a vender más libros que la leche. Menos mal que soy bueno, pero cuando le dan un premio de este calibre a un paquete, da igual, todo el mundo va corriendo a la librería a comprárselo, no tienen personalidad. Capullos.
En la foto siguiente estoy en mi sofá favorito, espatarrado; está muy hundido porque ya lo utilizó mi padre para leer, debe tener unos sesenta años el sofá. En este sofá hicimos a nuestra hija, menudo polvazo, con perdón. Yo también lo uso para leer, aunque como siga hundiéndose cualquier día desaparezco entre los cojines aplastados. A ver si con la pasta del premio me compró una casa nueva, que esta se está cayendo a trozos, me da vergüenza traer a tías aquí. Y voy a comprar otra en la playa, para escribir poemas a la orilla del mar.
Y ayer por fin leí el discurso en la Academia sueca, tras recoger mi premio y el cheque. Hice un discurso bonito, poco político, ya que tanto me acusaban de ser un premio político, pues les llevo la contraria; hablé de escribir, de lo mucho que me gusta, de la maleta que me dejó mi padre, llena de manuscritos, con la esperanza de que algún día se le publicara algo. Como Kafka, solo que al revés; en lugar de decir que se los quemase me dijo: “Échale un vistazo cuando yo me haya ido. Fíjate si hay algo que te sirva. Quizá, cuando yo no esté, puedas hacer una selección y publicarlo”. Vamos, casi nada.
Llegué a pensar si me había dicho que lo publicara con mi nombre, pero no creo. Alguna vez, esto lo digo en secreto, ni estoy muy seguro de lo que digo (el Nobel me emborracha un poco), estuve tentado de soltarle a algún editor las novelas de mi padre como si fueran mías, pero no lo hice, por si me caía una maldición o algo así, como en las pelis de momias.
Mi discurso gustó, según tengo entendido. Los periódicos siempre escogen esas frases para la galería pero apenas exponen lo que quise decir, el fondo. Supongo que no es cosa de ellos desentrañar el fondo. Yo vengo a decir que el mundo, en general, el mundo del día a día, me aburre soberanamente, y que yo solo soy feliz si al cabo de las diez horas que estoy sentado en la silla del escritorio me sale algo bueno; sino, la mala hostia no me deja estar tranquilo. Todo me aburre, soy un aburrido; solo me gusta leer y escribir: Bueno, y antes también mi mujer, hacer hijos con ella en el sofá viejo, pero pasó de mi, quiso divorciarse porque decía que pasaba demasiadas horas encerrado en mi habitación.
En el discurso de ayer digo qué es literatura para mí: “como lo que una persona crea cuando se encierra en una habitación, se sienta junto a una mesa y se retira a una esquina para expresar sus sentimientos”. Ahora estará muerta de envidia, como el quinto Beatle.
Sabéis lo mejor, mi padre era un as, ya sabía que yo llegaría alto. Por eso acabo el discurso así; “Mi padre dijo que algún día yo ganaría este premio que ahora recibo. Me hubiera gustado mucho que él estuviera hoy entre nosotros”.
Ala, con Dios. Ahí os quedáis. A leerme, sobre todo mi último libro, el de Estambul, a ver si aprendéis algo, vagos.
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