Se deja caer lenta la golondrina con el fulgor de poniente en el pecho. Y no se queda en eso: se da la vuelta, busca otro suspiro de aire. Los mirlos, mientras tanto, inician su conversa en los matorrales.
Los chicos tontean con las chicas que abren las pipas de girasol con los dientes sin perderse un detalle.
Porque olvidamos, decimos "tontean". Está la fea y está el grandullón, como siempre.
Está la dama de honor, y su reina, y el chico casi espabilado. De todo lo que hablan quedan las cáscaras de las pipas de girasol.
Yo creo que ahí lo que cuenta es el sonido de cada palabra, el timbre de la risa, como en el recuerdo del otro, la sensación que puede desprender un pliegue o destello de tela o de la mirada. No se ven, exactamente. No se comunican, exactamente.
Exhiben sus atributos y luego los recuerdan y ya son distintos, y ya tal vez al día siguiente uno se sienta prendido del otro.
Como las golondrinas, por los cielos de esta tarde en la Colina. Que a veces se acercan y se asustan y enseguida siguen su rumbo a por los insectos en la espesura.
En el Okay han puesto una mesa de billar, y dos retratos chinos. Sólo por este insignificante detalle, hoy al mediodía aquello no parecía el Lejano Oeste, unos hombretones tatuados hasta el pulmón retándose y convidándose a cubalibres a voz en grito, unos coros de mirones, unas pantallas de televisor a todo volumen, y afuera todo el esplendor de un día de canícula, de pleno agosto en blanco.
Jose Carlos Cataño
6 jun 2010
El Club Bilderberg
No es nada raro que las medidas de seguridad se extremen porque está la flor y nata de los que decidirán como va a ser nuestro mundo, y resulta que hoy todo el idem sabe quien está y dónde, tanto airear que se reúnen en Sitges, medidas de seguridad? porque dicen hasta el Hotel o palacio. igual es que se han reunido en Las Islas Caimán y ponen Sitges para que hablemos de esto, a qué sale la Reina Dña Sofía? qué tiene una Reina que decir sobre el futuro de nuestro Planeta? ni la Reina de Inglaterra va, o a lo mejor si y nos engañan.....tengo ya un espiritu tan emparanoiado que dice el piberio que veo conspiracines en todas partes, y encima que nos dicen que la verdadera Crisis está por llegar, en el año 2.012, jo parece cuando se especulaba con el 1º milenio en la Edad Media....
Ayer viendo un Debate de los que no sacas nada en claro , se hacían la misma pregunta, si son las mayres fortunas del mundo las que se reúnen y contaban que el año pasado se decidió la gripe A para mover dinero, no lo creo, la verdad, si fue en otra ocasión la Reina de Holanda es porque dicen que es una de las fortunas más grandes , pero nuestra o la que tenemos, a qué va? es tan rica Dña Sofía que nos da ejemplo de no despilfarrar comprando en verano unas alpargatas con su cuñada? su hermano, Contastino si tiene fortuna, pero no sé de que negocios se ocupa en Londres.
Ayer viendo un Debate de los que no sacas nada en claro , se hacían la misma pregunta, si son las mayres fortunas del mundo las que se reúnen y contaban que el año pasado se decidió la gripe A para mover dinero, no lo creo, la verdad, si fue en otra ocasión la Reina de Holanda es porque dicen que es una de las fortunas más grandes , pero nuestra o la que tenemos, a qué va? es tan rica Dña Sofía que nos da ejemplo de no despilfarrar comprando en verano unas alpargatas con su cuñada? su hermano, Contastino si tiene fortuna, pero no sé de que negocios se ocupa en Londres.
El Club Bilderberg
El Club Bilderberg
Ya las conspiraciones no son lo que eran. Hace unos años, algunos que se mostraban como iniciados, antiguos espías de los servicios secreto de la extinta URSS y periodistas de investigación que decían valer más por lo que callaban que por lo que decían, empezaron a mencionar el Club Bilderberg, del que formaban parte los personajes más poderosos del mundo y que sonaba a una especie de logia conspirativa que se reunía cada año en secreto. Se comentaba, siempre a toro pasado, que en tal año la reunión fue en un castillo bávaro, que en tal otro en un hotel de la isla de La Toja, pero siempre después, porque el poder allí reunido era tanto que la mejor medida de seguridad era no dar publicidad. Tampoco se ha dicho nunca qué decisiones se han tomado, pero como pasa con todo lo que no es transparente se especula de todo.
La idea que tengo es que no son precisamente hermanitas de la caridad, pero tampoco me los imagino como los malos de los cómics, reunidos y hablando en voz baja sobre cómo dominar el mundo, en un congreso en el que se dan cita Lex Luthor, el Jocker, Los Hermanos Dalton y hasta el Conde Drácula.
Y lo que sorprende es que este año se anuncie su reunión en Sitges, como un concierto de rock, aunque seguramente nunca sabremos de qué hablaron o qué decidieron, si es que decidieron algo.
Es lo que digo, que ya no se conspira como antes, y si ahora el Club Bilderberg se reúne a la luz del día, si nos enteramos en la prensa del cambio de Gran Maestre de una logia masónica y si hasta los espías y los miembros de rarísimas sociedades secretas tienen tarjeta de visita, nos vamos a quedar sin misterio; y es una pena, porque el misterio siempre da para mucho, y si se estira debidamente suele desembocar en buena literatura y buen cine, pero por contra, si se estira el misterio, suele dar muy mal periodismo.
De Emilio González Déniz
5 jun 2010
Io sono l 'amore
La casualidad es azar, no hay nada detrás, pero a veces, en su capricho, semeja una revelación, una señal de lo alto. Toda la semana se han pasado las secciones vecinas intentando definir a las clases media y alta –por barruntar dónde se va a fijar la frontera del órdago fiscal– en esta sociedad difusa en que la conciencia de clase ha pasado a mejor vida, y en las carteleras, dos tratados sobre la burguesía europea para despejar dudas.
La primera –por riguroso orden de proximidad a la excelencia– ya se ha convertido en un fenómeno boca a boca en medio continente y ha recaudado, dice ufano su director, "un millón de libras en el Reino Unido".
Io sono l"amore (Yo soy el amor) –el paréntesis también es título– es el segundo largo de un director, Luca Guadagnino, cuya filmografía previa no permitía prever la altura y riesgo de esta obra, ni la sofisticación alambicada de su discurso.
La adinerada familia Recchi, fundadora de una próspera industria textil, asiste a los últimos días del patriarca en su lujoso palacete del centro de Milán.
Su heredero, Tancredi Recchi (Pippo Delbono), habrá de compartir el imperio familiar con su propio hijo, Edoardo (Flavio Parenti), nieto del padrone y la más firme promesa de primogenitura digna para estos Agnelli de ficción.
El relato se centra, sin embargo, en la esposa de Tancredi, Emma (Tilda Swinton, también productora), cuyo nombre es una cita obvia a Flaubert y una invención de su esposo, que la rebautizó tras traerla de Rusia para desposarla, y en la irrupción de la pasión, vehículo de la destrucción del sólido universo de lo decente: antes de que su madre se abandone a ella, la pequeña Elisabetta (Alba Rohrwacher) confiesa su amor por otra joven y huye a Londres para poner tierra de por medio con la respetabilidad milanesa.
Es todo más viejo (decimonónico, para más señas) que jugar a las tabas, efectivamente. Y la sombra de Visconti –al que cita de continuo Guadagnino– está tenazmente presente. Pero a la vez, el realizador se propone una renovación del lenguaje del melodrama con apuestas arriesgadísimas –lo freudiano y lo onírico se convierten en excursos visuales, y la antítesis entre la soleada boscosidad de San Remo y la grisura de la bauhausiana vivienda milanesa (donde una polilla turba el descanso marital) se vuelve una elegía de la sensualidad– que tienen detrás un trabado discurso.
"Tancredi fue a Rusia a comprar arte y compró a Emma; Edoardo, incapaz de asumir que ama a su amigo Antonio, lo compra, invirtiendo en su restaurante", subraya Guadagnino, encorajinado y vehemente (un ímpetu verbal simpático, salpicado por su patente ceceo). Desbocado, remata: "La burguesía milanesa comprando lo que ama no es una casualidad: Italia es el laboratorio y el futuro de Europa, un país controlado por hombres que compran los placeres sexuales negando al otro, al que debería ser amado, su subjetividad; hombres incapaces de enfrentarse a la alteridad, que eligen pagar para convertirla en el agujero de su deseo". En esos funestos términos, Io sono l"amore es, además de un bello drama, un airado manifiesto.
A su lado, Pastel de boda, de Denys Granier-Deferre, es una casi inocente sátira sobre la burguesía francesa de provincias –en este caso bordelesa– centrada en los esponsales entre una hija de viejos ricos y un hijo de nuevos ricos.
La cinta, no exenta de condescendencia parisienne –en París nació, en 1949, el director y allí ejerce como profesora la autora de la novela, Blandine Le Callet–, es una pieza pura de comedia de costumbres, con viejos ricos desnortados y nuevos ricos ridículos, metidos en un castillo-hotel de fingida fisonomía aristocrática.
"Es el tipo de gente de provincias que se pone participios en los apellidos para aparentar nobleza", dice este director, que luce –se habrán fijado– un distinguido guión en mitad del apellido.
La primera –por riguroso orden de proximidad a la excelencia– ya se ha convertido en un fenómeno boca a boca en medio continente y ha recaudado, dice ufano su director, "un millón de libras en el Reino Unido".
Io sono l"amore (Yo soy el amor) –el paréntesis también es título– es el segundo largo de un director, Luca Guadagnino, cuya filmografía previa no permitía prever la altura y riesgo de esta obra, ni la sofisticación alambicada de su discurso.
La adinerada familia Recchi, fundadora de una próspera industria textil, asiste a los últimos días del patriarca en su lujoso palacete del centro de Milán.
Su heredero, Tancredi Recchi (Pippo Delbono), habrá de compartir el imperio familiar con su propio hijo, Edoardo (Flavio Parenti), nieto del padrone y la más firme promesa de primogenitura digna para estos Agnelli de ficción.
El relato se centra, sin embargo, en la esposa de Tancredi, Emma (Tilda Swinton, también productora), cuyo nombre es una cita obvia a Flaubert y una invención de su esposo, que la rebautizó tras traerla de Rusia para desposarla, y en la irrupción de la pasión, vehículo de la destrucción del sólido universo de lo decente: antes de que su madre se abandone a ella, la pequeña Elisabetta (Alba Rohrwacher) confiesa su amor por otra joven y huye a Londres para poner tierra de por medio con la respetabilidad milanesa.
Es todo más viejo (decimonónico, para más señas) que jugar a las tabas, efectivamente. Y la sombra de Visconti –al que cita de continuo Guadagnino– está tenazmente presente. Pero a la vez, el realizador se propone una renovación del lenguaje del melodrama con apuestas arriesgadísimas –lo freudiano y lo onírico se convierten en excursos visuales, y la antítesis entre la soleada boscosidad de San Remo y la grisura de la bauhausiana vivienda milanesa (donde una polilla turba el descanso marital) se vuelve una elegía de la sensualidad– que tienen detrás un trabado discurso.
"Tancredi fue a Rusia a comprar arte y compró a Emma; Edoardo, incapaz de asumir que ama a su amigo Antonio, lo compra, invirtiendo en su restaurante", subraya Guadagnino, encorajinado y vehemente (un ímpetu verbal simpático, salpicado por su patente ceceo). Desbocado, remata: "La burguesía milanesa comprando lo que ama no es una casualidad: Italia es el laboratorio y el futuro de Europa, un país controlado por hombres que compran los placeres sexuales negando al otro, al que debería ser amado, su subjetividad; hombres incapaces de enfrentarse a la alteridad, que eligen pagar para convertirla en el agujero de su deseo". En esos funestos términos, Io sono l"amore es, además de un bello drama, un airado manifiesto.
A su lado, Pastel de boda, de Denys Granier-Deferre, es una casi inocente sátira sobre la burguesía francesa de provincias –en este caso bordelesa– centrada en los esponsales entre una hija de viejos ricos y un hijo de nuevos ricos.
La cinta, no exenta de condescendencia parisienne –en París nació, en 1949, el director y allí ejerce como profesora la autora de la novela, Blandine Le Callet–, es una pieza pura de comedia de costumbres, con viejos ricos desnortados y nuevos ricos ridículos, metidos en un castillo-hotel de fingida fisonomía aristocrática.
"Es el tipo de gente de provincias que se pone participios en los apellidos para aparentar nobleza", dice este director, que luce –se habrán fijado– un distinguido guión en mitad del apellido.
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