Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 may 2010

La Quiebra - Juan Cruz

Tengo una amiga, Carmen Ros, que suele decir, cuando alguien le decepciona, o cuando se decepciona, que se le retira el deseo de seguir. Siento muchas veces esa pulsión, dejar, dejarlo todo, seguir la línea recta (o mareada) de la melancolía, y marcharme, buscar en la playa el rumor que no hallo entre el cemento, ni lo hallaré. Y ahora es uno de esos momentos: la crisis, las discusiones sobre la crisis, la envolvente y asquerosa abundancia del insulto en el ámbito político y en el ámbito social, hacen descender el nivel de exigencia a niveles ínfimos, y estamos nadando ya en aguas que parecen definitivamente turbulentas, aguas mareadas, sucias o rotas, aguas empozadas y envenenadas sobre las que alguien, algunos, ciertas corporaciones, muchos políticos, algunos periodistas también, lanzan su veneno lento, bien dosificado, para que ya sea imposible beber agua fresca.
Ahora hay un debate importantísimo en el Congreso.
Hubo ayer una importante decisión judicial sobre un caso gravísimo de corrupción habido en Valencia (y en otros lugares de España).
Hay, sin duda, una enorme crisis financiera, económica, social y política en este país y en el mundo.
Estamos, quizá, en el peor momento de las generaciones que ahora tenemos entre ochenta y veinte años; la memoria no alcanza otro momento tan infeliz como el que se padece (en los términos económicos y sociales, al menos), aunque es cierto que hay elementos (vivimos en democracia, las prestaciones sociales logradas a lo largo de los años permiten un bienestar que existe aunque esté amenazado) que permiten una esperanza aún latente de que esta crisis sea un túnel desde el que se vislumbra alguna luz de vez en cuando.
Así que vivimos al borde de una quiebra, o vivimos en una quiebra, en un momento que alguna vez será el origen de una pregunta como aquella que se hacía Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral. ¿Cuándo se jodió todo esto? ¿Y qué podemos hacer para que no se siga jodiendo? Acaso el pesimismo no conduce por buen camino, pero ahora está ganando la partida el pesimismo.
Nos queda la palabra ojalá, que es la otra parte de la frase Con la que está cayendo. Ojalá que no siga cayendo.

SOMOS NECESARIOS- Maruja Torres

Entre la chulería del primer partido de la oposición y los balbuceos bienintencionados del partido gobernante tiene que existir alguna salida de urgencia mínimamente sensata que nos tranquilice. Porque nos están comunicando su histeria. Tomemos tila.
Recapacitemos. La ira del ciudadano -un sujeto que, en una evaluación de promedio, parece mucho más maduro que sus líderes políticos- también debe calmarse. Pues somos, en estos momentos, más necesarios que nunca. Reflexionemos. Claro que el ambiente no ayuda.
Desde doña Rita Barberá, que tiene -o me lo parece- un plan para doña Sonsoles Espinosa cuando esta deje a su marido, hasta el señor Camps que, poseído por el síndrome de san Isidro, busca capotazos en plaza de toros, pasando por el hecho de que se nos propina el ricino de los reajustes con cuentagotas... Solo entran ganas de gritar: "¡Basta! ¡Que alguien tome las riendas!".
Pero eso sería lo más peligroso. Como venga un salvador, estamos listos. Puedo comprender las vacilaciones del Gobierno. Ni en sus peores sueños contaba el señor Zapatero con que la mala suerte global se le cayera encima. Entiendo menos que el PP se lance a interpretar un guión que tampoco le cuadra, como es el de defender a los más débiles.
Y que lo haga tan obtusamente, poniendo en peligro la estabilidad del país y su credibilidad. Para eso tienen ya a su malasombra itinerante, el señor Aznar. Sin embargo, sepan todos que lo que ningún ciudadano está dispuesto a comprender, y mucho menos a perdonar, es que toda la clase política no se junte para repensar este país. Y eso incluye a quienes gobiernan o están en la oposición, en Madrid, en autonomías, en alcaldías.
A los grandes partidos políticos y a los que no lo son tanto porque les perjudica la ley electoral. Ahora mismo, y aquí mismo, todos somos necesarios. Repiensen el país, cuéntennoslo, pongámonos a ello. Antes de que nos hagamos daño.

Pasion Vega - Mienteme

http://www.youtube.com/watch?v=_hSxful_ABI

La Cenicienta


Hubo una vez una joven muy bella que no tenía padres, sino madrastra, una viuda impertinente con dos hijas a cual más fea. Era ella quien hacía los trabajos más duros de la casa, y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.


Un día el rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.



-Tú, Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.



Llegó el día del baile y Cenicienta, apesadumbrada, vio partir a sus hermanastras hacia el Palacio Real. Cuando se encontró sola en la cocina no pudo reprimir sus sollozos.



-¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó.



De pronto se le apareció su Hada Madrina.



-No te preocupes -exclamó el Hada-. Tú también podrás ir al baile, pero con una condición: que cuando el reloj de Palacio dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta.



Y tocándola con su varita mágica la transformó en una maravillosa joven.



La llegada de Cenicienta al Palacio causó honda admiración. Al entrar en la sala de baile, el Príncipe quedó tan prendado de su belleza que bailó con ella toda la noche. Sus hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven.



En medio de tanta felicidad, Cenicienta oyó sonar en el reloj de Palacio las doce.



-¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó.



Como una exhalación atravesó el salón y bajó la escalinata, perdiendo en su huida un zapato, que el Príncipe recogió asombrado.



Para encontrar a la bella joven, el Príncipe ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzarse el zapato. Envió a sus heraldos a recorrer todo el Reino. Las doncellas se lo probaban en vano, pues no había ni una a quien le fuera bien el zapatito.



Al fin llegaron a casa de Cenicienta, y claro está que sus hermanastras no pudieron calzar el zapato, pero cuando se lo puso Cenicienta vieron con estupor que le quedaba perfecto.



Y así sucedió que el Príncipe se casó con la joven y vivieron muy felices.