Entre la chulería del primer partido de la oposición y los balbuceos bienintencionados del partido gobernante tiene que existir alguna salida de urgencia mínimamente sensata que nos tranquilice. Porque nos están comunicando su histeria. Tomemos tila.
Recapacitemos. La ira del ciudadano -un sujeto que, en una evaluación de promedio, parece mucho más maduro que sus líderes políticos- también debe calmarse. Pues somos, en estos momentos, más necesarios que nunca. Reflexionemos. Claro que el ambiente no ayuda.
Desde doña Rita Barberá, que tiene -o me lo parece- un plan para doña Sonsoles Espinosa cuando esta deje a su marido, hasta el señor Camps que, poseído por el síndrome de san Isidro, busca capotazos en plaza de toros, pasando por el hecho de que se nos propina el ricino de los reajustes con cuentagotas... Solo entran ganas de gritar: "¡Basta! ¡Que alguien tome las riendas!".
Pero eso sería lo más peligroso. Como venga un salvador, estamos listos. Puedo comprender las vacilaciones del Gobierno. Ni en sus peores sueños contaba el señor Zapatero con que la mala suerte global se le cayera encima. Entiendo menos que el PP se lance a interpretar un guión que tampoco le cuadra, como es el de defender a los más débiles.
Y que lo haga tan obtusamente, poniendo en peligro la estabilidad del país y su credibilidad. Para eso tienen ya a su malasombra itinerante, el señor Aznar. Sin embargo, sepan todos que lo que ningún ciudadano está dispuesto a comprender, y mucho menos a perdonar, es que toda la clase política no se junte para repensar este país. Y eso incluye a quienes gobiernan o están en la oposición, en Madrid, en autonomías, en alcaldías.
A los grandes partidos políticos y a los que no lo son tanto porque les perjudica la ley electoral. Ahora mismo, y aquí mismo, todos somos necesarios. Repiensen el país, cuéntennoslo, pongámonos a ello. Antes de que nos hagamos daño.
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