Tengo una amiga, Carmen Ros, que suele decir, cuando alguien le decepciona, o cuando se decepciona, que se le retira el deseo de seguir. Siento muchas veces esa pulsión, dejar, dejarlo todo, seguir la línea recta (o mareada) de la melancolía, y marcharme, buscar en la playa el rumor que no hallo entre el cemento, ni lo hallaré. Y ahora es uno de esos momentos: la crisis, las discusiones sobre la crisis, la envolvente y asquerosa abundancia del insulto en el ámbito político y en el ámbito social, hacen descender el nivel de exigencia a niveles ínfimos, y estamos nadando ya en aguas que parecen definitivamente turbulentas, aguas mareadas, sucias o rotas, aguas empozadas y envenenadas sobre las que alguien, algunos, ciertas corporaciones, muchos políticos, algunos periodistas también, lanzan su veneno lento, bien dosificado, para que ya sea imposible beber agua fresca.
Ahora hay un debate importantísimo en el Congreso.
Hubo ayer una importante decisión judicial sobre un caso gravísimo de corrupción habido en Valencia (y en otros lugares de España).
Hay, sin duda, una enorme crisis financiera, económica, social y política en este país y en el mundo.
Estamos, quizá, en el peor momento de las generaciones que ahora tenemos entre ochenta y veinte años; la memoria no alcanza otro momento tan infeliz como el que se padece (en los términos económicos y sociales, al menos), aunque es cierto que hay elementos (vivimos en democracia, las prestaciones sociales logradas a lo largo de los años permiten un bienestar que existe aunque esté amenazado) que permiten una esperanza aún latente de que esta crisis sea un túnel desde el que se vislumbra alguna luz de vez en cuando.
Así que vivimos al borde de una quiebra, o vivimos en una quiebra, en un momento que alguna vez será el origen de una pregunta como aquella que se hacía Mario Vargas Llosa en Conversación en la Catedral. ¿Cuándo se jodió todo esto? ¿Y qué podemos hacer para que no se siga jodiendo? Acaso el pesimismo no conduce por buen camino, pero ahora está ganando la partida el pesimismo.
Nos queda la palabra ojalá, que es la otra parte de la frase Con la que está cayendo. Ojalá que no siga cayendo.
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