Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 ene 2010

La resurrección de Félix Francisco Casanova



Fernando Aramburu dio el aviso. Fue en El Cultural, el 2 de octubre pasado, respondiendo a la pregunta: “Y un autor al que sería necesario reivindicar”?“Sin la menor duda -afirmó-, y aquí sí que no transijo, Félix Francisco Casanova Martín, poeta canario de una singular lucidez, un maestro del misterio, hondo y liviano al mismo tiempo, el cual, además, escribió una novela diabólica, inexplicable dentro de la tradición literaria a la que estamos acostumbrados. Es, en cierto modo, nuestro Rimbaud. [...] pienso que no necesita reivindicación ninguna; que somos nosotros, los desinformados, las víctimas de nuestra ignorancia, quienes deberíamos reivindicarnos frente a sus obras”. A partir de entonces, editores, medios de comunicación y escritores quisieron saber algo de la vida y la obra de este joven poeta, muerto a los 19 años y autor de una obra turbadora y de una calidad a la altura de los mejores. Tal vez sea, sí, el Rimbaud español, como ya se le empieza a conocer en el circuito poético, pero de lo que no hay duda es de que Casanova merece un reconocimiento mayor del que disfruta. Para ello, y más allá de lo publicado, El Cultural ofrece hoy, además de estas fotografías inéditas, los primeros tramos de la novela El don de Vorace, editada estos días por Demipage, un poema hasta ahora desconocido y pasajes del diario del poeta.


El entusiasmo de estos días por la figura y la obra de Félix Francisco Casanova contrasta con el silencio atronador de treinta y cuatro años ya. Demasiados e inexplicables para un talento y una vida (y una muerte) como la del joven poeta canario. El Rimbaud español, como lo comenzaron a llamar los fervorosos conocedores de su poesía, nació en la isla de La Palma en septiembre de 1956 y murió en Tenerife un día de enero de 1976, en la bañera de su casa, por inhalación de gas. Nadie puede afirmar cómo ocurrió. Lo encontró su padre que, tras romper la puerta, lo sacó de la bañera, y desnudo y en brazos lo llevó al hospital, donde nadie pudo hacer nada por su vida. El hermano menor del poeta, José Bernardo, reveló al editor de Demipage, David Villanueva, que “antes de meterse en el baño, Félix me dijo que yo tenía algo muy importante que hacer en mi vida y era seguir aumentando la colección de música”.

Porque en el principio fue la música. Félix Francisco Casanova vivía para ella. Sus primeros versos fueron, en realidad, la traducción del inglés de las letras de sus canciones. En mayo de 1974 dejó escrito en su diario: “Estos días oigo mucha música, mucha. Siempre estoy naciendo en la música, es inagotable mi sed y también su fuente es inagotable. Y me amansa y me derrama como un cántaro de sangre de montaña, y su amor me toca y soy lo más vulnerable a sus palabras, y mis heridas, mis llagas revenan como un árbol cortado, como el primer día en que amé o leí a Tagore”.

Obsesiva colección de música
No era siquiera adolescente y el bello Casanova, de aspecto melancólico y espíritu rebelde, se movía entre Kafka y Baudelaire, entre Borges y Hesse, como pez en el agua. Tenía una cultura vastísima, tocaba la guitarra, formaba parte del grupo de rock y el equipo literario Hovno (mierda, en checo), coleccionaba vinilos con pasión obsesiva y escribía versos. El poeta Francisco Javier Irazoki le sigue el rastro desde entonces: “Yo descubrí su nombre en las páginas de Disco Express, donde publicaba mis críticas de música; él comenzó a enviar opiniones (siempre inteligentes) y poemas de calidad. Amaba el rock, pero no más que el jazz o la música clásica”.

Por otro lado, con su mejor amigo, ángel Mollá, escribía manifiestos donde expresaba su rebeldía frente a la literatura convencional. Escribía, por ejemplo: “¿No es cierto que te entran ganas de palpar otras dimensiones y hacer correr por ellas tus tintas hasta secar el tintero y seguir pulsando notas con esos dolores que se nos han concedido? A Hovno le gusta el chasqueo del campesino entre sus judías el hombre que se duerme ante el telerrompevisor cansado de trabajar el que cierra el volumen de un portazo y espera paciente que se derriben los autobombos para ver si le conceden permiso para entrar a rascar algo del fofo estómago universal”.

Muchos de estos textos los publica la Prensa canaria. Félix Casanova tiene 15 años y el diablo de la poesía se enseñorea ya de sus palabras. Un año antes, a los 14, “con la brisa fumando su fiebre”escribió “Muro”, uno de sus poemas más tempranos y que hoy rescatan del olvido las páginas de El Cultural. “Los primeros poemas que Félix Francisco escribió eran de una impresionante exuberancia verbal”, señala Irazoki. “Tenía, dice, una capacidad extraordinaria para crear imágenes inesperadas. Sin embargo, a partir de los 17 años, se despoja de casi todo excepto de la poesía”.

La muerte, siempre presente
Los diecisiete años de Félix Francisco Casanova fueron claves. En ese 1974 publicó su primer libro de poemas El invernadero, que recibió el premio más prestigioso de la isla, el Julio Tovar. En cuarenta y cuatro días de ese año (entre el 9 de junio y el 23 de julio, según anota en su diario) escribió la novela El don de Vorace, (editada en la isla por el poeta Manuel Padorno en la pequeña editorial JB), que estos días reedita bellamente Demipage, y cuyos primeros tramos ofrecemos también en estas páginas. Además de centenares de poemas, recogidos más tarde por Hiperión en el libro La memoria olvidada (1990), Félix Francisco escribe durante 65 días un diario lúcido, morboso y estremecedor,Yo hubiera o hubiese amado ésta es su primera anotación, del 1 de enero:“Aquí comienzo el modelaje de una serie de poemas de agua, cuyo fin no intuyo. Es la primera poesía que escribo tras El invernadero, fabricado en el verano pasado”. El 18 de septiembre, al borde de sus 18 años, escribía: “Hace dieciocho años que estoy aquí. Un día en que estaba muy triste vi un blues pequeñito paseando solo por la carretera. Corrí a su encuentro y le tendí la mano, pero me rechazó. Lo intenté varias veces, mas no aceptaba. Entonces lo seguí con la vista, agazapado entre los matorrales. De repente la carretera se acabó y, justo en el momento en que caía al abismo, me arrastró con su mano”. Y el 12 de junio: “He sufrido un sueño en el que me arrancaba la piel y tenía otra debajo, me crecían pelos en la lengua… ¡Horrible!”.

Apenas rastro de la muerte en su diario, tan obsesiva en su obra. Félix Francisco Casanova era un joven vital, extrovertido, entre amigos y ruidos siempre y, sin embargo, burlaba continuamente a la muerte, como el protagonista inmortal de su novela. El último poema que escribió lo tituló “Eres un buen momento para morirme”, dedicado a María José Sánchez Pinto, la que fue brevemente su novia.

Intensa relación con su padre
El joven poeta era un lector voraz, gracias en parte a la biblioteca de su padre, Félix Casanova de Ayala, con quien mantuvo una relación tensa e intensa. Se tenían una admiración mutua que no esquivaba las continuas y acaloradas discusiones sobre poesía. Firmaron juntos el poemario Cuello de botella. La personalidad del padre merecería un capítulo aparte en este relato. Poeta de la generación postista, odontólogo, comunista, muy conocido en la sociedad canaria, fundó con otros colegas el partido Unión del Pueblo Canario. Según su único hermano, cuando surgió la conciencia poética de Félix Francisco, el padre no escribió más.

Blanca BERASATEGUI

Jose Miguel Junco Ezquerra

CREADORES

Sueñan difusas cuevas embrujadas,
paredes, ríos, bisontes, flechas, hombres,
un sol a medio hacer, apenas duermen,
en su delirio un alacrán se muda,
un cuerpo se derrite, un barco vuela,
las hojas de papel son como otoños
cayendo siempre y germinado y eso.

Y eso les da sustento y perspectiva,
hacen de un nudo en la garganta un sable,
de una nube procaz una azucena,
de un tallo verde un galopar de abejas,
de un maleficio un árbol desnudado,
del tiempo una quimera de dragones,
del cielo un agujero de nostalgias,
del mar una batalla interminable y callan.

Callan, pero en los filos del cerebro
bullen fonemas, pájaros torcidos,
besos dados a labios que se ausentan,
ritos, revoluciones, pedazos de un espanto,
formas de andar que nunca se ejercieron,
lunas rojas que nadie ha descubierto,
corazones de piedra embalsamados,
niños cegados por capricho y eso.

Y eso los hace, no privilegiados,
locos de atar subiendo una montaña
que sólo en su memoria fructifica
y de repente se transforma y nieve,
y acequias de cristal donde navega
sangre inocente derramada en vano,
cuadros a medio hacer, rinocerontes,
unicornios pastando un laberinto,
flores creciendo en la mitad de un ojo,
peces que buscan en las minas cobre,
manos tentando en la maleza y callan.

Y callan un silencio de geranios,
un diluvio de arena que se posa
entre dos cuerpos por un istmo unidos,
una constelación enarbolada,
un antiguo dolor desesperado,
un asombro pasando por un puente,
la luz perdida, prosternada y eso.

24 ene 2010

la Luna de Valencia.

Las reacciones a la tragedia de Haití han vuelto a poner sobre la mesa una realidad terrible: los responsables políticos del mundo, en cualquier área, son ahora mismo de un nivel bajísimo, y de un personalismo vergonzante.
Cuando llegan momentos como este, se echan de menos personajes, no ya de la talla enorme de Churchill, Adenauer, Schuman o Nehru, sino simplemente políticos con sentido del estado y de las prioridades, que sin ser estrellas fulgurantes supieron hacer lo debido en su momento, y en este apartado entrarían figuras como Miterrand, Khol, Gorbachov, Felipe González o Indhira Gandhi.

Lo que ocurre en España sucede también en el mundo. Faltan pesos pesados con capacidad de liderazgo, y en su lugar hay figurines que se dan codazos para salir en la foto, y todos están en la Luna de Valencia.
Luego, a la hora de la verdad, todo el mundo critica a Estados Unidos (que tiene muchas cosas criticables y aquí se exponen muchos días), pero que es quien pone siempre toda la carne en el asador, porque tiene clara su escala de mando. Sarkozy ha hecho el ridículo, la ONU no está ni se la espera, Inglaterra está desparecida en combate y el UE practicando el empujoncito para estar el primero de la fila. De este modo, veo el futuro de Haití en manos de las ONGs, que están muy bien para las emergencias, pero que -por desidia del estado- acaban siendo la única posibilidad de supervivencia. Y si eso se eterniza, no hay desarrollo de los pueblos.
África es un ejemplo claro.

La etiqueta de Obama

La etiqueta de Obama

No hay nada como tener una etiqueta y que todos crean lo que dice en ella. Resulta que hace un año que Obama está en la Casa Blanca, a donde llegó con la etiqueta de progresista salvador. Como dice Paco Suárez, lo creyeron hasta en la Fundación Nobel, y le dieron el Nobel de la Paz. Obama es mulato, alto, guapo, y sólo le falta la pluma en el sombrero para parecerse al flautista de Hamelín, porque sí que tiene la flauta de su discurso lleno de sofismas, en el que hasta las guerras más estúpidas quedan justificadas en nombre de la paz y la democracia.

Probablemente Obama haya decepcionado a algunos, pero tengo que decir que no a mí. Ya dije antes de que tomara posesión, que desde Theodore Roessevelt (todo el siglo XX), los presidentes norteamericanos están todos cortados por el mismo patrón. Ni Truman fue más bestia que ninguno por lo de Horoshima, ni Wilson fue una hermanita de la caridad porque impulsara la Sociedad de Naciones, ni Kennedy fue tan listo ni Bush Jr. tan tonto. Responden todos a los intereses de los grandes monopolios americanos, y Obama no iba a ser la excepción. Sigue en Irak y Afganistán, se meterá en Pakistán si es lo que les conviene y procurará, como todos los presidentes yanquis, ningunear a Europa. De manera que, esperemos si acaso milagros de otra clase (Paco Suárez dixit) porque Obama es exactamente eso: Presidente de Los estados Unidos, uno más, como Reagan, como Truman y como Bush, por mucha etiqueta que le pongan, aunque ya parece que se le está borrando.