El Alakrana y el puesto de España en el mundo
Suele pensarse que la diplomacia es algo así como la proyección exterior o internacional de la fuerza…
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En 1898, el gobierno español consideró oportuno enviar al crucero Vizcaya al puerto de Nueva York, en “respuesta” (¡¡!!) al envío estadounidenses del Maine a la bahía de La Habana. Aquella tragedia grotesca terminó en la batalla naval de Santiago de Cuba, que ponía una corona mortuoria a los confetis del “imperio” español.
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Desde hace años, sucesivos gobiernos españoles se ven forzados a alquilar a empresas privadas aviones de transporte militar… ya que los ejércitos españoles no tienen el material que pudiera permitir cumplir tales compromisos políticos con aviones propios, en los distintos escenarios militares donde España ha decidido estar presente.
Hace un año, el gobierno español pagó 1 millón 200.000 dólares para conseguir la liberación de unos marineros secuestrados por piratas somalíes:[ .. ] Last year, the crew of another Spanish boat was freed by pirates in the same area after a ransom of a reported $1.2m (£750,000) was paid, according to Somali officials. [ .. ] [BBC, 6 noviembre 2009. Spain resists deal with pirates].
¿Qué cantidad deberá pagar el Estado para conseguir la liberación de los hombres del Alakrana?
¿Quién se atreverá a plantear a los españoles el trágico dilema de la insignificancia internacional o el costo (humano, económico, trágico) de la participación activa en nuestra propia historia más allá de nuestras volátiles fronteras…?
•El Alakrana, Cavite, la guerra de Cuba y nosotros.
9 nov 2009
Tras el Muro de Berlín otros Muros no han caído
Tras el Muro de Berlín, otros muros NO han caído
El Muro de Berlín también fue la frontera de un imperio que aspiraba a conquistar o imponer su ley (ideológica y militar) al resto de la humanidad, como culminación de una profecía mesiánica, totalitaria. No existen hoy muros de la misma naturaleza. Si hay otros muros que hablan de inmensas tragedias presentes y venideras.
La BBC recuerda esos otros muros que no han caído, entre EE.UU. y México, en Cisjordania, en Arabia Saudita, en Botswana… incluso en España, en las fronteras de Ceuta y Melilla, donde el drama de la inmigración africana corre el riesgo de ser un insondable pozo negro de interminables tragedias. BBC, 2 noviembre 2009, Los muros que no han caído.
El Muro de Berlín también fue la frontera de un imperio que aspiraba a conquistar o imponer su ley (ideológica y militar) al resto de la humanidad, como culminación de una profecía mesiánica, totalitaria. No existen hoy muros de la misma naturaleza. Si hay otros muros que hablan de inmensas tragedias presentes y venideras.
La BBC recuerda esos otros muros que no han caído, entre EE.UU. y México, en Cisjordania, en Arabia Saudita, en Botswana… incluso en España, en las fronteras de Ceuta y Melilla, donde el drama de la inmigración africana corre el riesgo de ser un insondable pozo negro de interminables tragedias. BBC, 2 noviembre 2009, Los muros que no han caído.
Enamorado de sí mismo
Enamorado de sí mismo
Antonio Jiménez Barca, corresponsal de EL PAÍS en París, y muy buen novelista, por cierto, hace crónica hoy de las memorias del ex presidente Chirac, que, como dice Antonio, se muestra enamorado de sí mismo en sus memorias. No es un mal francés. Aunque Mitterrand y Pompidou, y De Gaulle, que fueron además buenos escritores, también escribieron memorias, o recuerdos, o los dictaron o los dijeron, y dieron de sí mismos la mejor opinión que tenían.
Eran grandiosos, según ellos mismos, representaban la grandiosidad de Francia, y se referían a ellos con esa grandeur que les devolvían el espejo y la escritura. Las memorias de Margaret Thatcher también eran de una enorme autosatisfacción. No es un mal francés, pero los franceses son muy buenos a la hora de examinar su estima en el espejo.
Y es un mal humano también, porque todo excede tiende a convertirse en un mal: tendemos a autojustificarnos; nuestros errores son errores, pero si no los disminuimos, si no los examinamos a la luz de nuestra propia comprensión, el espejo devuelve dardos y centellas, y el hombre usa un paraguas para que la tormenta no le amargue la vida del todo.
El caso de los políticos, y sobre todo el de los políticos que han ejercido el poder, es mucho más flagrante que el de los seres humanos que no han ejercido el poder, porque el trabajo de aquellos cae bajo el escrutinio público, y la gente tiene bastante información sobre lo que hicieron o el efecto que tuvo en sus conciudadanos lo que hicieron.
El último presidente español, José María Aznar, que precedió a Zapatero en el ejercicio del poder, ya hizo un amago de memorias, y en ellas se refirió a algunos de los desastres a los que nos llevó (como la guerra de Irak) con un sentimiento de autosatisfacción que ha aumentado el rechazo de su legado y, por tanto, la crítica de sus hechos, porque la gente sabe, y recuerda, qué pasó, por lo cual su propio recuerdo ha querido ser grandioso y ha convertido su figura, otra vez, en una sombra mucho menor que la que la que él ha querido agrandar.
Él también se ha mostrado bastante enamorado de sí mismo, como Chirac. La autocrítica, en la política, en el arte, y en la vida, es un buen límite para el ego.
Antonio Jiménez Barca, corresponsal de EL PAÍS en París, y muy buen novelista, por cierto, hace crónica hoy de las memorias del ex presidente Chirac, que, como dice Antonio, se muestra enamorado de sí mismo en sus memorias. No es un mal francés. Aunque Mitterrand y Pompidou, y De Gaulle, que fueron además buenos escritores, también escribieron memorias, o recuerdos, o los dictaron o los dijeron, y dieron de sí mismos la mejor opinión que tenían.
Eran grandiosos, según ellos mismos, representaban la grandiosidad de Francia, y se referían a ellos con esa grandeur que les devolvían el espejo y la escritura. Las memorias de Margaret Thatcher también eran de una enorme autosatisfacción. No es un mal francés, pero los franceses son muy buenos a la hora de examinar su estima en el espejo.
Y es un mal humano también, porque todo excede tiende a convertirse en un mal: tendemos a autojustificarnos; nuestros errores son errores, pero si no los disminuimos, si no los examinamos a la luz de nuestra propia comprensión, el espejo devuelve dardos y centellas, y el hombre usa un paraguas para que la tormenta no le amargue la vida del todo.
El caso de los políticos, y sobre todo el de los políticos que han ejercido el poder, es mucho más flagrante que el de los seres humanos que no han ejercido el poder, porque el trabajo de aquellos cae bajo el escrutinio público, y la gente tiene bastante información sobre lo que hicieron o el efecto que tuvo en sus conciudadanos lo que hicieron.
El último presidente español, José María Aznar, que precedió a Zapatero en el ejercicio del poder, ya hizo un amago de memorias, y en ellas se refirió a algunos de los desastres a los que nos llevó (como la guerra de Irak) con un sentimiento de autosatisfacción que ha aumentado el rechazo de su legado y, por tanto, la crítica de sus hechos, porque la gente sabe, y recuerda, qué pasó, por lo cual su propio recuerdo ha querido ser grandioso y ha convertido su figura, otra vez, en una sombra mucho menor que la que la que él ha querido agrandar.
Él también se ha mostrado bastante enamorado de sí mismo, como Chirac. La autocrítica, en la política, en el arte, y en la vida, es un buen límite para el ego.
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