1 sept 2009
El peor día del siglo XX
El peor día del siglo XX
El 1 de septiembre de 1939, la locura se hizo guerra: Alemania invadió Polonia y desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
JULIÁN CASANOVA 30/08/2009
En la mañana del 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán invadió Polonia y el 3 de septiembre Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania. Veinte años después de la firma de los tratados de paz que dieron por concluida la Primera Guerra Mundial, comenzó otra guerra destinada a resolver todas las tensiones que el comunismo, los fascismos y las democracias habían generado en los años anteriores. El estallido de la guerra en 1939 puso fin a lo que el historiador Edward H. Carr llamó "la crisis de veinte años" e hizo realidad los peores augurios. En 1941, la guerra europea se convirtió en mundial. El catálogo de destrucción humana que resultó de ese largo conflicto de seis años nunca se había visto en la historia.
Alemania
A FONDO
Capital: Berlín. Gobierno: República Federal. Población: 82,369,552 (est. 2008)
Veinte años antes, Europa vivió guerras pequeñas, revoluciones muy violentas y varias guerras civiles
Aunque algunas explicaciones sobre sus causas se centran exclusivamente en Hitler y en la Alemania nazi, en el período que transcurrió entre 1933 y 1939, para obtener una fotografía completa debe rastrearse en los trastornos producidos por la Primera Guerra Mundial. Al final de esa contienda, el mapa político de Europa sufrió una profunda transformación, con el derrumbe de algunos de los grandes imperios y el surgimiento de nuevos países. De esa guerra salieron también el comunismo y el fascismo. Al tiempo que pasó entre el final de esa primera guerra y el comienzo de la segunda lo llamamos período de entreguerras, como si la paz hubiera sido la norma, pero en realidad en esa "crisis de veinte años" hubo algunas guerras pequeñas entre Estados europeos, revoluciones y contrarrevoluciones muy violentas y varias guerras civiles.
La caída de los viejos imperios continentales fue seguida de la creación de media docena de nuevos Estados en Europa, basados supuestamente en los principios de la nacionalidad, pero con el problema heredado e irresuelto de minorías nacionales dentro y fuera de sus fronteras. Todos ellos, salvo Checoslovaquia, se enfrentaron a grandes dificultades para encontrar una alternativa estable al derrumbe de ese orden social representado por las monarquías. Esa construcción de nuevos Estados llegó además en un momento de amenaza revolucionaria y disturbios sociales.
La toma del poder por los bolcheviques en Rusia en octubre de 1917 tuvo importantes repercusiones en Europa. En 1918 hubo revoluciones abortadas en Austria y Alemania, a las que siguieron varios intentos de insurrecciones obreras. Un antiguo socialdemócrata, Béla Kun, estableció durante seis meses de 1919 una República soviética en Hungría, echada abajo por los terratenientes y por el ejercito rumano. Italia, en esos dos primeros años de posguerra, presenció numerosas ocupaciones de tierras y de fábricas. Esa oleada de revueltas acabó en todos los casos en derrota, aplastadas por las fuerzas del orden, pero asustó a la burguesía y contribuyó a generar un potente sentimiento contrarrevolucionario que movilizó a las clases conservadoras en defensa de la propiedad, el orden y la religión.
El movimiento contrarrevolucionario, antiliberal y antisocialista se manifestó muy pronto en Italia, durante la profunda crisis posbélica que sacudió a ese país entre 1919 y 1922, se consolidó a través de dictaduras derechistas y militares en varios países europeos y culminó con la subida al poder de Hitler en Alemania en 1933. Los datos que muestran el retroceso democrático y el camino hacia la dictadura resultan concluyentes. En 1920, todos los Estados europeos, excepto dos, la Rusia bolchevique y la Hungría del dictador derechista Horthy, podían definirse como democracias o sistemas parlamentarios restringidos. A comienzos de 1939, más de la mitad, incluida España, habían sucumbido ante dictaduras.
Durante un tiempo, sobre todo en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, analistas e historiadores echaron la culpa de todos esos males, y del estallido de la guerra, a la fragilidad de la paz sellada en Versalles y a los dirigentes de las democracias que intentaron "apaciguar" a Hitler, en vez de parar su insaciable apetito. El problema empezaba en Alemania, donde amplios e importantes sectores de la población no aceptaron la derrota ni el tratado de paz que la sancionó, y continuaba en otros países como Polonia o Checoslovaquia, que albergaban millones de hablantes de alemán que, con la desintegración del Imperio Habsburgo, habían perdido poder político y económico. Como les recordaban los grupos ultranacionalistas, ahora eran minorías en nuevos Estados dominados por grupos o razas inferiores.
Francia fue la única potencia victoriosa que trató de contener a Alemania en el marco de la paz de Versalles. Estados Unidos rechazó esos acuerdos y cualquier tipo de compromiso político con las luchas por el poder en Europa. Italia, sobre todo después de la llegada al poder de Mussolini, quería cambiar también esos acuerdos que no le habían otorgado colonias en África, y marcaba su propia agenda de expansión en el Mediterráneo. En cuanto a Gran Bretaña, su prioridad no estaba en el continente sino en el fortalecimiento de su imperio colonial y en la recuperación del comercio. Francia, por lo tanto, trabajaba para que Alemania cumpliera con los términos del tratado y Gran Bretaña buscaba la conciliación y la revisión de lo que consideraba un acuerdo demasiado injusto para los países vencidos. Esa diferencia dejó a Gran Bretaña y Francia en constante disputa y a Alemania dispuesta a sacar partido de la división.
Pese a todas esas dificultades, a las tensiones sociales y a las divisiones ideológicas, el orden internacional creado por la paz de Versalles sobrevivió una década sin serios incidentes. Todo cambió con la crisis económica de 1929, el surgimiento de la Unión Soviética como un poder militar e industrial bajo Stalin y la designación de Hitler como canciller alemán en enero de 1933. La incapacidad del orden capitalista liberal para evitar el desastre económico hizo crecer el extremismo político, el nacionalismo violento y la hostilidad al sistema parlamentario.
Las políticas de rearme emprendidas por los principales países europeos desde comienzos de esa década crearon un clima de incertidumbre y crisis que redujo la seguridad internacional. La Unión Soviética inició un programa masivo de modernización militar e industrial que la colocaría a la cabeza del poder militar durante las siguientes décadas. Por las mismas fechas, los nazis, con Hitler al frente, se comprometieron a echar abajo los acuerdos de Versalles y devolver a Alemania su dominio. La Italia de Mussolini siguió el mismo camino y su economía estuvo supeditada cada vez más a la preparación de la guerra. Francia y Gran Bretaña comenzaron el rearme en 1934 y lo aceleraron desde 1936. El comercio mundial de armas se duplicó desde 1932 a 1937. Las estadísticas alemanas revelaban que el gasto en armas en 1934 se había disparado y que el porcentaje del presupuesto alemán dedicado al ejército pasó, en los dos primeros años de Hitler en el poder, del 10% al 21%. Según Richard Overy, "el sentimiento popular antibélico de los años veinte dio paso gradualmente al reconocimiento de que una gran guerra era de nuevo muy posible".
Importantes eslabones en esa escalada a una nueva guerra mundial fueron la conquista japonesa de Manchuria en septiembre de 1931, la invasión italiana de Abisinia en octubre de 1935 y la intervención de las potencias fascistas y de la Unión Soviética en la guerra civil española. En apenas tres años, de 1935 a 1938, Hitler subvirtió el orden internacional que, pactado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, había intentado prevenir que Alemania se convirtiera de nuevo en una amenaza para la paz en Europa. El Tratado de Versalles impuso notables restricciones al poderío militar alemán. En 1935, la región del Sarre volvió a ser alemana después de que una mayoría de la población así lo decidiera en un plebiscito. En marzo de 1936, Hitler ordenó a las tropas alemanas reocupar Renania, una zona desmilitarizada desde 1919, y exactamente dos años después, el ejército nazi entraba en Viena, inaugurando el Anschluss, la unión de Austria y Alemania.
La Liga de Naciones, la organización internacional creada en París en 1919 para vigilar la seguridad colectiva, la resolución de las disputas y el desarme, fue incapaz de prevenir y castigar esas agresiones, mientras que los gobernantes británicos y franceses, hombres como Neville Chamberlain o Pierre Laval, pusieron en marcha la llamada "política de apaciguamiento", consistente en evitar una nueva guerra a costa de aceptar las demandas revisionistas de las dictaduras fascistas. Hitler percibió esa actitud como un claro signo de debilidad y, así las cosas, siempre prefirió lograr sus objetivos con acciones militares antes que enzarzarse en discusiones diplomáticas multilaterales.
Esa debilidad llegó a su punto más alto el 29 de septiembre de 1938, en Munich, cuando Neville Chamberlain y Edouard Daladier aceptaron la entrega de los territorios de los Sudetes a Alemania. El sacrificio de Checoslovaquia tampoco frenó las ambiciones expansionistas nazis y Hitler interpretó que Gran Bretaña y Francia le habían dado luz verde para extenderse por el este.
Cuado no había pasado ni un mes desde el acuerdo de Munich, Hitler ordenó a sus fuerzas armadas que se prepararan para la "liquidación pacífica" de lo que quedaba de Checoslovaquia. A mediados de marzo de 1939, las tropas alemanas entraban en Praga y Hitler planeó lanzar una guerra de castigo contra Polonia. Sólo la Unión Soviética, con fuertes intereses en esa zona, podía oponerse y para que eso no ocurriera, Hitler firmó con Stalin el 23 de agosto un pacto de no agresión entre enemigos ideológicos. Unos días después, la invasión de Polonia convenció a las potencias democráticas que la colisión era preferible al derrumbe definitivo de la seguridad europea.
La crisis del orden social, de la economía, del sistema internacional, se iba a resolver mediante las armas, en una guerra total, sin barreras entre soldados y civiles, que puso la ciencia y la industria al servicio de la eliminación del contrario. Un grupo de criminales que consideraba la guerra como una opción aceptable en política exterior se hizo con el poder y puso contra las cuerdas a políticos parlamentarios educados en el diálogo y la negociación. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. Hitler provocó la guerra, pero ésta fue también posible por la incapacidad de los gobernantes demócratas para comprender la violencia desatada por el nacionalismo moderno y el conflicto ideológico.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
El 1 de septiembre de 1939, la locura se hizo guerra: Alemania invadió Polonia y desencadenó la Segunda Guerra Mundial.
JULIÁN CASANOVA 30/08/2009
En la mañana del 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán invadió Polonia y el 3 de septiembre Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania. Veinte años después de la firma de los tratados de paz que dieron por concluida la Primera Guerra Mundial, comenzó otra guerra destinada a resolver todas las tensiones que el comunismo, los fascismos y las democracias habían generado en los años anteriores. El estallido de la guerra en 1939 puso fin a lo que el historiador Edward H. Carr llamó "la crisis de veinte años" e hizo realidad los peores augurios. En 1941, la guerra europea se convirtió en mundial. El catálogo de destrucción humana que resultó de ese largo conflicto de seis años nunca se había visto en la historia.
Alemania
A FONDO
Capital: Berlín. Gobierno: República Federal. Población: 82,369,552 (est. 2008)
Veinte años antes, Europa vivió guerras pequeñas, revoluciones muy violentas y varias guerras civiles
Aunque algunas explicaciones sobre sus causas se centran exclusivamente en Hitler y en la Alemania nazi, en el período que transcurrió entre 1933 y 1939, para obtener una fotografía completa debe rastrearse en los trastornos producidos por la Primera Guerra Mundial. Al final de esa contienda, el mapa político de Europa sufrió una profunda transformación, con el derrumbe de algunos de los grandes imperios y el surgimiento de nuevos países. De esa guerra salieron también el comunismo y el fascismo. Al tiempo que pasó entre el final de esa primera guerra y el comienzo de la segunda lo llamamos período de entreguerras, como si la paz hubiera sido la norma, pero en realidad en esa "crisis de veinte años" hubo algunas guerras pequeñas entre Estados europeos, revoluciones y contrarrevoluciones muy violentas y varias guerras civiles.
La caída de los viejos imperios continentales fue seguida de la creación de media docena de nuevos Estados en Europa, basados supuestamente en los principios de la nacionalidad, pero con el problema heredado e irresuelto de minorías nacionales dentro y fuera de sus fronteras. Todos ellos, salvo Checoslovaquia, se enfrentaron a grandes dificultades para encontrar una alternativa estable al derrumbe de ese orden social representado por las monarquías. Esa construcción de nuevos Estados llegó además en un momento de amenaza revolucionaria y disturbios sociales.
La toma del poder por los bolcheviques en Rusia en octubre de 1917 tuvo importantes repercusiones en Europa. En 1918 hubo revoluciones abortadas en Austria y Alemania, a las que siguieron varios intentos de insurrecciones obreras. Un antiguo socialdemócrata, Béla Kun, estableció durante seis meses de 1919 una República soviética en Hungría, echada abajo por los terratenientes y por el ejercito rumano. Italia, en esos dos primeros años de posguerra, presenció numerosas ocupaciones de tierras y de fábricas. Esa oleada de revueltas acabó en todos los casos en derrota, aplastadas por las fuerzas del orden, pero asustó a la burguesía y contribuyó a generar un potente sentimiento contrarrevolucionario que movilizó a las clases conservadoras en defensa de la propiedad, el orden y la religión.
El movimiento contrarrevolucionario, antiliberal y antisocialista se manifestó muy pronto en Italia, durante la profunda crisis posbélica que sacudió a ese país entre 1919 y 1922, se consolidó a través de dictaduras derechistas y militares en varios países europeos y culminó con la subida al poder de Hitler en Alemania en 1933. Los datos que muestran el retroceso democrático y el camino hacia la dictadura resultan concluyentes. En 1920, todos los Estados europeos, excepto dos, la Rusia bolchevique y la Hungría del dictador derechista Horthy, podían definirse como democracias o sistemas parlamentarios restringidos. A comienzos de 1939, más de la mitad, incluida España, habían sucumbido ante dictaduras.
Durante un tiempo, sobre todo en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, analistas e historiadores echaron la culpa de todos esos males, y del estallido de la guerra, a la fragilidad de la paz sellada en Versalles y a los dirigentes de las democracias que intentaron "apaciguar" a Hitler, en vez de parar su insaciable apetito. El problema empezaba en Alemania, donde amplios e importantes sectores de la población no aceptaron la derrota ni el tratado de paz que la sancionó, y continuaba en otros países como Polonia o Checoslovaquia, que albergaban millones de hablantes de alemán que, con la desintegración del Imperio Habsburgo, habían perdido poder político y económico. Como les recordaban los grupos ultranacionalistas, ahora eran minorías en nuevos Estados dominados por grupos o razas inferiores.
Francia fue la única potencia victoriosa que trató de contener a Alemania en el marco de la paz de Versalles. Estados Unidos rechazó esos acuerdos y cualquier tipo de compromiso político con las luchas por el poder en Europa. Italia, sobre todo después de la llegada al poder de Mussolini, quería cambiar también esos acuerdos que no le habían otorgado colonias en África, y marcaba su propia agenda de expansión en el Mediterráneo. En cuanto a Gran Bretaña, su prioridad no estaba en el continente sino en el fortalecimiento de su imperio colonial y en la recuperación del comercio. Francia, por lo tanto, trabajaba para que Alemania cumpliera con los términos del tratado y Gran Bretaña buscaba la conciliación y la revisión de lo que consideraba un acuerdo demasiado injusto para los países vencidos. Esa diferencia dejó a Gran Bretaña y Francia en constante disputa y a Alemania dispuesta a sacar partido de la división.
Pese a todas esas dificultades, a las tensiones sociales y a las divisiones ideológicas, el orden internacional creado por la paz de Versalles sobrevivió una década sin serios incidentes. Todo cambió con la crisis económica de 1929, el surgimiento de la Unión Soviética como un poder militar e industrial bajo Stalin y la designación de Hitler como canciller alemán en enero de 1933. La incapacidad del orden capitalista liberal para evitar el desastre económico hizo crecer el extremismo político, el nacionalismo violento y la hostilidad al sistema parlamentario.
Las políticas de rearme emprendidas por los principales países europeos desde comienzos de esa década crearon un clima de incertidumbre y crisis que redujo la seguridad internacional. La Unión Soviética inició un programa masivo de modernización militar e industrial que la colocaría a la cabeza del poder militar durante las siguientes décadas. Por las mismas fechas, los nazis, con Hitler al frente, se comprometieron a echar abajo los acuerdos de Versalles y devolver a Alemania su dominio. La Italia de Mussolini siguió el mismo camino y su economía estuvo supeditada cada vez más a la preparación de la guerra. Francia y Gran Bretaña comenzaron el rearme en 1934 y lo aceleraron desde 1936. El comercio mundial de armas se duplicó desde 1932 a 1937. Las estadísticas alemanas revelaban que el gasto en armas en 1934 se había disparado y que el porcentaje del presupuesto alemán dedicado al ejército pasó, en los dos primeros años de Hitler en el poder, del 10% al 21%. Según Richard Overy, "el sentimiento popular antibélico de los años veinte dio paso gradualmente al reconocimiento de que una gran guerra era de nuevo muy posible".
Importantes eslabones en esa escalada a una nueva guerra mundial fueron la conquista japonesa de Manchuria en septiembre de 1931, la invasión italiana de Abisinia en octubre de 1935 y la intervención de las potencias fascistas y de la Unión Soviética en la guerra civil española. En apenas tres años, de 1935 a 1938, Hitler subvirtió el orden internacional que, pactado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial, había intentado prevenir que Alemania se convirtiera de nuevo en una amenaza para la paz en Europa. El Tratado de Versalles impuso notables restricciones al poderío militar alemán. En 1935, la región del Sarre volvió a ser alemana después de que una mayoría de la población así lo decidiera en un plebiscito. En marzo de 1936, Hitler ordenó a las tropas alemanas reocupar Renania, una zona desmilitarizada desde 1919, y exactamente dos años después, el ejército nazi entraba en Viena, inaugurando el Anschluss, la unión de Austria y Alemania.
La Liga de Naciones, la organización internacional creada en París en 1919 para vigilar la seguridad colectiva, la resolución de las disputas y el desarme, fue incapaz de prevenir y castigar esas agresiones, mientras que los gobernantes británicos y franceses, hombres como Neville Chamberlain o Pierre Laval, pusieron en marcha la llamada "política de apaciguamiento", consistente en evitar una nueva guerra a costa de aceptar las demandas revisionistas de las dictaduras fascistas. Hitler percibió esa actitud como un claro signo de debilidad y, así las cosas, siempre prefirió lograr sus objetivos con acciones militares antes que enzarzarse en discusiones diplomáticas multilaterales.
Esa debilidad llegó a su punto más alto el 29 de septiembre de 1938, en Munich, cuando Neville Chamberlain y Edouard Daladier aceptaron la entrega de los territorios de los Sudetes a Alemania. El sacrificio de Checoslovaquia tampoco frenó las ambiciones expansionistas nazis y Hitler interpretó que Gran Bretaña y Francia le habían dado luz verde para extenderse por el este.
Cuado no había pasado ni un mes desde el acuerdo de Munich, Hitler ordenó a sus fuerzas armadas que se prepararan para la "liquidación pacífica" de lo que quedaba de Checoslovaquia. A mediados de marzo de 1939, las tropas alemanas entraban en Praga y Hitler planeó lanzar una guerra de castigo contra Polonia. Sólo la Unión Soviética, con fuertes intereses en esa zona, podía oponerse y para que eso no ocurriera, Hitler firmó con Stalin el 23 de agosto un pacto de no agresión entre enemigos ideológicos. Unos días después, la invasión de Polonia convenció a las potencias democráticas que la colisión era preferible al derrumbe definitivo de la seguridad europea.
La crisis del orden social, de la economía, del sistema internacional, se iba a resolver mediante las armas, en una guerra total, sin barreras entre soldados y civiles, que puso la ciencia y la industria al servicio de la eliminación del contrario. Un grupo de criminales que consideraba la guerra como una opción aceptable en política exterior se hizo con el poder y puso contra las cuerdas a políticos parlamentarios educados en el diálogo y la negociación. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. Hitler provocó la guerra, pero ésta fue también posible por la incapacidad de los gobernantes demócratas para comprender la violencia desatada por el nacionalismo moderno y el conflicto ideológico.
Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.
JUAN CRUZ :PERDER
JUAN CRUZ
Perder
JUAN CRUZ 01/09/2009
Hay en Tejeda (Gran Canaria) un restaurante que marca sus sillas con los nombres de los comensales ilustres. Y con Alfredo Kraus o Martín Chirino, que son de Las Palmas, está Fernando Alonso, el corredor de coches, a quien ya se considera insular. No van a mover la silla porque Alonso pierda, al contrario.
Ahora que pierde es posible que la tele (ahora La Sexta transmite la F-1) lo note, pero a muchísima gente nos interesan más los gestos de los vencidos que los aspavientos de los vencedores. A la sobriedad de Alonso durante años la llamaron antipatía. La gente exige de los famosos determinada actitud: si son sobrios, les exigen que sobreactúen, y si sobreactúan los fríen también. Lo bueno de las derrotas de Alonso es que ahora lo dejarán tranquilo, siendo como le dé la gana. A lo mejor lo que a él le gusta es que le conserven la silla en Tejeda, y se la conservarán sobre todo si pierde.
Las derrotas de los deportistas tienen el aire efímero de las derrotas en la vida: te hunden, y te levantas, no queda más remedio, empieza otra temporada. Ayer era agosto; fue una ilusión. Es ya septiembre. Se acaba el verano y terminan los espacios obsesivos de la operación retorno.
El verano es una sucesión de operaciones que retransmite la tele: la operación salida, la operación retorno. Me quise aliviar de esas noticias que marcan la vida viendo el final de esta temporada de Perdidos, en Cuatro. Ahí están siempre a punto de perder, todos; pero existen los milagros; desaparece la isla, el helicóptero no tiene donde aterrizar, se acaba el combustible y se acerca la catástrofe.
Hay un niño; su salvación es una metáfora que cruza ese episodio como lo mejor de una pesadilla. Pero siempre hay una luz, y esa viene a medianoche y permite que los que pierden tengan una prórroga en otra isla.
Así es la vida. Pierdes y de pronto haces pie, de nuevo. Vi Amarcord, de Fellini (en TCM). Es de 1974. Conserva su frescura genial de la primera vez.
Hay una escena, cuando los fascistas celebran la presencia de Mussolini y desde el campanario suena la Internacional. Tiene el vigor y la paradoja de esa otra escena en Casablanca cuando suena La Marsellesa. En la vida, y en el cine, muchas veces los que pierden ganan.
Perder
JUAN CRUZ 01/09/2009
Hay en Tejeda (Gran Canaria) un restaurante que marca sus sillas con los nombres de los comensales ilustres. Y con Alfredo Kraus o Martín Chirino, que son de Las Palmas, está Fernando Alonso, el corredor de coches, a quien ya se considera insular. No van a mover la silla porque Alonso pierda, al contrario.
Ahora que pierde es posible que la tele (ahora La Sexta transmite la F-1) lo note, pero a muchísima gente nos interesan más los gestos de los vencidos que los aspavientos de los vencedores. A la sobriedad de Alonso durante años la llamaron antipatía. La gente exige de los famosos determinada actitud: si son sobrios, les exigen que sobreactúen, y si sobreactúan los fríen también. Lo bueno de las derrotas de Alonso es que ahora lo dejarán tranquilo, siendo como le dé la gana. A lo mejor lo que a él le gusta es que le conserven la silla en Tejeda, y se la conservarán sobre todo si pierde.
Las derrotas de los deportistas tienen el aire efímero de las derrotas en la vida: te hunden, y te levantas, no queda más remedio, empieza otra temporada. Ayer era agosto; fue una ilusión. Es ya septiembre. Se acaba el verano y terminan los espacios obsesivos de la operación retorno.
El verano es una sucesión de operaciones que retransmite la tele: la operación salida, la operación retorno. Me quise aliviar de esas noticias que marcan la vida viendo el final de esta temporada de Perdidos, en Cuatro. Ahí están siempre a punto de perder, todos; pero existen los milagros; desaparece la isla, el helicóptero no tiene donde aterrizar, se acaba el combustible y se acerca la catástrofe.
Hay un niño; su salvación es una metáfora que cruza ese episodio como lo mejor de una pesadilla. Pero siempre hay una luz, y esa viene a medianoche y permite que los que pierden tengan una prórroga en otra isla.
Así es la vida. Pierdes y de pronto haces pie, de nuevo. Vi Amarcord, de Fellini (en TCM). Es de 1974. Conserva su frescura genial de la primera vez.
Hay una escena, cuando los fascistas celebran la presencia de Mussolini y desde el campanario suena la Internacional. Tiene el vigor y la paradoja de esa otra escena en Casablanca cuando suena La Marsellesa. En la vida, y en el cine, muchas veces los que pierden ganan.
La sexualidad de Gabriela Mistra, de nuevo a debate
La sexualidad de Gabriela Mistral, de nuevo a debate
La publicación de las cartas íntimas que la Nobel cruzó con su asistente personal confirman una relación homosexual sospechada
EFE - SANTIAGO DE CHILE. El libro "Niña Errante", un epistolario íntimo entre la poeta Gabriela Mistral y su asistente estadounidense Doris Dana, que salió este lunes a la venta, ha desatado nuevamente el debate sobre la sexualidad de la Premio Nobel de Literatura 1945.
La polémica estalló el pasado sábado, cuando algunos periódicos chilenos adelantaron el contenido del libro, preparado por Juan Pablo Zegers, conservador del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional.
"Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí", escribió Mistral a Dana el 22 de abril de 1949.
En la misma fecha responde Dana, que fue la albacea de la poeta a la muerte de ésta, en abril de 1957: "Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que éstos, viento y lluvia, puedan abrazarte y besarte para mí".
Tras la muerte de Dana, en noviembre de 2006, su sobrina y heredera, Doris Atkinson, donó al Gobierno chileno el legado literario de Mistral, de más de 40.000 documentos, para que sea custodiado por la Biblioteca Nacional, incluidas las 250 cartas escogidas por Zegers para la publicación.
Las cartas se extienden desde 1948 a 1956 y Dana conoció a Gabriela en 1946, cuando la chilena colaboró con ella para la publicación de un libro sobre Thomas Mann.
"Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún", escribió Mistral en una libreta, en la que Dana añade: "Quiero conocer estas cosas subterráneas y tú sabes bien que tengo confianza, muchísima confianza. He dado a ti (sic) la prueba de mi confianza".
Hay en ellas, en sus cartas, "un cruce de intensas personalidades cargadas de emotividad y pasión. De admiración y de orgullo, de velos y entreveros, de felicidad y de angustia", según Zegers, que en una entrevista con el diario El Mercurio admite hoy que evitó ex profeso la palabra "homosexualidad" al tocar la relación entre ambas.
Quiso, añadió, "respetar su intimidad" y dar al lector la posibilidad de hacer su propia interpretación.
"El lector me va a decir, 'no me vengan con cuentos, si eso está claro', pero yo dejo abierta la posibilidad de cualquier especulación y, más que especulación, dejo abierta la puerta hacia la verdad".
El mundo literario y académico chileno reaccionó de inmediato. Para Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura 2004, se trata de "una correspondencia de mucha fuerza literaria y emoción. Me atrevería a calificarlas (las cartas) de poesía en prosa".
"Muestran una relación que podría considerarse bastante tórrida, pero planteada con dignidad" dijo a El Mercurio Uribe, para quien "no hay que escandalizarse" por una relación que fue más que una amistad.
En cambio, la socióloga Sonia Montecinos sintió pudor y cuestionó que del enorme legado de la poeta se hayan seleccionado estas cartas, "en un contexto chileno, anegado de voyeurismo y fisgoneo, de goce perverso por los cominillos de la farándula, un libro como éste puede entenderse como parte de una cultura que busca solazarse con lo íntimo", dijo.
Para Jaime Quezada, presidente de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral, se trata "un amor pleno, una amistad mayúscula (...) que ayudará a desmoronar algunos mitos y fábulas, sobre todo en un país donde la leyenda nunca dejó en paz a Gabriela".
"Ahora la poeta queda en su sitio, como quien supo amar a alguien más, sea éste un hombre o una mujer", afirmó Quezada.
La publicación de las cartas íntimas que la Nobel cruzó con su asistente personal confirman una relación homosexual sospechada
EFE - SANTIAGO DE CHILE. El libro "Niña Errante", un epistolario íntimo entre la poeta Gabriela Mistral y su asistente estadounidense Doris Dana, que salió este lunes a la venta, ha desatado nuevamente el debate sobre la sexualidad de la Premio Nobel de Literatura 1945.
La polémica estalló el pasado sábado, cuando algunos periódicos chilenos adelantaron el contenido del libro, preparado por Juan Pablo Zegers, conservador del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional.
"Tú no me conoces todavía bien, mi amor. Tú ignoras la profundidad de mi vínculo contigo. Dame tiempo, dámelo, para hacerte un poco feliz. Tenme paciencia, espera a ver y a oír lo que tú eres para mí", escribió Mistral a Dana el 22 de abril de 1949.
En la misma fecha responde Dana, que fue la albacea de la poeta a la muerte de ésta, en abril de 1957: "Yo me pongo en el viento y en la lluvia tierna, para que éstos, viento y lluvia, puedan abrazarte y besarte para mí".
Tras la muerte de Dana, en noviembre de 2006, su sobrina y heredera, Doris Atkinson, donó al Gobierno chileno el legado literario de Mistral, de más de 40.000 documentos, para que sea custodiado por la Biblioteca Nacional, incluidas las 250 cartas escogidas por Zegers para la publicación.
Las cartas se extienden desde 1948 a 1956 y Dana conoció a Gabriela en 1946, cuando la chilena colaboró con ella para la publicación de un libro sobre Thomas Mann.
"Tengo para ti en mí muchas cosas subterráneas que tú no ves aún", escribió Mistral en una libreta, en la que Dana añade: "Quiero conocer estas cosas subterráneas y tú sabes bien que tengo confianza, muchísima confianza. He dado a ti (sic) la prueba de mi confianza".
Hay en ellas, en sus cartas, "un cruce de intensas personalidades cargadas de emotividad y pasión. De admiración y de orgullo, de velos y entreveros, de felicidad y de angustia", según Zegers, que en una entrevista con el diario El Mercurio admite hoy que evitó ex profeso la palabra "homosexualidad" al tocar la relación entre ambas.
Quiso, añadió, "respetar su intimidad" y dar al lector la posibilidad de hacer su propia interpretación.
"El lector me va a decir, 'no me vengan con cuentos, si eso está claro', pero yo dejo abierta la posibilidad de cualquier especulación y, más que especulación, dejo abierta la puerta hacia la verdad".
El mundo literario y académico chileno reaccionó de inmediato. Para Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura 2004, se trata de "una correspondencia de mucha fuerza literaria y emoción. Me atrevería a calificarlas (las cartas) de poesía en prosa".
"Muestran una relación que podría considerarse bastante tórrida, pero planteada con dignidad" dijo a El Mercurio Uribe, para quien "no hay que escandalizarse" por una relación que fue más que una amistad.
En cambio, la socióloga Sonia Montecinos sintió pudor y cuestionó que del enorme legado de la poeta se hayan seleccionado estas cartas, "en un contexto chileno, anegado de voyeurismo y fisgoneo, de goce perverso por los cominillos de la farándula, un libro como éste puede entenderse como parte de una cultura que busca solazarse con lo íntimo", dijo.
Para Jaime Quezada, presidente de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral, se trata "un amor pleno, una amistad mayúscula (...) que ayudará a desmoronar algunos mitos y fábulas, sobre todo en un país donde la leyenda nunca dejó en paz a Gabriela".
"Ahora la poeta queda en su sitio, como quien supo amar a alguien más, sea éste un hombre o una mujer", afirmó Quezada.
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