JUAN CRUZ
Perder
JUAN CRUZ 01/09/2009
Hay en Tejeda (Gran Canaria) un restaurante que marca sus sillas con los nombres de los comensales ilustres. Y con Alfredo Kraus o Martín Chirino, que son de Las Palmas, está Fernando Alonso, el corredor de coches, a quien ya se considera insular. No van a mover la silla porque Alonso pierda, al contrario.
Ahora que pierde es posible que la tele (ahora La Sexta transmite la F-1) lo note, pero a muchísima gente nos interesan más los gestos de los vencidos que los aspavientos de los vencedores. A la sobriedad de Alonso durante años la llamaron antipatía. La gente exige de los famosos determinada actitud: si son sobrios, les exigen que sobreactúen, y si sobreactúan los fríen también. Lo bueno de las derrotas de Alonso es que ahora lo dejarán tranquilo, siendo como le dé la gana. A lo mejor lo que a él le gusta es que le conserven la silla en Tejeda, y se la conservarán sobre todo si pierde.
Las derrotas de los deportistas tienen el aire efímero de las derrotas en la vida: te hunden, y te levantas, no queda más remedio, empieza otra temporada. Ayer era agosto; fue una ilusión. Es ya septiembre. Se acaba el verano y terminan los espacios obsesivos de la operación retorno.
El verano es una sucesión de operaciones que retransmite la tele: la operación salida, la operación retorno. Me quise aliviar de esas noticias que marcan la vida viendo el final de esta temporada de Perdidos, en Cuatro. Ahí están siempre a punto de perder, todos; pero existen los milagros; desaparece la isla, el helicóptero no tiene donde aterrizar, se acaba el combustible y se acerca la catástrofe.
Hay un niño; su salvación es una metáfora que cruza ese episodio como lo mejor de una pesadilla. Pero siempre hay una luz, y esa viene a medianoche y permite que los que pierden tengan una prórroga en otra isla.
Así es la vida. Pierdes y de pronto haces pie, de nuevo. Vi Amarcord, de Fellini (en TCM). Es de 1974. Conserva su frescura genial de la primera vez.
Hay una escena, cuando los fascistas celebran la presencia de Mussolini y desde el campanario suena la Internacional. Tiene el vigor y la paradoja de esa otra escena en Casablanca cuando suena La Marsellesa. En la vida, y en el cine, muchas veces los que pierden ganan.
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