El más inquieto de los cantautores
Muere Luis Eduardo Aute a los 76 años.
Retirado de la circulación desde 2016, ejerció de pintor, poeta y cineasta, aunque alcanzó su mayor popularidad con un cancionero intimista
Luis Eduardo Aute. En vídeo, sus mejores canciones. MIGUEL GENER (VÍDEO: EPV)
Diego A. Manrique
Luis Eduardo Aute, con 76 años, falleció ayer en una clínica madrileña.
El artista se hallaba retirado de la circulación, tras sufrir un
infarto en 2016 y superar dos meses en coma y viajes al extranjero en
busca de posibles curas.
En los últimos tiempos, recibió homenajes en
forma de conciertos multitudinarios en Madrid y Barcelona, con figuras
procedentes de varias generaciones: pocos cantautores gozaban de un
respeto tan amplio.
Había
nacido en 1943, en Manila (Filipinas), entonces ocupada por los
japoneses.
Gracias a sus pasaportes españoles, la familia Aute se libró
de muchos de los horrores de la ocupación.
Luis Eduardo tenía recuerdos
de contemplar la entrada de las tropas estadounidenses, sin saber que
aquellos jeeps eran una avanzadilla que finalmente le llevaría a
sumergirse en el embriagador planeta Hollywood.
Poliglota y voraz, Luis
Eduardo se quedó asombrado al viajar a la España franquista, marcada por
el provincianismo y las carencias. Superada la frustración inicial,
descubrió que le atraían muy diversas disciplinas: alternaba la pintura,
con exposiciones bien acogidas, y la participación en voluntariosos
conjuntos de rock and roll como Los Sonor y Los Tigres;
hacer cine ya era tarea más complicada, más allá de los experimentos con cámaras caseras.
Por aquello del dibujo, hubo un intento de convertirle en
aparejador.
Inútil: completó su formación cultural en París, a partir de
1963, con interminables sesiones de cine y mil besos robados.
Admiraba
la chanson francesa pero el impulso para poner manos a la obra le llegó a través de Bob Dylan
y el folk angloamericano. Sus primeras canciones cayeron en manos de
Massiel, la chica rebelde del momento, qué llevó al éxito Rosas en el
mar.
No eran exactamente canciones de protesta, aunque transmitían un
desasosiego existencial que no pasó desapercibido (Raphael le
respondería con un despectivo Digan lo que digan).
Fichado por RCA para grabar sus propias composiciones, Aute triunfó —incluso, internacionalmente— con una letanía titulada Aleluya nº 1.
Pudo suponer el principio de una carrera musical pero no se sentía a
gusto ni con los arreglos orquestales ni con los compromisos
profesionales: en 1968 anunció que lo dejaba, para centrarse en la
pintura, la poesía y los cortometrajes.
Sin embargo, discretamente
continuó esbozando temas —incluyendo Las cuatro y diez— que
fueron difundidos a partir de 1972 por su amiga Rosa León.
¿Hemos dicho
que tenía una sensibilidad especial para trabajar con las cantantes?
También cedió material a Marisol, Mari Trini o Ana Belén.
Fue el novelista José Manuel Caballero Bonald,
a la sazón productor discográfico en la multinacional Ariola, quien le
convenció para que volviera a grabar, eximiéndole del enojoso compromiso
de hacer promoción.
Aprovechó esa libertad para facturar la primera de
sus trilogías,
Canciones de amor y muerte, un envite aliviado por discos satíricos como Babel (1975) o ya directamente humorísticos, como Forgesound (1977).
Implicado en las movilizaciones por las libertades democráticas, se desprendió del miedo a actuar y se convirtió en una de las voces características de la Transición; Rosa León ya había estrenado en 1975 Al alba, su escalofriante evocación de los últimos fusilamientos del franquismo.
Aún
sin dejar de trabajar para el cine y la televisión, Aute se tomó muy en
serio el oficio de cantautor.
Rockero de origen, Luis Eduardo no tuvo
problema en encontrar un grupo eléctrico ajustado a sus necesidades:
Suburbano, con Luis Mendo y Bernardo Fuster.
A partir de 1980, fichado
por Movieplay, profundizó en el erotismo y desarrolló una faceta
costumbrista muy popular, con piezas tipo Pasaba por aquí o Una de dos.
Tenía una vena competitiva que se materializó en jugadas brillantes como Entre amigos (1983), un doble
elepé que estableció un modelo ahora casi obligado:
los éxitos y los
temas de culto reunidos en un paquete grabado en directo, con
participación de famosos compañeros.
A mediados de los ochenta, volvía a firmar con Ariola y
nuevamente practicó los difíciles equilibrios entre discos caros y
ventas inciertas.
Todavía podía colocar en listas éxitos como La belleza o Slowly pero
se esforzaba igualmente en búsquedas personales. Experimentaba con
productores como Suso Saiz y Gonzalo Lasheras: a diferencia de tantos
colegas, se sentía cómodo explorando en el sonido digital.
Una inquietud
que le llevó a revisar su repertorio en la serie discográfica Auterretratos.
Hombre
lúcido y reflexivo, Aute sabía que sus inquietudes particulares le
alejaban del éxito convencional.
También entendía que su generosidad no
siempre había sido correspondida por sus antiguos compañeros de viaje.
Cuando todo le agobiaba, volvía al refugio del taller casero, donde
siempre había trabajo por hacer.
Imposible resumir su poliédrica obra, aunque su página de Wikipedia
lo intenta.
Su trayectoria está repleta de discos atípicos, películas
imposibles (fue candidato al Goya por el largo de animación Un perro llamado Dolor), aventuras hedonistas.
A partir de los noventa, estrechó sus lazos con Hispanoamérica, con giras como a medias con Silvio Rodríguez.
Culto, curioso, comprometido: encarnaba el prototipo del artista de su tiempo.
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