Si fuera posible,
llamaríamos lugar al descampado de la foto.
Pero lugar significa sitio y
esto parece un antisitio. No obstante, pese a su escasez ontológica, se
encuentra en un hueco de la frontera entre Turquía y Grecia por el que
un grupo de migrantes intenta pasar a Europa.
Ahora están esperando la
comida, de ahí la cola que se aprecia al fondo.
Quizá llegue, quizá no,
ya que los Gobiernos europeos ponen muchas trabas a las organizaciones
que se dedican al asunto de la salvación de los cuerpos.
Tal vez los
salvadores de las almas lo tuvieran más sencillo, pero los políticos que
creen en la existencia de las almas suelen ser los más crueles a la
hora del cuidado de los cuerpos.
El mundo es un caos.
Lo que nos ha llamado la atención es la tienda del primer plano en la que se refugia una mujer siria con sus hijos.
Es de plástico cosido a base de grandes costurones y
soportado por un ligero esqueleto de madera.
La textura del material
evoca la de una membrana de carácter orgánico: una de esas bolsas
amnióticas envueltas en las cuales vienen al mundo algunos mamíferos
como el niño de la imagen, que parece intentar rasgarla para salir a la
vida.
Si la choza no fuera real, tan realista incluso, si el plástico no
estuviera sujeto al suelo por esos terrones de barro áspero, de los que
sobresalen algunas raíces secas, y nos la presentaran como una
instalación de Arco, por poner un ejemplo, nos habría gustado mucho, tal
vez hubiéramos preguntado por el precio.
—¿Qué vale esto?
Si el arte tuviera un precio inmoral, el de esta pieza sería incalculable.
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