'Arde Madrid', la serie original de Movistar+ creada y dirigida por Paco León y Anna R. Costa, refleja por qué una mujer tan independiente como Ava decidió vivir en la España franquista.
Arde Madrid', la serie de Paco León de la que todo el mundo habla, recién estrenada por Movistar+, repasa distintos y sonados episodios vividos por la actriz norteamericana Ava Gardner durante 10 intensos días de 1961 en la capital.
Sin embargo, durante los 13 largos años que residió en España, la actriz se volvió loca de amor por Madrid.
Aquí se emborrachó y enamoró de su olor, su ambiente, sus fiestas, el flamenco, el alcohol y los hombres hasta decir basta.
Ava descubrió España en 1950 cuando vino a rodar aquí 'Pandora y el Holandés errante' donde interpretaría un personaje premonitorio: la mujer amada por todos los hombres, pero incapaz de conseguir la felicidad. Ella misma lo confesaría en sus memorias:"Nada de lo que hice antes o después de Pandora tuvo un impacto igual en mi vida.
Gracias a ella, descubrí España, y en España viví como nunca antes había vivido".
Y aquí se enamoró del clima, del sol, del carácter español, de la fiesta nacional y de los toreros.
Todos los tópicos de nuestro país fueron la auténtica pasión del "animal más bello del mundo".
Entraba a matar por la puerta grande
Nada podía gustarle más que rematar la noche con una buena faena y si era con un varón latino y torero mucho más.Matadores objeto de deseo, y dispuestos a la conquista, siempre ha habido en España.
Lo difícil en aquella época no era encontrarlos, sino que estuvieran dispuestos a ser "utilizados" por una mujer, algo de lo que siempre hizo gala la actriz.
Le encantaba el sexo, y era lo que sobre todo buscaba en los hombres.
En 'Pandora' se topó con Mario Cabré, un apuesto torero y actor, y con planta de galán latino.
Cayó rendido a sus pies, o eso dicen. A los pocos días de comenzar el rodaje, saltó el rumor del idilio entre ambos. Hacían buena pareja: ella tenía 28 años y él 34.
El romance, sin embargo, no cuajó.
Ni los poemas de amor que le escribía el matador, por cierto bastante malos, ni su pésimo inglés contribuyeron a consolidar una historia de amor con poco recorrido desde un principio, más allá del buen sexo que dicen, proporcionaba a la actriz.
Y menos todavía ayudó, el tercer marido de Gardner, Frank Sinatra, que en cuanto se enteró, aterrizó en España y cortó el idilio por lo sano.
En abril de 1953, Ava Gardner aprovechó un parón del rodaje de 'Mogambo' en Italia, para disfrutar de unas vacaciones en España. Fue entonces cuando se cruzó otro guapo y famoso torero en su vida, Luís Miguel Dominguín.
El romance o la "locura de amor" que enseguida surgió entre ambos, se alargó a duras penas, hasta finales de 1954. Dejó eso sí para la historia una de las anécdotas más conocidas sobre ambos, ya convertida en leyenda.
Nada más terminar de hacer el amor, Luis Miguel Dominguín se levantó de la cama, se vistió y cuando estaba a punto de coger la puerta, Ava le preguntó: "¿A dónde vas?".
Y él, impertérrito, respondió: "Pues dónde voy a ir. ¡A contarlo!". Ambos eran guapos y la relación tenía mucho de literario: al fin y al cabo, no todos los días se conjugaba la pasión de un torero con el pedigrí de una gran estrella de Hollywood.
España fue el refugio de la protagonista de 'La noche de la iguana', el lugar donde el animal más bello del mundo pudo alejarse de las imposiciones de Hollywood y vivir su particular capea, con la única persona que la igualaba en eso de beberse la vida: un torero español.
De nuevo, los celos de Frank Sinatra enturbiaron este romance. El idilio terminó en septiembre de 1954.
Años más tarde, él la seguía recordando con cariño: "Era la más guapa y la más fiera.
Tenía yo una loba muy feroz en una jaula".
La actriz Ava Gardner llega al aeropuerto de Barajas procedente de Londres. (Movistar /EFE)
La fiesta de día y de noche
La fiesta nacional para Ava Gardner no solo era el mundo de los toros y toreros, sino y sobre todo significaba noches de lujuria, desenfreno y alcohol mucho alcohol.
Los actores y actrices norteamericanos que aterrizaban en España se volvían locos con la vida nocturna de Madrid.
Ofrecía para unos pocos acaudalados, todo lo que prohibía para el resto de los mortales la dictadura.
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