Adhesiones excesivas
ME PREGUNTO SI Sánchez tiene los ojos abiertos.
Hay gente que abraza así, incluso gente que besa de ese modo. Hombres y mujeres que juegan con la punta de la lengua en las anfractuosidades bucales de la persona amada sin dejar de mirar al tendido, en un estado de alerta que dificulta la concentración.
Tuve un compañero de colegio que dormía con los ojos abiertos.
En los campamentos nadie quería compartir tienda con él, pobre, porque daba pánico verlo.
Lo primero que se hace con los muertos es bajarles los párpados, más por nosotros que por ellos.
Debido a su altura, el presidente en funciones se ha tenido que inclinar un poco para adaptarse a la efusividad de Iglesias, que quiere abarcarlo todo, todo.
Fíjense, si no, en los dedos de su mano derecha, violentamente separados para ocupar el mayor espacio posible de la espalda del otro, de cuyos brazos, como de sus ojos, tampoco tenemos mucha información.
Imposible saber, en fin, si iguala en entusiasmo a su pareja de baile.
Esta fotografía pasará a la Historia, con mayúsculas.
No hay articulista (tampoco yo) que se haya resistido a comentarla, pues se habían intercambiado tantas barbaridades que solo podían abrazarse para apuñalarse mutuamente por la espalda.
De ahí también la perplejidad del público asistente al acto y la extrañeza, en general, de la ciudadanía.
No dudamos de la necesidad del pacto, pero quizá habría bastado para rubricarlo con un educado estrechamiento de las manos.
El peligro de las adhesiones excesivas es el de los rechazos colosales.
Mejor quizá que uno de los dos no cerrara los ojos.
Hay gente que abraza así, incluso gente que besa de ese modo. Hombres y mujeres que juegan con la punta de la lengua en las anfractuosidades bucales de la persona amada sin dejar de mirar al tendido, en un estado de alerta que dificulta la concentración.
Tuve un compañero de colegio que dormía con los ojos abiertos.
En los campamentos nadie quería compartir tienda con él, pobre, porque daba pánico verlo.
Lo primero que se hace con los muertos es bajarles los párpados, más por nosotros que por ellos.
Debido a su altura, el presidente en funciones se ha tenido que inclinar un poco para adaptarse a la efusividad de Iglesias, que quiere abarcarlo todo, todo.
Fíjense, si no, en los dedos de su mano derecha, violentamente separados para ocupar el mayor espacio posible de la espalda del otro, de cuyos brazos, como de sus ojos, tampoco tenemos mucha información.
Imposible saber, en fin, si iguala en entusiasmo a su pareja de baile.
Esta fotografía pasará a la Historia, con mayúsculas.
No hay articulista (tampoco yo) que se haya resistido a comentarla, pues se habían intercambiado tantas barbaridades que solo podían abrazarse para apuñalarse mutuamente por la espalda.
De ahí también la perplejidad del público asistente al acto y la extrañeza, en general, de la ciudadanía.
No dudamos de la necesidad del pacto, pero quizá habría bastado para rubricarlo con un educado estrechamiento de las manos.
El peligro de las adhesiones excesivas es el de los rechazos colosales.
Mejor quizá que uno de los dos no cerrara los ojos.
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