Camilo Blanes, hijo y único heredero del cantante, no prosigue un juicio que su padre impulsó contra los asaltantes de su mansión.
Mientras, su madre muestra preocupación por su comportamiento errático.
Una de las obsesiones de Camilo Sesto
en vida fue esclarecer el asalto a su mansión de Torrelodones.
Una madrugada, tres hombres encapuchados embutidos en trajes de camuflaje lo despertaron blandiendo cuchillos de caza.
Los ladrones lo ataron con cinta americana y amenazaron con cortarle un dedo si no revelaba dónde escondía el dinero y los objetos de valor.
El cantante vivía como un asceta en un palacio en medio de la nada.
Aquello fueron cuatro horas de pesadilla para él. Cuando pensó que por fin se habían ido los intrusos, se dirigió al cuarto de baño más cercano, pero los hombres volvieron a aparecer con su actitud intimidante.
A Camilo Sesto el corazón se le iba a salir del pecho.
Aquel episodio marcó sus últimos años de vida.
Después del asalto reforzó la seguridad de la casa.
Sus allegados le recomendaron mudarse a un lugar más concurrido, pero él se negó.
Creía que era darle la razón a los que trataron de inocularle el virus del miedo.
Aunque cansado, solo y consciente de la losa que suponía el paso del tiempo para una estrella como él, dedicó sus últimas fuerzas a perseguir a quien sospechaba que era el cerebro de aquel robo en 2013.
Como uno de los atracadores reveló después ante la Guardia Civil, todo parecía haber sido planeado por un amigo y productor con el que Sesto había trabajado en el pasado.
Alguien que conocía sus rutinas de hombre sencillo en mitad de un bosque, que sabía la ubicación de la habitación perdida entre pasillos donde dormía y que hasta podía tener copia del bombín de la puerta de entrada.
El pasado 13 de noviembre, después de dos aplazamientos a los que asistió el compositor, se celebró por fin el juicio contra este productor al que la fiscalía pedía tres años y medio de cárcel por un delito de violencia con intimidación en casa habitada.
La acusación particular no se pudo ejercer porque Camilo había muerto dos meses antes.
Su abogada presentó un escrito donde informaba de su muerte a los 72 años —solo alguien que viviera en Marte no se habría enterado— y pedía informar su único heredero, su hijo Camilo Blanes, para que continuara con el proceso que tanto había instigado su padre.
Blanes, de 37 años, nunca respondió y años de investigación resultaron en balde.
El juicio quedó visto para sentencia solo con la actuación de la fiscalía.
El acusado, que defendía su inocencia, pidió su absolución.
Queda por conocer en breve el dictamen del juez. Ningún medio de comunicación cubrió el juicio.
Una madrugada, tres hombres encapuchados embutidos en trajes de camuflaje lo despertaron blandiendo cuchillos de caza.
Los ladrones lo ataron con cinta americana y amenazaron con cortarle un dedo si no revelaba dónde escondía el dinero y los objetos de valor.
El cantante vivía como un asceta en un palacio en medio de la nada.
Aquello fueron cuatro horas de pesadilla para él. Cuando pensó que por fin se habían ido los intrusos, se dirigió al cuarto de baño más cercano, pero los hombres volvieron a aparecer con su actitud intimidante.
A Camilo Sesto el corazón se le iba a salir del pecho.
Aquel episodio marcó sus últimos años de vida.
Después del asalto reforzó la seguridad de la casa.
Sus allegados le recomendaron mudarse a un lugar más concurrido, pero él se negó.
Creía que era darle la razón a los que trataron de inocularle el virus del miedo.
Aunque cansado, solo y consciente de la losa que suponía el paso del tiempo para una estrella como él, dedicó sus últimas fuerzas a perseguir a quien sospechaba que era el cerebro de aquel robo en 2013.
Como uno de los atracadores reveló después ante la Guardia Civil, todo parecía haber sido planeado por un amigo y productor con el que Sesto había trabajado en el pasado.
Alguien que conocía sus rutinas de hombre sencillo en mitad de un bosque, que sabía la ubicación de la habitación perdida entre pasillos donde dormía y que hasta podía tener copia del bombín de la puerta de entrada.
El pasado 13 de noviembre, después de dos aplazamientos a los que asistió el compositor, se celebró por fin el juicio contra este productor al que la fiscalía pedía tres años y medio de cárcel por un delito de violencia con intimidación en casa habitada.
La acusación particular no se pudo ejercer porque Camilo había muerto dos meses antes.
Su abogada presentó un escrito donde informaba de su muerte a los 72 años —solo alguien que viviera en Marte no se habría enterado— y pedía informar su único heredero, su hijo Camilo Blanes, para que continuara con el proceso que tanto había instigado su padre.
Blanes, de 37 años, nunca respondió y años de investigación resultaron en balde.
El juicio quedó visto para sentencia solo con la actuación de la fiscalía.
El acusado, que defendía su inocencia, pidió su absolución.
Queda por conocer en breve el dictamen del juez. Ningún medio de comunicación cubrió el juicio.
La preservación del legado de Camilo Sesto peligra.
Después de muchas especulaciones, su hijo, fruto de una relación con una fan, Lourdes Ornelas, quedó como heredero universal.
En el testamento, al que ha tenido acceso este periódico, Sesto dispuso de tres puntos.
En el primero legaba todos sus objetos y reconocimientos al museo que debe levantarse en su nombre en Alcoy, su pueblo. En el segundo, declaraba heredero a su hijo, y en el tercero, designaba albacea a Cristóbal Hueto, un trabajador de confianza.
Las partes no se ponen de acuerdo sobre qué debe legarse al museo.
¿Deben ir allí las zapatillas con las que actuó en el musical Jesucristo Superstar?
La gente de su entorno dice que para localizar a Camilo hijo, que vivía en México hasta la muerte de su padre, se necesita entre siete y diez días (“es difícil de encontrar”).
Su regreso a Madrid parece haberle trastocado.
Ornelas, en declaraciones a la revista Corazón, ha contado que su hijo tiene “un problema”.
“Está enfermo y necesita ayuda”, ha declarado después de que el chico fuese visto desorientado por las calles de Madrid hace unos días.
Según la madre, llevaba tres días desaparecido y volvió a casa sin tarjeta de crédito, teléfono ni documentación.
El descuido del joven a la hora de interesarse en el proceso penal que supuso mucho para su padre —que le ha dejado unos derechos que devengan unos 200.000 euros al trimestre (solo una clínica dental ha pagado 30.000 euros por usar una canción en un anuncio) y tres propiedades— es otra prueba más de un proceder errático del heredero en la guarda y custodia del legado de un artista universal.
“Camilo luchó mucho por sentar en el banquillo al supuesto cerebro del robo.
Quiso saber la verdad. Quería justicia, de corazón”, expone la abogada del cantante. “Era algo que le importaba.
Se lo tomó como un asunto personal.
Duele que se desentiendan del caso”, se suma Hueto.
Camilo Sesto no lo hubiera querido así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario