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24 oct 2019
Walter Gropius, el enigma de la Bauhaus
AP (Bauhaus Archiv Berlin /Walter Gropius VEGAP)La vida del fundador de la escuela que impulsó la modernidad se
convirtió en una novela de aventuras, un retrato del poder y un tratado
arquitectónico. En el año del centenario de la emblemática institución,
una biografía reformula su legado.
LA MODERNIDAD tuvo muchos abuelos. Aunque parece que la paternidad
fue colectiva, cada vez hay más acuerdo en que el tutor fue Walter
Gropius (1883-1969). La paradoja es que el fundador de la Bauhaus,
uno de los protagonistas clave de la historia de la arquitectura
moderna, no fue un proyectista sobresaliente. El lugar en la historia se
lo ganó su hazaña educativa mucho más que su talento como diseñador. Su
gran hito arquitectónico, el edificio para la escuela que construyó en
Dessau en 1925 —cuando el partido nazi cerró la Bauhaus de Weimar y
tuvieron que buscar nueva ubicación—, no era técnicamente perfecto. Sufrió goteras, temperaturas sofocantes en verano y frío glacial en
invierno, pero retrató la vida comunitaria, las nuevas posibilidades del
arte y el poder de lo moderno. “Aquí hay espacio de verdad. Da la
impresión de estar en el exterior”, le escribió el pintor Lyonel
Feininger a su esposa, Julia —también pintora—, cuando desembarcó en
Dessau para dar clases.
Gropius firmó las casas de los maestros de esa nueva escuela
permitiéndoles que las modificasen. Era una novedad: un autor que no
temía que alterasen su obra. Allí vivieron quienes dibujaron la historia
de la pintura del siglo XX. El hijo de Paul Klee,
Felix, recordó que su padre trabajaba siempre junto a una pared que el
propio Paul había pintado de negro. Klee y Kandinsky compartían vivienda
y tomaban té juntos a diario. Aunque el edificio de la escuela fue
criticado por ser más fotogénico que funcional, hoy es, además de una
facultad viva, un símbolo de la imaginación y la rebeldía. Los
radiadores decoran la parte alta de las paredes como si fueran
esculturas. Cada mueble remite a uno de los profesores de un momento
inolvidable. Casi un siglo después de su inauguración, todavía parece un
edificio moderno, no del futuro, moderno: fuera del tiempo.
La modernidad como elección vital es lo que define también al Walter
Gropius retratado por Fiona MacCarthy en la nueva biografía Gropius, la vida del fundador de la Bauhaus (Turner).Nacido en el seno de una familia burguesa alemana, el arquitecto
quiso demostrar que la modernidad era más un credo que una forma, más
una actitud que una estética. Él mismo se convirtió en abogado de una
forma de vida a la vez simple y creativa que no ocultaba sus mayores
ambiciones: construir por todo el mundo y defender una existencia sin
prejuicios.
Ise Gropius o Lis Bayer, con una máscara del escultor alemán Oskar Schlemmer, en 1926.Fotografía de Erich Consemüller (Bauhaus-Archiv Berlin / Stephan Consemüller)
La vida de Gropius fue tan intensa e inspiradora como difícil. Lo
sabemos por su prolífica correspondencia: “Solo ven lo que se derrumba,
no lo que está creciendo”, se lamentó a su madre, Manon Burchard, en
diciembre de 1919, cuando llegó a Weimar dispuesto a cambiar las prioridades de la escuela actualizando los
oficios artísticos. Aunque por su porte de oficial de los húsares y por
su leyenda —por entonces estaba casado con Alma Mahler— lo apodaron El Príncipe de Plata,
Gropius estaba en todas partes. Hacía las entrevistas de admisión,
reclutaba a los profesores, recaudaba fondos, discutía con el alcalde y
comía en la cantina. Él mismo preparó la comida de Navidad de los
alumnos. Y le sobró tiempo para enamorarse de una estudiante —Lily
Hildebrandt— y de tres artistas más. Tal vez fuera la tempestuosa
relación con Alma Mahler, de la que salía, y la I Guerra Mundial,
en la que fue condecorado con una cruz de hierro por pasar cuatro días y
cuatro noches sin dormir para avanzar por la trinchera francesa de
Ban-de-Sapt, lo que lo predispusiera para la vida intensa que llevó. En
enero de 1915, un mortero le explotó a 15 centímetros. Gropius, que
tenía 32 años, fue uno de los 80 supervivientes entre los 3.000 soldados
de su regimiento. El terror no lo abandonaría nunca, pero tal vez el
campo de batalla le enseñó un camino de supervivencia, búsqueda y
reinvención.El pintor Vasily Kandinsky
describió la Bauhaus como un mundo renacido. Gropius lo encarnaba. Sin
embargo, la primera casa bauhausiana, Haus am Horn, no la diseñó él,
sino un pintor, Georg Muche. Su propuesta había sido mucho más
tradicional. “Cada vez estoy más convencido de que el trabajo es la
única deidad verdadera de nuestro tiempo y desde el arte debemos ayudar a
encontrar una expresión para el mismo”, escribió un Gropius que, tras
el traslado a Dessau, había empleado parte de su herencia en comprar un
terreno para cultivar hortalizas con las que dar de comer a sus alumnos.
Precisamente por su implicación en la escuela, Gropius no se
desarrollaría plenamente como arquitecto hasta que la abandonó tras una
serie de discusiones con el alcalde de Dessau. Aunque en sus últimas
décadas llegó a construir por todo el mundo, fueron los años de la
Bauhaus los que lo convirtieron en un arquitecto clave para la historia
de la disciplina. Paradójicamente, a Gropius lo echaron de las dos escuelas que
impulsó. “Hemos pasado hambre por una idea. Si se va, dejará paso a los
reaccionarios”, le advirtieron sus alumnos antes de sacarlo a hombros. Marcel Breuer, que había empezado como alumno y se había convertido en
profesor, o László Moholy-Nagy lo siguieron en su dimisión.
Dejar la Bauhaus le permitió centrarse en su propia obra. Mies van der Rohe —con quien siempre tuvo una relación de competencia—
lo llamó para participar en el diseño de las casas experimentales de
Weissenhof, cerca de Stuttgart. También viajó a América. Corría 1928 y
en Nueva York apenas había rascacielos. En Detroit visitó la fábrica de
Ford y decidió que eso era lo que él quería hacer con la vivienda.
El arquitecto y su esposa desayunan en el porche de la Casa Gropius.Robert Damora (Archive Damora)
La democratización de la arquitectura que culminó en la Bauhaus
cambió la faz de las ciudades del mundo. Cuando Gropius fue finalmente
elegido director de la nueva escuela de arquitectura de Harvard
(Graduate School of Design) demostró con su propia vivienda en Lincoln,
Massachusetts, que no se trataba de construir barato y mal, sino simple y
bien.Se podría decir que, sin dejar de crecer y reinventarse, el fundador de
la Bauhaus vivió tres vidas: en Alemania, donde creció y fundó la
escuela; en el Reino Unido —al que definió como “un país acultural: el
progreso, per se, no produce cultura”, donde llegó huyendo de los nazis y
no consiguió prosperar, y en Estados Unidos, donde disfrutó de su fama y
se reinventó como arquitecto. Así, se podría decir que en los tres
países vivió de lo que había logrado cuando, siendo un joven oficial
recién regresado de la guerra, se inventó la Bauhaus.
La vivienda, en Lincoln, Massachusetts.Paul Davis (Harvard Art Museums)
Tal vez por eso, esta nueva biografía defiende que Gropius —frente a la genialidad de Le Corbusier,
la leyenda de Wright, la elegancia de Mies y habiendo sido incluso
sobrepasado por su propio alumno Marcel Breuer— tiene un papel modélico
en la historia de la arquitectura como un profesional capaz de
transformar su disciplina y capaz, a su vez, de reinventarse. Pero la
reinvención de Gropius no fue solo profesional. A la riqueza de parejas,
amigas y amantes a la que puso fin su esposa Ilse Frank.—convertida por él en Ise Gropius— se unió su ambivalente
posicionamiento político en un momento en el que no hablar era tomar
partido. Los diarios de Ilse han servido para recrear la vida de su
marido durante más de 40 años de matrimonio. Su minuciosa traducción de
la correspondencia entre Gropius y sus anteriores amantes da cuenta de
un hombre apasionado. Pero el poder exige guantes. Y fueron muchos los artistas de
vanguardia que dieron muestras de confusión moral ante el Gobierno de
Hitler. El autor de las extravagantes escenografías y vestuarios de los
famosos ballets triádicos, Oskar Schlemmer, que había escrito a Joseph Goebbels
protestando por el cierre de exposiciones aludiendo que “los artistas
son en esencia apolíticos y su reino no es de este mundo”, fue
despedido. Sin embargo, en su posterior propuesta para los murales del
edificio de congresos del Deutsches Museum de Múnich dibujó figuras
militares haciendo lo que parece ser el saludo nazi. Schlemmer, autor de uno de los lienzos más famosos que hoy cuelgan en el MOMA, Escalera de la Bauhaus, de 1932, terminó trabajando en una fábrica de pintura de Stuttgart.
De
izquierda a derecha, Walter Gropius, Le Corbusier, Marcel Breuer y Sven
Markelius discuten en el edificio de la Unesco en París.Fotografía de RIBA CollectionsPor su parte, Gropius, que se había esforzado por que la escuela no se
metiera en cuestiones políticas, no tuvo más remedio que decidir si
estaba a favor o en contra del nazismo. Y aun así no habló claro. Se
podría decir que defendía el derecho a ser apolítico. Pero los hechos
cuentan otra historia. El mismo Gropius que despidió al administrador de
su estudio, Hanns Dustmann, cuando este apareció con uniforme nazi, y
el mismo que fue declarado persona non grata en la Alemania nazi, se
sentó en el palco romano del Duce para disfrutar la ópera de Franchetti La hija de Iorio.
También se fotografió con el conde Ciano, yerno de Mussolini. Y
consiguió huir a Londres, vía Roma, gracias a la ayuda del ministro de
Cultura italiano, homólogo de Goebbels en la Italia fascista, Dino
Alfieri. “Es difícil comprender qué teníamos en la cabeza en aquel
momento: creíamos que toda aquella pantomima no podría durar”, anotó
Ise. Hay muchos ejemplos de tibieza y miedo que humanizan a Gropius.
Pero es evidente que también lo retratan. Llegó a Harvard apoyado por el
Gobierno alemán. Su misión era servir a la cultura alemana, “y no otra
cosa”, apunta su biógrafa. Él hizo, sin embargo, otra cosa. “Tengo la sensación de que los emigrantes pierden muy rápido las raíces
que les nutren y de que solo los árboles muy jóvenes sobreviven a un
trasplante”, le escribió a su hija Manon. Puede que en Harvard no
arraigara. Pero sí rebrotó. El hoy admirado edificio de la Pan Am de
Park Avenue en Nueva York fue muy criticado por Philip Johnson. Frank
Lloyd Wright ya había dicho de Gropius: “Qué pena que no sea arquitecto,
solo ingeniero”. En Norteamérica, Gropius lanzó la escuela de
arquitectura de Harvard (GSD) y fundó TAC, The Architects
Collaborative, que lo sobreviviría y se convertiría en el estudio más
importante de EE UU hasta su cierre en 1995. Pero volvamos a 1952; 15
años después de su llegada a Boston, el decano Joseph Hudnut consideró
que Gropius estaba llevándose demasiado crédito y protagonismo. Pensó
que lo eclipsaba. Gropius dejó las cuentas y los planes ordenados y se
fue con la elegancia que siempre le caracterizó: “La educación de
calidad nunca debe dejar de evolucionar”. Antes de partir, propuso a
Ernesto Rogers y a Josep Lluís Sert como sustitutos. El español fue
elegido director. Gropius tenía 69 años. Lo esperaba el mundo.En Sídney fue portada en los periódicos. El amor por Japón lo
descubrió “en un momento en el que no esperaba ya que el mundo deparase
maravillas”. Pero fue en Bagdag —donde trabajó y construyó parcialmente
la universidad— donde reapareció su ambigüedad. O su diligencia. Tras el
asesinato del rey Faisal, que había apoyado la modernización de la
ciudad, intentó hacer propuestas al nuevo régimen golpista del general
Abdul Karim Qasim. El arquitecto local Rifat Chadriji pagó el
progresismo de la arquitectura con prisión en Abu Ghraib. Fueron los
impagos por los trabajos en la universidad los que hundieron TAC en los
años noventa. Entonces, ¿qué aportó Walter Gropius a la arquitectura?
La modernidad que defendía la Bauhaus desde sus inicios no tardó en
cambiar la faz del mundo. Así, el gran renovador de la arquitectura lo
fue desde la educación y desde los valores que predicó enseñando y
construyendo.Gropius sostenía que el hombre no es una isla, defendía el trabajo en
equipo. Tuvo el talento de ver la relación entre las cosas y fue un
precursor de la ecología. Paul Rudolph, uno de sus alumnos más
destacados, dejó escrito que no fue un gran arquitecto, pero sí un
educador insuperable. Para Gropius, la modernidad no fue un dogma, sino
la opción de entender la arquitectura como algo flexible. También una
filosofía vital capaz de hermanar las artes. Por eso enseñó una actitud:
no quiso copiar un estilo, quiso liberarse de lo innecesario y crear
formas genuinas, originales y auténticas a partir de las circunstancias
particulares y las necesidades de la gente. El 4 de julio de 1969
Gropius murió en Massachusetts. Su testamento databa de 1933. Pedía una
fiesta en la que beber, reír y amar al estilo de la Bauhaus. “Dará más
frutos que rezar en el cementerio”.
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